VI - Lo que se lleva en la sangre

—¡Merde!

No creo que haya sido buena idea que Sol dejara a cargo al francesito de ti. Es decir, míralo, no puede dejar de temblar, aunque bueno, es la cuarta taza de café que se toma en el transcurso de una hora. 

—¡Cuatro días! —Acerca una taza hacia ti y deja caer un par de gotas sobre tus pantalones—. Cuatro días y todavía no se digna a hablarme, y cuando lo hace, es para decirme que te cuide. ¿Qué le pasa? Ya le pedí perdón, ya le cociné lasagna, incluso me ofrecí a lavar sus platos por una semana entera. ¡¿Qué más quiere que haga?!

¿Te acuerdas que hace un par de días Juan Lobos fue a buscar los locales de tatuajes en el centro de la ciudad? Pues bueno, no lo hizo. Al final se le atravesó un puesto de helados que tenía una larga fila de personas por la inauguración. Al parecer no era un puesto cualquiera de helados, era un puesto de helados con panes en forma de pescado.

Y gracias a los panes en forma de pescado, te llenaste de la sangre de un extraño y el vecino psicópata traga estrellas casi te regresa con los muertos.  

—Es más, tú eres el que debería de estar enojado conmigo. No ella. A ella ya le traje un helado de piñones y estoy seguro de que lo tiró a la basura. ¿Lo tiró? Definitivamente lo tiró, esa mujer es tan orgullosa que estoy seguro de que lo aventó a las vías del tren con todo y mi tupper. 

—Ajá.

Rob, te vas a ir al infierno por mentiroso. 

Tú abriste la puerta para pasar el helado que venía en el contenedor de plástico, y viste a Sol diafrutándolo mientras tú comías plantas.

—Je le saivais. —Creo que les está diciendo salvajes—. Bebe con confianza, Rob. No te limites, no lo hice tan cargado para ti. Sol dice que te sigues levantando por las noches a ver el espejo. Es curioso porque ella también tiene problemas para dormir desde que llegó acá con Maximino. Se levantaba y hablaba por el teléfono a personas desconocidas, a veces aventaba piedras hacia mi ventana y se ponía a platicar conmigo de cosas bien raras. 

»Hubo una vez que empezó a hablar de una bruja y bebés con tres ojos. Otras veces no dejaba de hablar de que soñaba que se le caía la cabeza, pero podía seguir hablando. Lázaro, cómo le gustaba repetir el nombre de un tal Lázaro. Aunque la mayoría de las veces Sol solo sueña con tierras.   

—¿Tierras?

—Sí, dice que usualmente camina por unas tierras húmedas y ya. ¿Y tú, Rob? ¿Tú qué sueñas? ¿Cosas igual de raras que las de Sol?

Te alzas de hombros y acercas la taza a tus labios. De seguro ni sueñas.

—Seguro que sí lo haces. —¿Me acaba de leer el pensamiento?— Yo casi nunca me acuerdo de lo que sueño. La verdad siento que es mejor así, porque cuando me acuerdo, traigo un humor de perros y todo me pone de mal humor. Me pone de mal humor el sol, la gente, los zapatos, las hojas amarillas. Las verdes no tanto. ¡Ah, pero las amarillas las odio! No sé si es porque crujen o porque...

Ya cambió a modo francés. El tren pasa rugiendo y se lleva las palabras del joven hermoso. La casa es muy parecida a la de Rafael. Con la diferencia de que esta tiene fotografías en vez de pájaros muertos. 

¿Crees que sea sano que tome tanto café? Quizá deberías detenerlo, Rob. Tírale la taza. O bien, antes de que empiece a convulsionar, podríamos saltarnos la barda y regresar a la casa de Sol. Al menos ahí podrías esculcar tranquilo los cajones. 

