Nine Little Locks

Había dos cosas que el señor y la señora Reed notaron tan pronto como regresaron a su casa. La primera, que la puerta estaba correctamente cerrada por lo que su pequeña hija debía haber cumplido a la perfección con sus instrucciones. La segunda, que la niña se había quedado dormida en el sillón de la sala seguramente por quedarse despierta hasta tarde viendo televisión pasado su horario de dormir. Dejaron sus bolsos en la entrada, demasiado distraídos por el amor que solo podía sentir la pareja hacia su pequeña niña. Era un gran paso para ella en la vida de un cazador, haber pasado una semana a solas y estar bien.

Ellos se habían apresurado para regresar cuanto antes, con la esperanza de sorprender a Scarlett. Pero ahora, al verla tan pacíficamente dormida, ninguno tuvo el corazón para despertarla o arriesgarse a moverla del sillón. En cierto modo les resultaba difícil imaginar que su preciosa hija algún día tendría que enfrentar el mundo por su cuenta, les resultaba demasiado pequeña e inocente para eso, muy gentil como para sostener un arma; pero ambos sabían también que ella era valiente y con una fuerte voluntad por hacer el bien. Las criaturas malignas debían ser erradicadas para proteger a los humanos, y Scarlett quería ser como los héroes de las historias quienes siempre hacían el bien al cuidar de los demás.

El señor Reed besó a su esposa en la mejilla antes de informarle que iría a bajar el resto de sus pertenencias del auto. Debían aprovechar mientras fuera demasiado temprano para que los vecinos estuvieran despiertos, era peligroso dejar las armas fuera de casa. La señora Reed sonrió con diversión al ver el modo en que su hija había cubierto la máscara de la sala con una manta, era cierto que ese objeto resultaba bastante tétrico y podía asustar a una niña pequeña pero ahuyentaba a los malos espíritus y eso era lo que importaba. Dobló la manta cuidadosamente y la dejó a un lado antes de acercarse a su hija, era lo mejor llevarla a su habitación para que pudiera dormir cómodamente en su propia cama.

Su intención era despertarla con un dulce beso en la mejilla y cargarla hasta su cuarto, pero se congeló tan pronto como vio la bola de pelos blancos durmiendo junto a la dulce Scarlett. Su corazón se detuvo al ver la zorro de dos colas y comprender que su hija no había estado a salvo como había creído. Por un instante fue incapaz incluso de respirar. Su pequeña niña, indefensa junto a una bestia salvaje que bien podría rasgarle el cuello con sus dientes. Su efímero pánico dio paso a la furia protectora, porque nadie tenía derecho a hacerle daño a su hija. Se llevó una mano a la espalda para coger el cuchillo que siempre cargaba consigo en caso de emergencia, sus instintos maternos tan fuertes como los de cazador.

Fue rápida y silenciosa al coger al animal por sus colas como era debido mientras empuñaba el cuchillo con otra. El zorro chilló por el repentino ataque, despertando a Scarlett en el acto. La niña abrió ampliamente los ojos ante la escena y se apresuró a coger el kitsune con sus brazos como si así pudiera salvarlo. No llegó a tiempo. Vio la sangre y escuchó el grito de dolor del zorro cuando la señora Reed logró cortarle una de sus colas. Scarlett lo cogió entre sus brazos para recuperarlo de su madre y el zorro la mordió por puro instinto ante el pánico de ser atacado.

El agudo grito de Scarlett cuando los afilados dientes del animal perforaron por completo su piel bastó para distraer a su madre. La señora Reed aflojó lo suficiente su agarre como para que el zorro pudiera liberarse y saltara al suelo. Miró con culpa a la niña llorando mientras apenas podía contener su propio dolor por la herida sufrida. Su propia sangre no dejaba de brotar y manchar su blanco pelaje, del mismo modo que el rojo corría por el brazo de la niña al haber desgarrado tanto su carne. Scarlett lo miró con sus ojos llenos de lágrimas y entonces gritó más para captar por completo la atención de su madre y que ella no saltara sobre el zorro de nuevo.

La puerta principal se abrió violentamente cuando el señor Reed corrió dentro para ver qué le había sucedido a su familia, el kitsune no perdió la oportunidad de huir al ver una salida. Corrió tan rápido como le fue posible, deslizándose entre las piernas del cazador y saliendo fuera, dejando un rastro de sangre tras de sí. El señor Reed se dio vuelta dispuesto a seguirlo y concluir lo que su esposa había comenzado pero se congeló cuando la señora Reed gritó por ayuda al sostener a una Scarlett con ojos cerrados entre sus brazos. La criatura podía esperar, de todos modos no llegaría muy lejos en tal agónico estado. Él corrió para coger a la niña entre sus brazos mientras la mujer iba por el botiquín de primeros auxilios.

