XX - Buscando a Gregor Samsa

No puedes intentar cambiar lo que es real. Simplemente no se puede. Tómame de ejemplo a mí. Por más que intento creerme que estoy en mi casa de lujo en Singapur, bebiendo piña colada de un vasito que tiene paraguas bebés, rodeado por el sonido de la tranquilidad; no estoy ahí. 

Estoy aquí. Junto al muerto. 

Así que, entiende cuando te digo, que esa paloma no es de verdad.

—¿Por qué el parche? —pregunta Jean Leup.

—Se ve bien.

El viento sopla como si no tuviera ganas de hacerlo. Deben de ser como las cuatro de la tarde, pero ya no hay energía para el resto de las horas. Bueno, ya no hay energía ni en Sol ni en Lobo. La culpa fue de ella, se le ocurrió que era buena idea empezar a cavar como eso de las once de la mañana. Y no. No fue buena idea. Nunca es buena idea cualquier cosa que tenga que ver con sudar debajo del sol.

Es un jardín relativamente pequeño. Un rectángulo de quizá unos ocho metros de largo por dos de ancho. Hay un montón de piedras en una esquina y lo demás es tierra seca con pasto seco. Si miras a la izquierda, tierra seca. Derecha, tierra seca. Atrás, tierra seca. Tierra seca más tierra seca.

Sol decidió cavar tres hoyos. Uno por cada persona. Por supuesto, tú no hiciste nada. No te moviste de lugar hasta que te dieron una caja de cartón para guardar la paloma que, según Hannah, iba a explotar.

Y aunque no haya explotado, Rob, no es seguro que la tengas ahí abrazada como si se te fuera a ir. ¿Alguna vez has visto a alguien que le explotó el calentador de agua cerca? Se quedan sin cejas.

¿Quieres quedar como la Mona Lisa, Rob?

Volviendo a los hoyos. Que de hoyos tienen poco porque de profundidad no tienen más de veinte centímetros. (Débiles tenían que ser nuestros amigos). No encontramos nada. Yo no sé por qué Sol decidió cavar en la cosa más muerta de la casa, Hannah indicó que los escarabajos deberían de estar en algo que no estuviera... seco. 

Sol viene a sentarse en la sombra, en medio de ti y Lobo. Abre las palmas y les muestra dos grillos secos. A uno le falta una de las patas traseras y al otro parece que hormigas asesinas le sacaron todas las entrañas. Los tomas a ambos sin dudarlo. Al primero lo metes dentro de la caja, y el segundo te lo avientas a la boca.

No, Rob. Si te lo preguntas, ya no me das asco. Ya me vale gorro si empiezas a comerte las piedras. (No te las comas, por favor).

—¿De verdad es tan importante ese frasco? —pregunta Jean tomando un sorbo de su termo.

Sol mueve su playera para quitarse el calor de encima, oprime los labios cansada y se sacude las palmas, aunque es poca tierra la que se logra desprender de ellas. Tamborilea el suelo y respira profundamente.

No es buen indicio.

—Es que mira —comienza ella—, no te vayas a enojar.

Oh no.

No debe de hablar.

Han estado comprando a Jean con que Maximino había dejado algo importante debajo de la tierra. «Algo». Eso fue suficiente para el francés cuando empezamos a cavar el primer hoyo. Pero cuando se dio cuenta de que Sol no encontró nada en donde ella misma aseguró que era el lugar indicado, Sol tuvo que añadirle moños a ese «algo». Guiñó tres veces el ojo izquierdo como si le estuviera dando un tic y le dijo que el frasco tenía sus cordones umbilicales de bebé.

Para todo esto, tú no te querías mover porque dijiste que la paloma se te iba a escapar, pese a que no se ha movido desde que regurgitó la carta de Hannah. Entonces te tuvieron que ir a conseguir una caja de zapatos vieja para que pusieras el pato de hule del joven por el que los CROGHAS les quieren cortar la cabeza, y a la pobre paloma. Te pusiste pesado porque querías una caja que tuviera algo azul. 

—¿Ya ves que te dije que me iban a hacer brujería si dejaba el cordón de bebé aquí?

Y yo no sé cómo era posible que Jean le hiciera caso. ¿Cómo va a tener más de un cordón umbilical de bebé en un frasco? Debe ser el exceso de cafeína, por eso es más fácil manipularlo. 