—Y Sol. —Se lleva las manos a la cabeza y estira su cabello—. Sol me pone de muy mal humor cuando me acuerdo de lo que sueño. Y tiene mucho sentido aunque no lo creas. No se te vaya a ocurrir decirle, pero ella aparece en esos sueños raros siempre. Por cierto, ¿no me pidió que te ayudara en algo? ¿Qué dijo? ¿Algo del brazo?

Levanta la mano, Rob. Eso es. Deja que mire la venda mal puesta. El francés toma otro trago de café antes de dejarlo en la mesa y acercarse a verte. 

—¿Qué es esto, Rob?

Te quita la venda y espantado te zarandea la mano de un lado a otro. Vuelve a, supongo que, maldecir en francés y se te queda mirando absorto. 

No te ves muy bien que digamos, Rob. Y no lo digo por el chongo, el chongo ya lo sabes hacer bien, incluso mejor que el pato de Sol. Lo que pasa es que conforme más tiempo pasamos en la casa del vecino, te ves más adormilado incluso bebiendo café. Quizá estoy exagerando y no te cae bien la bebida. 

—Ya le he dicho que el hecho de que mis padres sean médicos, no significa que yo también lo sea. Esto está terrible, se te está gangrenando la mano. ¿Te estuvo curando?

—¿Sí?

Pues, curar, curar, así lo que es curar no. Sol te puso una crema para piel de vaca que no sé de dónde sacó, y luego te vendaba la mano por las noches. 

Jean se aleja y avanza hacia los gabinetes que están encima de donde guarda las tazas. Mueve el montón de frascos de café instantáneos vacíos y saca una caja de color rojiza. Sacude el contenido y agarra un montón de frascos y gasas. 

—Ven acá —exige el patrón—. Solo a Sol se le puede ocurrir traerse a un muerto y luego intentar matarlo de nuevo. ¿Qué te hicieron?

Te alzas de hombros y avanzas despacio hasta la cocina. 

Muy.

Muy despacio.

—Me quitaron mi machete. 

Lobo alcanza a tomar el último sorbo de café para cuando llegas al lavabo, creo que ya se acostumbró a tus incongruencias y le daría igual si le dices que te comiste al Rafael. Lobo, abre el grifo de agua y deja que el chorro pase por la piel morada de las manos.

—Esto tiene que ver con Rafael, ¿no es así? Yo sabía que ese no iba a traer nada bueno a la calle. —Te voltea a ver el rostro—. No le digas a Sol, no me gustaría que se preocupara ahora, pero lo he visto correr por las noches y se queda observando de manera muy rara al cuarto de Maximino. Creo que te está vigilando. Bueno, a ella también. 

Te abre la herida un poco y la palpa. Tose un par de veces y vuelve a echar agua sobre esa cosa viscosa.  

—El otro día me trajo una oruga apachurrada para ver si yo podía hacer algo para ayudarla. —Te echa uno de los botes de ahí con letras minúsculas y la carne empieza a burbujear exageradamente—. Pero volviendo a Rafael, se está ganando a media calle con la comida y sus sonrisillas extrañas y siniestras. Había planeado aventarlo al río, pero creo que ya es demasiado tarde. 

Rob, creo que no es normal que salga esa espuma negra de sus manos. 

—Quiere a Max.

—Sí, él y muchos otros —suspira el francés—. Lo quieren bien muerto. O quieren el dinero que está enterrado, o quieren venganza por el familiar que les mató, o quieren saber su secreto. Bla, bla, bla. Yo no entiendo mucho de esas cosas, solo sé que Sol podría bien irse de esta maldita ciudad en el momento que lo desee, le dejó muchas cosas Maximino.

Está haciendo señal de dinero con los dedos de las manos. ¿Sol tiene tres riñones? 

—Pero es muy terca. Demasiado. Dice que no tiene ningún lugar a donde ir, pero sé bien que no quiere dejar a nadie atrás. Ya sabes. Traumas y esas cosas. Y luego la situación de su abuelo tampoco la tiene muy tranquila. Y sé que parece que ella no lo quiere, pero no es así. Él fue el único que la cuidó. ¿Cómo va a irse si el viejito está perdido? 

