𝟬𝟬𝟰 | The Triwizard Tournament

004 ┆✧* 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗙𝗢𝗨𝗥 ──
⎯(el torneo de los tres magos)

—No-puede-ser.

—Pues si es, rubia —sonrieron los gemelos.

—Me estan diciendo que… —Amélie cerró sus ojos— ¡me perdí el mundial de quidditch! —escandalizó—. No, no, no, esto es una catástrofe, ¿lo entienden? ¡Me lo perdí!

—¿Qué te perdiste, Bennet? —Una fría voz que arrastraba las palabras acababa de hacerse presente en el compartimiento.

—Muchas cosas, Malfoy —respondió Amélie en tono amable; le gustaba hacer enfadar al Slytherin—. Me extrañaste, ¿no es así?

—No te tomes importancia que no tienes —espetó el rubio.

—Si no te importo, ¿por qué viniste a molestar mi existencia? —Amélie lo miro desafiante y Malfoy decidió salir del compartimiento sin decir mucho más; nunca podía hacerla enojar.

—Tan admirable como siempre —la halagó Fred, aplaudiendo ligeramente.

—Siempre —rió Amélie.

—Regresando a la "catástrofe" —habló Geogre—: es mejor que no fueras —Amélie lo miró ofendida—. Atacaron al campamento, Ly.

—¿Qué?

Los gemelos se tomaron su tiempo y le metieron un suspenso realmente inecesario (que a Amélie le encantaba de cierta forma) mientras relataban lo sucedido en el campo. Pero Amélie seguía con la idea en su cabeza de que, no importará lo que sucedió, a ella le hubiera gustado ir al Mundial de Quidditch.

—Pero para que no te enojes (sí, sabemos que no te gustaría el no haber ido) te trajimos algo… —dijo Fred, mientras George revolvía en su baúl y sacaba varias cosas del equipo de Irlanda y se las entregó a su amiga.

—¡Los amo! —exclamó Amélie, abrazándolos con mucha fuerza.

—Todos nos aman —la imitaron los gemelos y rieron—. También te amamos, Mel.

Cuando se abrieron las puertas del tren, se oyó el retumbar de un trueno. Siendo abrazada por ambos Weasley y Lee Jordan, Amélie salió del tren bajo el aguacero con la cabeza inclinada y los ojos casi cerrados. La lluvia caía entonces tan rápida y abundantemente que era como si les estuvieran vaciando sobre la cabeza un cubo tras otro de agua helada.

Pero eso no era impedimento para que Amélie se divierta.

Era un tipo de tradición con Fred, George y Lee hacer una competencia hasta los carruajes que los llevaban al castillo.

—¡Vamos, tortugas! —gritó Amélie para que la escucharan.

—¡No, Mel! —dijo Lee—. ¡Nos vamos a matar! ¡Y morir no es algo que quiero, tengo una larga vida como narrador!

—¿Tienes miedo Lee? —sonrió la rubia—. ¡Una, dos, tres…!

Debido a la velocidad que había tomado y el mojado suelo Amélie empujó por accidente a la que le pareció una chica castaña que estaba acompañada de dos chicos más.

—¡Ay! ¡Lo siento! —se disculpó volviéndose por un segundo. En ese pequeño segundo le pareció ver a un chico de unos curiosos ojos verdes que llevaba lentes.

—¿Qué le pasa? —se extrañó Hermione, recuperan su equilibrio.

—Ella es Amélie, Hermione —explicó Ron—. ¡Cuidado! —El pelirrojo quito a Hermione del camino—. Fred, George y Lee… están jugando.

—Pues es muy irresponsable de su parte —opinó la castaña—. Pueden lastimar a alguien o lastimarse ellos mismos.

—Bennet es un caso especial —terció Ron—. Em… ¿Harry? ¡Harry!

—¿Qué?

—¿A quién miras?

—¿Ella era Amélie?

—Sí —respondió el pelirrojo, confundido—, ¿por qué?

—Es… —negó con la cabeza; debía quitarse ese pensamiento de la cabeza—, ¿han hablado con ella?

—Varias veces —respondió Hermione, tiritando, a lo que Ron asentía con la cabeza.

