Capítulo 17 "Metamorfosis"
Era el titular número uno y cientos de llamadas inundaban la oficina del alcalde, los reportes le esperaban afuera cómo ambrientos lobos detrás de una jaula.
Observa el televisor y la reportera del canal nueve entrevista al grupo de jóvenes que encontró el cuerpo de carne sin forma humana.
El señor Ángel se queda tieso con los ojos bién abiertos y el teniente se detiene —Si, lo estoy viendo justo ahora—. Se escuchaba una fuerte voz salir de su teléfono, inala profundamente y se pasa una mano sobre la frente — Sí alcalde me encargaré enseguida, descuide—. Pero la voz era tan potente que el señor Ángel logra oír lo que decía —Esta es la tercera vez que me dices lo mismo y ahora tengo otro muerto en mi ciudad. Te lo advierto, si no lo atrapas antes de finalizar el mes te voy a degradar a guardia de estacionamiento — Cuelga.
El teniente estaba que se golpeaba la frente, ahora todos los noticieros incluyendo los extranjeros estaban pregonando el horror que cargaba la ciudad de Carlima—¡Malditos reporteros!— exclama casi lanzando el celular —Siempre complicando las cosas —. Se coloca su chaqueta de policía y señala — Te lo dije, hay otro hijo de perra—. Recoge la llave de su auto y cierra la puerta con tanta fuerza que hace vibrar las ventanas.
El señor Ángel seguía clavado ante el televisor pero su mirada distante lo ubicaba en otro lugar, pero un aroma a jazmín y jabon lo jala hacía la sala de su casa y esa sensación premonitora le tensaba las venas de su frente, sintiendo una fuerte presión en el cuello al escuchar esos pasos ligeros y casi silenciosos, su estomago se prensa al oír esa indiferencia abrir la nevera. Se acerca paso paso cómo si esperara algo terrible y allí estaba su nieta, tan tranquila, sin un ápice de remordimiento, adviertiendole que queda poca leche. Cuándo alza la cabeza observa a un viejo con el filo de su mirada apuntadole a los ojos, era la reacción de un hombre qué se siente traicionado.
Ella se queda quieta y en guardia, por primera vez su corazón comienza acelerarse, estaba convencida que era por algo muy grave pero no sabe de qué, hasta que vio el control remoto en su mano y las últimas palabras de la periodista hablando de la masacre de la avenida Rosa María.
—Fuiste tu ¿Verdad?— dice con una voz potente y monstruosa. En su interior deseaba escuchar un no pero si así fuera, la duda no se lo permitiría. Nima abre más los ojos, se sentía indefensa, cómo un imprudente cordero pastando por la guarida del lobo, retrocede un paso, respira profundamente hasta que declara —Ese hombre se lo merecía.
—¿De esa manera?—señala el señor Ángel esperando escuchar una respuesta sensata cómo aceptar su equivocación. Pero conoce su mirada orgullosa, lejos estaba de aceptarlo hasta que lo reafirma—El hacía lo mismo con sus víctimas. Debía probar el mismo dolor que infligía.
Él señor Ángel se queda en silencio hasta que dice —¿Eso fue lo que él te dijo?
Nima dispara una mirada penetrante, seguía callada pero cada vez se enrojecia más y exclama —¡Es cuestión de lógica!
Dentro de la dura expresión del señor Ángel estira una sonrisa vacilante pero la detiene y las venas de su frente se acentuaban más —¿Lógica? Para nosotros es diferente. Somos asesinos más no unos sádicos.
Los ojos de Nima se volvieron tan filosos que parecieran hinchados, hasta que estalla—¡Mira quién habla de sádicos! Por lo menos no he roto el código, el tuyo, cómo tu lo hiciste.
Ese atrevimiento era una enorme falta de respeto, se acerca con intención de atacarla, pero se detiene, observa que su nieta tenía intención de lo mismo, vio que escondía una mano, nunca ha sido descuidada en la defensa. A pesar de sus años no ha perdido las habilidades y no importa cuál sería la acción de su nieta, para él sigue siendo indefensa cómo un cordero disfrazado de lobo. Respira profundamente y se inclina hacía ella diciendo —Si sigues haciendo eso vas a querer llegar más lejos y creeme—señala— que no podrás remediarlo.
Nima achina los ojos y relaja sus hombros mientras observaba cómo su abuelo abandona la cocina, estuvo cerca, suelta el tenedor que tenía entre sus dedos. Para ella su advertencia le era solo un achaque senil. Después de aquella noche, siguiendo los consejos de su novio se setia diferente, renacida y poderosa.