Para el tercer hoyo, Jean dijo que ya no quería cavar y que todavía tenía que diseñar los exámenes para los demonios de su trabajo, pero Sol salió con el cuento de que había gente que podía hacer brujería y que ya le había pasado una vez.

—Se llama Pipino —hablas—. Paloma Pipino.

Esa no es una paloma.

Es decir, lo es. Pero, es falsa. Paloma falsa, Rob. 

—¿Y luego? —pregunta Jean.

—Mejor nombre no hay.

Creo que la pregunta no era para ti.

—Pues mira...

Sol no sigue hablando. Te voltea a ver porque no dejas de apachurrar el pato de hule hasta que saca el sonido más agudo que puede. A ti no te gusta que te dejen de poner atención, ¿verdad?

—Se iba a llamar Pispis.

A ver, entiende, que no te están habla...

—Pero suena a pipí.

Pipino suena incluso más a eso.

—Pipino no está mal, me agrada —habla Jean señalando la caja—. ¿Ibas a decir algo, Sol?

Ella se encoge y mueve la cabeza indecisa. Estira y encoge las piernas. Se acomoda el chongo, sin que le importe dejarse tierra en el cabello. Vuelve a ti, pero como el buen amigo que eres, estás ocupado jugando con la paloma.

—No te vayas a enojar. ¿Bien? Bien. ¿Pues si ves que estaba medio buscando a Maximino? —pregunta Sol con el tono más leve con el que puede hablar.

Sin embargo, su tono no funciona. Jean cambia la expresión calmada a una de bestia en busca de cuerpos que desea desangrar. Gira la cabeza y mira con severidad al pato. A Sol, no al de tu caja.

—Esto no tiene nada que ver con tus ideas de arrancarse las uñas ¿verdad?

Sol oprime sus labios y niega con la cabeza. Eso es, que siga así. No podemos decirle aún. Si descubre que ha sido engañado, ya no tendremos a quien quiera cavar más hoyos, y tampoco tendremos un nuevo hogar en Ocotillo. 

Que, bueno, eso de irnos a Ocotillo ya no se ve tan sencillo como antes. 

—No, para nada, ¿por qué preguntas eso?

—¿Quieres ver a Pipino?

Nadie quiere ver a Pipino.

—A menos que, claro, desees escuchar bien la historia de cómo puedo quitarme una uña y hacer que salga de nuevo porque entonces podría...

¿Ya viste? Te ignoraron. 

Jean avienta el termo vacío a un lado de él, se tapa los oídos y se levanta de inmediato. Empieza a tararear como loco mientras se acerca a la tierra.

—Ni siquiera sé cómo arrancar las uñas —musita Sol enfadada.

Ayer lo intentó. Varias veces. Muchas veces. Y en ninguna de esas logró sacarse una uña entera. Mitades, sí. 

—¿Le doy agua a Pipino?

Escúchame bien. No es una paloma. No le tienes que dar agua.

—Si quieres. —¿Por qué te consiente tanto Sol? Ya ponte a cavar—. En una tapita o algo.

—¿Y puedo agarrar la libélula?

—Ajá.

¿Por qué te responde tan contenta si ni siquiera te entendió? Mira, pregúntale. Pregúntale que si a qué te refieres por libélula. No va a saber ni qué.

—Ya chequé el blog ese de las Donas de chocolate blanco —habla Jean examinando los hoyos.

—Amargo.

—¿Sabías que aparte tiene un blog como de matemáticas o algo así? Hay un link ahí en su descripción. Se pone a resolver problemas que le dejan en los comentarios —comenta el francés—. Pero no creo que sea tan bueno, en uno le reclamaron por equivocarse en un signo o algo así.

Miras confundido a Jean. Yo tampoco tengo idea de por qué viene eso al casi. Terminas tendiéndole la caja a Sol y le das un par de palmadas en la cabeza antes de adentrarte en la frescura de la casa.

Pues a las tapitas puedes sacarlas de una botella vieja del refrigerador o algo así. Pero la lavas, porque sino vas a apestar la caja de cartón.

¿Rob?

¡Rob eres un mentiroso! 

Tú no vas por agua para la paloma. Tú vas para otro lado.

