El dolor de una serpiente

Lloyd's POV.

Hacia frío esa mañana. El pronóstico del clima me había advertido que llovería pero, aún así, no quise tomar las medidas necesarias. Los chicos no me insistieron demasiado, al menos exceptuando a Zane. Aunque yo era su líder, Zane era el único que seguía tratándome como un niño pequeño. Ése día extrañé un poco su forma fraternal y afectuosa de cuidarme, sobre todo cuando al llegar a Samui los helados vientos me hicieron estornudar más de una vez.

Lo peor fué cuando tuve que caminar entre los plantíos de arroz, mojándome los pies. Los brotes crecían en hectáreas cuadradas con mucha agua, aunque no con tanta como el camino que los bordeaba y era la única forma de pasar sin estropear los sembradíos. O al menos ése fué el camino que me dijeron que tomara...

-¿No hay otro modo de llegar? -le pregunté a un anciano campesino con el que me encontré al llegar a Samui.

-Existe otro, pero me temo que es tan angosto que no es posible pasar a pie.

Me quedé pensando una solución.

-En ése caso... ¿Me prestaría su bicicleta?

Señalé el objeto mencionado, el cual se encontraba tirado a un lado de la calle de tierra. El campesino abrió tanto los ojos que sus rasgos asiáticos casi pasan desapercibidos.

-¿Estás loco, joven? ¡Es la única que tengo!

Cole me había advertido que en esa aldea no sabían mucho de mí, así que traté de no parecer ofendido porque no me tuviera confianza.

-Entonces cruzaré por los cultivos...

El anciano se quitó su sombrero y me empezó a pegar con el más feo que mi tío.

-¡No pises el arroz!

-¿Entonces por dónde paso? -pregunté, con un hilo de voz.

-Ya te lo he dicho. Por ahí -el anciano señaló lo que parecía un río pequeño, que pasaba a orillas de los cultivos.

-Me voy a mojar todito... -murmuré, asustado.

«-La que me espera cuando regrese al Navío... » pensé, imaginándome cómo me iban a regañar todos.

Y aquella visión sólo empeoró cuando tuve que sorber mi nariz más de una vez, mientras avanzaba. Me estaba enfermando.

Sobre mi cabeza, el cielo rugía como un dragón hambriento, esperando liberar una ardiente llamarada para asar su alimento. Las nubes eran grises y aborregadas. Se esperaba una buena tormenta, quizás hasta tendría que esperar a que terminara en la casa de algún aldeano amable.

Finalmente, conseguí llegar a mi objetivo.

Los plantíos se habían acabado y daban paso a un prado extenso, cubierto de plantas silvestres. Me interné entre la maleza crecida. Algunas de ellas se enterraban en la tela de mi ropa al pasar y me daban picazón.

Me detuve hasta llegar junto a la alta silueta al centro del prado. Miraba el horizonte sin decir nada, ni siquiera cuando me acerqué. Permaneció en silencio, inmutable.

-Siendo sincero, nunca creí que nuestro próximo encuentro sería así -le dije, después de analizarlo un rato.

El serpentin de escamas blancas no dijo nada.

-Pensé que intentarías matarme de nuevo, con algún plan súper complejo y eso -continúe, con una risita incómoda.

Como Pythor no respondió, desvíe la mirada hacia el mismo lugar que él.

-¿Y quién dice que ésto no es parte de un plan? -preguntó el serpentin, y se tardó tanto en hacerlo que me confundí-. Quizás quería llamar la atención de ésos aldeanos para que te pidieran que te encargaras de mí. Ahora posiblemente te secuestre y llame a tus amigos para pedir algo a cambio.

Volví a reír.

-No lo harás.

Pythor me miró enseguida. No hizo falta que yo lo mirara de vuelta. Sabía que estaba asombrado por mi comentario.

-¿Y qué te hace pensar éso? -preguntó, intrigado.

-Una: no eres tan predecible. Y dos... mis amigos me rescatarán igual.

Pythor desvío la mirada, resignado.

-Es cierto.

Nos quedamos un rato en silencio. Me pareció extraño que no fuera incómodo, ¿Por qué no lo era? Pythor había sido mi primer rival y había jurado acabar conmigo en más de una ocasión. En ése momento estábamos solos y él bien pudo envenenarme o algo peor... y nadie jamás lo sabría.

Por mi abuelo. De verdad pudo hacerlo...

¿Cómo era que yo no tenía miedo? Sólo estaba ahí, parado como un tonto, viendo el horizonte con una boba sonrisa. Quizás por éso: era un tonto.

Fue como si Pythor y yo hubiésemos hecho un pacto silencioso de paz. No. Fué más bien... como cuando eramos amigos. Sé que él lo pensó también. Quizás fué breve el tiempo en que fuimos aliados, pero llegué a conocerlo. O no. Había muchas cosas que no sabia de él. Creo que lo correcto sería decir que lo entendía.

-¿No vas a capturarme? -me preguntó Pythor, después de un rato.

Sé escuchó un trueno a la distancia.

-¿Eh?

No esperaba encontrarme con sus ojos escarlata cuando giré la cabeza hacia él. Su cuello se torcía formando lo que parecía un signo de interrogación.

-Es lo que esperan que hagas.

-No vine aquí a capturarte, Pythor.

Sus pupilas rasgadas aumentaron un poco su tamaño. Hacia eso cuando analizaba algo.

