𝟬𝟬𝟳 | God save our queen
007 ┆✧* 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗦𝗘𝗩𝗘𝗡 ──
⎯(dios salve a nuestra reina)
31 de octubre, 1994, y eso significaba una sola cosa: habían transcurrido ya 14 años desde la desaparición de la princesa.
Para el pueblo del reino le era bastante obvia toda la situación, pero era claro que no sabían la verdadera historia detrás de su desaparición.
Muchos se dejaron llevar por rumores, otros, por la leyenda.
Algunos consideraban que los mismos reyes se habían desecho de su hija para no tener lidiar con ella, como en aquel lejano 1864 y Giselle Laurent, que había llevado a la corona a la ruina en ese entonces debido a la mariposa que le fue asignada.
Otros consideraban que la tenían escondida en el castillo sin permitirle ver la luz del día o las estrellas en la noche, así asegurándose que estaba en completo a salvo de las amenazas de los enemigos de la familia.
Y por último, estaban los pocos que tenían una idea bastante acertada a la realidad de la situación. Aquellos individuos crían que fue la misma familia de la princesa la que se la había llevado, más los reyes no tenían idea de ello. Aseguraban a ver visto a una mujer entrar y salir del castillo la noche del 31 de octubre de 1981, y traía una actitud bastante sospechosa. El 5% que creía eso tenían una corazonada de que ella seguía entre ellos, que la princesa estaba más cerca de lo que creían, y en cualquier momento anunciarían su aparición y existencia públicamente.
Por su lado, a los reyes los rumores de su pueblo respecto a lo sucedido con su hija, era lo que menos les importaba. Para ellos cada año que pasaban sin su pequeña es como si murieran por dentro cada vez más y más, deteriorándose, marchitándose. La locura al no saber cómo ni dónde buscar a su hija los agobiaba cada día más. Estaban comenzando no sólo a desesperarse, sino también, a perder la esperanza de que la verían algún día frente a ellos nuevamente.
Pero la idea se veía tan lejana al tener al enemigo con ellos, en su hogar, impidiendo a toda costa que la princesa regresará algún día, vigilando cada movimiento que hacía, a dónde iba, con quién estaba y cómo se veía. Céline no permitiría que Amélie regresara al castillo algún día. No sólo quería que su hija tuviera la corona algún día, sino que también estaba cumpliendo órdenes por parte de su señor. Pues bien, Lord Voldemort estaba buscando la manera de regresar oficialmente a la vida, y para eso, la princesa debería mantenerse dónde estaba y con quién estaba antes de que sus planes se estropeen una vez más debido a Céline Laurent. Sus instrucciones habían sido claras: Annette tomaría el trono, Amélie nunca se enteraría de quién era en realidad y así moriría en manos del mago más poderoso de todos los tiempos.
Pero mantener el papel de una integrante fiel a la familia cada día se complicaba más, y ahora, con la cena en honor a su princesa, Céline debería dejar su papel de espía por unas cuantas horas para que no sospecharan nada.
—Te veo muy preocupada últimamente, ¿sucede algo? —preguntó Chris a su esposa, mientras se colocaba su traje de gala para la cena de la noche.
—Ya he dicho que no es nada, Chris —contestó Céline, verificando su peinado por quinta vez en menos de cinco minutos.
—Las mentiras siempre han sido lo tuyo.
—¿De qué hablas? —espetó la mujer con fingida tranquilidad.
—Dime, Céline, ¿pasó algo con Anne?
Y como si algo hubiese hecho «click» en su cabeza, la excusa perfecta se le ocurrió.
—Pues ahora que lo mencionas, tu hija a tenido una actitud muy rebelde en lo que respecta hacia mi persona —explicó, comenzando a caminar por la habitación, provocando que sus zapatos de tacón sonarán con intensidad—. La idea de no ser reina continúa en su cabeza. Si me permites decirlo, me parece que tu hermano y su esposa le han estado metiendo ideas en la cabeza desde niña…
Chris lanzó una furiosa mirada a su esposa y alzó la voz un tanto—. Lo único que ha hecho mi hermano y su esposa en todos estos años ha sido apoyarte a ti y tu estúpida idea de que Anne tomé el trono, cuando sabemos perfectamente que no le pertenece a ella.
—Annete tiene tu carácter, es obvio —continuó Céline, sin mostrar gota de inmutarse ante la furia de Chris—. Será la reina lo quieran o no. La hij… mi sobrina —se corrigió rápidamente— no tiene esperanzas de volver a este lugar. Cuando Briggite y Albert mueran, dime, ¿el reino morirá? Por supuesto que no, Annete tomará la corona y continuará.
