* 50 *
Berta bajó al comedor para cenar con sus amigos, ya solo les quedaba dos días en Alemania y por más que no estuviera de humor y prefiriera quedarse a dormir, quería atenderlos como se merecían, después de todo nadie hizo por ella lo que ellos habían hecho. Rafael estaba cocinando y Carolina ponía la mesa.
—Siéntate, Berta —dijo la mujer al verla ingresar.
—Gracias —susurró—. ¿Los chicos?
—Samuel baja enseguida, se está bañando. Adler y Frieda no sé dónde están, llevan unas cuantas horas perdidos —añadió sonriente.
—¿Están juntos? —preguntó la mujer.
—Eso parece —asintió Carolina.
Fue en ese mismo instante que oyeron la camioneta de Adler llegar, minutos después los vieron ingresar tomados de la mano, riendo. Carolina sintió una inmensa alegría al entender que por fin se habían animado a enfrentar sus verdades y sus dolores, ella sabía que su hija amaba a ese chico y que probablemente no volvería a amar así, pero también sabía que todo tenía su tiempo y que el amor de ellos necesitaba madurar para hacerse más sólido.
—¿Están juntos? —preguntó apenas los vio entrar.
—Sí —dijo Adler sonriendo—, veníamos a decirles eso —afirmó y luego la besó en la frente.
—¡Oh! ¡Eso es tan fantástico! —dijo la mujer acercándose para abrazarlos a ambos al mismo tiempo.
—¿Estás feliz o nos quieres matar, tía? —inquirió Adler y Carolina le dio un pequeño golpe en el hombro.
—Cállate, niño. Me hiciste sufrir un buen tiempo, y ni qué decir a mi niña, déjame disfrutar este momento, recuerden que ambos son mis hijos —añadió.
—Ahora eres mi suegra, tía, tengo que odiarte —bromeó el chico.
—Yo debería odiarte por ocultarme tanto tiempo que te estabas divirtiendo con mi hija bajo mi techo —dijo Carolina mirando al chico—, pero no puedo, Adler... recuerda que te cambié los pañales —añadió.
—No te conviertas en esas tías pesadas que hacen quedar mal a los sobrinos apretándole los cachetes y recordando cuando le cambiaba los pañales —bromeó Adler y Carolina rio—. Además ahora es ella la que me cambiará los pañales —dijo señalando a su chica.
—¡Asqueroso! —gritó Frieda empujándolo.
Todos sonrieron y pasaron a sentarse a la mesa, Samuel bajó y los vio, sonrió.
—¡¿Al fin volvieron?! ¿Y ya son públicos? —inquirió.
—¿Lo supiste todo ese tiempo? —preguntó Rafael mirando a su hijo que se encogió de hombros en respuesta.
—¡Dios! Hemos criado unos monstruos —bromeó Carolina y todos rieron.
—¿Cómo van a hacer? —quiso saber Rafael ya sentados a la mesa y mientras comían.
—Pues... a distancia hasta que podamos... casarnos —respondió Adler y los adultos se miraron entre ellos.
—¿Casarse? —preguntó Rafael y Adler asintió—. ¿Tan pronto?
—No es pronto, tío... se lo pedí ya cuando teníamos como cinco o siete años, se tardó más de diez años en darme una respuesta —todos rieron.
—Bueno... es que... son un poco jóvenes —sonrió Berta.
—Sí, tía —sonrió Frieda—, pero nos amamos, desde siempre... Si cuentas eso son muchos años —añadió divertida.
—Solo que como una vez me dijo papá, ella no se daba cuenta... compréndanla... es así, un poco lenta —bromeó el chico.
—¿Lenta? ¿Yo? No me provoques, sapito... —amenazó.
—Hay cosas que nunca cambian, por lo que veo —sonrió Carolina.
—Y es mejor así —añadió Rafael y luego habló a los chicos—. Si están seguros de que eso es lo que desean, saben que tienen nuestro apoyo, pero no se apresuren, tómenlo con calma —aconsejó.
—Gracias, tío... pero estamos seguros... y la distancia... pues, será difícil y nosotros queremos estar juntos —añadió Adler.
—Y... ¿dónde será eso? —preguntó Berta temiendo la respuesta.
—Aún no hemos hablado de eso —sonrió Frieda.
La noche transcurrió tranquila entre conversaciones sencillas, recuerdos y planes para el futuro hasta que todos decidieron ir a la cama. Carolina y Frieda quedaron en la cocina dejando todo a punto y aprovecharon para conversar un rato mientras tomaban un café.
—¿Estás feliz? —preguntó su madre y la joven asintió—. Me alegro, te mereces serlo.
—¿En serio estás bien con la ida de él y yo juntos? —preguntó.
—Por supuesto, hija, es un chico genial, siempre lo fue. Además, lo importante es que ustedes estén contentos. ¿Lo hablaron? ¿Solucionaron todo? —quiso saber.
—Sí... Hemos aprendido mucho los dos, mamá, y creo que todavía queda mucho por aprender, pero ahora queremos hacerlo juntos —sonrió.
—Me alegro, Fri... ¿Vas a venir a vivir acá? Cuando se casen, digo... —preguntó Carolina.
—No lo sé, mamá, pero supongo que tenemos que pensar en la tía Berta... no lo sé... de verdad que aún no nos hemos planteado eso... acabamos de volver —sonrió.
