𝟬𝟬𝟱 | The arrival of the schools

005 ┆✧*𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗙𝗜𝗩𝗘 ──
⎯(la llegada de los colegios)

Querida Mel:

No sabes lo que me ha costado enviar esta carta. Al menos espero que llegue hasta ti, o habré gastado demasiado dinero en una mala lechuza.

¿Cómo has estado?

Por si te lo preguntas, pues yo estoy bien.

Mira, tu instructora ha venido hasta nuestra casa (sigo sin entender porque no fue con tu mamá) y nos ha preguntado por ti. Mel, ¿acaso no le dijiste que te ibas? Alessia tuvo que inventarse una gran historia para que se calmara y se fuera tranquila.

Me parece que debes bajar tu cabeza de las nubes y concéntrate un poquito, solo un poquito más en las cosas.

Eso era todo, al menos por ahora. Espero que todo vaya bien, pero sobre todo, espero tu respuesta.

Con cariño,
Jack.

Amélie rió antes de sacar un pedazo de pergamino y su pluma. Los regaños de Jack no paraban ni a distancia. Pero su amigo tenía razón: debía concentrarse un poco más en las cosas.

Mi querido amigo:

Pues para informarte que la lechuza es muy servicial. Trabajo de cinco estrellas.

Respecto a tu gran preocupación querido Jack, estoy de maravilla (casi me quemó la mano con una criatura pero nada importante).

Me alegro que estés bien. Por supuesto quiero saber cómo te encuentras.

Pues me parece bastante extraño que la instructora no fuera a mi casa, supongo que como ustedes siempre me acompañan los considera mi familia (aunque yo también lo hago). Por cierto, dile a Alessia que la amo por salvarme de una expulsión segura.

¡Lo sé! Jefe, perdón por andar entre las nubes la mayor parte del tiempo. Prometo concentrarme más.

Una cosita más, ¿le puedo poner nombre a la lechuza? Bueno, da igual, por ahora sera… Nix, ¿te parece? Yo sé que sí, es un nombre hermoso. Aún así espero tu respuesta.

¡No pierdas el contacto Jack-Jack!

Te quiere,
Ly.

Amélie alzó la vista hacia la lechuza que estaba bebiendo de su copa. La rubia ató con cuidado la carta en su pata y entonces habló:

—Nix (¿te parece bien?) lleva esta carta a Jack nuevamente.

La lechuza que era tan blanca como la nieve picó su dedo de forma cariñosa y emprendió vuelo. Y entonces en cuanto Amélie pincho su patata escuchó un grito ensordecedor.

—¡AH, NO, TÚ NO, MUCHACHO!

Amélie se puso en pie y salió hasta el vestíbulo. Al llegar sus morados ojos vislumbraron al profesor Moody apuntando con su la varita a un hurón blanco que tiritaba sobre el suelo de losas de piedra.

Todos guardaban silencio. Salvo Moody, nadie movía un músculo. Desde su lugar Amélie observó a su profesor acercarse hasta un estudiante.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó Amélie a Daphne.

—Malfoy intentó atacar a Potter por la espalda, y bueno… Moody lo convirtió en un bonito hurón.

—Bonito pero muerto del susto —exclamó Amélie con enojo.

—¿Estás enoja…?

—¡DÉJALO! —gritó Moody.

—Bueno pues me parece que es un acto muy medieval, ¿no? —susurró la rubia.

Daphne alzó las cejas, sorprendida. No conocía nada bien a la Gryffindor, pero lo que si conocía era su enemistad con Draco Malfoy.

—No te lo digo a ti… ¡se lo digo a él! —gruñó Moody. Amélie dirigió su mirada hasta Crabbe, que se había quedado paralizado a punto de tomar el hurón blanco (lo cual Amélie estaba apunto de hacer).

Moody se acercó cojeando a Crabbe, Goyle y el hurón, que dio un chillido de terror y salió corriendo hacia las masmorras.

