❄ Capítulo 4: Sigilo 🍃

— No me sorprende que renunciaras. De todos modos, jamás perderé tu rastro —

— Sólo no encontré motivos para seguirle los pasos, y me fuí ¿Por qué debería ser distinto contigo? —

— Ya lo descubrirás, en el momento que te atrape desprevenida—

Los días que más detestaba, eran los traicioneros.

Esperaba con ansias una gélida y abundante lluvia de otoño, y siempre olvidaba pedir algo más: que dure. Sólo observar al sol asomarse por entre las nubes le provocaba incomodidad, ya que la sensación pegajosa de la calurosa humedad la hacía sentir sucia, y por alguna razón, una tonta.

No obstante, al entrar a su oficina, se sintió el monumento a la ridiculez. Se encontraba moralmente en falta ante tal hecho: claramente, ese "collage" en medio de la sala era un burlesco mensaje hacia su licenciatura en investigación, y peor aún, un atentado hacia su integridad personal.

Un reto donde tomaban parte las personas equivocadas, y que se observaba al clima acompañar el sentimiento con una asquerosa y sofocante lamida de amargura. Entre cintas, estampillas y libretas viejas, se distinguían las camelias ya secas que suponía haber guardado en su biblioteca.

— Es un desconocido muy peligroso. . .— 

— No, señor Gray — acariciando uno de los pétalos, contempló el rastro de hielo en la alfombra —   La mayor amenaza se encuentra en aquellos que creemos conocer—

Necesitaba paz en su agobiada mente, ya que su corazón no le encontraría tan fácilmente. En su hogar, sólo la esperaba una familiar nostalgia, inadecuada a la situación actual. Prefirió quedarse allí, dentro de su espacio de trabajo, en el desierto edificio de Arqueología. Sin embargo, la frescura impregnada del aroma a papel antiguo la invitaba a pasearse por la biblioteca, en el fondo del "laberinto", como solían apodarlo los alumnos.

Siempre encontraba divertida la idea de que sus estudiantes lo usaran de excusa para llegar tarde a clase, siendo recurrente la coincidencia de sus tareas con escritura de doctor, y algunas hojas perdidas por los pasillos. Caminaba cruzada de brazos entre dos enormes estanterías, en la zona vieja que era considerada el museo de papiro, por la condición de la mayoría de los tomos. Su alumno japonés era aficionado por la antigüedad, y en muchas ocasiones ella le había permitido estudiar esa reserva especial.

Cuando era niña, se escurría para leerlos en soledad, sintiendo cómo una brisa se colaba entre los estantes: su padre bromeaba, diciendo que la biblioteca respiraba conocimiento, deseando revelarlo a quien fuere lo suficientemente astuto para comprender señales. Indicios.

Se apoyó instintivamente en la envejecida madera de roble, inhalando ese refrescante aire. Oyendo el rumor del viento, se percató de un nuevo sonido: similar a un aleteo. Examinando el suelo, sus dedos se toparon con lo que parecía ser una hoja, que se negaba a salir, atrapada entre el suelo y el mueble.

Una hoja intrusa, ya que el papel era nuevo.

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