* 11 *

Por la mañana siguiente, Leo, Esme y Coti, salieron para ir al colegio como siempre. Era viernes, y los viernes siempre eran buenos porque luego venía el fin de semana.

—Iré al bote —dijo Leo a mitad de camino. Él estaba suspendido ese día, así que no iba a la escuela.

—Bueno... ¿Quieres que te vea allí luego? —inquirió Esme.

—¿Por qué no vienes conmigo? Podríamos cantar y... —Se encogió de hombros.

—No puedo faltar a la escuela —respondió la muchacha.

—Oh... claro, no se pueden saltar las reglas —dijo Leo y rodó los ojos antes de despedirse de ambas agitando una mano.

Esme caminó en silencio mientras pensaba en lo que le había propuesto Leo, la verdad era que ir a cantar al bote sonaba mucho mejor que matemáticas y ciencias naturales.

—¿Te gusta Leo, Esme? —preguntó Coti sacándola de sus pensamientos.

—¿Qué? ¡No! Yo tengo novio, Constanza —zanjó Esmeralda.

—Lo sé, pero no me vas a negar que Leo es mucho más lindo que esa especie de lombriz que tienes por novio —respondió la niña. Esme rio, su hermanita era un caso aparte.

—No es el exterior lo que cuenta, Coti. Leo es más lindo a lo mejor, pero nadie me ve y me quiere como Antonio —dijo con orgullo.

—Yo preferiría estar sola a tener un novio como él —dijo Coti con desagrado.

—¿Por qué lo odias tanto? ¿Qué te hizo? —preguntó Esme.

—Es... no sé, no me gusta... Pienso que te podrías buscar un chico mejor —zanjó decidida mientras abría un chocolate para comer de camino.

—Si sigues comiendo chocolates serás como yo y no encontrarás ningún chico que te quiera cuando tengas mi edad —dijo y Coti la miró con el ceño fruncido.

—¿Qué tiene de malo comerme un chocolate? Ya verás como sí consigo un novio, y uno a quien le gusten los chocolates y los coma conmigo. Además, me encantaría ser como tú cuando sea grande, Esme, eres bonita —añadió la pequeña y Esme sonrió.

La vio ingresar a la escuela y caminar a su clase decidida. Constanza tenía otro carácter, era mucho más segura y tenía muchos amigos y amigas, nadie la hacía sentir inferior como fue en su caso. Esme se preguntaba si quizás era el grupo de compañeros que le había tocado a su hermana, ella nunca había tenido esa suerte.

—¡Hey! —Tefi apareció saludando a su amiga—. No me la vas a creer, Roger me invitó a salir —exclamó entusiasmada. Esme se sintió feliz, su amiga llevaba mucho tiempo enamorada de Roger.

—¡Eso es fantástico! —admitió—. A mí Leo me invitó a ir al bote a cantar...

—¿Eh? —inquirió Tefi confundida.

—Está suspendido, por la pelea de ayer... y hoy... va al bote y me invitó —explicó. Tefi la miró un buen rato en silencio.

—¿Te gusta Leo, Esme? —inquirió.

—¿Qué? ¿Por qué todos me preguntan eso?

—Pues, no sé... lo asociaste a lo que yo te conté de Roger... y... —se encogió de hombros—. Además, tienen una relación extraña, te defiende como ayer... y luego se odian —dijo y suspiró—. En fin, ¿vas a ir?

—¡Claro que no! —exclamó Esme—. No puedo perderme las clases del profesor Leyva.

—¿En serio? —inquirió Tefi contrariada—. ¿Por qué no vas? Es más divertido —añadió. Y es que Tefi se había escapado de clases muchas veces, para ella era algo normal.

—No puedo... si mamá se enterara... —Tefi rodó los ojos.

—No seas aburrida, Esmeralda. ¿Cuándo harás algo loco y divertido? Hacer algo a escondidas es excitante... Además, con Leo, ya sabes, es un idiota y todo eso, pero de que está guapo está guapo... Imagínate, podrías mandarme una foto con él en el bote y yo podría hacer que las víboras de Luli y sus amiguitas la vieran casualmente, ¿no crees? —sonrió guiñándole un ojo.

—¿Lo dices en serio? —inquirió Esme dudando. Lo cierto es que la idea de ir con Leo al yate le gustaba bastante, sobre todo esa sensación que experimentaba por primera vez de hacer algo prohibido.

