* 15 *

Los minutos se convirtieron en horas mientras el cielo se teñía de colores y el sol se escondía en el firmamento, Leo había llorado tanto que sentía que los ojos le escocían, que le ardían, pero al final se había calmado. Levantó entonces la vista para encontrarse con Esme por primera vez luego de que recostara su cabeza en el hombro de la chica, había mojado la blusa de ella y estaba avergonzado. Esme tenía lágrimas en los ojos, y Leo frunció el ceño al entender que ella estaba llorando con él, aun sin saber por qué, aun sin entender lo que le sucedía. ¿Qué clase de persona era esa chica que era capaz de sentarse por horas dejándole llorar en su hombro y llorando con él sin preguntar nada?

Cuando Esme se dio cuenta de que estaba siendo observada, se secó con rapidez las lágrimas que la tristeza de Leo le habían provocado y esbozó una sonrisa algo dulce y avergonzada, algo tierna y llena de melancolía. Leo le devolvió la sonrisa sin evitar pensar que Esme tenía unos ojos realmente bellos.

—Gracias —susurró el chico y ella solo asintió.

—No hay de qué —añadió y Leo se incorporó. Se secó las lágrimas que quedaban en su rostro y miró de nuevo al agua.

—¿No vas a preguntar qué sucedió? —inquirió el muchacho sin entender la actitud de la chica.

—No, si quieres me lo vas a contar —afirmó ella—. Lo que sea, es algo que te hace sentir muy mal y deberías tratar de superarlo u... olvidarlo o... —Se encogió de hombros.

—Yo... no pude ayudar a que mi padre no muriera, Esme —dijo Leo y clavó la vista en el horizonte perdiéndose en sus recuerdos. Era la primera vez que iba a desenterrar el dolor que traía dentro.

—Hay veces que no podemos evitar que las cosas malas le pasen a la gente que queremos, Leo. Tú no tienes la culpa de la muerte de tu padre —afirmó Esme.

—¿Sabes de qué murió? —inquirió el chico.

—Solo sé que estaba enfermo —contestó Esme viéndolo—. Mamá dijo que trataron de hacer todo lo posible.

—Papá llevaba años batallando con una enfermedad llamada mieloma múltiple, una especie de cáncer en la sangre. El médico dijo entonces que el trasplante de médula ósea podía ser una opción. Por supuesto mamá se ofreció a ser donante, pero los resultados determinaron que no eran compatibles, el doctor dijo entonces que yo podría intentarlo, pero mamá se negó. Ella no quería que yo... ayudase a salvar a mi padre y yo no entendía por qué. Yo estaba enojado, con ella, con todos, por no dejarme intentarlo, mamá decía que era muy chico, pero ya no lo era, yo podía tomar mis propias decisiones y quería hacerlo.

—Oh... Por supuesto...

—El caso es que ni siquiera permitía que me hicieran la prueba de compatibilidad, y yo no podía hacer nada porque siendo menor de edad no puedes donar médula ósea sin consentimiento de tus padres. Una tarde, salí temprano de la escuela y fui junto a papá, quería verlo y estar con él el mayor tiempo posible. Su salud se deterioraba con rapidez y yo no quería perderlo, mi padre lo era todo. Cuando abrí la puerta de la habitación, escuché a mi madre y a mi padre conversar con el médico, él les insistía para que yo me hiciera las pruebas y mamá entre lágrimas le dijo que era posible, muy posible, que no fuera compatible porque yo no era hijo de él.

—Oh... Leo —susurró Esme abrazándolo aún más fuerte.

—No entendí nada, me quedé congelado en mi sitio... mi padre era... todos me decían que nos parecíamos mucho, yo quería ser como él, era mi modelo, mi héroe. —El muchacho comenzó a llorar de nuevo.

—Lo entiendo...

—El doctor no dijo nada, los miró a ambos y entonces papá le dijo que yo había sido adoptado a los dos días de nacido y que ellos no querían que yo supiese la verdad, por eso consideraban que someterme a esas pruebas era inútil pues las probabilidades de no ser compatible eran amplias y no querían tener que darme esas explicaciones...

Ambos hicieron silencio y dejaron que el ambiente los envolviera, el sonido del viento y el vaivén del agua llenaron el lugar. El frío de la verdad y el dolor que experimentaba Leo al recordar todo aquello y al expresarlo por primera vez, congelaba el ambiente.