 »Y si me lo preguntas, yo digo que ese señor sigue vivo y coleando. Encerrado y jugando en las traga monedas de los casinos. Al viejo le encantaba jugar. Era la segunda cosa que más le gustaba hacer. La primera era pelearse con la gente hasta dejarla inconsciente. 

Te limpia las manos con las gasas y vuelve a inspeccionar la herida antes de vendarla. 

—La verdad, no tengo ni la menor idea de lo que estoy haciendo —afirma divertido—. Espero que funcione y no se infecte. Que bueno, ya estás muerto. ¿Te puedes morir dos veces?

Podrías escapar ahora, Rob. Ya se fue a tirar las gasas usadas.

—No le he dicho a Sol, pero, ayer le hablé a un amigo y le pregunté de tus tatuajes. Me dijo que jamás había visto algo parecido. No en esta ciudad. Dijo que no había persona alguna aquí que tuviera esa técnica. Pero la busqué en Cloove y parece que es una réplica del festín de Herodes que hizo Donatello...

¿Rob?

Oh no.

—Sol me va a matar.

¿No estás muerto, verdad? No puedes estar muerto. ¿Qué voy a hacer yo aquí si te mueres tú? No puedo quedarme con estos dos. Tú no te habías quejado en estos días; Sol ya te había empezado a dar de comer otro tipo de plantas y empezabas a prender la televisión solo. Sí, te levantabas de sonámbulo a verte el cuello, pero lo normal. 

—Le dije que no te podía cuidar —exclama Jean—. ¿Ya para qué iba a su trabajo? De seguro la volvieron a correr y nada más la van a hacer sentir mal. 

El francés está tentado a tomarse tu taza de café, pero en vez de eso se agacha en el suelo y te analiza. Después de un largo suspiro te arrastra por la cocina y te deja frente a la puerta del jardín, ahí encima de la alfombra peluda grisácea. Mueve tu cara de un lado a otro. Estoy comenzando a creer que Sol te pegó los lentes con silicón.

Lobo te da un par de cachetadas, suspira y luego se queda rendido a un lado de ti. Se acuesta a tu lado y pone su brazo sobre sus ojos.

—Es como su quinto... No, es su cuarto trabajo de este año —suspira—. Primero fue mesera, luego pasó a asistente de despachos, bañó perritos y este era un local de postres.

Se da un par de golpes en la cabeza y respira profundamente. Incluso tirado la cafeína le hace seguir moviendo los pies de un lado a otro. 

—No, creo que primero fue lo de bañar perritos. Pero Sol terminaba dejándolos todos mal cortados. 

Con razón olía a merengue aquella vez. 

—Por una parte, me alegra que no trabaje. Es terrible verla irse sola. Si viviéramos en otro lugar estaría bien, pero aquí... Aquí no se puede vivir. Además, cuando se lo propone, tiene un humor terrible que espanta a la gente; ¿cómo se le ocurre ir a trabajar en un local de postres si no quiere dar ni los buenos días?

Se mete una de las manos al bolsillo de sus pantalones y saca una vieja cartera. Está sucia y descosida de todas partes. No tiene dinero dentro, pero hay mucha basura ahí. Saca un papel grueso y doblado de en medio y lo mira. 

Es una foto de Sol, Juan Lobos y un hombre flaco con cara de pocos amigos. Trae la misma ropa que tú, Rob. Solo que él lleva una macabra pulsera adornada con pequeños cráneos de plata. 

Creo que es Maximino. 

—Pero, sobre todo, a veces tengo miedo de tener que ir a buscarla a las fosas.

¿Soy yo o esa foto es media macabra? El abuelo parece todo menos abuelo, y Sol luce exactamente igual que como ahora. 

Hay que salir de aquí, Rob. 

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