—Mira, Harry, estoy seguro que se te hizo linda, porque ¿a quién no? —habló Ron mientras avanzaban por el andén. Harry frunció el ceño— Pero ni siquiera la viste bien y además… cierto Slytherin está interesado en ella.

—¿Malfoy?

—Eso me dijeron Fred y George —asintió Ron—. Pero hay alguien más…

—¡Andando! —los reprendió Hermione, empujándolos—. Hablaran luego, si eso quieren.

—¡Gané! —sonrió Amélie.

—Te dejamos ganar.

—Sí, claro —respondió sarcásticamente la rubia.

—Ganaste, ¿pero a qué costo? —dramatizó Fred. Amélie lo miró confundida—. Casi matas a la pobre Hermione…

—¡Ah! —exclamó Amélie—, así que era ella… Con razón se veía algo molesta.

—Es Hermione —la tranquilizó George.

—Por cierto, ¿quién era su amigo?

—¿Ron? —Amélie se cruzó de brazos—. Era Ha…

—¡Basta de charlas! —exclamó el profesor Flitwick—. Bennet, ve con tus compañeros —indicó. Amélie hizo un puchero—, ¡andando!

—Los veré mañana, zanahorias —se despidió Amélie—. A ti también Lee, tengo grandes planes.

Los tres sonrieron y se despidieron de igual forma de Amélie.

Cien carruajes sin caballo estaban a la espera de los alumnos. Amélie subió junto a Lavender Brown, Parvati Patil y Daphne Greengrass. La puerta se cerró con un golpe seco y un momento después, con una fuerte sacudida, la larga procesión de carruajes traqueteaba por el camino que llevaba al castillo de Hogwarts.

Los carruajes atravesaron las verjas flanqueadas por estatuas de cerdos alados (las cuales le hacían gracia a Amélie) y luego avanzaron por el ancho camino, balanceándose peligrosamente bajo lo que empezaba a convertirse en un temporal. Aburrida de mirar por la ventana, Amélie decidió conversar un rato con la Slytherin.

—Daphne, ¿cierto?

—Cierto —asintió la rubia—. ¿Amélie no?

—La misma —sonrió.

—Me es un gusto hablar con la tan conocida y misteriosa Amélie Bennet —rió Daphne—. De hecho, eres más linda de lo que me han dicho.

—¿Quién dice eso? —sonrió Amélie—. Me gustaría conocer a mis admiradores.

—Todo el mundo.

—Eso es mucho, ¿no crees? Me encantaría encontrarme con un francés… —rió Amélie—. ¿Tienes una hermana no es así? Me parece que era… Astoria.

—Exactamente —asintió Daphne—. Si mi memoria no falla, ella te conoce, pero por un razón muy extraña.

—Tuvimos un pequeño accidentito el año pasado… —Amélie fingió inocencia.

Los rayos cruzaban el cielo cuando su carruaje se detuvo ante la gran puerta principal de roble, que se alzaba al final de una breve escalinata de piedra. Los que ocupaban los carruajes de delante corrían ya subiendo los escalones para entrar en el castillo. También Amélie, Daphne, Lavender y Parvati saltaron del carruaje y subieron la escalinata a toda prisa, y sólo levantaron la vista cuando se hallaron a cubierto en el interior del cavernoso vestíbulo alumbrado con antorchas y ante la majestuosa escalinata de mármol.

Al llegar a salvo junto a Daphne, Amélie dio un mal paso que casi provoca, según ella, su segura muerte. Para su suerte (o tal vez no) Marc, un chico Ravenclaw estuvo ahí para ayudarla y ponerla en pie nuevamente.

—Ve con cuidado, Amélie.

—Gracias, pero no gracias —le sonrió falsamente—. Por cierto, Brown, mi hermana quiere decirte unas palabras. Tal vez podrías empezar a tomarla en cuenta.

El Ravenclaw rodó los ojos.

—Calissa no me interesa.

—¡Pero mira que novedad! No lo sabía —contestó Amélie sarcásticamente—. Bueno, pues a ella si le interesas y por eso me tiene un poquito más de odio de lo usual, así que habla con ella.

Amélie se estaba alejando cuando un globo grande y azul estalló cerca de ella. A su alrededor, todos chillaban y se empujaban en un intento de huir de la línea de fuego.