—Entré, grité, les recriminé por haberme mentido, los traté muy mal y les dije que los odiaba... Armé tanto alboroto que las enfermeras llamaron a los de seguridad para que me quitaran de allí. Mamá me siguió afuera, pero la empujé y corrí, estuve deambulando por la calle por tres días, solo, sin comida, sin dinero, sin nada más que miedo y dolor... y volví porque mi padre no iba a aguantar mucho y yo no podía dejar que se fuera sin despedirme de él.

—Dios mío, Leo... lo siento tanto —susurró Esme y sin pensarlo mucho llevó su mano a la cabeza del chico para acariciarle. Leo se sentía como un niño perdido en sus brazos.

—Me mintieron, Esme... me crearon una vida entera llena de mentiras, me dijeron que era alguien que no era. Ahora no sé quién soy, no sé quiénes son mis verdaderos padres, la sangre de quien llevo corriendo por mis venas... Tengo diecisiete años y cuando me miro al espejo no me reconozco, no soy Leonardo Estigarribia, el hijo de Bea y Martín, no sé dónde nací ni por qué mi madre no me quiso... No sé nada... y además, ni siquiera pude salvar a mi padre...

—Pero Leo... —quiso interrumpir Esme pero él siguió.

—Cuando regresé, no quise hablar con Beatriz, no quería verla, la odiaba por mentirme... A papá también, pero él estaba por morir y me sentía culpable por haberlo abandonado por tres días. Le dije al doctor que me hiciera la prueba y él accedió tras el permiso que al final le dieron mis padres, pero como era de esperarse no había compatibilidad. Eso solo me recordó una vez más que yo no era de ellos, que no era parte de ese todo, de esa familia que siempre creí mi hogar.

—No... Leo...

—Nosotros éramos los tres mosqueteros, Esme...y enterarme que yo no era uno de ellos me partió el alma. Papá falleció unos meses después de aquello, y aunque iba a verlo todos los días, no le hablaba... me quedaba allí mirándolo y tratando de encontrarme en sus rasgos, quería gritarle al mundo que su cabello y el mío eran del mismo color, que ambos teníamos la misma forma de ojos y la misma constitución física... Él tenía que ser mi padre... yo lo amaba —sollozó—. Y fui muy egoísta... él estaba enfermo y yo estaba tan enfadado... Antes de morir me pidió perdón por mentirme, me dijo que solo querían mi bien y que creyeron que eso sería lo mejor, me dijo que yo era de ellos, que era parte de ellos y que me amaban con toda el alma... Papá dijo que si tuviera que volver a vivir, si tuviera que volver a elegir, me elegiría de nuevo porque yo era el mejor hijo que había podido tener... y luego se fue... murió.

Leo lloró una vez más y Esme lo consoló con calma.

—Seguro que muchas personas te lo habrán dicho ya Leo, pero ser padre va mucho más allá de tener un hijo de forma biológica. Ellos te eligieron, Leo, y te cuidaron, te criaron... estuvieron allí día y noche, lucharon por ti... tu mamá lo sigue haciendo —dijo Esme con melancolía en la voz—. Debes pensar en eso, aunque sé que te duele.

—Nadie me lo dijo nunca porque nunca lo hablé con nadie, Esme... es la primera vez que lo hago, mis amigos lo sabían, pero yo nunca quise hablarlo, se los conté y ya. Mamá quiso que lo hablemos, pero yo no quise...

—¿Por eso la llamas Beatriz? —El chico asintió—. Leo... cuando eras niño y estabas enfermo, ¿quién cuidaba de ti? Y cuándo te golpeabas, cuando caías, cuando tenías miedo en las noches, ¿quién te protegía? —inquirió Esme intentando hacerlo razonar.

—Lo sé, Esme... ellos fueron todo siempre, los mejores padres que pude tener... Pero me duele, me duele mucho y no puedo evitarlo, me duele y no sé cómo manejarlo. No sé quién soy y no me gusta en lo que me he convertido. Me duele no poder abrazar a mi mamá y decirle que la amo como lo hacía antes, me duele porque quiero hacerlo, pero no puedo, porque tengo resentimiento, y enfado... y odio... Odio a la mujer que me dio la vida y me dejó tirado, ¿por qué ella no me quiso, Esme? ¿Por qué? —inquirió sacándose los miedos y mirando a los ojos a la chica. Ella le limpió las lágrimas con dulzura.

