OneShort
Volvía a estar en un cuerpo que no era el mío, ¿o sí lo era? Tal vez, hace mucho tiempo, en un lugar de mi mente que ya había olvidado, un lugar en el que alguna ves había sido feliz.
Pero ahora estaba aquí, otra vez, utilizando estás manos indefensas con las que había nacido, corriendo con estos pies diminutos en busca de un lugar para esconderme de mi padre.
Encontré un hueco detrás de las escaleras, un hueco en el que desde siempre habían puesto al azar las cosas que nadie necesitaba. Yo siempre encontraba todo tipo de cosas ahí, desde mochilas viejas hasta pelotas de footboll desinfladas. Mi padre amaba el footboll. Esta vez había encontrado un nuevo cacharro: un espejo, que se podía comparar con mi altura de infante.
Pude verme a mí mismo en el espejo, con los ojos castaños de mi padre y el cabello negro de mi madre (mamá siempre decía que ya debía cortarmelo), el cabello había formado un fleco con el tiempo de cinco años, y aunque mamá hubiera hecho todo lo posible por cortarlo, mi padre siempre llegaba al rescate con la escusa de que me veía genial con él. Hasta ese momento, no me había dado cuenta de que mi padre tenía razón: me veo genial. Aunque era muy delgado de la piel, por alguna razón me veía como uno de los héroes de las películas.
-¡Listos o no! ¡Allá voy!
Mi padre salió al asecho, y yo no pude evitar contener la risa cada vez que él fingía enfurecerse por que yo no me encontraba abajo de una almohada una hoja de papel. Era muy divertido, y hubiera dado todo lo que fuera por que ese momento no terminará nunca.
-¡Ajá!- me vio desde la sala -¡Te encontré pequeño saltamontes!
Yo no podía parar de reírme, una risa infantil y tierna, ¡me había encontrado! ¡mi papi me había encontrado!
-¡Me encontraste!- alce los brazos cuando él me cargó. Mi propia voz me sonó desconocida.
-¡Así es, campeón! Pero tú me la dejaste muy difícil, ¿a qué no? ¡Eres el mejor del mundo jugando escondidas, Xandi!- sonrió cargándome aún más alto.
Simplemente, yo no podía parar de reír.
-Michael, Xandi, es hora del pastel- dice una dulce voz al pasar por nuestro lado.
Mi madre era alta, con la piel clara como la mía y el cabello que yo mismo había heredado, sus ojos verdes oscuros y la amplia sonrisa roja dibujada en su rostro, la hacían perfecta.
-¿De qué es el pastel, mami?- pregunté apenas mi papi me bajó de nuevo al suelo.
-Chocolate, tu favorito- dijo poniendo la vela en forma de "5" sobre el pastel -voy por el encendedor.
Mi papá y yo nos sentamos frente a la mesa, pero yo no podía dejar de mirar el pastel. Se veía delicioso con aquella cubierta de chocolate que yo amaba tanto. No podía esperar el momento de soplar las velas y pedir mi deseo.
-¿Qué vas a pedir, Xandi?- preguntó mi padre esbozando una sonrisa.
-¡Eso es secreto, papá!- le repliqué.
-Cierto, cierto- aceptó riendo.
Mamá llegó y encendió la vela. Mi padre tenía una cámara en alto y mi madre aplaudía al compás de la canción de Feliz Cumpleaños.
Me sentía muy feliz, muy emocionado, era mi quinto cumpleaños y yo no podía estar más feliz que en estos momentos.
El timbre sonó dos veces, pero no logró dejar abajo la canción hasta que mi madre miró hacia el pasillo que conducía hacia la puerta de entrada.
-Voy a abrir, continúen sin mí- dijo mi mamá en un susurro y se dirigió al pasillo.
Mi padre tuvo que hacer un esfuerzo para sonar armonioso con la voz más alta para que la falta de mamá no hiciera una diferencia. Ya había llegado la hora de pedir mi deseo.
»Estar con mis papás hasta que yo sea viejo y seguir jugando a las escondidas con papá« pensé, pero justo cuando había tomado aire para soplar la vela...
-¡AHHHHHH! ¡MICHAEL, EL NIÑO!- gritó mi madre desde afuera, de una forma que jamás en mi vida había escuchado antes.
Mi padre se puso pálido, soltó la cámara inconscientemente y esta cayó al suelo haciéndose en mil pedazos. Me recordó a un vampiro de una caricatura cuando le contaron una mala noticia y se le cayeron las libretas al suelo, sólo que esto era peor. Algo me decía, que esto no iba a ser como la caricatura.
Mi padre me miró y yo lo miré a él, no entendía lo que estaba pasando: ¿qué eran esos gritos que se escuchaban afuera? ¿Por qué papá ponía esa cara tan rara? ¿Por qué yo no logré pedir mi deseo?
-Xandi, rápido, ven- mi padre se levantó de un salto y me cargó de los brazos.
-¡Pero papá! ¡No logré pedir mi deseo!- chillé.
-Lo harás después, ¿deacuerdo? Ahora, Xander, quiero que te escondas- dijo poniéndome en el hueco detrás de la escalera.
-¿Esconderme? ¿Por qué?- no entendía nada.
-Vamos a jugar a las escondidas, ¿si, Xandi?- dijo lanzando miradas nerviosas hacia el pasillo -Voy a contar hasta mil y no quiero que salgas de ahí hasta que yo venga a buscarte, ¿deacuerdo?
-¡¿Hasta mil?!- exclamé asustado -¡Pero sólo sé contar hasta el diez!
Mi padre me miró de una forma triste, yo no sabía si era decepción o se pondría a llorar por algo malo, pero algo me decía que debía obedecerlo para que no se sintiera mal. Tenía que esconderme hasta el mil para que mi papi deje de estar triste.
