* 46 *
Carolina se había dormido recostando su cabeza en el hombro derecho de Rafael, Samuel, a su lado —pasillo de por medio—, también dormía. Frieda miraba el vacío por la ventana del avión mientras hacía girar entre sus dedos aquel plástico rojo con sus iniciales, se preguntaba cómo estaría Adler y sentía unas tremendas ganas de abrazarlo, de hacerle saber que ella estaría a su lado.
—Sabes que debes dejar el rencor de lado y estar para él, ¿cierto?, va a necesitar de ti —dijo Rafael mirando a su hija y adivinando sus pensamientos.
—Lo sé, pa... y quiero hacerlo. ¿Sabes?... lo amo —murmuró suspirando y pensando que a medida que las distancias físicas se acortaban entre ellos después de tanto tiempo, todos los sentimientos, tanto los buenos como los malos, iban emergiendo con fuerza desde su interior—. ¿Crees que es posible que ya no me importe lo malo... que ya ni siquiera recuerde por qué terminamos? —inquirió mirando a su padre, él sonrió.
—Eso solo habla de tu gran corazón, hija. ¿Sabes? El tiempo puede ser un buen aliado, Frieda, pone las cosas en orden, cambia las perspectivas. Es como cuando eres un buscador de oro, tienes el tamiz en tus manos y tomas un puñado de arena, luego lo vas tamizando y al final, solo quedan sobre tu tamiz las pequeñas pepitas. Así es el tiempo, Frieda, cuando las cosas suceden todo es turbio, pesado sobre tu tamiz, el tiempo va aligerando todo, va procesando, y finalmente solo quedan las pepitas... lo importante. La pregunta es: ¿qué ha quedado sobre tu tamiz después de todo, hija? ¿Solo los buenos momentos, las risas, los recuerdos, aquellas cosas que él hizo que te hicieron sentir feliz? ¿Ha quedado dolor o rencor? ¿Ha quedado amor?
—¿Crees que una relación pueda funcionar luego de que ambas partes se hicieran tanto daño? —preguntó Frieda a su padre.
—Lo creo, lo sé —respondió el hombre besando la frente de su mujer que dormía en su hombro, Frieda sonrió, había olvidado todo lo que ellos habían vivido.
—Pero... ¿cómo se hace, pa? —inquirió con dulzura. Rafael la observó mientras pensaba su respuesta y le regaló una sonrisa.
—Primero, los dos deben querer hacerlo, uno solo no basta, Fri, por más amor que tengas. Segundo, hay que perdonarse y perdonar... y después de hacerlo, olvidar. Hay que deshacerse del dolor, del rencor, y eso solo se logra borrándolo todo, empezando de nuevo, construyendo desde cero. Se requiere madurez y mucho amor, hija —añadió—. Pero vale la pena —dijo volviendo a mirar a su mujer, Frieda sonrió, adoraba ese amor sublime que se tenían sus padres.
—¿Alguna vez pensaste que no lo lograrían, papá? ¿Alguna vez sentiste que lo de ustedes estaba más muerto que vivo y que el amor no sería suficiente? —preguntó de nuevo.
—Sí, varias veces, y sé cómo duele eso, Frieda, sé cómo duele amar, sé lo que sientes porque también lo viví. Sé lo que es que el tiempo pase y los sentimientos queden, que hagas lo que hagas no logres quitarte a esa persona de la cabeza, que pienses que con nadie volverías a ser tan feliz como lo eras a su lado... sé lo que es perder y lo difícil que es volver a intentarlo, sé lo que es sentir ese miedo a cometer los mismos errores y a volver a fallar. Pero también sé lo que es ganar, lo que es reencontrarte de nuevo con ese ser, con su interior, con todo eso que un día te perteneció y que luego simplemente dejó de ser para ti, sé lo que es reconstruir desde cero, borrando el pasado, perdonándose a uno mismo y perdonando al otro, sé lo que es volver a tomarse de la mano, volver a besarse, a amarse de nuevo... y te digo, hija, que vale la pena cuando los dos se aman —añadió. Frieda recostó su cabeza sobre el hombro de su padre y él sonrió.
—Eres el mejor papá del mundo, ¿lo sabes? —susurró.
—Tú eres la mejor hija... y verás que todo sale bien. Pero ahora debes estar para él, sin condiciones, Fri... te necesitará —aconsejó Rafael.
—Lo sé...
***
Adler estaba sentado en la sala de esperas del hospital, llevaba horas allí sin moverse y ya casi no sentía sus piernas, pero no le importaba. No se alejaba del sitio ni de sus padres y en algún momento había dejado de llorar porque sintió la necesidad de mostrarse fuerte para su madre, que estaba devastada. Además su padre merecía saber que él saldría adelante, que no se desmoronaría y estaría allí para Berta.
Levantó la cabeza al oír su nombre. Su tía llegaba acompañada de su familia, las lágrimas se le aglutinaron en los ojos cuando vio entrar a Frieda tras Rafael. La necesitaba, necesitaba recostarse en sus brazos y llorar su dolor, su pena, sus miedos... sentía que nadie lo conocía como ella, que no necesitaba a nadie, solo a ella.
—¿Dónde está? —preguntó Carolina que ya había llegado.
—Con mamá, en la habitación, pero duerme —dijo señalando la puerta.
—¿Puedo entrar? —inquirió la mujer.
—Sí... supongo —dijo Adler encogiéndose de hombros. No había mirado directamente a Frieda aún, sentía que se desmoronaría si lo hacía.
Carolina caminó hasta la habitación e ingresó con cuidado, le pidió a Rafael que esperaran allí y este dijo a Samuel que fueran por un café. Frieda se quedó allí, parada frente a un Adler derrotado, vencido, agotado, que estaba sentado a solo un metro de ella.