—¡Me parece que no vas a ir a ningún lado! —le gritó Moody, volviendo a apuntar al hurón con la varita.

El hurón se elevó tres metros en el aire, cayó al suelo dando un golpe y rebotó.

—No me gusta la gente que ataca por la espalda —gruñó Moody, mientras el hurón saltaba cada vez más alto, chillando de dolor—. Es algo innoble, cobarde, inmundo…

El hurón se agitaba en el aire, sacudiendo desesperado las patas y la cola.

Para aquel punto el cabello y de Amélie se había tornado de un rojo bastante fuerte. Sin poder contenerse más, salió de dentro de la gente que estaba acumulada observando.

—¡Basta! —gritó, tomando al hurón entre sus manos—. ¡Se supone que es un profesor! ¿Qué clase de ejemplo es este?

Todas las miradas estaban fijas en ella. Absolutamente todas.

—Será mejor que lo sueltes, niña, si no quieres terminar como él.

—¿Me está amenazando, profesor?

Y antes de que Moody pudiera contestar, la profesora McGonagall apareció en la escalinata.

—¡Profesor Moody! —exclamó horrorizada.

—Hola, profesora McGonagall —respondió Moody con tranquilidad, sin apartar su ojo mágico de Amélie y el hurón.

—¿Qué… qué está usted haciendo? —preguntó la profesora McGonagall, observando el cabello pelirrojo de Amélie y al hurón en sus brazos.

—Enseñar —explicó Moody.

—De una manera muy salvaje —susurró Amélie.

—Ens… Moody, ¿eso es un alumno? —gritó la profesora McGonagall.

—Sí —contestó Moody..

—¡No! —vociferó la profesora McGonagall, bajando a toda prisa la escalera y sacando la varita—. Déjalo en el suelo, Bennet —Amélie obedeció, y al momento siguiente reapareció Malfoy con un ruido seco, hecho un ovillo en el suelo con el pelo lacio y rubio caído sobre la cara, que en ese momento tenía un color rosa muy vivo. Haciendo un gesto de dolor, se puso en pie.

—¿Te encuentras bien?

—¿Te interesa, Bennet? —masculló Malfoy, evitando mirarla.

—Para la próxima dejaré que Moody se divierta contigo entonces —respondió Amélie, cruzándose de brazos.

Cuando la ahora ya rubia se estaba alejando pudo entender claramente la palabra «gracias».

Amélie estaba mucho más que furiosa con el profesor Moody. Al parecer no le había bastado con transformar a Malfoy en hurón. En su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras les había mostrado las maldiciones imperdonables, al final dejando como resultado a muchos alumnos bastante afectados. Y sin duda alguna Neville Longbottom fue de los más afectados después de la clase.

—No es un mal profesor pero… su forma de enseñar no es la mejor del mundo.

—No creo que este tan mal.

—Hanna, claro que no esta mal, esta pésimo. Ya lo verás, en serio no es la forma.

—¡Amélie!

La recién nombrada y Hanna Abbot, una chica Hufflepuff que era muy buena amiga de la rubia se volvieron. Marc Brown era el propietario de aquella voz.

—Vamos, Hanna.

—¿Qué? —se extrañó—. Pero me parece que…

—¿… quiere hablar? —la interrumpido Amélie—. Exacto, es ese el problema.

Hanna parecía no entender todavía.

—A mi hermana le gusta —explicó Amélie—. Y hay alguna vieja chismosa en este lugar que le cuenta si hablo con él. Y ¿sabes? ya no quiero tener problemas con Cass.

—Me parece que los tendrás —susurró Hanna acelerando su paso junto a Amélie.

—¿Por…? —No pudo terminar su pregunta cuando fue detenida por su mano libre.

—Necesito hablar contigo.

—Yo… —Hanna miró a su alrededor—… creo que estaré en el comedor. Nos vemos, Mel.

Amélie sonrió sarcásticamente antes de dirigir su mirada a Brown.

—Necesito tu ayuda.

