III - Rojo en francés

¿Ya despertaste? 

Por fin. Pensé que te habías ido de nuevo. Bien, voy a ponerte al corriente.

Entramos a la casa. Sol te echó agua con la manguera y te limpió de pies a cabeza en el jardín techado. De un segundo a otro, una hormiga se trepó a ti y te volviste loco. Comenzaste a hiperventilar y a sacar espuma negra de la boca. Te volviste una bestia de gafas intactas. Sol trató de controlarte, pero sin duda alguna corriste hacia nuestra amiga, le arrancaste el brazo y comenzaste a comértelo mientras la sangre le brotaba de las arterias como fuentes danzarinas. 

Es broma, no eres zombi y Sol está bien. Tú sigues medio muerto, pero ya no estás desnudo. Ahora llevas ropa de viejito, la del abuelo asesino de panaderos. Luces como si fueras a posar para la foto de algún álbum indie contemporáneo que nadie conoce aún. Con todo y la aflojada camisa de color amarillo pastel de mangas cortas, los pantalones caqui (tres tallas arriba de la tuya) y las zapatillas gruesas de correr, que sirven para todo menos correr. Incluso Sol se las arregló para acomodarte el cabello en un chongo como parecido al de ella. 

¿Cómo quieres que se llame tu banda? ¿El petateado? ¿El hierbas malas? Los tenis colgados suena bien.  

Te quedaste bien dormido después de que te duchó. Sol entró en veinte crisis existenciales porque no sabía si te había ahogado. En ese lapso llegó nuestro nuevo invitado con una camisa blanca manchada de café. Es Lobo, el vecino. Ya nos había hablado de él Sol. 

Aquí entre nos, no creo que ese sea su verdadero nombre, pero parece un buen muchacho. Es medio escuálido e intenta lucir como alguien de bajo perfil. Pero tiene algo en su rostro que es imposible que pase desapercibido. No sé si son los ojos, no sé si son las pestañas de sus ojos, no sé si es el lagrimal... Tiene incluso una ridícula aura visible alrededor de él que te hace sentir miserable por ser tan poco. En pocas palabras, él podría robar mi cartera, Rob, y estaría complacido por ello. 

Bueno, volviendo a lo nuestro, ahora tenemos junta para averiguar qué hacer contigo. Al parecer todavía en estos días no es algo común llevarse muertos a la casa. 

Hay otra cosa de la que quiero hablarte, Rob. Siento que Sol oculta algo. Obsérvala bien. Ya te dije que debe de tener como tu edad. No debe pasar de los veintitantos. Sin embargo, no concuerda. En su piel no hay manchas, no hay arrugas, no hay estrías, ni cicatrices. Exceptuando la monstruosidad del brazo izquierdo, no hay ninguna otra marca, y da la extraña impresión de que siempre ha tenido esa edad.

¿Estás pensando lo mismo que yo?

Sol es un vampiro.

Y creo que te quiere comer.

—¿Es normal lo de las flores? —pregunta Lobo mientras da un sorbo a su termo.

Ja. Lobo no es la persona más adecuada para preguntar eso, Rob. Él se saltó la barda para poder entrar a la casa. Así que no tiene el derecho de decirte raro por agarrar las macetas del balcón de Maximino para ponerlas alrededor de ti. Tú debes de conocer los procedimientos del más allá. 

—Yo creo que sí —responde Sol—. ¿Oye, cómo se dice rojo en francés?

El joven suspira como si se fuera a acabar el mundo y deja su termo de café encima de la cajonera, al lado del mueble del espejo que tiene en las repisas revistas de animales y otros libros de hojas amarillentas y empolvadas. Lobo se masajea la frente como si la cabeza estuviera a punto de explotarle.  

—Todos mis años enseñándote francés se fueron al caño.

Definitivamente él no tuvo un día tan bueno como el tuyo. Lobo camina por el cuarto y se sienta en la mesa de noche, a un lado de ti. Te examina un par de segundos y vuelve a tallarse los ojos. Tal vez le cueste un poco más de trabajo comprender que estabas muerto. No lo culpo, también me pareces un caso interesante. 