¿Entonces a qué te referías por libélula? Llevas varios días diciendo que se le prenden los traseros a las libélulas y esas cosas. Yo pensé que era parte de tu diálogo extraño, pero parece demasiado repetitivo como para que solo eso.

—Arriba, arriba.

Con que vamos para arriba. No creo que vayas a dormir de nuevo. Anoche te subiste a las ocho y media y te levantaste a eso de las diez de la mañana. Una persona no puede dormir más de eso, pero, claro, tú no eres una persona. Eres un demonio. O algo parecido a ello.

De mis teorías es que te nutres de la luz lunar como para revivir o algo así. Los días en que no hay tanta luna, como que se te sube lo babas, y en los que hay demasiada luz blanca, empiezas a comer flores.

No lo había notado. Pero este es el único cuarto del cual Sol no ha querido sacar cosas para guardar. Puede que siga pensando en que Maximino está vivo y volverá. Yo la verdad espero que no lo haga, porque al señor a lo mejor no le va a agradar saber que una especie de cadáver estuvo durmiendo en su misma cama, dejando las almohadas llenas de babas.

Pobrecilla, quizá el viejo fue el único en toda su familia que no la quiso dejar abandonada con los lobos y de verdad lo extraña...

¿Es ese el suéter de Sol? No vayas a empezar a hacer cosas raras como olerlo. Ah no, sacaste el ladrillo ese. El teléfono de Sam.

Oye, ahí en la esquinita se ve un sobrecito. Púchale ahí. Creo que son mensajes.

[Sol, ¿todo bien? Soy Sam.]

[Te hablé varias veces. ¿Puedes contestar al menos el mensaje? Ya llegué a casa.]

[Te dije que estuvieras atenta al teléfono. Yo no sé para qué te lo dejé. De seguro ya también rompiste los panecitos de barro.]

[Te vale madres si me descuartizan, ¿verdad? Estoy seguro de que ni siquiera has leído los mensajes.]

Ah, ya veo.

¿Por trasero de libélula te referías a que se estaba encendiendo la pantalla del celular? ¿Piensas contestarle?

[Hola, Miiin con tres i.]

[El pan sigue vivo.]

[Adiós, Miiin con tres i]

[Con poquito cariño, Rob.]

—Hora de viborita.

No creo que se tome muy bien la respuesta. No dijiste nada aparte del pan, y tampoco estoy muy seguro de que el pan esté bien. Sol lo aventó a una de las cajas, a lo mejor sí se rompió.

¿En qué momento te volviste tan bueno en ese juego? No importa. Enfócate. Me preocupa algo. ¿Recuerdas al vatillo ese que matamos hace algunos días? Supongo que también recordarás el cartel, tú lo viste junto a Rafael. El de los tacos ese. Bueno, si los CROGHAS y los foca se encargan de revisar quién sale y quién entra de la ciudad. ¿Cómo vamos a salir?

Quiero llorar.

¿En qué nivel estás? ¿Nivel dios? Espera, espera. El teléfono está sonando. Tienes que contestar. A lo mejor es el Sam con respuestas de Platita. No, no bufes.

—Bonjour.

Saliste francés.

—¿Buenas? —responden del otro lado—. Soy Platita. Vengo de parte de... Este...

¡¿Platita?! No la vayas a regar, Rob. Es la oportunidad que estábamos pensando. Baja corriendo, Sol es quien debe de responder. No, mejor no bajes. Te vas a dar en la torre y vas a romper el teléfono.

Miiin con tres i. No con dos.

—¡Ese wey! El de las figuritas chidas. Me dijo que me buscabas —responde Platita—. ¿Lo conoces? Me espanté, no me suelen hablar personas tan famosas. La última vez que me habló alguien así de famoso, fue hace un par de años. Cuando subí una foto de mi perrito me habló el Koko, ese que rapea sin groserías, dijo que ya le cortara el cabello porque parecía oso. La verdad es que me dio pena decirle que recién se lo había cortado. Y yo que había pensado que había hecho un buen trabajo. Pero la verdad es que el perrito ya se estaba pegando de topes con las paredes, creo que sí le hacía falta un buen corte.

