* 48 *
Esme acababa de salir del estudio donde gravaba un material para una de sus clases, sus nuevos amigos Martha, Francisco y Lía la acompañaban mientras reían y comentaban algo sobre algo de la universidad. Hacía solo un rato había recibido un mensaje de Tefi, que le mandaba un video que habían grabado con Adrián para darle ánimos para las épocas difíciles de exámenes que se avecinaba, además, le contaban un poco de sus vidas y de todo lo que estaban experimentaban en eso que llamaban «nuevo estilo de vida». Ambos se habían convertido en mochileros y luego de comprarse un mapa y trazar un viaje por diferentes puntos de la tierra, trabajaron y ahorraron para el primer sitio al que irían, donde se suponía conseguirían un trabajo hasta ahorrar para el segundo y así sucesivamente. Parecía una locura, pero era una que hacía felices a ambos. Según Tefi, ya luego estudiaría.
Esme sonrió al recordar lo que Magalí le dijo cuando ella le contó lo que sus amigos harían, su madre se había puesto como loca, ya suficiente tenía con aceptar que su hija saliera de su hogar. Sin embargo, esa salida le había hecho enorme bien a Esme, vivir sola la obligaba a madurar, a crecer, a solucionar sus propios problemas, y, sobre todo, a conocer el mundo como en realidad era. Magalí y ella tuvieron unas cuantas discusiones desde que Esme le dijo a su madre que dejara de meterse en su vida y que ella haría lo que quisiera, y fue gracias a Bea —que logró templar el carácter de Magalí y hacerle entender que era lo mejor dejar volar a su hija—, que las cosas se habían calmado más.
La muchacha decidió contarle también que había sido novia de Leo, ante aquello la mujer no supo cómo reaccionar, se enfadó porque se lo ocultaron, incluso objetó a Bea el que no le hubiese dicho nada. Sin embargo, la idea no le resultó tan descabellada como Esme y Leo pensaron que le parecería, después de todo era el hijo de su mejor amiga y no parecía ser tan mal chico después de todo. De hecho, muchas veces pensó que hubiera sido mejor que ella quedara con Leo en su pueblo a tenerla tan lejos y fuera de su control. Aun así, ella también tuvo que aprender a soltar y Bea le ayudaba recordándole que había inculcado buenos valores en su hija, y que era hora de confiar en ella.
Leo volvió un poco después de lo planeado, el barco había sufrido algunas averías y tuvieron que detenerse en un pueblo hasta que lograron arreglarlo para regresar. Eso impidió que se despidiera de Esme antes de que se fuera a estudiar. Aun así, él tenía la certeza de que la iría a buscar, y luego de tomarse un tiempo para recuperar su familia, su vida y poner en orden todos esos asuntos. Entonces, tomó la decisión de viajar junto a ella. Además, el siguiente semestre estaba por comenzar y él solo quería estudiar cerca de ella.
Bea y Soraya lo alentaron a buscarla, incluso su madre lo ayudó económicamente para poder viajar. En esos meses que compartieron juntos, la vida de todos pareció mejorar. Bea quería a Ramiro como si fuera un hijo y le daba el amor de madre que tanto necesitaba, lo que ayudó al niño a mejorar su rendimiento en la escuela y a sonreír más. Soraya se lo agradecía con creces, estaba contenta de saber que sus nietos siempre estarían en buenas manos. Leo compartió tiempo con ellos, se fueron conociendo y dejaron que las relaciones fluyeran solas, y a él le encantaba, le encantaba saber que su familia había crecido.
Sin embargo, le faltaba algo, o alguien. Le faltaba la rosa más hermosa de su jardín, la más importante de su vida. Solía pensarla mucho y le agradaba imaginar todo lo que les quedaba por delante. Era irónico como incluso en la distancia y la separación podía sentir esperanzas en ese amor que sabía, ambos se tenían.
—Sabes que existe la pequeña posibilidad de que ella ya no... —quiso advertirle Bea antes de salir.
—Sé que no me ha olvidado —dijo él con mucha seguridad, su madre solo asintió. Esperaba que así fuera, su hijo merecía ser feliz.
Antes de viajar, Leo fue hasta la casa de Esme y le dijo a Magalí y a Paolo, que iría a buscarla, que la amaba y que necesitaba saber que ellos estaban de acuerdo con esa relación. Ambos respondieron un poco confundidos y sorprendidos que lo aceptaban, después de todo sabían todo lo que había vivido Leo en ese tiempo y también estaban orgullosos del chico en que se había convertido.