Dias después, una siguiente víctima es encontrada debajo de un puente antes del amanecer, su rostro estaba deforme y abierto, un hueco que vomitaba sangre se derramaba en medio de sus piernas y su espalda se abría en dos siendo levantados por cuatros ganchos que eran tensados por varias cuerdas que jalaban un extremo de otro extremo, obligando al cuerpo sujetarse ante esos pliegos de carne que abrían unas alas.
El teniente se impresiona tanto que resiste las ganas de vomitar y se devuelve a su auto, se recuesta en el asiento y respira un poco, a recuperar la calma y la fuerza de su autoridad. En toda su carrera como policía nunca se ha enfrentado a una escena de crimen cómo la que acaba de contemplar. Comienza a sospechar que el monstruo de la noche está intentando desatar la naturaleza oscura que a retenido el otro asesino. Pero sospecha que el otro asesino es más despiadado y le está gustando. Esta vez su método se está volviendo más complejo y lejos de ser un mero acto de asesinato lo está convirtiendo en un símbolo artístico depravado, un mensaje, de que está viviendo una metamorfosis, cómo una oruga a una mariposa.
En el instituto, Nima dibujaba una chica con alas de mariposas, pero cuándo era el turno de dibujar el rostro, sólo rayas desordenadas pintaba esa parte. Rebeca intenta llamar su atención pero ella le ignoraba. Se estaba volviendo común su indiferencia, varios días siente una actitud distante y extraña. Aprovecha su distracción mientras estaba recogiendo sus libros y le dice —Oye ¿Estás molesta conmigo?
Nima cruza sus ojos hacia ella pero la devuelve al casillero—No—dice al fin.
—Entonces ¿porqué no me has dirigido la palabra desde el lunes?
—Lo siento, he estado cansada.
—¡Otra vez! amiga ¿Qué te tiene tan desvelada?
De repente va pasando Richard y le giña el ojo, Nima con una sonrisa le saluda, Rebeca observa algo en ella que la hacía ver diferente. Mejillas ruborizada, mirada risueña y distraída, conociendo lo que significaba levanta una ceja y se cruza de brazos —Espera, el y tu están...—hace una señal juntando sus dos índices. Nima con una mirada de atrapada asiente conteniendo una sonrisa. Rebeca hace un chillido que casi brinca y dice —¡Amiga!— le agarra un brazo —¡Cuéntamelo todo! sin omitir los detalles sucios.
Mientras iban caminando, un joven se tropieza de hombro con ella y exclama —¡Tu papá es un inútil!
Nima se detiene y se vuelve hacia él —¿Qué dijiste?— El chico observa sus ojos, era de un brillo tan potente que daba la impresión que estaba cambiando de color a rojo. Se echa para atrás pero mantiene el pecho en alto y levanta más la voz hasta salpicar saliva—¡Estas sorda! dije que tu papá es un inútil.
Varios jóvenes se detienen a observar la disputa. El rostro de Nima se estaba poniendo rojo y le señala con el filo de su dedo—Retractate de los que dijiste—. El joven de cachetes inflados y de mirada arrogante, que escupía saliva cada vez que alzaba la voz, continúa —No, las personas siguen muriendo y aún no atrapan al asesino. Por eso tu papá es un pedazo y tonto INÚTIL.
No basto ni medio segundo cuándo es empujado hacia la pared y su cuello sentía la filosa presión de Kitty que logro abrir la primera línea de sangre que a gotas manchaba la camisa azul celeste del pobre joven. Sus ojos se abren cómo si gritaran, levanta las manos y pide perdón mientras que sus mejillas se deslizaba las primeras gotas de lágrimas, en medio de la entrepierna de su pantalón verde alfalfa comienza a humedecerse y un fluido claro y caliente se deslizaba por sus calcetines rosados. La mirada asesina de Nima se apaga, su compañera silenciosa la expuso una vez más. Gira a su izquierda y observa los ojos del miedo que cargaban todos en el pasillo, enmudecido cómo horrorizados y a su derecha estaba su amiga que compartía aquella misma expresión. Lo suelta y cae al suelo arrastrándose en cuatro patas hasta poder levantarse y correr al campus.
Cada vez más jóvenes se sumaban al ver lo que escondía Nima, el filo de Kitty era el centro de la atención, comenzaba a manchar de sangre el suelo blanco y brilloso del pasillo. Los murmullos no paraban hasta que alguien exclamó sangre y los murmullos se hicieron más fuertes. Nima se acerca a Rebeca, ella retrocede sin perder de visita el cuchillo que aún cargaba con firmeza —¿Porque cargas ese cuchillo?—. Ni una palabra le venía a la cabeza para explicar tal asunto.