—Tal vez sigo soñando —exclama Lobo golpeándose las mejillas—. Anoche estaba haciendo malabares dentro de la carpa de los muertos. Había una cebra aplaudiendo y luego empezaron a salir manos de la tierra que tenían pulpos. Despierto, voy al trabajo y un niño se pone a aventar pelotas en el salón. Me tira el café encima y le dan una estrella de buen comportamiento después de repasar las normas de las colinas. No le bastó al petite merde tirar mi café, sino que también tiró mi bote de pintura para las decoraciones.

—¿El capuccino? —pregunta Sol.

—¡Mi bendito capuccino! —reclama—. Me tuve que servir del asqueroso café que tienen en la sala de maestros para poder sobrevivir. ¿Sabes de dónde sacan el agua para rellenar eso?

—¿De un garrafón?

—Ajá, del garrafón del filtro. El mismo donde encontraron larvas y que no quisieron cambiar, ni lavar. 

—No necesitas beber tanto café...

—Tú no entiendes que convivo con criaturas demoníacas —le interrumpe Lobo mientras jalas un tallo de la maceta—. Es peor que salir después de las diez acá. Peor que andar con anillos por La Plan. 

Galintia parece una ciudad para gente que no le teme a la muerte. Oye, oye, ¿te diviertes? Qué bueno, me alegra. ¡Deja de derramar la tierra sobre la cama! No sé porqué siento que aunque estuvieras más vivo no sería inusual esto que haces. Ya acomodaste las flores encima de la tierra, y no te basta, vas por la otra maceta.

—Rafael me habló. 

—¿El vecino? —pregunta Lobo sorprendido—. ¿Antes o después de que te trajeras al muerto?

Volteas la cabeza hacia Lobo, pero no puedes reclamar, Rob, sigues más allá que acá. Ni siquiera te palpita bien el corazón. Podrás arrancar flores de macetas, jugar con la tierra y hacerle «sht» a todo lo que se mueva; pero la pinta de muerto no se te acaba. 

—Mientras lo traía.

—¿Y lo vio? —pregunta preocupado.

—No, no creo. Estaba más interesado en Maximino. Está buscándolo, sabe que está desaparecido.

Dime, ¿aventar tierra hacia el techo es tan divertido como lo haces lucir? A lo mejor tienes ganas de que te entierren. Pero créeme, allá abajo, los gusanos no son tan amables. 

—Se ve demasiado joven como para tener problemas con tu abuelo —susurra Lobo—. Aunque, bueno, Maximino también era joven.

—Y tenía problemas con cualquier cosa que se moviera. 

Me gustaría conocer al tal Maximino, pero ya husmeé por la casa y no hay fotografías. Las cosas que quedan del susodicho las llevas puestas. Solo me queda imaginarme a Sol con unas décadas más encima, pelo grisáceo, bigotes y ganas de asesinar a panaderos.  

¡Ah! Tengo que avisarte, si de repente escuchas unos estruendos, como ese. O ese. No te preocupes, creo que hay una persecución allá afuera. Ya llevan varios minutos derrapando llantas cerca de las vías, no creo que les falte mucho para terminar matándose unos a los otros. 

Sol y Lobo tienen las miradas sobre ti, y no es para menos porque ya hiciste un desastre en la cama. ¿Ahora dónde planeas dormir, Rob? ¿Ahí con los insectos? 

—Deberías regresarlo —señala Lobo.

—No es un objeto, Jean Leup. No es algo que pueda agarrar y devolver, no es tan fácil. Y luego, ¿a dónde lo llevaría? No puedo dejarlo en la carpa junto a los otros. —Sol se acerca y baja la voz—. ¿Y si se empieza a comer a los demás?

Con que Jean Leup es su nombre verdadero. Suena a francés, tiene sentido. Lobo frunce el ceño y se lleva una mano al mentón. Ojalá vinieras a ver esto, Rob. Desde acá se puede ver la persecución de los coches y a la gente corriendo detrás de estos. Están aventando todo tipo de cosas. Qué peculiar es esta ciudad.  

—No puedo dejarlo —exclama ella—. Además, aquí sobra un cuarto. 

