Capítulo 2

Abrí los ojos nada más volver en sí, comprobando que ya no estaba fuera, en el bosque. Los estímulos del lugar no tardaron en ser captados por mi cerebro como si fueran flashes de neón, aturdiéndome.

Podía notar como un intenso olor a moho y cerrado llegaba a mis fosas nasales; podía sentir unas fuertes cadenas metálicas atadas a mis manos con algún tipo de líquido corrosivo especial que hacía escocer mis muñecas; podía percibir los escasos muebles del pequeño lugar a pesar de la oscuridad que albergaba mi alrededor y, sobre todo, fui capaz de hallar la presencia de un hombre mayor y desgarbado, con cabello canoso y unos pequeños ojos oscuros que me miraban desde las tinieblas con recelo y odio.

Parecía una cabaña, pues todo a mi alrededor era de madera. Era un lugar bastante sobrio y sencillo, no parecía una vivienda. Mis ojos captaron unos objetos extraños y punzantes, incluso tenía algún crucifijo y pequeños botes de cristal con algún tipo de líquido transparente. No era un lugar normal y la palabra peligro rebotaba en el ambiente, avisándome que debía encontrar la manera de irme cuanto antes si quería mantener lo que me quedaba de vida intacta.

—¿Quién eres? —Pregunté después de tragar saliva y parpadear varias veces seguidas, pudiendo captar el rápido movimiento del hombre, sujetando una especie de jeringuilla—. ¿Qué quieres de mí?

—Cállate —bramó el hombre con voz rasposa—. No converso con seres malignos.

Tanteé mi alrededor en milésimas de segundo, tratando de hallar la manera de salir. Me moví de forma descontrolada tratando de deshacerme de la fuerte sujeción que las cadenas ejercían sobre mí, pero era imposible. Cada movimiento que producía me generaba un pequeño desgarro en la piel, me ardía.

De repente fui golpeada por el fuerte olor corporal que ese hombre tenía y arrugué la nariz en respuesta. Era tan intenso que me generaba ganas de vomitar y me mareaba. No parecía normal. Reprimí un grito al sentir sus ásperas manos aferradas a mi barbilla, analizando mis ojos con expresión repulsiva. No sabía quién era ese hombre pero podía sentir las vibraciones de su alma y su respiración agitada, podía oler su odio.

No parecía un dhampir. De serlo ya me hubiera matado o estaría en una situación peor de lo que estaba. Al menos eso quería pensar. ¿Era un humano normal? ¿Un fanático antivampiros cuyo único objetivo era proteger a la gente de su alrededor? ¿Dónde demonios me encontraba? ¿Y dónde estaba Nikola cuando le necesitaba?

Abrí la boca para formular una nueva pregunta pero mi voz quedó ahogada al ver cómo se hacía un pequeño corte en el brazo con un cuchillo afilado y unas gotas de sangre brotaban, haciéndome aspirar su dulce aroma, recordándome al vino que tantas veces me ofrecieron los hermanos Herczeg y bebí extasiada.

La bestia de mi interior despertó con ferocidad y se abalanzó sobre el hombre, mientras que unos colmillos comenzaron a aparecer, produciéndome un daño intenso en las encías. Podía sentir como el tono azulado que caracterizaba a mis ojos se tornaba negro, sanguinario, como si la oscuridad estuviera emanando de mi interior. Incluso las venas que protegían la zona ocular luchaban con sobresalir, rasgándome la piel.

Pero las cadenas me impidieron lograr mi objetivo, haciéndome soltar un alarido de dolor al clavarse más hondo en mi interior, bloqueándome cualquier tipo de movimiento. Entonces el hombre se movió con una rapidez impropia para la edad que debía tener y me clavó la jeringuilla en la clavícula, produciéndome un malestar instantáneo que me hizo retroceder, chocando contra una pared cercana.

—Neófita —susurró, captando mi atención.

Me removí con angustia tratando de quitar la aguja afilada que seguía clavada en mi piel y un resquemor empezó a recorrer mi cuerpo, generándome irritación. Me sentía como si hubiera caído en el monte y hubiera terminado topándome con un montón de ortigas.

Intenté exhalar el mayor aire posible y empecé a rascarme de forma frenética mientras observaba con preocupación mis brazos, pues unos pequeños círculos rojizos empezaron a aparecer.

