𝟬𝟭𝟮 | It's her

012 ┆✧* 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗧𝗪𝗘𝗟𝗩𝗘 ──
⎯ (es ella)

Flashback.
24, Diciembre, 1980

En el castillo de la familia real francesa la decoración resaltaba. Cada persona que pasaba por enfrente se quedaba embobado, admirando el millón de decoraciones que los reyes habían indicado.

La verdad era una novedad pues, decorar de tal manera el castillo nunca había sido propio de ningún rey hace muchos años. Pero ahora, y bien sabía el pueblo, con la llegada de la pequeña princesa a las vidas de sus majestades las cosas parecían cambiar para bien.

Dentro del gran castillo todo era un revuelo. Personas corrían de un lado a otro llevando platos, copas, decoraciones y vestidos. Toda la familia estaba reunida para la cena de nochebuena que darían Briggite y Albert. Los adultos se encontraban en sus respectivas habitaciones, arreglándose y cuidando cada detalle de su vestimenta.

Las pequeñas princesas, por otro lado, estaban en una habitación tenuamente iluminada, jugando. Anne mantenía distraída a Amélie, quién hace poco había despertado de su larga siesta. Ambas ya estaban vestidas y arregladas, y claro, por órdenes de Céline, Anne mantenía a su prima sentada en su piernas.

—Mely… —susurró Anne, dejando a la pequeña bebé en su cuna, llamando su atención al ponerse en pie—, mira esto. —La pelinegra se colocó frente a la bebé y, juntando sus manos, sopló entre ellas, haciendo aparecer una mariposa de unos colores morado y rosado.

Amélie sonrió e intentó atrapar a la brillante mariposa entre sus pequeñas manitos, provocando que casi chocase con el suelo. Para su suerte, los reflejos de Anne la ayudaron a no pegarse tremendo golpe.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Briggite con su delicada voz, entrando a la habitación y cargando a sus hija entre brazos.

Anne señaló la mariposa que aún revoloteaba alrededor de las niñas—. Mely intentó atraparla.

Briggite sonrió, tocando la punta de la nariz de su bebé con el dedo—. Serás una completa loca, ¿no es así?

—Y sabemos de quién es heredado, ¿verdad? —rió Albert, entrando por detrás de su esposa—. ¿Lista Ann?

La niña asintió—. Totalmente.

—Tu mamá no está aquí, puedes dejar de hablar de manera tan formal —le dijo Briggite, entregándole su hija a su esposo y arrodillándose hasta la altura de Anne.

—Mejor asegurarme —sonrió tímidamente Anne—. ¿Mis padres están listos?

Briggite asintió—. Nos esperan en el salón, ¿vamos?

—Vamos —dijo Anne, aceptando la mano que le ofrecía su tía.

Todos juntos bajaron hasta el comedor, donde los padres de Anne esperaban impacientes. El lugar estaba bellamente decorado, con alguno que otro toque de magia, que le daba el toque familia Laurent. Al llegar, los reyes tomaron sus lugares, y colocaron con cuidado a su bebé en una pequeña silla a su lado.

—Estando aquí todos juntos, me gustaría agradecer por la llegada de la princesa heredera: Amélie Laurent —habló el duque, hablando casi en un susurro completamente audible—. El espíritu de Navidad jamás había estado tan latente en estás paredes hace años, cuando su majestad era una pequeña niña. Por lo tanto, en este día, me gustaría brindar por las buenas nuevas que nos otorgarán nuestras princesas en un futuro muy cercano.

Todos levantaron su copa y brindaron por las nuevas generaciones. Amélie, sin embargo, hizo sonar con todas sus fuerzas el sonajero de plata que sostenía en su pequeña mano. Anne desde su lugar sonrió al ver el acto de su prima. La pelinegra deseaba desde el fondo de su corazón que algún día sus padres fueran así de cariñosos como lo eran sus tíos con su prima.

—Mi pequeña hija —murmuró Briggite, observando a la bebé jugar con el sonajero—, siempre te protegeremos del peligro que amenaza ahí fuera. Te lo prometo.

—Por supuesto —corroboró Céline con una falsa sonrisa—. Amélie es el más preciado tesoro que nos ha sido otorgado. Debemos cuidarla.