—Bueno, definitivamente estamos locos. —Lobo carcajea y se dirige a ti—. ¿Quién te mató, amigo? ¿Recordará algo? 

¡Por el amor de Dios, Rob! Deja de morder las flores, tú no eres vaca para comer cosas verdes, van a pensar que se te deshizo el cerebro. Te terminarán sacando de este lugar y no podemos darnos el lujo de desaparecer tan temprano de la escena.  

—¿Tienes hambre, Rob? 

—¿Cómo sabes su nombre? —pregunta Lobo sorprendido, pero la expresión de su rostro va cambiando conforme concluye que Sol no tiene ni la menor idea de quién eres —. Ya le pusiste nombre. 

Y es un excelente nombre. Fácil de recordar, corto. Poco común. Habrá muchos Robertos por la vida, ¿pero Robs? No lo creo. 

—¿No se te ocurrió traer algo más pequeño? —reclama Lobo—. ¿Un pájaro? Un perro medio vivo no hubiera estado mal. 

A todo esto ¿qué comen los muertos? ¿Carne? ¿Frutos? Tal vez gusanos. Puede que raíces. O puede ser algo más metafórico, tal vez comes sueños de las personas. O sus ilusiones.  

Sol sacude tus piernas y remueve los pétalos mordidos que vas tirando en la cama. ¿Rob? ¿Ya viste eso? Olvida lo de comer. Mira su mano izquierda. ¿Lo notas? No hay herida. Pensé que solo había sido un efecto visual mío, pero no estoy loco. Bueno, quizá un poco, pero en esa mano debería de haber una herida. Se estaba desangrando hace cuarenta minutos.

—Los tatuajes son raros aquí —señala Lobo—. Si se los hizo en esta ciudad, alguien podría reconocer ese trabajo. Además es una escena peculiar, estoy seguro de que lo reconocerían de inmediato. Podríamos empezar por ahí.  

De ese guante estaban saliendo cascadas rojas. Tú y yo lo vimos, Rob; bueno, tú, el vecino psicópata y yo. Te digo que Sol esconde algo. 

¿A dónde vas? Estás tirando la tierra por todo el piso... ¿Eso? Eso es el espejo, Rob. No me estás poniendo atención, te vale tres pepinos que haya algo extraño en Sol. Sí, Rob, es tu reflejo. Sí, estás medio deforme, ¿y qué quieres? A lo mejor no te hicieron con mucho amor, le pasa a muchas personas. No te preocupes, lo que importa estos días es lo de adentro (y tener dinero para pagarle a un buen cirujano estético). 

Supongo que no te acuerdas, pero esas letras y números en tu cuello no son parte de tus tatuajes. Esos te los puso Sol. Aquí en Galintia se los ponen a los muertos para que los puedan identificar cuando los buscan, si es que los buscan. No te pongas triste, Rob. Quizá hay alguien buscándote. 

—Perdón —se disculpa Sol—. Es plumón indeleble. Se supone que está hecho para no borrarse.

Lobo se acerca a ti y te sostiene antes de que te vuelvas a caer. La casa empieza a temblar, tus manos se empuñan y comienzas a temblar de manera extraña. Sol le dice algo a Lobo, pero a buena hora al tren se le ocurre pasar y no logro entender lo que hablan.

—Sh.

Estás sangrando del pecho, Rob. En seis partes diferentes. No te quejes, estás en buenas manos. Supongo que si Sol te hubiera querido chupar la sangre, ya lo hubiera hecho. Ahora, si me permites, tengo que desmayarme un poco.  

—Sh.

No seas estúpido, Rob. No puede callarse el tren. Tienes que esperar a que pase. Algo te dice Lobo, pero el ruido de las vías se roba el sonido de todas las cosas en este cuarto. Sol te mira con preocupación. Golpean tu rostro un par de veces, pero no respondes. 

Creo que has muerto de nuevo. 



*petite merde: Cabroncito, pedazo de basura, pero a mí me gusta la traducción literal, pequeña popó. 

*petatearse: así se le dice, a veces, en México, a una persona que murió. Ej. "Ya se petateó."

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