—Pudiste haberlo matado.— Dice con una expresión de no poder creerlo. Nima observa a su alrededor, todas las miradas caían sobre ella, estaba rodeada, acorralada, se convirtió en un horrible espectáculo, hasta que de repente alguien rompe los murmullos exclamando — Ella es una amenaza —. Alza la mirada y se trataba de Beatriz. Aquella chica toca el hombro de Rebeca cómo si fuera su salvadora y le dice —Te advertí que escondía algo. Es una loca y muy peligrosa. Deberían encerrarla.
Rebeca estaba sorprendida y confundida, veía anonadada ese filósofo cuchillo y luego sube los ojos hasta encontrarse con los de ella, ya no la reconocía. Nima no soportaba ser observada de esa manera, cómo si fuera un monstruo, siente como si algo en su interior se rompiera causándole mucho dolor, levanta la cabeza y cientos de miradas la señalaban, retrocede y corre alejándose de la única persona que la hacía sentir humana.
El señor Ángel entra en el sistema de registro nacional de seguridad federal con el usuario de su hijo. De su libreta saca una hoja con el número de matrícula que alcanzó ver de la moto de Richard. Reconoce el modelo, una Harley negra de cuero en los asientos. Allí estaba el nombre del titular más su número de identificación. Richard Alejandro Bundy Ramírez, en sus antecedentes encontró la confirmación de todas sus sospechas. Aquel joven fue encerrado varias veces por robo con mano armada, peleas en la calle y vandalismo. Perteneció a una pandilla de motociclitas llamados los Marginados del Norte, además se le acusa de haber golpeado y violado a varias prostitutas. Era el tipo de persona que cumplía con todos los requisitos de ser cazado por el verdadero Ángel de la muerte. Se preguntaba ¿Cómo atraer a esta nueva presa? Hasta que se despierta de su largo sueño su compañero silencioso y le susurra una idea.
Nima se esconde en el baño y observa su reflejo, tenía una gota de sangre en su mejilla izquierda, se la frota y observa algunas cicatrices de sus manos. Recuerdos de su largo aprendizaje cómo asesina, se preguntaba la razón de sentir ese deseo de hacer lo que hace. Se vuelve a ver en el espejo pero con amargura. Se preguntaba si ese particular sentimiento de auto desprecio era semejante a la conciencia. Observa a Kitty y su filo brillante seguía teñido con sangre. La levanta y al ver su reflejo lo despreciaba, deseaba que desapareciera esa chica. Una idea en la cabeza pasa por su mente y rosa el filo por una blanda y verdosa linea que se resaltaba en la palidez de su muñeca. Tan sólo sería un corte firme, profundo y rápido, nada complicado. Sólo había que acabar con ese último monstruo y ya sería libre.
En ese momento suena su celular y solo se lanza a contestar —.Hola pequeña ¿Cómo ha estado tu día?—se restriega las lágrimas de su mejilla y dice —Bien, aquí con tareas y clases— le parecía curioso que su padre la llamara así de repente y le pregunta —¿Sucede algo?
—Bueno, es qué... no sé, algo me decía que necesitaba hablar contigo ¿Cómo están tus clases de canto?
—Si, están bien
—Ha que bueno y ¿Tú amiga? Nunca la has invitado a una pillamada.
—Nunca he tenido una de esas pillamadas.
—Sería bueno que tengan una ¿Porqué no la invitas?
—He... ¿Si? lo pensaré y te digo.
—Ya no lo pienses.
—¿De qué hablas?
—Estaba bromeando, buen en parte. Tu abuelo y yo teníamos pensado hacer una cena para conocer a tus amigos, así qué la invité. Sorpresa.
—¿Amigos?
— Sí, espero tu asistencia—hace un gemido amistoso— No me vayas a dejar mal.
Nima frunce la mirada sin decir una palabra. Su padre al no recibir alguna emoción de sorpresa o algún gesto de palabras, solo se anima en decir —Bueno pequeña nos vemos. Te quiero mucho. Adiós.
Antes de que Nima dijera algo cuelga, ahora la idea que le rezonaba en la mente al escuchar lo plural de la palabra. Se preguntaba ¿A quién más había invitado? A pesar de sus esfuerzos de encajar en el mundo de los adolescentes. No era del todo eficaz para obtener la amistad de muchas personas, no por si misma. En cuanto a Rebeca le era fácil, tenía un encanto propio que atraía, cómo un imán a varias agujas.