Amélie levantó la vista y vio, flotando a seis o siete metros por encima de ella, a Peeves el poltergeist. Su cara, ancha y maliciosa, estaba contraída por la concentración mientras se preparaba para apuntar a un nuevo blanco.

—¡PEEVES! —gritó una voz irritada—. ¡Peeves, baja aquí AHORA MISMO!

Acababa de entrar apresuradamente desde el Gran Comedor la profesora McGonagall, o Minnie, como la llamaba Amélie.

—¡Peeves, baja aquí AHORA! —bramó la profesora McGonagall, enderezando su sombrero puntiagudo y mirando hacia arriba a través de sus gafas de montura cuadrada.

—¡No estoy haciendo nada! —contestó Peeves entre risas, arrojando un nuevo globo lleno de agua a varias chicas de quinto, que gritaron y corrieron hacia el Gran Comedor—. ¿No estaban ya mojado? ¡Estos son unos chorritos! ¡Ja, ja, ja! —Y dirigió otro globo hacia Amélie.

La rubia fue apenas capaz de esquivarlo antes de que chocará directo en su rostro.

—¡Llamaré al director! —gritó la profesora McGonagall—. Te lo advierto, Peeves…

Peeves le sacó la lengua, tiró al aire los últimos globos y salió zumbando escaleras arriba, riéndose cono loco.

—¡Bueno, vamos! —ordenó bruscamente la profesora McGonagall a la empapada multitud—. ¡Vamos, al Gran Comedor!

Amélie se despidió de Daphne y caminó hasta la profesora McGonagall, que ya estaba esperando a los niños de primer año.

—¡Minnie! —exclamó.

—Oh, hola, Amélie —sonrió McGonagall—. ¿Cómo has estado?

—Pues bien hasta que Peeves casi me deja sin cara, gracias por preguntar. ¿Y usted?

—De maravilla, Bennet, pero será mejor que vayas al Gran Comedor, no te querrás perder el gran anuncio.

—¿Gran anuncio? —McGonagall asintió—. En ese caso, obvio que no me lo quiero perder. ¡Te veo luego, Minnie!

El Gran Comedor, decorado para el banquete de comienzo de curso, tenía un aspecto tan espléndido como de costumbre, y el ambiente era mucho más cálido que en el vestíbulo. A la luz de cientos y cientos de velas que flotaban en el aire sobre las mesas, brillaban las copas y los platos de oro. Las cuatro largas mesas pertenecientes a las casas estaban abarrotadas de alumnos que charlaban. Amélie pasó por delante de los estudiantes de Slytherin, Ravenclaw y Hufflepuff, y se sentó con los demás de la casa de Gryffindor al otro lado del Gran Comedor, junto a Dean Thomas y Seamus Finnigan.

—¡Mel! —exclamaron en cuanto la vieron.

—Cuanto tiempo.

—Y en serio, mírate. ¡Más alta que nosotros!

—Siempre lo he sido.

—¡Falso! —exclamó Dean, fingiendo estar ofendido—. En primer y segundo año éramos más altos que tú.

—Dime tu secreto —pidió Seamus en broma.

—Bueno mis queridos amigos, son los genes de mi familia —rió Amélie—. Lamentablemente no hay ningún secreto que contar.

—Oh, eso lo dudamos.

—¿Por qué lo dicen?

Dean y Seamus compartieron una divertida mirada.

—¿Te gusta alguien?

—¿Debería?

—Eres de las chicas más lindas en Hogwarts —dijo Seamus con obviedad—, por lo que, todos (y cuando digo todos es TODOS) queremos saber si alguien te gusta.

No había acabado de pronunciar aquellas palabras cuando se abrieron las puertas del Gran Comedor y se hizo el silencio. Amélie sonrió internamente. La profesora McGonagall marchaba a la cabeza de una larga fila de alumnos de primero, a los que condujo hasta la parte superior del Gran Comedor, donde se encontraba la mesa de los profesores. Temblando con una mezcla de frío y nervios, llegaron a la altura de la mesa de los profesores y se detuvieron, puestos en fila, de cara al resto de los estudiantes. El único que no temblaba era el más pequeño de todos, un muchacho con pelo castaño desvaído que iba envuelto en lo que Amélie reconoció como el abrigo de piel de topo de Hagrid, el guardabosques y profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.

