Capítulo 1: Algún día

—Dime, ¿de qué te sirve aprender hechizos si no puedes hacerlos? —me preguntó la directora de mi escuela, me encontraba en su oficina junto con mis padres.

—Porque algún día podré —bajé la cabeza, ya estaba comprendiendo por qué nos había llamado.

—No quiero sonar grosera —continuó la directora—, pero eso no lo sabes.

—Tengo las esperanzas en alto —repuse.

—Gabriela, si llega ese día serás bienvenida, pero hasta entonces...

—Un momento —la interrumpí—, ¿no va a expulsarme, verdad?

—No, no, llamémoslo suspensión indefinida.

No puedo creerlo. Miré a mis padres esperando que dijeran algo, pero no lo hicieron, parecían estar de acuerdo con la directora.

—Escuche, yo sé que puedo hacer magia —insistí—, solo no sé cómo, y es aquí donde deben enseñarme.

—Lo siento Gabriela, la decisión está tomada.

La miré indignada: —Si me consideraban un caso perdido debieron habérmelo dicho desde el inicio, ¡no en mi penúltimo año!

—Gabriela —mi padre trató de calmarme—. Míralo como algo temporal, podrás regresar cuando tu magia aparezca.

—Hasta entonces no hay nada que podamos hacer —decretó la directora—, ya este año se comienzan a practicar hechizos avanzados y no puedes aprobar las clases sin hacerlos.

—Aprobaré solo con la parte teórica, es lo que he hecho siempre.

—Eso no te alcanzará para este año, lo mejor será que...

Harta de escucharla, salí de su oficina y cerré de un portazo. No tenía nada que perder, de todos modos ella no cambiaría de opinión.

Me sorprendió encontrarme a mi hermano mayor, Eddie, justo afuera de la oficina. No tengo idea de qué podría estar haciendo aquí, es sábado, y además él se graduó hace dos años.

Junto a mi hermano había un chico desconocido para mí, tenía cabello café ondulado y piel bronceada, aparentaba ser al menos un año mayor que yo.

—Eso no parece haber salido bien —observó Eddie sonriendo, luego se volvió hacia su amigo—. Gabriela, te presento a Kendall, nuestro primo. Kendall, esta es mi otra hermana, la que no es hechicera.

—¡Sí lo soy! —protesté.

—¿Entonces por qué el portazo, Gaba?

Odiaba que me llamara Gaba.

—Porque la directora piensa que no lo soy.

—¿Entonces te echaron? —preguntó.

Lo ignoré y volteé hacia el tal Kendall.

—¿En serio eres mi primo? —le pregunté, él asintió. Ok, tengo un primo el cual no tenía idea de que existía, claramente no es primo hermano—. ¿Y qué están haciendo aquí?

—Acompañaba a Kendall a matricularse, y ahora estamos esperando a papá.

O sea que hoy el colegio perdió un estudiante y ganó otro.

—¿Cómo es eso de que no eres hechicera, Gaba? —me preguntó Kendall.

—No me digas Gaba —le advertí, él asintió obedientemente.

—¿O si no qué? —inquirió Eddie, el muy odioso—, ¿le lanzarás un maleficio?

Kendall rio un par de segundos y lo miré molesta.

—Perdón, prima —se aclaró la garganta.

Mi hermano por su parte continuaba riendo. Hoy en especial no estoy de humor para soportar bromas sobre mi falta de poderes mágicos.

—Me largo —espeté mientras me alejaba, de nuevo furiosa. Lástima que no tenía una puerta para hacer otro portazo como el de hace un rato.

—¿Vas a caminar hasta casa? —inquirió Eddie riendo—. Te llevará un par de horas.

Me detuve en seco, hasta que se me ocurrió una brillante idea, sonreí y continué mi camino.

Voy a aparecerme en mi casa.

