* 8 *

Y en la multitud de la escuela, Leo se encontró solo una vez más. Los chicos populares lo ignoraron desde que el primer día se puso en contra del líder, además, lo consideraban una amenaza, ya que su aspecto atraía a muchas chicas. Las chicas populares lo ignoraron por defender a Esme y ofenderlas a ellas, y Esmeralda y Tefi también lo ignoraron, la primera porque sentía que eso era lo mejor para la reputación de Leo y, la segunda, por seguir las ocurrencias de su mejor amiga. Así que Leo se pasaba los recesos sentado en una muralla alta —a la cual trepaba por un árbol— y observaba pasar la vida de aquellos muchachos mientras se fumaba un cigarrillo a escondidas.

Los docentes lo tenían en la mira, a ninguno le generaba buena impresión su actitud distante y rebelde. Se había escapado ya dos días cuando debían ir a la misa semanal y se había escondido en los baños a fumar. Luego de ser sancionado, tuvo que participar, y aunque todo aquello le parecía sin sentido, le había encontrado el gusto a escuchar a Esmeralda cantar en el coro.

Ella era la voz principal, y cuando cantaba, Leo sentía una paz que lo transportaba a algo parecido a lo que seguro esa gente creía que era el cielo. Y es que ella lo hacía de una forma única y cargada de sentimiento, Leo se preguntó incluso como es que podía cantar de esa manera canciones tan sosas. Aun así, le gustaba cerrar sus ojos y transportarse en su voz. Miles de veces la había imaginado diferente, como si fuera un hada pequeña, liviana y mágica que se acercaba a él y le encantaba con su canto. Pero luego reía sintiéndose un tonto, y es que, según Leo, la voz de Esme no condecía con su apariencia.

Por las tardes, iba a trabajar con Héctor, que siempre le esperaba con algo para comer y luego le enseñaba cosas sobre navegación que él jamás había imaginado, no era tan sencillo como creyó. Sin embargo, empezó a sentir mucha pasión al respecto de ese nuevo mundo que estaba conociendo y se dejó llevar por el entusiasmo, en sus ratos libres, investigaba todo lo que podía sobre aquello. Héctor volvería pronto a su tierra y no regresaría hasta en tres meses, pero le había prometido que navegarían un día antes de su partida y eso tenía muy entusiasmado al muchacho.

Por su parte, lo único que no le gustaba de trabajar en ese barco era que veía al tal Antonio cada vez que salía o entraba a su puesto de trabajo, y lo peor era que el muchacho solía levantar la mano y saludarle con optimismo. A Leo, ese chico no le caía nada bien, como decía Coti era probablemente una cuestión de piel.

Con el trascurrir de los días fue conociendo más a la familia Maldonado Godoy. Paolo era un machista extremo, se hacía servir todo el día y daba muchas órdenes, sin embargo, le había tomado cariño al muchacho ya que era el único «hombre» en la casa además de él, y era como el hijo que siempre había querido tener pero que «la inútil» de su esposa —como se había referido una vez cuando veían un partido de futbol juntos—, no le había dado.

—Siempre quise tener un varón, pero ya ves... la inútil de Magali solo hizo niñas —suspiró frustrado—. Me hubiera gustado llevarlo al futbol y enseñarle a patear una pelota —añadió—. Tu padre era un hombre afortunado.

Leo no respondió porque aprendió que con ese hombre no se podía discutir, sin embargo, se preguntó si acaso sabría que era él quien había puesto el cromosoma X para que esas chicas fueran niñas.

Magali por su parte era mandona y manipuladora, Leo no la soportaba y le molestaba la manera en que trataba a sus hijas. Con Esmeralda era exigente y con Constanza condescendiente, la dejaba hacer todo lo que quería mientras a su hija mayor solo le exigía. Era cierto que la niña era aún pequeña, pero ya era visible la diferencia. Esmeralda lo traía confundido, a veces era tan sumisa que le daban ganas de tirarle un balde de agua helada para sacarla de esa zona de confort en la que estaba sumida, se la pasaba hablando de Tony, todo lo que hacía, todo lo que decía, todo lo que pensaba tenía que ver con él. No parecía tener una vida propia, respiraba por él y eso a los ojos de Leo la hacía ver demasiado tonta. Además, vivía a dieta matándose de hambre y según Leo no bajaba ni medio gramo.

Sin embargo, cuando le peleaba y lo trataba de idiota, de bestia, de estúpido, era cuando le agradaba, porque allí era cuando asomaba en ella una chica más fuerte y decidida. Constanza era la que más le gustaba, era pequeña pero no se dejaba manejar la vida por nadie, discutía y hacía valer sus deseos y opiniones, para algunos eso podría ser producto de una chiquilla malcriada, pero para Leo era parte de su forma de ser y una cualidad que seguro le generaría muchos más beneficios que la blanda personalidad de Esme.

Beatriz ya había conseguido estabilizarse en el trabajo, por lo que estaba más tranquila. En un par de semanas se mudarían a un pequeño departamento de dos dormitorios que había conseguido alquilar, era económico y no quedaba lejos del colegio, solo que era pequeño y necesitaban que el dueño actual desalojara antes de entrar. Eso alegró a Leo que necesitaba salir ya de esa casa con normas y reglas tan estúpidas desde su punto de vista.

Para Esme, Leo representaba algo desconocido e inquietante. Por momentos se portaba como una especie de caballero, la defendía, la ayudaba con los quehaceres, en cierta manera la protegía, solo para luego burlarse de nuevo de ella y herirla él mismo. No podía definir aún si el chico le caía bien o mal, si eran amigos o no, si ella le caía bien a él o no. Así que se mantenía algo expectante.