—Hablas con tanta seguridad, como si supieras que Amélie no regresará nunca más al castillo.
—Es así —dijo Céline con delicadeza—. Han pasado catorce años, ya habría vuelto si así lo hubiera querido.
—Será mejor que no digas nada de esto frente a tus reyes —advirtió Chris, abriendo la puerta de la habitación y saliendo furioso.
Céline rio antes de mirarse al espejo y arreglar su vestido de gala. Pero ella no mentía, Amélie nunca regresaría a ese castillo. Y si bien algún día lo hacía, lo haría muerta, porque Céline Laurent no iba a permitir que todo lo que hizo se echara a perder en menos de un segundo.
El pueblo cerca del Gran castillo de la familia real esperaba a que las doce en punto de la medianoche llegarán. Pero no eran los únicos, para ser claro, toda Francia, esperaba ese momento. Cualquier pequeño pueblo, cualquier rincón, cualquier escuela o familia, incluso los estudiantes de Beauxbatons habían sido llamados antes de la hora dicha.
¿La razón?
Era bien sabido sobre la princesa perdida, y aunque sus reyes nunca hubieran hecho oficial el día de su nacimiento, sabían bien el día de sus desaparición. Y para el pueblo, su princesa era ya su reina, aunque no supieran su nombre, la amaban cómo amaban a toda la familia real.
Y hace unos años, habían tomado la iniciativa de conmemorarla, recordarla, amarla, respetarla y esperarla cada día gritando en inglés una frase bastante conocida.
Los reyes sabían sobre esto a la perfección, y les conmovía el corazón el gesto de su pueblo hacía su pequeña hija, que, dónde sea que estuviera, tal vez escuchará el grito de llamado de su gente para tenerla de vuelta con ellos. Para conocerla, ayudarla.
—Mami, ¿por qué hacemos esto? —quiso saber una pequeña niña de seis años, al estar de pie fuera de su casa a altas horas de la noche.
—Así como tenemos a nuestros reyes, cariño, tenemos a una princesa —los azules ojos de la niña se iluminaron con ilusión pues, escuchar sobre una princesa real le emocionaba.
—¿La puedo conocer? —preguntó con inocencia.
Su madre rió antes de cargarla en sus brazos—. Nuestra princesa está perdida desde hace muchos, muchos años —explicó a su hija. La niña se cubrió la boca con sus manos—. Es por eso que hacemos esto todos los años. Queremos que la princesa regrese. ¿Tú quieres que regrese, cariño?
La niña asintió repetidas veces antes de tomar la muñeca de su madre y revisar su reloj.
—Te diré cuando es hora, ¿bien?
No faltaba mucho, unos cuantos minutos y la voz de Francia se alzaría fuertemente.
La familia real había terminado su cena y salió a su balcón para vislumbrar el millón de velas que el pueblo alzaba, preparados para el momento de llamar a su princesa.
Briggite dejó caer su cabeza en el hombro de su esposo, mientras él la abrazaba por la cintura. Recordar a su pequeña les hacía mucho daño porque les hubiera encantado verla crecer, jugar, corretear, hablar… pero se les fue arrebata la oportunidad por su propia familia, aunque, claro, ellos no sabían nada de ello.
Todos estaban listo ya, y cuando dieron las doce en punto, por cada uno de los rincones del pueblo se escuchó el fuerte «God save our queen».
La pequeña niña también lo gritó, aunque un poco torpemente, pero lo hizo. Los estudiantes de Beauxbatons lo dijeron, Madame Máxime, desde Hogwarts también lo murmuró, los ancianos, los más jóvenes, los padres, los niños, todos los habitantes de Francia alzaron su voz y gritaron una vez más en catorce años.
Su princesa algún día regresaría, no importaba cuántos años tardará en volver, ellos seguirían llamándola hasta tenerla con ellos frente a frente.
—God save the Queen… —musitó Briggite, limpiando la lágrima que comenzaba a resbalar por su mejilla.
Céline rodó los ojos. Todo el drama del pueblo le parecía tan absurdo. ¿Llamar a una princesa que no estaba más? ¿Qué ni siquiera conocían? Es más, Francia debería ir comenzando a considerar a su hija como la siguiente reina y no a Amélie.
—Me dará un resfriado, estaré dentro —se excusó, girando sobre sus talones y entrando nuevamente al salón del castillo.
Pero Céline no tenía en cuenta que Amélie estaba más cerca de Anne cada vez más, y en cualquier momento se encontrarían cara a cara en Hogwarts. Tampoco tomó en cuenta que la tradición de los Laurent la traicionaría de la peor manera posible esa misma noche, pues Amélie estaba cada vez más cerca de descubrir quién era en realidad.
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