—Bien... Será mejor que vayamos a dormir —dijo la mujer—. Mañana me queda bastante por hacer y quiero pasar un poco de tiempo con Berta, me preocupa dejarla sola.
—No está sola, está con Adler, él sabrá ayudarla —sonrió.
—Me gusta verte tan enamorada —dijo Carolina acompañando a su hija a su habitación. Cuando llegaron a la puerta la abrazó y la besó en la frente.
—Gracias mamá, por todo, por ser como eres —añadió la muchacha—. Sé que no siempre me comporté como debía, te oculté cosas cuando debí confiar en ti... sé que en ocasiones te fallé y no fui esa hija que querías que fuera...
—Frieda —Carolina la interrumpió y ambas entraron a la habitación de la chica—, tú eres la hija que quería que fueras, siempre lo has sido, porque yo nunca quise que fueras de ninguna manera solo he querido que fueras tú misma. Me agrada saber que has encontrado algunas respuestas, que has entendido ciertas cosas, que has madurado, porque eso solo te hace mejor persona y yo estoy orgullosa de ti, siempre lo he estado. Nunca me fallaste, Fri, los errores los cometemos todos y la vida tiene sus etapas, tú solo vivías las tuyas. Yo estaré siempre para ti, eso debes saberlo, pase lo que pase, no me defraudarás, nunca podrías —añadió abrazándola.
—Gracias, mamá —asintió la muchacha recostándose por el hombro de su madre.
—¿Sabes, hija? Cuando Adler nació, yo ayudé a Berta y a Niko a cuidarlo, cuando eso vivía aquí en frente y... no estaba con tu padre. Lo adoraba, él despertó el deseo de maternidad en mí —sonrió acariciando los cabellos de su hija—, y luego viniste tú... Saberte en mí fue la mejor sorpresa, el mejor regalo de la vida —añadió—. Que estén juntos es algo perfecto para mí.
—Gracias, má... Te amo —dijo Frieda y Carolina la besó en la mejilla.
—Yo también. Ahora me iré a dormir, es tarde y estoy agotada... además seguro todavía tienes que ir a la habitación de Adler o él vendrá... —sonrió levantándose y Frieda sintió sus mejillas arder.
—¡Mamá! —regañó con vergüenza.
—¿Qué? ¡Vamos, Frieda, dos años son dos años! —dijo su madre—. Tú déjame a mí que yo entretengo a tu padre —sonrió guiñándole un ojo antes de salir de la habitación.
***
Adler y Frieda aprovecharon todo lo que pudieron los pocos días que les quedaban juntos, hablaron de todo, organizaron como llevarían la relación y planearon juntos el próximo encuentro, que sería a mediados del semestre. Aun así el tiempo pasó muy rápido y el día que debían volver llegó antes de que se dieran cuenta.
Ya en el aeropuerto, Berta despedía y agradecía una y otra vez a sus amigos mientras ellos le aconsejaban ir a terapia, hacer algo que la distrajera o pensar en ir a vivir con ellos. Frieda nerviosa observaba los grandes ventanales e intentaba reconocer a su novio entre la gente. Sabía que en unos minutos más debería abordar y él no había llegado. Por la mañana dijo que tenía algo que hacer pero que llegaría a despedirlos.
—Ya llegará —dijo Rafael contemplándola ansiosa.
—No quiero irme sin despedirme —musitó y su padre la abrazó.
—¡Ya llegó por quien lloraban! —exclamó Adler llegando corriendo hasta ellos, traía en sus manos una caja con un enorme moño.
—Amor, pensé que no llegabas —dijo Frieda corriendo a sus brazos. Sus padres observaron asombrados, todavía les costaba verlos tratarse de esa forma.
—Te traje esto, princesa —añadió el chico pasándole la caja.
—¿Qué es? —preguntó Frieda sacudiéndola ligeramente.
—Ábrela —insistió el muchacho.
Frieda abrió la caja para encontrarse con un muñeco de spiderman casi igual al que tantos años atrás él había destrozado. Lo miró sorprendida.
—Te lo debía... guardaste mi anillo, arreglé tu muñeco... o en todo caso conseguí uno parecido... Además tiene luces para que no tengas miedo en las noches —sonrió y Frieda lo abrazó.
—Gracias, Ad...
—Con esto he arreglado años de maltrato al que he sido sometido por una princesa déspota y vengativa —bromeó. Frieda solo negó con la cabeza y apretó el botón para que se encendieran las luces.
—¡No anda! —se quejó intentándolo de nuevo.
—Le falta baterías —explicó Adler.
—¿Cómo regalas un juguete sin baterías? ¿No te enseñó tu madre que eso no se hace? —dijo Frieda sonriendo y luego miró a Berta—, perdón tía —Berta sonrió negando.
—Necesita baterías especiales —explicó Adler—, unas que solo se venden en tu país —añadió.
—¿Qué? Eso no tiene ningún sentido —dijo la muchacha intentando abrir el sitio donde iban las baterías. En eso la voz metálica de una mujer anunciaba el llamado a abordar.
—Ábrelo al llegar a casa, Fri, las baterías que necesitas son especiales, créeme.
—¿Especiales? ¿Cómo? —inquirió la muchacha.
—Ya lo verás, confía en mí princesa —sonrió el chico y la abrazó para despedirse. Ambos hicieron un esfuerzo para no derramar ninguna lágrima, a pesar de estar seguros de su amor, el volver a alejarse luego de tanto tiempo, no les resultaba fácil.
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