—Primero sueltame, ¿quieres? —El Ravenclaw la soltó de su agarre—. ¿En qué necesitas mi ayuda exactamente?

—Es más un consejo… —sonrió Marc—. Voy a entrar al Torneo.

A Amélie lo tomó unos segundos reaccionar ante lo dicho.

—¿Estás loco?

—Un poco, sí.

—No quiero ser mala, Brown, pero… has perdido el juicio.

—Necesito tu consejo, no una regañada, Amélie —sonrió el chico.

—¿Y cuál sería mí consejo? —cuestionó la rubia—. Lo más seguro es que te diga que te cansaste de tu vida y por eso te metes a una muerte segura.

—Exactamente eso necesitaba —Amélie frunció el ceño—. Gracias, Amélie.

—¿De nada…?

Amélie estaba bastante confundida por la actitud de Marc. Siempre actuaba tan extraño, incluso se cuestionaba como es que Brown llegó a ser un Ravenclaw.

Todos en el castillo parecían estar muy nerviosos debido al anuncio que había aparecido días atrás, informando que los representantes de Beauxbatons y Durmstrang llegarían la noche del 30 de octubre.

Aquel día había en el ambiente una agradable impaciencia. Nadie estuvo muy atento a las clases, porque estaban mucho más interesados en la llegada aquella noche de la gente de los otros colegios. Hasta la clase de pociones (la cual era la que Amélie más odiaba) fue más llevadera de lo usual, porque duró media hora menos. Cuando, antes de lo acostumbrado, sonó la campana, Amélie salió a toda prisa hacia la torre de Gryffindor, dejó allí su mochila y los libros tal como se había indicado, se puso la cala y volvió al vestíbulo.

Los jefes de las casas ubicaban a sus alumnos en fila.

—Weasley, ponte bien el sombrero —le ordenó la profesora McGonagall a lo que Amélie le pareció a Ron—. Patil, quítate esa cosa ridícula del pelo.

Parvati frunció el entrecejo y se quitó una enorme mariposa de adorno del extremo de la trenza.

—Bennet, colócate la capa  —pidió la profesora McGonagall a Amélie. La rubia se colocó, en una parte porque su profesora se lo había pedido, claro, pero la razón real era que se estaba congelando—. Siganme, por favor —les dijo la profesora McGonagall—. Los de primero delante. Sin empujar…

Bajaron en fila por la escalinata de la entrada y se alinearon delante del castillo. Era una noche fría y clara. Oscurecía, y una luna pálida brillaba ya sobre el bosque prohibido. Pero eso no era lo único que brillaba: de nuevo, aquella mariposa azul destacaba de entre todos los alumnos.

Amélie la siguió con la mirada hasta que desapareció tan solo unos alumnos a su derecha.

—¿Cómo crees que lleguen? —le preguntó Lavender a Amélie.

—En escoba de seguro que no —respondió, debido al comentario que había escuchado hace unos minutos atrás.

—¿Cómo entonces?

—Vienen desde muy lejos —aclaró Amélie—. Tal ves… en un barco.

Escudriñaron nerviosos los terrenos del colegio, que se oscurecían cada vez más. No se movía nada por allí. Todo estaba en calma, silencioso y exactamente igual que siempre. Amélie comenzaba a tener más frío que antes, por lo que esperaba que se apresuraran.

Y entonces, desde la última fila, en la que estaban todos los profesores, Dumbledore gritó:

—¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!

—¿Por dónde? —preguntaron muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.

—¡Allá! —gritó Amélie, señalando hacia el bosque.

Una cosa larga se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande.

—¡Es un dragón! —gritó uno de los de primero, perdiendo los estribos por completo.

—No seas idiota… ¡es una casa volante! —le dijo uno de los de tercero.

La suposición del muchacho estaba más cerca de la realidad. Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozándolas, y la luz que provenía del castillo la iluminó, vieron que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande, que volaba hacia ellos tirado por una docena de caballos alados de color tostado pero con la crin y la cola blancas, cada uno del tamaño de un elefante.

Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad. Un segundo más tarde el carruaje se posó en tierra, rebotando sobre las enormes ruedas, mientras los caballos sacudían su enorme cabeza y movían unos grandes ojo rojos.

Antes de que la puerta del carruaje se abriera, Amélie vio que llevaba un escudo: dos varitas mágicas doradas cruzadas, con tres estrellas que surgían de cada una.

Un muchacho vestido con túnica de color azul pálido saltó del carruaje al suelo, hizo una inclinación, buscó con las manos durante un momento algo en el suelo del carruaje y desplegó una escalerilla dorada. Respetuosamente, retrocedió un paso. Entonces Amélie vio un zapato negro brillante, con tacón alto, que salía del Inter del carruaje. Era un zapato del mismo tamaño que un trineo infantil. Al zapato le siguió, casi inmediatamente, la mujer más grande que Amélie había visto nunca. Las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicados. Algunos ahogaron un grito.

Dumbledore comenzó a aplaudir. Los estudiantes, imitando a su director, aplaudieron también, muchos de ellos de puntillas para ver mejor a la mujer.

Sonriendo graciosamente, ella avanzó hacia Dumbledore y extendió una mano reluciente. Aunque Dumbledore era alto, apenas tuvo que inclinarse para besársela.

—Mi querida Madame Maxime —dijo—, bienvenida a Hogwarts.

—«Dumbledog» —repuso Madame Maxime, con una voz profunda—, «espego» que esté bien.

—En excelente forma, gracias —respondió Dumbledore.

—Mis alumnos —dijo Madame Maxime, señalando tras ella con gesto lánguido.

Amélie, que había estado observando a Madame Maxime, notó que unos doce alumnos, chicos y chicas, todos los cuales parecían hallarse cerca de los veinte años, habían salido del carruaje más no avanzaban todavía: parecían estar esperando a alguien más.

—La «pingcesa» Annette, «Dumbledog» —anunció Madame Maxime, cuando una chica, al parecer más pequeña que los demás, bajaba del carruaje.

Todos los alumnos de Hogwarts la miraban asombrados.

Amélie frunció el ceño. ¿Acaso había dicho princesa? ¿Una princesa, en Hogwarts? Por lo que alcanzaba a distinguir la rubia, la princesa miraba el castillo de Hogwarts con aprensión.

—¿Ha llegado ya «Kagkagov»? —preguntó Madame Maxime.

—Se presentará de un momento a otro —aseguró Dumbledore—. ¿Prefieren esperar aquí para saludarlo o pasar a calentarse un poco?

Mientras Madame Maxime y Dumbledore charlaban, no sólo Amélie todavía tenía fija su mirada en la princesa. Le parecía bastante curioso que no tuviera una posición… como se sabía que tenía la realeza. Anne, de hecho, parecía estar riendo junto a otros de los chicos y chicas de Beauxbatons.

—Allons-y —los llamó imperiosamente Madame Maxime a sus estudiantes, y los alumnos de Hogwarts se apartaron para dejarlos pasar y subir la escalinata de piedra.

En cuanto los representantes de Beauxbatons se alejaron, el ambiente se llenó rápidamente de preguntas y dudas sobre la princesa.

—¡Hey, Daph! —la llamó Amélie por lo bajo, abriéndose paso sin que McGonagall la viera. La rubia cambió su cabello a castaño para pasar desapercibida, mas sus ojos los mantuvo como siempre—. ¿Sabes sobre ella?

—¿La princesa? —la rubia asintió—. Bueno, por lo que me ha dicho Astoria (que esta obsesiona con esa familia) es de Francia. Se llama Annette Laurent y tiene diecisiete años. Pertenece, como dije, a la familia real de Francia.

Amélie sintió una rara e inexplicable sensación en su pecho al escuchar el apellido Laurent. Se le hacia tan familiar pero tan desconocido a la vez que era muy extraño.