Tony le había hecho una escenita de celos una vez que la encontró cantando con él en el jardín. Le dijo que no le gustaba que pasara demasiado tiempo con él, que parecía ser el tipo de chicos que solo querían utilizar a las muchachas, y que probablemente de ella estaba buscando solo una cosa: sexo. Esmeralda casi se atraganta con el brócoli que en ese momento estaba comiendo antes de que le diera un ataque de risa. Leo la aborrecía, a él ella le generaba asco, lo último que querría en el planeta era tener sexo con ella. Se lo dijo a Tony, pero este le dijo que ella no entendía cómo eran los chicos y que a los muchachos como él solo les importaba una cosa, «meterla», fue la palabra que utilizó y Esmeralda sonrojada se llevó una mano a la boca. Tony dio a entender que no importaba donde, que el tema era lograrlo y de solo pensarlo, aquello ponía nerviosa a Esme. Luego, Tony agregó que, además, ella hermosa y que cualquier chico querría estar con ella. Esmeralda sintió que se derretía por completo y sonrió con ternura, adoraba a Tony aunque no entendía qué es lo que veía en ella.

Aquella tarde de sábado, Esme se hallaba en la cocina horneando unas magdalenas cuando Leo ingresó al lugar hablando por teléfono.

—Sí... espera —dijo, alejó un poco el aparato de su oído y miró a Esme—. ¿Me das una? —inquirió.

—Aún la tengo que decorar, espérate —dijo la muchacha.

Leo se alejó un poco y fue hasta la sala desde donde podía verla trabajar, se sentó en el sillón y volvió a lo suyo.

—Ya —dijo.

—¿Con quién hablabas? —inquirió Vicky.

—Con la gorda —respondió Leo—. Está haciendo magdalenas de chocolate para regalarle al novio, no sé cuánto tiempo juntos cumplen y pues, cenarán esta noche —explicó—. Si la vieras, está toda llena de harina y se ve chistosa, desde donde estoy parece un enorme pastel de fresas porque está vestida de rosa, siempre está vestida de rosa.

—¿Nadie le dijo que ese color no favorece a las gordas? —inquirió Vicky divertida—. Mándame una foto de como se ve.

—Aguarda...

Leo salió de la llamada y buscó la cámara, le sacó el sonido y sin que la muchacha se diera cuenta acercó todo lo que podía el zoom para tomarle fotos. Justo en ese momento algo se cayó por lo que Esme se agachó y Leo sacó una foto de su trasero. Cuando tuvo unas cuantas se las pasó a Vicky.

—Revísalas luego —dijo riendo. Un rato después se despidió y cortó la comunicación.

Vicky se burló de las fotos poniéndole algunos dibujos, agregándole pelucas o poniéndole ojos con lentes a la foto del trasero de Esme y se las mandó a Leo. Este comenzó a reír.

«Seguro que está haciendo las magdalenas para que el novio le dé un poco de alegría esta noche. Debería estar agradecida por eso jajajaja». Envió un mensaje.

«Aún no me explico cómo lo hacen, el tipo es un fideo... ¿No tiene miedo de morir aplastado? Ha de ser una especie de deporte extremo». Respondió Leo y se carcajeó.

—Mira, te traje unas cuantas —dijo Esme acercándose con una bandeja en la mano—. Sé que te gusta la crema así que las decoré para ti —explicó.

—Gracias, Esmeralda —dijo Leo tratando de cortar la risa y luego tomó el plato en la mano, probó una y la saboreó. Esa chica sí que hacía cosas deliciosas en la cocina.

—¿Están buenas? —inquirió.

—¡Te quedaron geniales! —respondió. Esme se sonrojó ante el cumplido y asintió.

—Espero que le gusten a Tony —añadió.

—Seguro que sí, sino me las traes de nuevo —bromeó Leo y Esme rio.

—Iré a prepararme, él no tarda en llegar y me llevará a un restaurante especial —dijo Esme con ojos de enamorada.

Leo la miró desaparecer hacia las habitaciones y negó con la cabeza mientras ponía los ojos en blanco. Estaba seguro de que ese chico solo buscaba algo de Esme, no podía ser otra cosa... Pero... ¿por qué con ella? ¿Acaso no podía conseguir alguien mejor?

Un par de horas después, cuando el timbre sonó, Leo se levantó para abrir. Era Tony vestido con un pantalón blanco y una camisa azul marino, el pelo lo traía engominado y sus zapatos brillaban, traía un ramo de rosas en la mano. Leo se atajó para no reírse de la apariencia del muchacho.

—Hola, hermano. ¿Esme está lista? —inquirió. Odiaba que le llamara hermano. Él no era su hermano, ni siquiera su amigo, y si se vestía así, ni siquiera un conocido.

—Ya viene —dijo y gritó el nombre de la muchacha antes de volver a su sofá, donde pensaba ver unas películas.

Entonces vio bajar a Esme, traía un vestido negro que le quedaba por encima de las rodillas, era algo escotado y sus pechos —muy grandes según Leo—, se apretaban en el centro. Tenía el cabello suelto y alisado y se había recogido solo una parte al lado derecho de la cabeza, en ese mismo sitio, traía un broche en forma de rosa. Leo pensó que se veía bonita, estaba maquillada apenas, pero de manera correcta. Miró a Tony que la veía con una sonrisa, Esme bajó con lentitud, traía tacones bajos y tenía las uñas pintadas. Cuánto esmero, pensó Leo, y pensar que este solo la quiere desvestir, rio para sí. Cuando ellos partieron, se puso a ver un programa de televisión.


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