Scarlett mantuvo sus ojos cerrados y fingió estar dormida hasta que sus padres finalmente la dejaron en su cama y cerraron la puerta luego de varios minutos junto a ella. Esperó a escuchar sus pasos en el piso inferior, su discusión a gritos sin importancia para ella, antes de atreverse a abrir sus ojos. Hizo una mueca al ver su delgado brazo completamente vendado, había escuchado a sus padres comentar que dejaría una buena cicatriz y que podría dolerle por semanas. Pero, a pesar de todo, no podía dejar de pensar en el zorro. Dos colas, nada más que una cría. El único modo efectivo de matar a un kitsune era cortándole todas sus colas, y su madre casi lo había hecho con él.

Esperó en silencio, intentando comprender esos insoportables y pesados sentimientos al interior de su pecho. Abrazó sus rodillas, pensado en todo lo que le había escuchado decir durante la noche. Los kitsunes podían ser salvajes, considerados demonios por los demás al tomar otras apariencias para su beneficio, o podían elegir una vida domesticada y ser pacíficos al servir como mensajeros de entes superiores. Bien entrenados, podían llegar a ser extremadamente sabios y serenos, inofensivos en todo aspecto. Los kitsunes de nueve colas eran los seres menos violentos y peligrosos que debían existir. Ella casi se estremeció al pensarlo.

Cuando su madre se pasó por su habitación para ver cómo estaba, apenas fue capaz de responderle monosilábicamente mientras pretendía estar demasiado cansada para charlar. Cada vez que la veía, no podía hacer nada más que pensar en lo tranquilo que el kitsune había estado durmiendo a su lado hasta que ella lo había cogido con la intención de matarlo. Solo podía pensar en ella sosteniendo una de sus colas en una mano, y el cuchillo ensangrentado en otra. ¿Cuántas veces había sido así? ¿Cuantas historias que Scarlett había idolatrado no eran más que cuentos de terror para otros? Él le había dicho, que de describirle a los monstruos que habían matado a su familia, no sería capaz de dormir por días. Ahora le creía.

—Mamá —llamó ella antes que la señora Reed abandonará su cuarto—. Ya no quiero ser una cazadora.

—Tan solo estás asustada, es normal.

La mujer le ofreció una de sus más dulces sonrisas pero Scarlett tan solo la sintió como falsa. No le creía, pero hablaba en serio. No podía pensar en querer ser como sus padres, a pesar de cuánto lo había deseado antes. Ellos creerían que era tan solo una etapa, pero se molestarían cuanto más ella insistiera en su negativa por darle la espalda a su deber. No le importaba. Se negaba a pasar de nuevo por algo similar o ser la causante del dolor de otro.

Aguardó hasta que sus dos padres estuvieran durmiendo antes de salir de su habitación. Sabía que habían discutido sobre cuándo cazar al zorro, decidiendo finalmente que esa noche se quedarían en casa para cuidarla y asegurarse que estuviera bien. Scarlett bajó las escaleras en silencio solo para coger un cupcake y la piel que sus padres tan orgullosamente exhibían en su sala. De regreso en su habitación, dejó todo junto a la ventana y se recostó de espaldas a esta. Quería creer que él había logrado refugiarse y tratar sus heridas. No sabía lo que sus padres habían hecho con la cola, y tampoco era como si sirviera de algo devolvérsela, pero si al menos podía darle lo que le pertenecía...

Cerró los ojos, sintiendo las lágrimas por la culpa y la tristeza. Fue incapaz de hacer otra cosa que mirar su móvil durante toda la noche. Los chicos seguían hablando en el HuntChat y Missy le había enviado algunos mensajes quejándose porque el cambiaformas le había vaciado el refrigerador y había partido. Casi sonrió al leer las quejas de su prima. Deseó haber sido tan rebelde como ella en vez de haber seguido las reglas tan al pie de la letra, quizás de ese modo la historia sería diferente. ¿Cómo podía haber estado tan ciega, al creer estar haciendo bien cuando solo hacía mal? ¿Cómo había sido tan ingenua de creer que era la heroína de la historia, y no la villana? Casi esperó recibir un mensaje de su parte, pero no fue así.

Cuando finalmente amaneció, ella se negó a levantarse a pesar del llamado de sus padres para el desayuno. ¿Cómo sentarse frente a ellos y pretender que no sabía lo que sabía? Jamás imaginó que la palabra cazador pudiera ser sinónimo de asesino, y ahora no podía dejar de pensar en ello. Se dio vuelta temiendo que si seguía mirando la puerta de su habitación, eso de algún modo invocaría al señor y la señora Reed. Se quedó quieta al ver que la ventana se encontraba vacía. Sonrió sin poder evitarlo ante el dibujo de un envoltorio de cupcake vacío junto con las palabras debajo.

Cumple tu promesa, red-chan.

Lo haría. No sería como sus padres, podía ser mejor que ellos. Podía compartir con otros lo que había aprendido, para intentar hacer un cambio al respecto. Si algo había aprendido de esa experiencia, era que resultaba mejor enseñar en vez de imponer y que era necesario aceptar otros puntos de vista porque tal vez, cegada por su inocencia al confiar en conocidos hablando sobre extraños, pasaba por alto que quizás ella estuviera equivocada con lo que creía correcto.

Fin.

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