* 10 *
Tefi estaba sentada al lado de Esme durante aquel receso comiendo algo, la primera tragaba una enorme hamburguesa mientras la segunda engullía una manzana. Tefi miraba hacia el sitio donde estaba sentado Leo fumándose un cigarrillo y riendo con su celular.
—Es raro, el chico es raro —afirmó Tefi—. No sé por qué no es amigo de los populares del curso, ¿será por desafiar a Matías el primer día?
—Supongo que sí —dijo Esme siguiéndolo con la vista—. Pero no es malo...
—No sé cómo puedes decir que no es malo, se pasa el día burlándose de ti —negó Tefi con la cabeza.
—Creo que se equivocaron con los pedidos. —Una voz burlona que ambas conocían se acercó a las chicas, era Matías seguido por dos de las víboras: Luli y Camila—. ¿Manzana, Esme? ¿En serio? —Las chicas rieron como campanas huecas.
El sonido de sus risas alertó a Leo que se volteó a mirar lo que sucedía.
—¿No tienes nada mejor que hacer, bravucón? —preguntó Tefi.
—No, la verdad es que estoy muy aburrido y cuando eso sucede me encanta burlarme de la ballena —añadió y miró despectivo a la muchacha.
—¿Cuántas calorías tiene una manzana? —inquirió una de las muchachas.
—¿Estás a dieta Esme? ¿Es cierto que tu novio no quiere contigo porque eres gorda? —preguntó Camila.
—¿Qué demonios? —Tefi se levantó como para encarar a las muchachas.
—Nos enteramos por ahí que el tal Antonio la rechazó —dijo Luli con una sonrisa autosuficiente.
—Es que, ya me parecía raro que un chico normal quisiera estar con... esta —dijo Matías riendo—. Se perdería entre tanta grasa —añadió con cara de asco.
—Matías —llamó una voz desde atrás. El chico volteó sin esperar lo que estaba por venir. El puño cerrado de Leo se estrelló contra su nariz y de pronto todo se oscureció para él.
Intentó reponerse a la sorpresa y devolverle el golpe, pero Leo se adelantó y le volvió a dar otro puñetazo. Esme y Tefi no pudieron reaccionar solo alcanzaron a mirarse confundidas. Luli y Camila empezaron a gritar y corrieron a llamar al profesor encargado de la disciplina.
Unos minutos después ambos chicos estaban agarrados a golpes rodeados de un grupo de alumnos que gritaban y alentaban a Matías.
—Basta, Leo... —rogó Esme acercándose.
—Sal de aquí —le dijo el chico para que no saliera golpeada en la golpiza.
—¡Deténganse! —gritó el encargado de disciplina que llegó junto al orientador para intentar separar a los chicos.
Luego de mandar a todos los alumnos a sus clases y de llevarlos a ambos a la enfermería, el director los esperaba en su despacho.
—¡Es una vergüenza el comportamiento que mostraron esta tarde! —añadió con seriedad.
—Él empezó, profesor... Yo solo estaba hablando con las compañeras y él vino de la nada y me rompió la nariz —afirmó Matías con fingida inocencia en la voz. Leo no se defendió.
Finalmente, el profesor los sancionó a ambos y los mandó a su casa por ese día y el siguiente. Sin embargo, cuando salieron de la oficina, el orientador llamó a Leo a su oficina.
—Leonardo, ¿cierto? —inquirió sentándose tras su escritorio y esperando que él tomara el asiento de enfrente. Leo permaneció de pie.
—Así es —añadió.
—¿No tienes nada qué decir? —preguntó.
—No... no me van a creer de todas formas. Soy el nuevo, el de pelo largo y tatuajes, al que pillaron fumando en el baño. Es más fácil creer al chico bueno y popular, ¿no es así? —dijo encogiéndose de hombros.
—Escuché lo que le estaba diciendo a tu compañera —añadió el profesor—. ¿Por qué la defendiste, Leo? Debiste haber buscado a un docente que pudiera poner orden.
—¿Lo dice en serio? Ese estúpido la echó el primer día de clases lastimándola y cuando lo acusé con el profesor, él simplemente me ignoró. ¿Sabe que vienen burlándose de ella por su peso desde que está en jardín de niños? Si no hicieron nada en todos estos años, ¿qué puedo esperar que hagan ahora? —dijo negando. El profesor asintió.
—Puede ser que tengas razón, Leonardo, pero la violencia no es la solución —añadió.
—Tampoco lo es la pasividad con la que han tratado el tema los adultos de esta institución —afirmó Leo.
—¡Wow! —sonrió el profesor—. Parece que eres un chico inteligente y que tienes mucho que decir.
—Nada en realidad... y si no tiene algo más que decirme, me retiro.
—Me gustaría decirte que puedes confiar en mí, soy el orientador del colegio, me puedes llamar Profe Aldo, y me encuentras aquí. Puedes acercarte si necesitas hablar o...
—Gracias —interrumpió Leo y salió de la oficina.
Ingresó al aula y recogió sus cosas ante la atenta mirada de sus compañeros y luego regresó a la casa. Cuando llegó, con la idea de cambiarse y limpiarse un poco las heridas, se encontró con Magali.
—¿Qué haces aquí a estas horas? —inquirió.
—Me expulsaron —explicó sin más.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué hiciste? —preguntó la mujer indignada.
—Me peleé —dijo Leo observándola. Paolo, que estaba de vacaciones y se encontraba leyendo el diario, levantó la vista.
—¿Le diste una buena golpiza? —inquirió el hombre.
—¡Paolo! —gritó su mujer.
Leo no dijo nada más, subió a la habitación y se cambió de ropa, se lavó la cara y bajó de nuevo con la idea de ir al bote a respirar un poco.