—Anda, ve antes de que llegue el director y te vea aquí. Yo te cubro —dijo su amiga y Esme lo dudó—. ¡Anda! —gritó y la chica, luego volteó y se marchó no sin antes girarse y advertirle que mandara la foto.

Esme caminó con temor, como si de cualquier esquina pudiera salir su madre y la fuera a ver. Intentó llegar por algún camino no tan concurrido, no fuera que la vecina o la señora del almacén la vieran y se fueran con el chisme. Casi llegando al muelle lo vio, estaba sin camisa, con el pelo recogido en una coleta y limpiaba el piso. Esme se quedó un rato observándolo, se veía bien, muy bien. Y cuando sintió que el sol le estaba por derretir, caminó hasta allí.

—Permiso para subir a bordo —gritó desde abajo. Leo la miró y sonrió al verla.

—Permiso concedido —respondió y esperó a que subiera.

—¿Mucho trabajo? —preguntó la muchacha—. ¿Necesitas ayuda?

—No... te tienen todo el día trabajando en la casa, no quiero que vengas a trabajar aquí también... Además, es mi trabajo, me pagan por ello —sonrió—. Siéntate y espérame, ya casi termino.

Esme asintió y se sentó a disfrutar de la vista: del mar, del cielo y de Leo sin camisa.

—¿Te animaste a saltar una regla, Esmeralda? —bromeó Leo mientras escurría el trapo con el que había estado limpiando.

—Bueno... sí, Tefi me dijo que me animara —respondió.

—Oh... ya veo. Me alegro... Tengo que comprar algo del supermercado para poder limpiar la parte de adentro, ¿me acompañas? —preguntó Leo y Esme dudó.

—Si me ve Doña Chola me acusará con mamá —dijo Esme y Leo rio.

—No seas tonta. Hagamos algo, vayamos al que está más lejos, caminaremos un poco, pero nos aseguraremos de que no te vea nadie... podemos ir por la playa —añadió.

—Bien... —aceptó Esme y luego de un rato bajaron del bote.

—No sé cómo le harás para caminar con ese uniforme y esos zapatos por la playa, pero bueno... —Se encogió de hombros.

Caminaron sin hablar demasiado las casi quince cuadras de distancia hasta el supermercado Dorado, que era uno mucho más grande que el que solían frecuentar. Conversaron sobre el clima, el barco, las ganas que tenía Leo de aprender a navegar y las rosas de Esme. Cuando llegaron entraron a buscar lo que habían ido a comprar y luego formaron fila en la caja.

Cuando les llegó el turno, Leo le pasó los artículos a la señora de la caja y esta empezó a pasarlos por el lector de código de barras.

—¿Quieres un helado, Esme? —inquirió el muchacho.

—No quiero que gastes la plata que te dio Héctor para las cosas —respondió ella.

—No, es mi dinero. ¿Lo quieres o no? —preguntó.

—Bueno... si tú también comes uno, Leo —asintió la muchacha.

La señora que estaba atendiéndolos en la caja levantó entonces la vista. Leo y Esme abrieron la heladera donde se guardaban los helados en forma de paleta y elegieron el sabor.

—¿Me puede agregar esto? —inquirió Leo y la señora lo observó. Se quedó estática, sin hablar, sin responder y el tono de su piel de pronto se volvió pálido—. ¿Se siente usted bien? —inquirió el muchacho.

—Sí... Sí... —dijo la mujer—. ¿Eres Leonardo? —preguntó y Leo confundido frunció las cejas. Cierto que allí todos se conocían, pero a esa mujer nunca la había visto.

—Sí... ¿Usted es? —inquirió mirando a Esme con curiosidad, ella negó apenas confirmando que no la conocía.

—Soy Soraya... no me conoces... yo... es un gusto verte, Leonardo —dijo y sonrió pasándole la mano.

Leo se sintió de lo más extraño, pero no quiso ser descortés y tomó la mano de la mujer. Esta lo sujetó entonces con ambas manos y apretó un poco. Leo intentó zafarse, pero no pudo, entonces la miró confundido y notó un par de lágrimas queriendo escaparse de los ojos de aquella mujer.

—¿Qué le sucede? ¿Está usted bien? Creo que... me está confundiendo con alguien más —dijo y la señora negó rápido secándose las lágrimas.

