Prologo

Moroha contempló a su madre acolchar las almohadas alrededor de ella, un indicativo de que ya era tiempo para dormir. Le acercó su peluche favorito que apenas era del tamaño de una palma y lo colocó a lado de su cabeza: donde depositó un beso tierno deseándole dulces sueños.

Sin embargo la pequeña asomó los dedos por el borde de la manta intentando no deshacer el nido que su madre arropó para ella, pidiendo con su vocecita infantil—. Mami, ¿puedes contarme una historia?

Kagome sonrió tiernamente hacia su pequeña hija como si ya esperase aquella petición. Atrajo el taburete del  tocador tomando sitio junto la cama; al tiempo que bajaba la intensidad de la linterna sobre el buró. Acomodó algún mechón travieso de Moroha para despejar su frente comenzando a relatar.

La leyenda del Triángulo Estival.

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