En esa misma noche el señor Johns estaba arreglando los obsequios de los invitados. Nima se detiene y cuenta seis, observa las bolsas y parecía más bien uno de esos cotillones que regalan en las fiestas infantiles con adornos de princesas. El las observa con un brillo de emoción en los ojos —¿Qué te parece?—dice. Nima le daba un sentimiento de dar una impresión infantil con esas personas que son sus amigas. No le gustaba dar esa imagen pero ante los ojos de su padre era cómo si celebrara el cumpleaños número 5 o 10, olvidando que está tratando con una chica de 17.
Observa su mirada, irradiaba una luz de felicidad. De repente, al ver sus ojos se le avivava una extraña sensación en el interior que le animaba de no romper su ilusión, se da cuenta que esto es más importante para él que para ella. No comprendía ese sentimiento de aceptación pero respetaba los sentimientos de su padre. Sonríe y dice —Están preciosos, les van a encantar.
El señor Santos se sonroja un poco, primera vez que siente una conexión con su hija, algo con que compartir al fín, aquél sentimiento no lo contiene, a pesar de ser un hombre duro, al estar cerca de su hija se siente tan frágil como la porcelana. Su mirada vidriosa le delata y dice —A tu madre les hubiera encantado. En ese momento interrumpe el señor Ángel y dice —Por favor, ayudenme a poner la mesa, ya van hacer las siete.
Nima observa enrarecida la atención amable que tiene su abuelo, conociéndolo, tomaría más de una noche para apaciguar su orgulloso corazón, si es que a eso se le pudiera comparar. Pero reconoce que no sería raro seguir jugando la ley del hielo en presencia de su hijo ante tal ocasión, ya que lo obligaría a dar una incomoda explicación que ni él ni ella quisieran relatar en una mesa con sensibles invitados.
La manecilla pequeña del reloj marcaba las 7 pero la grande estaba señalado una línea después del número 10. El teniente observa su reloj y comprobó que el tiempo estaba en lo correcto. En su trabajo, esperaba que se respetara el tiempo, es la disciplina militar con la que sigue manteniendo y el retraso era algo intolerable. Pero en estas circunstancias no tenía la autoridad de exigir estrictamente la llegada de los invitados, pero el tiempo seguía su curso y la aguja grande señalaba el número 30.
Levantaba y bajaba repeditas veces la punta de la planta de su zapato izquierdo, se pasaba una mano sobre la cara hasta deslizarlo en su cabello una y otra vez, volviendo a ver el reloj para luego corroborarlo con su reloj de muñecas y seguía acertando el frío tiempo. El señor Ángel sonríe diciendo —Son jóvenes, el retraso es algo común en éstos últimos tiempos. Ya deben estar por llegar.
El señor Santos observa a su padre con un pesar en la mirada pero luego a su hija y sonríe diciendo —Claro, ya están por llegar. El olor de la lasaña del abuelo los hará correr a la puerta. Ya lo verás—. Actúa cómo si no le afectara pero después de terminar de lucir su calmada sonrisa no dejaba de ir de un lado al otro entre la puerta y el inclemente reloj que hacía sonar con su clic clac ante tal amargo silencio, a la espera de la dudosa llegada de los invitados.
Sigue pasando el tiempo y la manecilla larga del reloj era implacable y cada ves la pequeña está más cerca del número 8. El teniente seguía corroborandolo con su reloj digital y se notaba un profundo pesar en su mirada. Nima estaba convencida que nadie vendría, era más lógico que del cielo cayera una lluvia de fuego, a que lleguen las personas que piensa su padre que son sus amigas y menos ahora con lo que a ocurrido.
El señor Santos le daba pena asomarse para verla, al parecer la ausencia de los invitados le estaba afectando mucho, por primera vez quería se parte de la vida de su pequeña y con este gesto que le sugirió su padre era el camino para lograrlo. Pero la desilusión lo cubrió completamente. Estaba apunto de recoger los regalos hasta que escucha que alguien tocaba a la puerta. Gira los ojos y se queda quieto, se preguntaba si era producto de su mente y al fin suena que alguien vuelve a tocar, le clava una sonrisa a su hija que seguía recostada en su asiento en un sliencio de expectativa. Se lanza en abrir hasta que su sonrisa es detenida por una silenciosa impresión, en vez de observar a una pequeña chica, había un joven alto de chaqueta negra, pantalones ajustados, cadenas en el cuello y la cintura, lo que más le sostuvo la mirada era su camisa de calavera escondido detrás del cierre abierto de la chaqueta de cuero. —Hola mucho gusto señor— extiende la mano cómo un caballero de etiqueta. El teniente le recibe la mano pero no dice media palabra, voltea hacia atrás y sale su padre —Oh ya llegó mi invitado. Hijo te presento a Richard es el gran amigo de mi nieta.
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