—¿Qué me has echado? —gruñí deseando atacarle nuevamente, movida por la sed de sangre.

—Interesante —respondió él de forma escueta, ignorando mi pregunta.

—¿Quién eres? —repetí molesta, tratando de deshacerme de las cadenas.

—Cállate. No he terminado contigo. Tus reacciones son...peculiares.

Observé con cautela como me daba la espalda para alejarse hacia una esquina de la sala, donde había una ventana antigua, con una persiana de madera rota que filtraba la escasa luz que la luna debía estar emitiendo en la oscuridad.

Aproveché su descuido para intentar abalanzarme de nuevo, dejando que la bestia dominara mi cuerpo y se encargara de transformar el miedo que estaba sintiendo en un instinto primitivo y animal, cubierto de hambre y odio irracional. Podía escuchar el chirrido de las cadenas al desplazarse por el suelo, rozando mi liberación, pero se adhirieron más a mi piel, devolviéndome al mismo lugar.

—Deja de malgastar fuerzas. Todavía tengo mucho que investigar —me advirtió sin ni siquiera temblarle la voz. No estaba asustado, ni su corazón se había acelerado. Parecía tranquilo observando la mesa que estaba frente a él, repleta de objetos.

Aprecié como rebuscaba entre sus cosas hasta encontrar una libreta negra y forcé la vista para leer las palabras que tenía escritas. Su letra era prácticamente ininteligible, con una grafía pegada y cursiva, con trazos entrelazados y tachones entre los párrafos, pero pude entender algunas palabras, como religión y tortura. ¿Estaba experimentando conmigo? ¿Era algún tipo de conejillo de indias?

—Han pasado unos minutos y sigues en pie. No lo entiendo —murmuró para sí, pero mis finos oídos fueron capaces de captarlo como si lo hubiera dicho a viva voz.

—Déjame en paz —protesté, tratando de zafarme de las cadenas que me bloqueaban—. No quiero hacer daño a nadie.

—Eso me pareció al ver cómo te abalanzabas hacia la pobre muchacha.

—¡Tú la ataste! Y no quise...yo... —respondí, abrumada por los remordimientos que golpeaban mi parte sádica—. Yo no quise esto.

—No la até. La encontré así cuando me acerqué para ver qué alaridos eran esos. Iba a liberarla pero entonces te sentí —contestó con tranquilidad, debatiéndose entre un arma de tortura u otra—. No pareces un neófito normal, no respondes igual que ellos. Pero tus impulsos por la sed de sangre te delatan, sin duda tu transformación es reciente. Así que seguiré hasta averiguar el motivo de tu resistencia. Ya va siendo hora de terminar con esta era de oscuridad y muertes.

Me removí de nuevo para intentar librarme de su ataque, pero su velocidad y reflejos eran impresionantes para ser un hombre viejo. Sin duda debía de ser algún tipo de cazador. El contenido de la segunda jeringuilla empezó a expandirse por mi interior, quemando mis músculos y huesos lentamente, dificultando que mis pulmones pudieran retener el oxígeno.

El hombre se mantuvo inmóvil, con sus ojos fijos en mí. Parecía estar disfrutando observando cada movimiento que daba, cada sonido de dolor que producía, cada gesto de desesperación que era incapaz de inhibir. Realmente estaba experimentando conmigo.

Un sentimiento de angustia invadió mi cuerpo, incrementando la adrenalina que sentía en ese momento. No conocía mis capacidades, no sabía lo que sería capaz de soportar y ese hombre parecía dispuesto a torturarme hasta matarme. Necesitaba ayuda con urgencia, pero ¿quién me iba a ayudar? Ni siquiera sabía dónde me encontraba y seguramente Nikola no se había percatado de mi desaparición. Nadie podría salvarme aparte de mí misma. Tenía que romper las cadenas antes de que fuera demasiado tarde, aunque me quedara sin articulaciones.

Eché la cabeza hacia atrás tratando de asimilar el dolor que estaba recorriendo cada resquicio de mi cuerpo, como si hubieran prendido una llama en algún órgano cercano. Mi corazón bombeaba más lento y mi garganta empezaba a cerrarse, asfixiándome. Debía apurarme.