—¿Leticia? —preguntó entonces al recordar a la extraña mujer del supermercado.

—No lo sé, no sé quién es esa señora y no quiero saberlo, no quiero saber quién es Leticia y no quiero saber quién es ese niño que... es...

—Idéntico a ti —sugirió Esme y Leo solo asintió.

—No puedes juzgar a alguien si no sabes su verdad, Leo. Yo no puedo entender que una madre abandone a un niño, pero no sabemos qué la motivó, por qué lo hizo... no sabemos qué fue lo que pasó...

—¡No la justifiques! —exclamó Leo.

—No lo hago, solo... —Hizo una pausa para elegir las palabras adecuadas y continuó—. Leo, yo siempre he visto la adopción como un acto de amor, ¿sabes? Amas tanto a tu hijo que te das cuenta de que estará mejor en brazos de otra persona o de otra familia que le dará lo que tú no puedes darle... ya sea amor, un techo, una familia, dinero, lo que sea... ¿Qué hubiera sucedido si ella hubiese decidido abortarte, Leo? ¿Habrías preferido eso?

—No... bueno, no lo sé —sugirió encogiéndose de hombros, estaba confundido, nunca había pensado de aquella manera.

—Pues yo no lo hubiera preferido, eres un gran chico, no me imagino que no estuvieras aquí, privándole al mundo de esas melodías que logras sacarle a la guitarra —dijo la chica con dulzura y una sonrisa tierna, Leo sonrió, nadie le había dicho eso nunca—. Además, es un acto de amor de quien recibe también, Leo. ¿Cuánto amor te dieron tus padres? ¿Puedes valorarlo, puedes calcularlo? ¿Alguna vez te faltó algo?

—Nunca, ellos siempre fueron cariñosos y aunque no tuviéramos mucho dinero ellos lo hacían todo por mí... —dijo con melancolía.

—Y lo siguen haciendo, Leo. He escuchado a tu mamá hablar con la mía y decirle lo preocupada que está por ti, tiene miedo de que tomes un mal camino y te pierdas... Ha venido hasta este pueblo pensando que era la mejor manera de sacarte adelante, te ha inscrito en mi escuela porque creía que con una educación religiosa podrías... encontrar alguna salida... Ha hecho todo lo que cree correcto —añadió—. Si se equivocaron y te mintieron, Leo, fue solo porque querían resguardarte de este dolor que sientes ahora. No sé si hicieron mal o bien, solo sé que no fue con mala intención —agregó.

—Nunca había pensado así, Esme... —dijo Leo mirándola a los ojos.

—Gracias por confiar en mí —susurró la muchacha.

—Gracias a ti por escucharme y aconsejarme. No sé cómo me siento ahora mismo, no sé cómo me sentiré mañana o si podré calmar todo lo que tengo dentro, pero hablarlo y llorarlo me ha hecho bien, me siento más liviano —susurró.

—Ahora será mejor que regresemos, me da miedo estar aquí —admitió Esme y miró alrededor. Leo sonrió.

—Héctor me ha estado enseñando, algo ya he aprendido, estamos bien, además no estamos lejos de la costa —dijo y se levantó para regresar al timón, Esme lo siguió.

—Bien, eso me hace sentir más tranquila —dijo la muchacha con una sonrisa dulce.

—¿Quieres guiar hasta la costa? —preguntó Leo.

—¿Yo? ¿Estás loco? —inquirió.

—Ven aquí —dijo él tomándola de la mano y llevándola hasta el timón. Luego se colocó tras ella y colocó sus manos sobre las de ella. Esme se estremeció y Leo cerró los ojos al aspirar el perfume a rosas de la chica—. —Hueles bien —dijo muy cerca de su oído.

—Ya lo dijiste una vez —murmuró nerviosa.

—Volvamos —añadió el muchacho—. Ves, no es tan difícil —agregó un poco después.

—Ambos deberíamos tomar el timón de nuestras vidas, ¿no lo crees? —dijo la muchacha y el chico rio.

—Eso es cierto, pero eso sí que es más difícil —admitió.

—Lo sé —afirmó ella con suavida.

Esa noche, cuando Leo llegó a la casa y antes de dormir, dio un beso a su madre en la mejilla. Beatriz sonrió ante aquel acercamiento, hacía meses que su hijo no le daba un beso.

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