-Bien papi, me esconderé -dije sonriendo -¿Pero qué es todo ese ruido?
-Los vecinos están viendo sus películas feas otra vez, ya sabes como son- dijo sonriendo, pero a aquella sonrisa se le escapó una lágrima -Se bueno, Xandi, mamá y papá te amamos, y...feliz cumpleaños.
Mi padre se alejó por el pasillo, y yo me tuve que quedar ahí, en el hueco de la escalera, temblando. No logré pedir mi deseo. No sabía qué estaba pasando, no entendía nada, ¿por qué mamá había gritado? ¿Por qué papá iba a contar hasta el mil? Uno...dos...tres...cuatro...cinco...seis...siete...ocho...nueve...diez...¿mil?
Algo entró a la sala bruscamente, eran dos personas...una era mi padre, quien luchaba con uñas y dientes contra un cuchillo, y otra...era otro chico...empapado de sangre que no era suya y sonriendo maliciosamente. No podía ver su rostro, ¿por qué no? Estaba ahí, justo frente a mí, lo veía sonreír, veía su maldad...pero era como si...en el instante en el que lo veía...desapareciera de mi mente.
"¡NOOOOOOOOOOOOOO!" me escuché a mí mismo gritar, viendo como el cuerpo de mi padre caía sin vida contra el suelo.
El chico, el chico cuyo rostro no podía entrar en mi cabeza, me veía, me sonreía...y recordé que ése ya no era yo.
Desperté en el sofá, sudando y con la respiración entrecortada. Ya no era el niño pequeño de mi sueño, yo ya era un adolescente con su propia casa patrocinada por el padre que nunca recuerdo haber visto de mi primo Oliver.
Alguien me había despertado.
Ése chico otra vez.
-Xander, lamento despertarte -se disculpó -pero Oliver va a hacer una fiesta esta noche y me pidió que limpiara el sofá, está todo polvoriento.
Ése chico de cabello raro, ¿cuál era su nombre? ¿Kai? Había llegado hace una semana, era algo así como un adoptado. Pero me caía bien.
-Oh, sí. Claro.- dije con pesadez y me levanté del sofá.
Al ponerme de pie, ya no estaba en mi casa, sino afuera de ella. Volteé hacia atrás y me encontré con un taxi que al parecer acababa de tomar. Al lado de mí, Kai miraba el suelo con expresión pésima, seguramente porque habíamos regresado a casa.
Casa. ¿Por qué habíamos regresado a casa? En este momento, cuando los pocos que quedaban de los Candidatos necesitaban más ayuda que nunca para resolver el acertijo...¿por qué regresábamos? Kai no quería regresar, yo sólo estaba preocupado por la salud de mi primo, y mi primo...
Vi a Oliver pagándole al taxista, con una sonrisa nada a cuerdo con la situación, una sonrisa que ya debí haber visto antes. ¿Por qué estaba sonriendo? Porque había sido idea de él volver a casa, y ahora, estábamos en casa.
Me di la vuelta, y me encontré a mí mismo sentado en un restaurante de mariscos. ¿Qué hacía aquí?
-Toma Xander- llegó Oliver con un plato de pescado para mí.
Pescado, ¿a mí me gustaba el pescado?
Esa sonrisa otra vez.
Vomitando sangre en el excusado de la casa, comencé a preguntarme cómo rayos me pasó esto. La sangre. Yo estaba vomitando sangre y el décimo Candidato necesitaba sangre de los demás para su arma. ¿Quién me había mandado a comer mariscos? ¿Oliver? Oliver...él era el único de nosotros tres que no había deshecho sus maletas después de que regresamos de San Francisco. Pero, ¿por qué?
Porque sabía que Lloyd vendría, y nos haría regresar a la ciudad de San Francisco.
Ahora estaba en un auto. No, en un taxi. En la ciudad de San Francisco. Debía advertirles, debía advertirles sobre Oliver, pero...¿a quién? Todos parecen muy encariñados con él. Si hablaba lo único que conseguiría era que Oliver me matara primero.
Giré la cabeza, y me encontré en un restaurante, sentado enfrente de Cole. Esta era una misión, una misión para atrapar al décimo Candidato, pero...yo ya sabía quién era el décimo Candidato, y si no salía de ése elevador era porque estaba apuñalando al alcalde.
Le di una probada a los muffins. Eran de...nuez. ¿Cole no era alérgico a la nuez? ¿Por qué se estaba comiendo uno?
Él ya había comenzado a tragar, y de ninguna forma podía dejarlo morir. La única opción era bloquearle la garganta hasta que vomitara.
Cuando me lancé en contra de su cuello, yo ya estaba en otro lugar, sujetando una pierda y haciendo que alguien fallara un tiro.
No tuve tiempo ni de ver quién era, pero me pateó fuertemente para soltarlo, y hecho esto, me miró a los ojos, y supe en ese momento que estaba muerto.
Pero lo único en lo que pensaba, era en que había vivido todo lo que recordaba de mi vida creyendo en un maldito demonio.
-¿En qué piensas?- preguntó la chica ojos capuchino mirándome con curiosidad.
Apenas me había dado cuenta que ambos teníamos dos conos de nieve en las manos.
-En nada.
Ambos estábamos caminando por un camino solitario, en medio del bosque. Era un bosque muy bonito, pero era más bonito el lugar al que nos llevaría. Era más bonito, que la vida misma.
-Bueno, ése señor fue muy amable al darnos estos helados de chocolate, ¿no crees?- Jannet sonrió lamiendo el suyo.
Me quedé en silencio, pensando una vez más en quién era ése sujeto con los helados y por qué él iba de regreso repartiendo tantas golosinas.
-Odio el chocolate.
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