Magalí le dio la dirección del departamento que Esme alquilaba junto con su compañera Lía y así fue como el chico llegó a aquel pintoresco edificio, del cual supo perfectamente cuál era el departamento de Esme, ya que un montón de macetas llenas de rosas y otras flores, colgaban del balcón del segundo piso.
Estaba mirando hacia esas flores cuando un chico sin remera salió a observar por el balcón, fumaba un cigarro y observaba el horizonte. Por un instante Leo se paralizó en su sitio, en todo ese tiempo no había pensado en la posibilidad de que Esme hubiera conocido a otro chico, no sabía por qué no lo había hecho. Claro que podía haber sucedido, ella era una mujer hermosa e inteligente, además tenía ese talento para la música que seguro enloquecía a todos sus compañeros de clases.
—No vivo sola, y ese chico es el novio de mi compañera de cuarto. Es un poco molesto, verás, porque anda por mi departamento como si fuera suyo, y, además, sin remera —sonrió Esme explicando aquello cuando vio a Leo observar su balcón. Su corazón había empezado a latir de manera desenfrenada con solo tenerlo cerca. Sus amigos que la acompañaban rieron al escuchar aquello y una de las chicas se adelantó a abrir la puerta.
—Esme, ¿crees que tú y tu amigo... —dijo mirando a Leo que observaba a Esme con profunda admiración—, podrían ir a algún lugar por unas horas? —añadió mordiéndose el labio.
—Eso también es molesto —dijo Esme sonriendo.
—¡Gracias, amiga! —gritó Lía antes de subir de manera acelerada.
Los demás compañeros esperaron allí un poco perdidos por la forma en que Esme y el chico que estaba allí se miraban. La verdad era que no sabían mucho de su vida amorosa, pero era obvio que había algo más entre ellos.
—Esme... —Finalmente atinó a decir Leo.
—Sí, sigo llamándome así —respondió la muchacha divertida. Leo estaba como en shock pero se veía guapísimo, tenía el pelo más largo y la piel muy tostada por el sol.
—¿Qué más sigue igual? —inquirió el chico y ella negó divertida.
—Casi nada... —explicó y frunció los labios y mirando hacia arriba en un gesto divertido—. Vivo sola, bueno con Lía, la chica que acaba de subir... Tengo muchos amigos, salgo a divertirme y ya nadie se burla de mí. Peso prácticamente lo mismo, pero ya no me importa, aprendí a quererme y cuidarme, a respetarme y valorarme, y supongo que trasmito eso porque los demás han dejado de catalogarme como la gorda del grupo y solo soy Esme...
—Creo que mejor los dejamos solos —dijo Martha y Francisco asintió con un poco de desgano, aquella mujer nunca lo vería como él a ella y acababa de notar que sus ojos brillaban de una forma única con solo ver al chico que estaba parado en frente a ellos.
—¿Qué más no cambió? —Quiso saber Leo.
—Hmmmm... no recuerdo muy bien, espera a ver si lo pienso —bromeó acercándose al chico.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Leo al darse cuenta de que ella estaba bromeando.
—¿Crees que puedas ayudarme a recordar? —inquirió la muchacha aún más cerca.
—¿Un chico?
—Un chico único —añadió Esme—. Definitivamente se trataba de un chico.
—¿Uno con pelo largo? ¿Divertido? ¿Irónico? ¿Alguien parecido a mí?
—Eso, eso, ya me tenías cara conocida —sonrió la muchacha cuando ya casi se tocaban los cuerpos.
—¿Uno que sabía besar? —preguntó Leo tomándola de las manos.
—Eso no lo recuerdo bien, ¿me refrescas la memoria?
Leo no necesitó nada más, acabó con la distancia entre ambos y el mundo se detuvo para ellos. Martha estiró a Francisco que seguía observando la escena mientras enterraba sus esperanzas y los dejó solos.
Lágrimas provenientes de alguno de los dos, o de ambos, se mezclaron en el beso convirtiéndolo en dulce y salado al mismo tiempo.
—Por Dios, cuánto te he extrañado, Esme —musitó Leo en medio del beso.
—Y yo... —sonrió la muchacha—. Pero sabía que vendrías, lo esperaba en realidad.
—Dime que ya es nuestro tiempo —rogó el muchacho.