Me removí de nuevo y empecé a moverme de forma desesperada. Mi cerebro me suplicaba que buscara la manera de liberarme pero mis pupilas estaban centradas en la sangre que aún sobresalía del corte de su brazo. Estaba sedienta y mi bestia interna rugía como nunca, deseando abalanzarse y hundir los colmillos en su piel.

El hombre aprovechó mi trance y me disparó cerca del pecho con algún tipo de objeto punzante, provocando que mi alrededor diera vueltas y mi cuerpo se desplomara en el suelo, haciéndome perder el conocimiento durante unos segundos.

Al abrir los ojos de nuevo intenté levantarme, pero parecía que una inmensa roca invisible me impedía hacerlo. Parecía que mi cuerpo pesaba toneladas y los músculos no me respondían, unas fuertes descargas de fuego me bloqueaban.

—Déjame —supliqué con un hilillo de voz—. Yo...

—¿¡Por qué no te mueres!? —Protestó con tono desesperado—. No lo entiendo. ¿Qué cojones eres? Tendré que informar a...

No fui capaz de escuchar el final de la frase. Un molesto pitido atacó mis oídos, haciéndome chirriar los dientes. Sentía como mi cuerpo me ardía, cada movimiento que intentaba dar hacía que mis músculos se resquemaran y en consecuencia soltaba unos sonidos lastimeros. Estaba perdida. Ese hombre no descansaría hasta lograr su objetivo y la oscuridad que me albergaba parecía estar tan atada como yo.

Iba a morir.

Mis ojos apreciaron como el hombre se acercaba de forma lenta pero segura. Cada paso que daba resonaba en mis oídos, generando un eco molesto que rebotaba en mis tímpanos por encima del pitido que aún seguía, torturándome. Incluso, de fondo, podía escuchar las manecillas de un reloj cercano, con ese ritmo agónico pero constante que me avisaba lo que estaba a punto de suceder. Me informaba de mi final.

Mis sentidos respondieron tratando de moverme al sentir el tacto de su mano sujetándome el mentón, analizando cada recoveco. Entonces capté como sus latidos se incrementaron y su respiración empezó a agitarse de nuevo, antes de escuchar un murmullo helador, casi parecía un escalofrío.

—El dije...no es posible.

No me hizo falta escuchar nada más. Absorbí la poca fuerza que me quedaba y di vueltas por el suelo para intentar poner a salvo mi bien más sagrado. No permitiría que nadie me lo arrebatara, pues lo único que tenía claro era que el regalo de mi padre sería mi salvación.

—¿Por qué tienes ese dije? ¿A quién se lo quitaste? —preguntó con tono desesperado, moviendo sus ojos de forma frenética.

—¡A nadie! —chillé, protegiéndome de él—. Es mío.

—¡Eso es imposible! —respondió, acercándose para tratar de quitármelo.

—No dejaré que lo robes. Me pertenece.

Me moví con rapidez, rebotando contra una pared cercana, mientras que las cadenas chirriaban en respuesta. Podía sentir como estaba cerca de conseguir liberarme. Solo necesitaba un empujón más.

Cerré los ojos pensando en mi familia y amigas, en todo lo que llevaba vivido. Me aferré a mis ansias de vivir y conseguir recuperar todo lo que había perdido. Se lo debía a mi madre, a Ana, a Angie... a cualquiera que había creído en mí. Entonces tiré de las cadenas mientras soltaba un alarido de dolor. Y ellas chirriaron en respuesta, terminando por soltarse del enganche al que se aferraban.

No le di oportunidad de actuar en respuesta. Dejé que mi impulsos de supervivencia se movieran por mí y reboté contra las paredes y mobiliario del pequeño lugar, abalanzándome hacia la puerta de salida. Forcejeé con la cerradura hasta conseguir abrirla pero sus fuertes manos me detuvieron, empujándome contra el interior.

—Antes muerto a dejar que te vayas —bramó, acercándose hasta mí—. Dámelo.

—Eso nunca —respondí, tratando de estabilizarme y nivelar mis sentidos.

Giré la cabeza en dirección a donde él se encontraba para dar un salto que me hiciera apartarme pero el hombre fue más rápido. Sus manos arrugadas encontraron mi cuello y sus firmes dedos se hundieron en mi piel, produciendo un movimiento brusco que me impidió hacer cualquier movimiento posible. Solo fui capaz de captar una presencia cercana que se aproximaba hasta donde estaba a gran velocidad, antes de desplomarme por completo. Exhausta.

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