—Ad... —lo llamó y el dolor brotó del interior del chico como si de un volcán a punto de erupcionar se tratara. Aun así no levantó la vista, no podía hacerlo.
—Hola —saludó en un susurro.
—Estoy aquí, para ti —dijo Frieda y eso fue suficiente. Adler se levantó de inmediato y la abrazó con desespero, ella se dejó abrazar y envolvió sus brazos alrededor del chico, sintió que lloraba como un niño pequeño, su espalda se contorsionaba en espasmos, ella lo acarició con cariño, quería calmarlo, protegerlo, cuidarlo, y a pesar del tiempo que no se habían visto, que no habían hablado, ese cuerpo que sentía tan cerca ahora, seguía pareciendo suyo, parte de ella, de un todo—. Calma, llora todo lo que necesites —dijo Frieda y el chico sollozó aún más—, estoy aquí, soy yo... tu princesa... y tú eres mi sapo favorito —añadió con una sonrisa triste. Adler no respondió pero sintió paz, sintió calma, sintió sus músculos aflojarse lentamente mientras el cansancio se apoderaba de él, llevaba tantas horas tenso que parecía que en cualquier momento estallaría.
—No puedo más —murmuró.
—Sí puedes, yo sé que puedes... —lo alentó la chica—. Vamos a sentarnos allá, tienes que descansar, Adler, te ves muy agotado.
—No puedo perderme ni un segundo a su lado —añadió.
—Haremos algo, esperarás a que despierte, le diremos que irás a dormir un par de horas y luego que estés mejor volveremos, así tampoco ayudas mucho...
—¿Y si cuando vuelva ya... —se calló a sí mismo, no podía decir aquello.
—No sucederá, Adler, no sucederá... te lo prometo —dijo ella sin saber si acaso podía prometer aquello pero sintiendo que el chico estaba en realidad al límite.
—Haré lo que tú me digas —dijo él y Frieda sonrió, ya se habían sentado uno al lado del otro y ella le secaba las lágrimas.
—Me gusta que quieras ser mi esclavo por decisión propia —bromeó con ternura.
—¿Eres mi princesa, Fri? ¿Lo dices en serio? —inquirió el chico mirándola, era más hermosa de lo que la había recordado y se veía perfecta, como si fuera una aparición, como la había soñado tantas veces.
—No soy una princesa, lo sabes, pero también sabes que solo admito ser la princesa de alguien, y ese alguien eres tú —sonrió con cariño.
—Gracias... —susurró—. Perdón por... haber llorado así.
—Me llenaste de baba de sapo asqueroso, pero lo necesitabas, Ad... no hay de qué... estoy aquí y no me iré hasta que ya no me necesites —añadió la muchacha sintiendo un intenso dolor por verlo tan triste, tan apagado. Adler amagó una sonrisa, si tomara aquellas palabras de manera literal, ella no se iría nunca más.
Media hora después, Frieda consiguió que Berta la ayudara a convencer a Adler para que fuera a tomar un baño y a descansar un par de horas, Nikolaus estaba dormido pues le habían hecho un estudio y estaba agotado, el médico dijo que lo dejaran descansar, así que hasta la noche no los vería. La chica manejó el auto de su ex novio hasta llegar a la casa de la familia y luego lo acompañó hasta su habitación, Adler era una especie de ente sin voluntad, solo respondía a las órdenes que Frieda le daba.
Ella ingresó al cuarto y encontró todo hecho un desorden, había mal olor, ropas tiradas, restos de comida y suciedad en todos los rincones.
—Vaya, sapo, parece que el estanque está infectado —dijo tapándose la nariz. Adler no le respondió, ingresó tras ella y esperó que le dijera qué hacer. Frieda se giró a mirarlo—. Ve a bañarte, yo ordenaré esto como pueda para que luego descanses un rato, ¿sí?
Adler asintió y se perdió en el cuarto de baño. Frieda sacó las cosas de encima de la cama y cambió las sábanas por unas limpias que encontró en uno de los cajones del armario. Sacó también ropa interior, un pantalón y una camiseta cómodas para que Adler se vistiera al salir del baño. El chico dejó que el agua cayera por su cuerpo, se sentía extraño, confundido, como si estuviera dormido y soñando. La paz que le brindaba la presencia de Frieda era exquisita, y se sentía bien dejando que ella organizara su vida, su mundo, porque él en ese momento no era capaz de hacerlo, y no había nadie mejor en el mundo que ella para encargarse.
Salió del cuarto de baño con el pelo mojado y una toalla anudada a su cintura, su espalda aún estaba húmeda. Frieda tragó saliva al verlo así y se obligó a pensar que debía ayudarlo, no empeorar las cosas. Le pasó la ropa y se volteó para que se vistiera mientras ella fingía arreglar las almohadas sobre la cama.
—¿Tienes hambre? —inquirió.
—No... —respondió Adler.
—Bueno, ahora acuéstate a dormir un poco, yo iré por algo de comer y en dos horas te despierto para regresar, ¿estamos?
—Bien... pero no más de dos horas, Fri... no quiero que...
—Basta, no pienses en eso, Ad —lo detuvo, el chico asintió y se recostó en su cama. Ella lo cubrió con las mantas con profundo cuidado y mucho cariño, acarició su mejilla con una mano y le sonrió.
—Gracias... —murmuró él.
—No hay por qué darlas —afirmó—. Descansa.
Estamos en la recta final...
Para quienes aún no leyeron La chica de los colores, les cuento que estoy a días de retirarla, así que no se queden sin leerla.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top