La profesora McGonagall colocó un taburete de cuatro patas en el suelo ante los alumnos de primero y, encima de él, un sombrero extremadamente viejo, sucio y remendado. Por un momento el Gran Comedor quedó en silencio. Entonces se abrió un desgarrón que el sombrero tenía cerca del ala, formando como una boca, y empezó a cantar.

En el Gran Comedor resonaron los aplausos cuando terminó de cantar el sombrero seleccionador.

—La vida de sombrero me parece tan aburrida —opinó Amélie, dejando reposar su cabeza en la palma de su mano.

La profesora McGonagall desplegaba en aquel momento un rollo grande de pergamino.

—Cuando pronuncie su nombre, se pondrán el sombrero y se sentarán en el taburete —dijo dirigiéndose a los de primero—. Cuando el sombrero anuncie la casa a la que pertenecen, irán a sentarse en la mesa correspondiente. ¡Ackerley, Stewart!

Un chico se adelantó, temblando claramente de la cabeza a los pies, tomó el Sombrero Seleccionador, se lo puso y se sentó en el taburete.

—¡Ravenclaw! —gritó el sombrero.

Stewart se quitó el sombrero y se fue a toda prisa a sentarse a la mesa de Ravenclaw, donde todos lo estaban aplaudiendo.

Durante lo que resto de la selección, Amélie se tomo la libertad de jugar con el color de un mechón de su cabello mientras recordaba su selección; había sido bastante… peculiar, en general. El sombrero casi toma la desición de enviarla a Slytherin. Amélie no estaba mal con eso, de hecho le parecía una excelente casa, pero ahí estaba Malfoy, y Amélie no soportaba a Malfoy ni en pintura.

Cuando la selección por fin dio por terminada, el profesor Dumbledore se puso en pie. Sonreía a los alumnos, con los brazos abiertos en señal de bienvenida.

—Tengo sólo dos palabras que decirles —dijo, y su profunda voz resonó en el Gran Comedor—. ¡A comer!

—A sus órdenes —sonrió Amélie cuando las fuentes vacías de repente aparecieron llenas ante sus morados ojos.

Dean y Seamus parecían no haber comido en los últimos dos meses, porque en un sólo pestañear ellos ya tenían sus platos repletos de comida.

—¿Los mataban de hambre? —se extrañó Amélie. Los dos chicos se sonrieron—. ¿Saben? Con esa hambre ya se parecen a Jack… pudo haber comido hace cinco minutos pero ya tiene hambre de nuevo.

—«¿Ja'k»? —cuestionó Seamus con diversión.

—Mi mejor amigo —respondió Amélie, llevándose un trozo de pastel a la boca.

—«¿Me'or ami'o?» —rió Dean. Tragó su comida—. Eso dicen siempre.

Amélie rodó los ojos, divertida.

—Sí, mi mejor amigo —contestó con una sonrisa—. Ahora, mis queridos amigos, será mejor que coman en silencio.

Una vez terminada la cena y cuando los últimos restos desaparecieron de los platos, dejándolos completamente limpios, Albus Dumbledore volvió a levantarse.

—¡Bien! —dijo, sonriéndoles a todos—. Ahora que todos estamos bien comidos, debo una vez más pedir su atención mientras les comunico algunas noticias.

»El señor Filch, el conserje, me ha pedido que les comunique que la lista de objetos prohibidos en el castillo se ha visto incrementada este año con la inclusión de los yoyós gritadores, los discos voladores con colmillos y los bumeranes-porrazo. La lista completa comprende ya cuatrocientos treinta y siete artículos, según creo, y puede consultarse en la consejería del señor Filch.

La boca de Dumbledore se crispó un poco en las comisuras. Luego prosiguió:

—Como cada año, quiero recordarles que el bosque que está dentro de los terrenos del castillo es una zona prohibida a los estudiantes. Otro tanto ocurre con el pueblo de Hogsmeade para todos los alumnos de primero y de segundo.

»Es también mi doloroso deber informarles que la Copa de quidditch no se celebrará este curso.

—¿Cómo? —dijo Amélie.