—No puedo creer que esté haciendo eso, no tiene consideración de su madre... Es un maleducado, un irrespetuoso, un delincuente en potencia, Paolo... Debemos deshacernos de él lo antes posible... Me da pena por Bea, pero no podemos arriesgar así a nuestras niñas.
—No exageres, es normal, es un chico —dijo Paolo sin darle importancia.
Leo terminó de bajar sin ocultar que los había escuchado y salió sin decir más. Caminó hasta el muelle y dejó que la rabia lo invadiera por completo, se sentía molesto consigo mismo, odiaba que pensaran así de él, pero sabía que no hacía nada para contradecir esas ideas, además no era lo que esa mujer pensaba lo que le dolía, sino perjudicar a su madre con su comportamiento. Pero no podía, sentía que no podía cambiar, que no lograba volver a ser quien alguna vez fue. Estaba tan enfadado que lo único que quiso en ese momento fue escapar, acabar con su existencia. Sentía que no era bueno para nada ni para nadie, que solo causaba problemas. Llegó al bote y subió, sabía que allí estaría solo, Héctor no regresaba hasta el fin de semana, y solo necesitaba eso, estar solo y pensar.
Se sentó y encendió un cigarrillo esperando que las horas simplemente pasaran.
—¿Leo? —La voz de Esme le sacó de su letargo.
—Mmm —murmuró.
—¿Estás bien? Te traje algo para comer y... ¿puedo subir? —inquirió. Leo se encogió de hombros y Esme subió.
—No deberías estar aquí, a tu mamá no le gusta mi presencia —dijo y la muchacha sonrió.
—No me importa... Te traje algo que yo cociné para ti —añadió sonriente mientras le pasaba el tupper con comida. Leo aceptó porque estaba hambriento—. ¿Mamá te dijo algo?
—Se volvió loca cuando me vio llegar y luego la escuché quejándose con tu padre. Ya no me quieren en tu casa, y está bien... todos creen que soy peligroso y... eres su hija, desea protegerte —dijo encogiéndose de hombros.
—Yo no creo que seas peligroso, Leo... Y gracias por lo de hoy, aunque no debiste golpear a Matías y ponerte en problemas por mi culpa...
—No fue tu culpa, no hiciste nada, fui yo el que decidió que estaba harto de las estupideces de ese chico y sus secuaces...
—Pero... pero te arriesgaste por defenderme... te metiste en problemas —dijo ella avergonzada.
—Siempre estoy en problemas... No te preocupes, Esme, mejor cántame algo —sonrió.
Esme enarcó las cejas sorprendida y se quedó pensando, aquel pedido la confundió. Leo no había traído la guitarra lo que significaba que ella debía cantar a capela. El chico sonrió mientras comía y la animó.
—Solo canta... no importa si cantas el Aleluya o el Salmo con tal de escucharte, eso me hará bien —añadió y Esme sonrió. Había estado ampliando su repertorio desde que habían cantado juntos por primera vez, la idea de volver a hacerlo le generaba mucha ilusión.
Tengo razones para entenderte
tengo maneras de darte suerte
tengo mil formas de decir que sé
que todo irá bien.
Leo abrió los ojos sorprendido ante la melodía animosa de la canción que Esme comenzó a cantar. La chica sonrió y un momento después, él comenzó a acompañarla con pequeños golpeteos de sus manos sobre la silla donde estaba sentado.
Pensar, oh sí, tachar un no, será mejor.
Y ríete de lo peor, será mejor
porque pensar que todo va mal, te alejará de la felicidad.
Un rato después, Esme terminó de cantar y lo miró sonriente.
—Anímate, Leo... no quiero verte mal, no sé qué te tiene así, pero, vamos, todo irá bien. —Intentó animarlo, el chico sonrió y negó con la cabeza.
—¿De verdad lo crees, Esme? Nada va bien, ni yo con mis problemas, ni tú con los tuyos —negó.
—Hay momentos en que todo parece muy muy oscuro, pero ya verás que luego pasa, Leo. Un día te despertarás y esto te dará risa. Al menos es lo que yo pienso, es lo que me gusta creer cuando todo se vuelve... tan complicado...
—No lo sé... ¿Cuándo? —inquirió el muchacho.
—Bueno... pues en mi caso llevo mucho esperando el momento en que terminemos el colegio, pienso que cuando eso suceda por fin me alejaré de todos los que me hicieron la vida imposible durante tanto tiempo e iniciaré una nueva vida...
—Pero... ¿No es iluso pensar así, Esme? Tú seguirás siendo gor... bueno, seguirás siendo como eres y habrá otra gente que se burlará de ti, ¿no lo crees? Y no estoy diciéndotelo de mala manera, te lo estoy diciendo porque yo no creo que mis problemas se esfumen, así como así, de un día para el otro... yo... los arrastraré siempre —dijo el chico cabizbajo.
—Puede ser, Leo... No tengo mucho qué decir, yo solo... espero que suceda, que simplemente acabe... —Se encogió ella de hombros.
—Quizá tú tengas razón. Una vez me dijiste que a ti se te pasaba con dieta y a mí no... —negó el chico y dejó a un lado el pote con los restos de la comida que le había traído Esme.
—No es cierto... bueno, te lo dije porque me estabas molestando. De todas formas, las dietas no funcionan —dijo ella sonriendo con tristeza—. Me paso la vida con tomates y lechugas y nada...
—Deberías probar a ejercitarte... No lo sé... quizás eso te ayudaría —añadió el chico.
—Quizá... Y tú... deberías hablar con alguien, alguien en quien confíes... Quizás eso te ayude —sugirió Esme.
—No confío en nadie —zanjó Leo y Esme solo negó.
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