Nos enseñaron a aparecernos el año pasado, pero claramente yo no pude hacerlo en el momento. Sin embargo, justo ahora tengo un buen presentimiento, además de que me siento muy obligada a lograrlo, demostrarles a todos y en especial a la directora, que sí soy hechicera.

Caminé hacia una de las zonas verdes. El colegio se encontraba vacío, no era de extrañarse puesto que es sábado, ¿quién vendría un sábado? Solo alguien a quien le pidieron una reunión con sus padres para expulsarla, mi caso.

A parte de mis profesores, familia y mi mejor amiga Natalia, nadie más sabe que no sé hacer magia. Cuando nos enseñaban a hacer algún hechizo en clase yo lo intentaba al igual que el resto de mis compañeros, pero nunca los lograba, por suerte nadie se daba cuenta de eso.

Dejé de caminar y saqué mi varita de mi bolso, lista para intentar aparecerme. Mi mano temblaba, me sentía muy nerviosa. Nunca había estado nerviosa antes de tratar de hacer un hechizo, pero es que algo me dice que esta vez va a funcionar, tiene que.

El día estaba soleado, pero había una fuerte brisa que hizo que me diera frío. Intenté colocarme al lado contrario del viento, agité la varita y temblando dije: —A casa.

No pasó nada. Respiré hondo, me paré recta y alcé mi varita de nuevo: —¡A casa!

—¡A casa! —repetí.

Unos diez intentos más tarde sonó mi celular, era un mensaje de mi madre.

¿Dónde estás? Ya nos vamos. Te esperamos en el estacionamiento.

Decidí tratar una última vez.

—Al estacionamiento —dije con amargura.

Y aparecí. No en el estacionamiento, claro, ¡pero aparecí a unos centímetros de donde estaba antes! Talvez como a un metro. Era increíble, por primera vez había hecho magia.

No logré lo que quería, ni tampoco se vio niebla, que siempre aparece después de realizar un hechizo... ¿Pero a quién le importa? ¡Soy hechicera!

Corrí hasta el estacionamiento, abrí la puerta de nuestro auto y me senté atrás. No podía parar de sonreír y hacer soniditos de felicidad extraños.

—Te estás tomando lo de que te suspendieran muy bien, Gaba —dijo Eddie.

—¿Y tú qué rayos haces aquí? —pregunté.

El estacionamiento era para aquellos que aún no tenían la edad para aparecerse, y para los que no sabían cómo (mi caso). Todos en mi familia saben, hasta mi hermana menor, y eso que aún no tiene edad. El auto de mis padres era básicamente solo para transportarme a mí, ya que ningún hechicero común puede hacer aparecer a otro, a menos que sea muy poderoso.

—Te dije que estaba esperando a papa —contestó mi odioso hermano.

—Sí... pero pensé que era porque ocupabas hablar con él o algo así.

—No, ocupaba que nos llevara —dijo, y miró a nuestro primo—, a Kendall le da miedo aparecerse.

—¡Eso era secreto! —se quejó Kendall.

—¿Quién se burla ahora, Kendall? —pregunté sonriendo.

—No me burlé de ti —dijo—, solo reí por medio segundo del comentario de Eddie, es con él con quien tienes que enfadarte.

—Lo estoy —afirmé.

—Qué miedo —murmuró Eddie con sarcasmo—, hice enfadar a la hechicera más poderosa del...

—¡Eddie! —lo interrumpió mamá.

—¿No estás enojada porque te expulsaran? —cuestionó él, buscando la forma de hacerme sentir mal.

—De hecho, estoy furiosa —le dije, y lo estaba, pero tenía la certeza de que muy pronto estaría callándole la boca a todos, empezando por la directora, quien tendrá que levantar mi suspensión y disculparse por no confiar en mí.

Ahora mismo no iba a contarles que recién acabo de hacer magia, no me creerían y no necesito más burlas de parte de Eddie.

Por suerte conozco a alguien que me creerá y podrá ayudarme: Billy, mi tío. 

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