La verdad es que no era una jugadora de quidditch en lo absoluto, pero mirar los partidos y de vez en cuando narrarlos junto a Lee era uno de sus pasatiempos preferidos.

—Esto se debe a un evento que dará comiendo en octubre y continuará a lo largo de todo el curso, acaparando una gran parte del tiempo y la energía de los profesores… pero estoy seguro de que lo disfrutarán enormemente. Tengo el gran placer de anunciar que este año en Hogwarts…

Pero en aquel momento se escuchó un trueno ensordecedor, y las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe. 

En la puerta apareció un hombre que se apoyaba en un largo bastón y se cubría con una capa negra de viaje. Todas las cabezas en el Gran Comedor se volvieron para observar al extraño, repentinamente iluminado por el resplandor de un rayo que apareció en el techo. Se bajó la capucha, sacudió una larga melena en parte cana y en parte negra, y caminó hacia la mesa de los profesores.

Un sordo golpe repitió cada uno de sus pasos por el Gran Comedor. Llegó a un extremo de la mesa de los profesores, se volvió a la derecha y fue cojeando pesadamente hacia Dumbledore. El resplandor de otro rayo cruzó el techo.

Amélie se sobresaltó bastante, pero logró disimular.

Y no, en absoluto su sobresalto no fue por el aspecto del extraño, sino por el ruido de los truenos.

Aquel hombre llegó hasta Dumbledore. La tendió una mano tan toscamente formada como su cara, y Dumbledore la estrechó, murmurando palabras que Amélie no consiguió distinguir. El extraño se sentó y sacudió su melena para apartarse el pelo entrecano de la cara; se sacó del bolsillo una pequeña navaja, pinchó una de las salchichas por un extremo y empezó a comérsela.

—Les presento a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo animadamente Dumbledore, ante el silencio de la sala—: El profesor Moody.

Lo normal era que los nuevos profesores fueran recibidos con saludos y aplausos, pero nadie aplaudió aquella vez, ni entre los profesores ni entre los alumnos, a excepción de Hagrid y Dumbledore.

—¿Moody? —susurró Amélie para que Seamus y Dean fueran capaces de escucharla—. Para éste ser prefiero a Quirrel.

—Tenía a Quién-tu-sabes en la nuca.

—Igual lo prefiero —terció la rubia—. Olía a ajo todo el tiempo, pero al menos no era aterrador.

Dumbledore volvió a aclararse la garganta.

—Como iba diciendo —siguió, sonriendo a la multitud de estudiantes que tenía delante, todos los cuales seguían con la mirada fija en Moody—, tenemos el honor de ser la sede de un emocionante evento que tendrá lugar durante los próximos meses, un evento que no se celebraba desde hacía más de un siglo. Es un gran placer para mi informarles que este curso tendrá lugar en Hogwarts el Torneo de los tres magos.

—¡Se está quedando con nosotros! —Amélie escuchó gritar a Fred.

Repentinamente se quebró la tensión que se había apoderado del Gran Comedor desde la entrada de Moody
Casi todo el mundo se rió, incluso Dumbledore lo hizo.

A continuación el director del colegio se permitió explicarles con lujo de detalle a los alumnos de que trataba el torneo, las pequeñas complicaciones que había tenido con el paso de los años, las reglas del torneo, su debido premio y sobre las delegaciones que llegarían en octubre, las cuales se trataban de los colegios de magia de Beauxbatons y Durmstrang. Por último, dio por finalizado el banquete y todos se fueron a sus respectivas salas comunes.

Amélie se adelantó para ser una de las primeras en llegar a su sala común. En cuanto llegó se permitió admirar la sala de Gryffindor con detalle; le gustaba el ambiente que transmitía, era tan hogareño y cálido que la hacían sentir realmente bien.

Al día siguiente se tomaría tiempo de pensar en el Torneo (el cual Amélie estaba segura Fred, George y Lee querían entrar) por el momento, disfrutaría del ambiente en silencio que tenía.

*・῾ ᵎ⌇ ⁺◦ ✧.* ↶*ೃ✧˚. ❃ ↷ ˊ-


Capitulo largo, en total 3088 palabras, pero me parece bien. ¡Apenas vamos empezando!

En breve lo interesante comenzará.

—Mel

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