»Pero es que, mira, el otro día lo llevé aquí con unos weyes que tienen una estética acá en automóviles. Bueno, no lo llevé al Brutus, sino que vinieron por él. Y pues la camionetilla estaba toda gacha, pero no me quedaba de otra, ¿verdad? Además, al Brutus pues no le gusta ir en coche. Así que estaba bien. Bueno, sí se espantaba cuando veía la camionetilla, pero pues como no se movía, era mejor y se espantaba menos. Creo. Pero nombre, este wey de la camionetilla, no sé qué le hizo. Brutus salió con una oreja cortada ese día. Pobrecito. Y todavía le pregunté al don si todo había salido bien, me dijo que a Brutus nada más no le gustaban los paliacatitos que le ponen a los perros cuando terminan de bañarlos. Wey, ¿pues a quién le van a gustar esas mamadas? Son de una tela más corriente que nada, carnal. Y ya me di cuenta cuando al Brutus se le estaba haciendo algo raro en la oreja. No, yo no vuelvo a dejar que le corten el cabello. Por eso se lo corto yo ahora.

Qué agradable sujeto. 

—¿Te acuerdas de mí?

—¡Ah claro! Te pusiste a hablar de la perfecta simetría que habías encontrado en un pequeño pastel circular. Dijiste algo como de arte, y luego te pusiste a hablar de la profundidad en las obras y la gran revolución que esto significaba para la corriente de no sé qué tanto. Te fuiste de las pinturas en las cavernas, a los cuadros estos de rayitas, a la vagina que parecía un trombón. Me leí los libros viejos de mis jefes que tenían ahí arrumbados de artistas. Cuando leí la biografía de este wey, ¿Momet? ¿Motet? Bueno, me acordé de ti. 

»Incluso ese día convenciste a varios clientes de que una banana en la pared sí podía ser arte. Yo la verdad no me meto en esas cosas porque luego la gente se enfada, como que les sale el título de pintores. Y luego empiezan a decir cosas bárbaras como que ellos también podrían poner basurita en los museos para que les pagaran por la exposición. Pero la verdad yo pienso que ellos no aguantarían como el, ¿cómo se llama?, el Gogh ¿no? Que estaba todo ido y que no le pagaban por los cuadros más que su hermano. ¿Qué puedo hacer por ti, hermano?

¿Estás contento? Estás contento. Mira, se te han erizado los pelitos de los brazos. No me hagas sonreír también a mí. ¿Te acuerdas de él? Suena a que fue un buen sujeto contigo.

—Una célula muerta con tres vecinos vivos, nace. Pero si tiene más vecinos, la matan. Juego de viboritas. Y arañas.

¿Qué?

Ay Dios, a Sol se le olvidó poner seguro a la ventana. No te detiene el seguro, pero te reafirma la idea de que no tienes que abrirla. Y ahora no hay nada que te detenga para abrirla de par en par. 

Vaya, la calle está sola. Ah, no. Perdón, no está sola. Si te asomas tantito puedes alcanzar a ver a Vaquita y a Rafael que están fuera, arreglando el pequeño jardín. Al parecer el vecino asesino compró flores nuevas.

A ti te vale gorro volverte a morir, ¿no? Pero a mí no, así que mete el culo de nuevo al cuarto. ¡No te sientes ahí! Además, es muy incómodo. Te van a salir hemorroides por sentarte en el alféizar de la ventana.

Oye, creo que Vaquita se comió las flores porque Rafael le está reclamando algo mientras señala el pasto.

—¿Perdón? Cómo que se te cortó la llamada.

¡Contéstale algo coherente a Platita! Pregúntale si alguien ha ido a preguntar por ti. 

—No era una pintura, era una tortuga.

¿Te acuerdas de eso? 

De todas las cosas de las que te podrías acordar estando muerto... ¿Te acuerdas de solo esa? Quizá te acuerdas de más cosas. ¿Todo este tiempo has estado haciendo que la virgen te habla y por eso no le contestas a Sol?

—¿Bueno? ¿Bueno? Se sigue cortando la llamada.

—No me quería morir.

Te despegas despacio el teléfono del rostro. Tranquilo. Sé lo que estás pensando. Está bien equivocarse, además, tú cómo ibas a saber que te ibas a morir ese día. 

¿Acabas de aventar el teléfono al techo del vecino? 





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