—Según mi hermana, esa familia es bastante… extraña —continuó la Slytherin en un susurro—. Se cuenta que los reyes tuvieron una bebé la cual despareció poco tiempo después de cumplir un año. Por supuesto nadie sabe cómo se veía ella aparte de su familia. ¿Sabes, Mel? Concuerdo con Astoria, son una familia misteriosa.

—¿La princesa no es hija de los reyes entonces? —se extrañó Amélie dejando pasar el hecho de la extraña sensación que estaba sintiendo.

Daphne negó—. Es su sobrina, hija del hermano del rey —explicó—. Se dice que será la próxima reina si la hija de los reyes no aparece, pues, el rey y su hermano no vienen de ningún estatus que los coloqué en el linaje real. Es todo un problema.

Amélie estuvo apunto de responder cuando Lee Jordan la interrumpió.

—¡El lago! —gritó, señalándolo. Amélie dirigió su mirada hasta el—. ¡Miren el lago!

Algo se agitaba bajo el centro del lago. Aparecieron grandes burbujas, y luego de formaron unas olas que iban a morir a las embarradas orillas. Por último surgió en medio del lago un remolino, como si al fondo le hubieran quitado un tapón gigante…

Del centro del remolino comenzó a salir muy despacio lo que parecía un asta negra, y luego Amélie vio las jarcias…

—Te explico lo demás luego, o puedes buscar a Astoria si quieres, sabe todo con lujo de detalle —dijo rápidamente Daphne, sin despegar la vista del lago.

—De acuerdo —asintió Amélie.

Lenta, majestuosamente, el barco fue surgiendo del agua, brillando a la luz de la luna. Producía una extraña impresión de cadáver, como si fuera un barco hundido y resucitado, y las pálidas luces que relucían en las portillas daban la impresión de ojos fantasmales. Finalmente, con un sonoro chapoteo, el barco emergió en su totalidad, balanceándose en las aguas turbulentas, y comenzó a surcar el lago hacia tierra. Un momento después oyeron la caída de un ancla arrojada al bajío y el sordo ruido de una tabla tendida hasta la orilla.

A la luz de las portillas del barco, vieron las siluetas de la gente que desembarcaba. Todos ellos, según le pareció a Amélie, tenían la constitución de Crabbe y Goyle, los gigantescos sirvientes de Malfoy que tenían aspecto de gorila… pero luego, cuando se aproximaron más, subiendo por la explanada hacia la luz que provenía del vestíbulo, vio que su corpulencia de debía en realidad a que todos llevaban puestos unas capas de algún tipo de piel muy tupida. El que iba delante llevaba una piel de distinto tipo: lisa y plateada como su cabello.

—¡Dumbledore! —gritó efusivamente mientras subía la ladera—. ¿Cómo estás, mi viejo compañero, cómo estás?

—¡Estupendamente, gracias, profesor Karkarov! —respondió Dumbledore.

Karkarov tenía una voz pastosa y afectada. Cuando llegó a una zona bien iluminada, vieron que era alto y delgado como Dumbledore, pero llevaba corro el blanco cabello, y la perilla no ocultaba del todo el mentón poco pronunciado. Al llegar ante Dumbledore, le estrechó la mano.

—El viejo Hogwarts —dijo, levantando la vista hacia el castillo y sonriendo—. Es estupendo estar aquí, es estupendo… Viktor, ve para allá, al calor… ¿No te importa, Dumbledore? Es que Viktor tiene un leve resfriado.

Karkarov indicó por señas a uno de sus estudiantes que se adelantara. Amélie realmente no le tomo mucha importancia al tal Viktor, su mente buscaba en cada rincón de dónde se le hacia tan familiar el apellido Laurent. Al final de un largo rato, llegó a la conclusión de que tal vez lo había visto en algún libro, y se dejó de atormentar con la duda.

*・῾ ᵎ⌇ ⁺◦ ✧.* ↶*ೃ✧˚. ❃ ↷ ˊ-

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