—El tiempo es nuestro, Leo... Te amo y nunca dejé de hacerlo —sonrió ella.
Luego de unos cuantos besos más y unos abrazos de aquellos que llegan al alma, Leo y Esme caminaron por las calles de la ciudad en silencio. Nada era igual a su pequeño pueblo allí, el tráfico era caótico, casi todas las construcciones eran edificios y la gente parecía siempre andar apurada por la calle, sin embargo, el mundo se acababa de detener para ellos. Leo le contó todo sobre sus viajes, los puertos que conoció y el motivo por el cual no pudo llegar para despedirla, ocasionalmente se enviaban mensajes así que algunas cosas ella ya las sabía. También le contó sobre su familia, la forma en que Bea y Soraya se habían acoplado y habían entablado una gran amistad que ayudaba a todos a seguir, cómo él y Ramiro comenzaron a acercarse mutuamente. Le habló del chico con mucho orgullo, le dijo que era buen deportista y muy buen alumno, Esme sonrió al oírlo hablar así. Le comentó que tuvo la oportunidad de disculparse con él y que ese gesto les ayudó muchísimo a ambos. Le contó que se sentía bien consigo mismo, que había sanado sus heridas y que solo pretendía forjar su futuro. Finalmente decidió estudiar en la Universidad de Negocios y había conseguido —gracias a un buen amigo de Héctor— un descuento en los aranceles.
Esme le comentó que se encontraba feliz en la universidad, le habló de sus amigos, de sus clases, de sus maestros. Le contó que le costó un poco adaptarse a vivir sola, tenía miedos y no se sentía segura de poder lograrlo. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que podía hacerlo. Le comentó que en todo ese tiempo se dedicó a ser la persona que siempre vivió dentro de ella pero que ella se había encargado de enterrar por miedo a lo que los demás pensarían o por temor a no encajar, y que ser así era lo que le llevó precisamente a eso, a encajar, a sentirse una más del grupo. Le comentó que una vez que alejó los fantasmas que traía en su interior, la gente dejó de verla como ella misma se veía para verla como en realidad era.
—Solo se trataba de que yo me viera como quería que los demás me vieran —dijo ella sonriente—. Sé que me lo dijiste muchas veces y sé que suena sencillo, pero no lo es —añadió—. Implicó mucho esfuerzo de mi parte para aceptarme, conocerme, valorarme y quererme. Implicó descubrir mis defectos y mis virtudes.
—¿Cuáles son esos defectos? Yo no conozco ninguno —bromeó Leo recostándose en su hombro. Ambos estaban sentados en un banco en frente a la costanera, les recordaba a sus playas, a su pueblo.
—No seas tonto, ya verás cuando aparezcan —sonrió ella divertida.
—Me gusta la chispa que tienes, es como si estuvieras más brillante que de costumbre, como si alrededor tuyo existiera un campo magnético que me atrae y me atrae cada vez más —dijo acercándose y abrazándola.
—Supongo que me gusta que te guste... —respondió la muchacha—. Tú has sido lo más importante para mi metamorfosis, Leo. Es cierto que el cambio lo hacemos por nosotros mismos, que nace de nuestro interior, pero si no hubieras aparecido en mi vida no hubiera notado la necesidad que tenía de cambiar... El amor que sentía y siento por ti me llevó a buscar mi mejor versión de mí misma.
—Puedo decir lo mismo de ti —sonrió el chico tomándola ahora de la mano—. Solo ha pasado un año y medio y somos completamente distintos, ¿no es así?
—En cierta forma sí, pero lo mejor de todo es que no ha cambiado lo esencial... y es ese sentimiento que nos une. Leo... ¿Sigues sintiendo igual? —preguntó temerosa.
—Por supuesto, de hecho, creo que ahora te amo más, Esme... Estoy orgulloso de ti y no solo eso, el estar lejos hizo que valorara mucho más lo que teníamos y lo que descubrimos todo ese tiempo que estuvimos juntos y no solo como novios, también como amigos —añadió—. ¿Quieres volver a salir conmigo? ¿Quieres volver a ser mi novia? —inquirió—. He venido a buscarte y a quedarme contigo, amor...
—Por supuesto que sí, Leo... He estado esperándote y soñando con este momento —dijo ella mirándolo con dulzura.
Leo la besó de nuevo y ella enroscó sus brazos en el cuello del muchacho dejándose ir en ese beso que era no solo un reencuentro, sino más bien una promesa.
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