La cena fue algo digno de recordar. Todos la pasaron bien, a excepción de Céline. El duque se había encargado de tomar miles y hermosas fotografías de la familia en ese momento tan especial que hace tiempo no se celebraba dentro del castillo. Y, al contrario de los demás miembros, la bebé Amélie era quien tenía más fotografías sola a petición de la reina.

—Anne, ¿te podrías encargar de Amélie? —le pidió Briggite amablemente—. Nos debemos encargar de algo por aquí.

Anne asintió, y sin dudarlo, acompañó a la mujer que cargaba a Amélie hasta la habitación. Las niñas no se quedaron solas, era claro, siempre mantuvieron supervisión de su nana.

—Céline —llamó Briggite, cambiando su relajada expresión por una seria—, ¿puedo saber qué te sucede?

La mujer la miró con confusión e increudlidad—. ¿A qué viene esto?

—He notado la actitud que tomas cuando se trata de las niñas —explicó Briggite—. Amélie puede no tener tu mejor trato, pero Anne es tu hija, ¿que ha hecho la niña?

—Lamento decir esto, su majestad, pero creo saber cómo criar a mi hija —respondió Céline, alzando las cejas de manera desafiante—. Tal vez tu manera de crianza sea diferente, si alguna vez llegaste a tenerla, por supuesto, pero yo… por mi lado, sabré inculcarle a mi hija los modales dignos de una princesa.

Briggite se tensó en su lugar, fijando su mirada en Céline—. ¿Eso significa que no sé cómo criar a mi hija? ¿Es lo que has querido decir?

—Oh, Briggite —rió Céline de manera forzada—, para nada. Pero creo que Anne será la persona más adecuada para tener un puesto digno en esta familia algún día. Amélie, por su lado…

Dejar salir el nombre de la princesa de su boca había sido lo que desbordaría todo en esa noche. Una gran discusión se llevó a cabo entre Briggite y Céline.

Para suerte de las niñas, su nana sabía perfectamente como no dejar que el sonido llegase hasta la habitación donde se mantenían jugando muy alegres.

Amélie se había distraído observando a su mariposa azul revolotear alrededor de sí, de tal manera que Anne aprovechó el momento para quitarle el sonajero a su prima. La pelinegra hizo sonar el objeto tres veces, llamando la atención de Amélie por fin. Ese sonido era algo que ella tenía grabado en su pequeña memoria.

—Te quiero, Mely —dijo Anne, abrazando a su primita y dejando un beso en su pequeña y rubia cabeza.


Actualidad.
25, Diciembre, 1994

—Inhala y exhala —le repitió Amélie a Harry, tomando su mano e indicándole cómo se debía hacer de manera correcta—. En verdad, Harry, no creí que te vería así.

—Puede que lo estés exagerando —Harry se encogió de hombros, aceptando la mano que la rubia le ofrecía.

Amélie lo miró ofendida—. Ahora ve al baile solo —dijo, haciendo el intento de soltar su mano.

—¡Oye! ¡Mel! —se quejó Harry, sonriendo después de que Amélie se echara a reír en voz baja.

—Bien, rayito, seré tu acompañante está noche. —Harry le agradeció con la mirada—. ¿Oye, ya viste?

—¿Ver qué?

—Lo linda que estoy.

—Claro.

Amélie sonrió con diversión—. No, en serio, ¿ya viste con quién está la princesa?

Harry estiró su cuello y entornó los ojos para observar mejor a la muchacha que portaba un vestido dorado y rojo que la habían resaltar—. ¿Diggory? A Ron no le gustará.

—¡Sabía que lo conocías! —exclamó Amélie en voz baja—. ¿Y por qué a mini Weasley no le gustará?

—Digamos que… la belleza de la princesa lo cohibe —explicó Harry con diversión.

—Bastante ilegal, ¿no crees?

—Un poco.

—Mejor Jean. Eso me parece más legal.

Cuando todos se hubieron acomodado en el Gran Comedor, la profesora McGonagall les dijo que entraran detrás de ella, una pareja tras otra. Lo hicieron así, y todos cuantos estaban en el Gran Comedor los aplaudieron mientras cruzaban la entrada y se dirigían a una amplia mesa redonda situada en un extremo del salón, donde se hallaban sentados los miembros del tribunal.

Habían recubierto los muros del Gran Comedor de escarcha con destellos de plata, y cientos de guirnaldas de muérdago y hiedra cruzaban el techo negro lleno de estrellas. En lugar de las habituales mesas de las casas había un
centenar de mesas más pequeñas, alumbradas con farolillos, cada una con
capacidad para unas doce personas.