-Déjame ver si consigo comprender tu pequeño trabajo de "héroe a domicilio" -dijo, confundido-. La gente te llama. Tú vas a determinado lugar y haces lo que te piden. Y no te pagan.

Me encogí de hombros.

-Me gusta pensar que la seguridad de otros es mi paga -admití.

-Una creencia muy noble.

-Meh.

-Si no estás aquí para capturarme, ¿Qué haces?

Me senté entre la maleza,doblando las piernas como si estuviera a punto de meditar. Las plantas eran tan altas que me llegaban a la altura de la cabeza. No veía más a Pythor, ni tampoco el horizonte formado por campos y bosques lejanos. Era un bonito paisaje. En parte me dolía no seguir contemplándolo y en su lugar ver un montón de hojas y flores silvestres, pero estaba cansado. Había caminado un buen rato. Me dolían las piernas.

-Sólo quería hablar -dije, con sencillez.

-No es verdad -exclamó Pythor-. Viniste porque querías convencerme de cambiar, así como lo hicieron con ése blando de Morro.

No respondí, simplemente lo dejé seguir despotricando.

-¿Me crees ingenuo, Lloyd? ¡De entre todos los serpentin yo soy quien posee mejor intelecto!... ¡Y mejor memoria también! Puede que todos ya lo hayan olvidado, pero yo no lo haré. Jamás olvidaré lo que nos hicieron. Sus bellezas de la superficie no son suficientes para hacerme perdonar.

Tomé una ramita y la rompí en pedacitos.

-Puede ser -acepté, sin darle importancia.

-Es un pensamiento patético -escupió Pythor-. No puedes cambiar a alguien. Mi propia gente ha intentado decirme que debo adaptarme a los cambios, ¿Por qué no es el mundo el que se adapta a mí? ¿¡Por qué debo hacerlo yo!?... Nadie se preocupa en cambiar. Yo tampoco debería...

Seguí ocupándome de lo mío, esperando con paciencia a que Pythor liberara su frustración. Quizás lloró. O quizás no. Yo no sabré porque mi atención estaba dirigida a los pedazos de rama que tenia en las manos.

Cuando consideré que era suficiente, le respondí.

-Lo haces porque así es la naturaleza.

Pythor torció la cabeza, para mirarme.

-¿Qué?

Decidí no torturarlo, así que me enderece y giré mi cara hacia él. Tenía los ojos cerrados y una sonrisa de oreja a oreja.

—Así es la naturaleza —repetí, alegre.

Pythor lanzó un gruñido de confusión.

—Todo se adapta a los cambios —expliqué, poniéndome más serio—. Las estaciones cambian, y la naturaleza debe adaptarse a ello o perecerá. Es algo que ha sucedido desde siempre, y es tan cotidiano que a veces no nos damos cuenta de que todos los días lo hacemos. Despertamos adaptándonos a nuestro entorno. No se trata de si debes molestarte en cambiar por otros. Lo haces por el simple hecho de que así funciona el mundo y no puedes resistirte. Tú has cambiado, Pythor.

Esbocé una sonrisa al notar cómo analizaba mis palabras y volví a desviar la mirada.

El viento se volvía más frío y cada vez se sentía más humedad en el ambiente. Deseé que Pythor no tardara tanto en resolver su crisis existencial. En verdad me daba miedo enfermarme.

—Tú también has cambiado, Lloyd —me dijo finalmente. Sonreí, creyendo que era un cumplido—. Te has vuelto como Wu: das lecciones a personas que no las solicitan y, además, son tan confusas que en parte no sirven para nada.

Mi sonrisa se borró.

—No sé de qué hablas —mentí.

—Ya te dije que no soy ingenuo. La técnica de sentarte y fingir que no te importan los sentimientos de otro ya la he visto —Pythor frunció el ceño y se hincó para quedar a mi altura—. ¿De qué se trata ésto en realidad? ¿Es acaso tu examen de graduación para sensei?

Comencé a reírme y negué con la cabeza.

—No mentía cuando dije que quería hablar —aseguré, poniéndome de pie.

Pythor me miró sin creerse una palabra.

La primera gota de lluvia cayó y le salpicó la nariz. Hizo una mueca de desagrado que me pareció graciosa.

—¿Qué ocurre? —pregunté, divertido.

—Odio la lluvia. Y no le veo sentido a tu pregunta si la respuesta es obvia.

—Tú mismo dices que los humanos somos ignorantes.

—Es cierto.

Se me escaparon algunos estornudos simultáneos. Pythor ni se molestó en decirme "salud".

—Y débiles —añadió el serpentin, rodando los ojos.

La tormenta arreció. La lluvia era tal que se hizo difícil ver entre el torrente de agua. En segundos quedé empapado por completo, al igual que Pythor.

—¡Será mejor que subas a mi espalda! —me dijo.

—¿¡Qué!?

—¡Tú sabes que no repetiré éso!

Hice lo que me dijo.

Se sintió extraño estar en su espalda. Sus escamas estaban mojadas y hacían que me resbalara. Fuera de éso, no tardamos en cruzar el campo de arroz. Pythor era tan rápido que reptó en muy poco tiempo por el agua. Durante el trayecto me sentí más resfriado. Cabeceé y pestañeé en varias ocasiones. Me había estado sintiendo mal desde la mañana, pero no fué sino hasta ése momento que el catarro me noqueo. De forma literal.

Lo último que llegó a mi mente fué una imagen de un Pythor más joven y de escamas púrpuras diciéndome:

No te preocupes, Floyd. Yo seré tu amigo.

.
.
.
.
.
.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top