—No... no... ¿Desean algo más? —preguntó y esbozó una sonrisa que intentaba ocultar la conmoción que sentía. Leo negó con la cabeza y la mujer rápidamente guardó los artículos en las bolsas, las manos le temblaban y sentía que iba a colapsar en cualquier minuto.

—Vamos —dijo Leo sintiéndose intimidado, Esme asintió y salieron.

—Vaya... eso fue extraño —dijo Esme mirándolo con curiosidad.

—Lo sé, muy extraño. ¿La conoces? —inquirió y la chica negó.

—No... nunca la había visto —respondió Esme encogiéndose de hombros.

—No me gusta ser el centro de atención, me hace sentir incómodo —explicó a la muchacha.

—Ni a mí... —respondió ella.

—Pero tú deberías acostumbrarte, con esa voz un día podrías ser famosa —sonrió.

—Sí, sobre todo con este cuerpo —dijo Esme y negó—. Las cantantes famosas son espléndidas.

—Parece que no necesito seguir bromeando sobre tu peso, ya suficiente tienes contigo misma bajándote la autoestima —dijo Leo con ironía. Esme se encogió de hombros.

—¿Puedo preguntar algo? ¿Por qué no te juntaste con los chicos populares del curso, Leo? Tienes todo para ser parte de ellos...

—No me agradan, Esme. Matías es un tonto y esas chicas... me chocan las mujeres como ellas —bufó.

—¿Cómo? —inquirió Esme sin entenderlo.

—No lo sé, son malas y..., solo no encajo con ellos —admitió.

—Pero tú... también te burlas y... —Se silenció.

—No soy malo, Esme... solo tengo un extraño sentido del humor y... —Esme se detuvo, cruzó los brazos y levantó las cejas—. Tienes razón, he sido malo contigo sin motivo alguno... Supongo que no tengo excusas, pero ¿sabes?... desde que... desde que mi padre falleció he estado enfadado... muy enfadado y... a veces no sé cómo sacar todo lo que tengo dentro.

—Lo siento, Leo... ¿Por qué no haces algún deporte? He oído que eso ayuda para esa clase de situaciones —dijo Esme y Leo sonrió.

—Tienes razón... podría... ¿Y si lo hacemos juntos? —inquirió—. Podría ayudarte a bajar de peso... ya sabes...

—No lo sé, si corro dos cuadras moriría de un ataque —bromeó Esme.

—Tampoco tengo mucho estado físico, pero podemos apoyarnos... —dijo y ambos hicieron silencio por unos minutos.

—¿Por qué has cambiado conmigo, Leo? —preguntó Esme.

—Me caes bien, no me preguntas nada, no me cuestionas nada... simplemente estás ahí y siento que... puedo ser yo mismo aquí —dijo señalándolos a ambos—. Si te bromeo me respondes y me haces reír, si estoy mal no preguntas, si no quiero hablar solo estás ahí... Es cómodo —afirmó—, lo que no me gusta es cuando te pones en plan de tonta enamorada, odio esa clase de chicas también, Esme... pero supongo que nadie es perfecto —rio.

Esme asintió y pensó que aquello se parecía mucho a una declaración de amistad. Siguieron su camino hasta regresar al barco y cuando lo hicieron Esme decidió hablar.

—Me ofendiste muchas veces, Leo, quiero que lo sepas... Y te escuché diciéndome ballena roja cuando hablabas con las chicas... y...

—¿Qué? Oye, pero eso no fue tan así... ¿Escuchaste lo que dije después? —Esme negó—. Las traté de víboras. No se vale que escuches solo una parte, por eso ellas me odian —afirmó.

Esme rio cuando Leo le contó con detalles como fue ese momento. Recordó lo que le había pedido Tefi y se lo comentó, entonces Leo asintió ante la loca idea de su amiga y se sacaron una selfie que luego Esme le pasó a Tefi. En la foto, Leo sin camisa le daba un beso en la mejilla y ella sonreía sacando la lengua. Aquello iba a enloquecer a esas muchachas.

Esa mañana Esme se sintió a gusto al lado de Leo, rieron, cantaron y arreglaron algunas cosas en el yate. Y cuando él le dio ese beso en la mejilla, ella sintió que algo en su interior se removía, pero no dijo nada porque pretendió ignorarlo, él se había convertido en un amigo y eso era a todo lo que una chica como ella podía aspirar de un chico como él, no pretendía arruinarlo. 


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