Mientras Harry se esforzaba en no tropezar, Amélie estaba asombrada y le sonría a todo el mundo. Tenía bastante experiencia con los vestidos, así que, al contrario de Hermione, quién cuidaba en no pisar su vestido, Amélie caminaba con total naturalidad.

Dumbledore sonrió de contento cuando los campeones se acercaron a la mesa principal. La expresión de Karkarov, en cambio, recordaba más bien a la de Ronald al ver acercarse a Krum y Hermione. Y Madame Maxime, que había cambiado su habitual uniforme de satén negro por un vestido de seda suelto de color azul lavanda, aplaudía cortésmente.  El quinto asiento de la mesa estaba ocupado por Percy Weasley, hermano mayor de los gemelos.

Cuando los campeones y sus parejas llegaron a la mesa, Percy retiró un
poco la silla vacía que había a su lado, mirando a Harry. Éste entendió la indirecta y, después de preguntárselo a su amiga, se sentó junto a Percy, que llevaba una reluciente túnica de gala de
color azul marino, y lucía una expresión de gran suficiencia.

—Me han ascendido —dijo Percy en cuanto ambos tomaron asiento—. Ahora soy el ayudante personal del señor Crouch.

—¿Qué tal las cosas, Weasley? —interfirió Amélie, deseando que esa conversación no se tornara aburrida.

—¿Bennet, no es así? —la rubia asintió—. Mis hermanos no paran de hablar sobre ti. Una gran celebridad, me supongo.

—Siempre para tus hermanos —sonrió Amélie de lado.

Al otro extremo de la mesa, en cambió, la conversación entre la princesa y su amiga iba más allá de comunicarse a través de la mente.

—Puedo acercarme si así lo quieres.

—¿Qué? Perdiste la cabeza. Yo misma me encargaré de ella. Mientras tanto, me ayudarás en busca de alguna rubia con los rasgos de ella.

—Ann, es la única rubia con los rasgos idénticos a tu prima. Si te soy sincera, parece tener una actitud muy carismática, al menos así lo veo desde aquí.

—¿Puedo saber por qué te ves tan distraída?

—Lo lamento —se disculpó Anne con Diggory.

—Esta bien —sonrió Cedric—. Pero me preocupa algo.

Anne lo observó con atención—. ¿Qué sucede?

—Te ves preocupada.

—Es razonable —suspiró Anne—. Debo cambiar mi actitud, tal vez te aburres.

—Un poco al debo ser sincero —admitió el chico—. Dime, ¿qué te trae así?

—¿Sabes algo sobre mi familia? —preguntó Anne antes de limitarse a responder.

—Mariposa, trono, princesa perdida, mentira, verdad, rumores —mencionó Cedric contando con los dedos—. Tengo una idea.

—Bien —sonrió Anne levemente—. Amélie, mi prima, debe estar aquí.

Cedric permaneció en silencio, haciendo memoria por si alguna vez había escuchado ese nombre.

—Debería estar en cuarto año, por lo que me supongo asistió a este baile —continuó la pelinegra—. La he buscado durante toda mi vida, en verdad espero que quién creo que es… sea cierto.

—¿Tienes alguna idea?

—Mélanie cree que —Anne asomó la cabeza para ver un poco mejor a la rubia en el otro extremo de la mesa— es ella.

Cedric siguió la mirada de la princesa, tan solo para ver a la niña que había salvado en segundo año de ser atacada por un basilisco—. Bennet.

—¿Disculpa?

—De hecho, la conozco —se explicó el castaño—. Tal vez la encontraste, princesa.

Anne observó de manera intercalada al chico y la rubia, confundida.

—Amélie Bennet, cuarto año, una Gryffindor excepcional —indicó Cedric a Anne, colocando su mano sobre la de ella—. Alguien alguna vez me mencionó que la princesa era rubia con unos preciosos ojos morados, bueno, Mel lo tiene.

Anne le dirigió una mirada a su amiga, con un susurró que le llegó diciendo «Amélie». Mélanie abrió los ojos con sorpresa, balbuceando cosas sin sentido, abriendo la boca una y otra vez sin decir cosas coherentes.

Amélie mientras tanto se divertía de lo mejor al otro extremo de la mesa con las concurrencia de su amigo Potter, el cual trataba de despejar su mente com chistes sin sentido.

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