* 45 *


Adler se despertó sobresaltado, había tenido un sueño, no era una pesadilla pero había sido muy intenso, muy real. En toda su vida nunca había soñado con ella, con su hermanita. La pequeña niña rubia de cabellos largos, estaba enfundada en un tierno vestido rosado con muchos encajes, él había visto una foto de ella con ese vestido frente a un pastel de cumpleaños. Se encontraban bajo el árbol aquel que estaba en el patio de su casa y donde su padre solía recordarla.

La pequeña Frieda subió a la hamaca que de sus ramas colgaba y le sonrió.

—¿Me columpias? —preguntó y Adler asintió.

Estuvieron así por un rato largo hasta que la niña se detuvo y observó a su hermano.

—Ad... extraño mucho a papá —dijo con la mirada triste, el muchacho se acercó a ella y se arrodilló para abrazarla—. Era el mejor del mundo —sonrió.

—Lo es, linda... lo es... Y te recuerda siempre con mucho cariño —dijo Adler besándola en la frente.

En ese mismo momento despertó, sintiéndose conmovido, emocionado, aturdido. Observó el techo de su habitación preguntándose si acaso el sueño había sido real y en alguna dimensión desconocida él había interactuado con su hermana por primera vez en su vida. Entonces un golpe seco lo volvió en sí, seguido por el grito desgarrador de su madre.

—¡Adler! ¡Adler! —bramó desesperada.

—¡Ya voy! —dijo levantándose de la cama con gran velocidad y siguiendo en busca del sitio donde provenía el sonido.

Cuando llegó a la habitación de sus padres, observó a su madre agachada y llorando sobre el cuerpo tendido de su padre, había caído y estaba a un costado de la cama.

—Mamá, ¿qué sucede? —preguntó Adler ingresando de inmediato y acercándose a su padre.

—No lo sé, despertó, dijo que le dolía un poco la cabeza y se sentía mareado... y después cuando se levantó se desvaneció.

—¡Llama a emergencias! —dijo Adler intentando levantar su torso y despertarlo.

—Ya lo hice —musitó Berta asustada, amaba a ese hombre con todo su corazón y hacía días venía sintiendo que algo le estaba ocultando.

Casi dos horas después, Nikolaus se encontraba internado en un hospital cercano a su casa y los médicos habían dado ya algunos resultados. El cáncer había vuelto, silencioso y traicionero, sin embargo, Niko lo sabía, hacía seis meses atrás había consultado por unas molestias y le habían mandado a hacer todos los controles necesarios. Allí detectaron que la enfermedad había regresado y se había expandido a varios órganos. El doctor le dijo que podía iniciar de nuevo los tratamientos y que quizá con ello lograse extender un poco más su tiempo de vida, sin embargo, el optó por no hacerlo, prefería disfrutar de los suyos de la mejor manera posible durante el tiempo que le quedara de vida.

Cuando despertó y luego de que Berta y Adler se enteraran de aquello, el doctor los dejó que ingresaran a verlo.

—¡Niko! ¡No lo entiendo! ¿Por qué me lo ocultaste? —preguntó Berta llorosa y enredada en una mezcla de sentimientos encontrados, tristeza, rabia, impotencia, enfado.

—¿Qué caso tenía? Si te lo decía me ibas a pedir que siguiera los tratamientos, esos mismos que me hacen sentir mal, que me ponen de mal humor, que me hacen sentir incómodo y adolorido, ¿para qué? ¿Para vivir un mes más? ¿De qué me sirve vivir así sin poder disfrutar de ustedes que son los que más amo en la vida? Lo hubiera hecho, pero solo por ti. Preferí vivir a tu lado, sin tratamientos ni doctores, pero disfrutándote con cada uno de los segundos que me regalaba la vida, lo mismo con Adler... y no me quejo de ello, Berta, no me quejo de nada porque ustedes han sido el sol en mi vida, ustedes han llenado de felicidad mi mundo —dijo Nikolaus emocionado.

—No digas así, papá, no hables como si te fueras a morir ya... yo no quiero perderte, no quiero que te mueras... no quiero... papá —dijo Adler con lágrimas en los ojos.

—No llores, hijo. Tú ya eres todo un hombre, saldrás adelante y cuidarás de tu madre. No te rindas, Ad... sigue a tu corazón y a tus sueños, no te pongas límites que no existen. Escúchate a ti mismo y persigue eso que tanto anhelas... Si tu felicidad está al lado de Frieda, búscala... pídele perdón, demuéstrale cuánto la amas, hijo, que la vida es corta y cuando estamos por irnos solo nos queda el recuerdo de las personas que hemos amado y lo que hemos vivido con ellos.

—Niko... no me hagas esto —sollozó Berta y el hombre la tomó de la mano.

—Amor, no puedo irme sin... llama a Carolina, dile que venga... por favor —susurró—. No puedo irme sin despedirme de ella.

Berta asintió y limpiándose las lágrimas salió de la habitación dejando a su hijo solo con su padre.

—Papá, por favor... no te vayas —rogó Adler—. Discúlpame por haber estado tan ausente todo este tiempo, por haberme dejado llevar por la tristeza, no debí hacerlo, no debí ponerme así de mal... —. El muchacho sentía que en su dolor había dejado de disfrutar momentos con su padre que ya se despedía y en ese instante se abría en su interior un dolor aún más grande que el que tenía, el dolor ocasionado al aceptar que la muerte estaba más cerca de lo que jamás hubiera imaginado, en ese momento se sentía culpable por haber sufrido por algo que a pesar de todo no era irreversible, como la muerte, como el fin de la vida de su padre, su ejemplo, su pilar. Allí recordó los ojos de su hermanita diciéndole que extrañaba a su padre.

—No temas, Adler... todo estará bien... saldrás de esto, de todo... y serás feliz, te lo prometo —dijo el hombre tomándolo de la mano con firmeza.

—Papá, soñé con Frieda, con mi hermanita —dijo Adler mirándolo—. Dijo que te extrañaba mucho.

—Lo sé, hijo... he estado soñando mucho con ella, creo que viene a buscarme. ¿Y sabes? Estoy ansioso por verla, abrazarla, hamacarla de nuevo, jugar con ella, dejar que peine mis cabellos —rio levantando su vista al techo de la habitación—. Cuando la perdí pensé que nunca podría volver a sonreír, pensé que el mundo había terminado para mí y que ya no merecía vivir, mucho menos ser feliz. Dejé de hablar, de comer, de sentir... solo quería morir... Entonces conocí a Carolina, ella tampoco hablaba... y en nuestro silencio empezamos a compartir nuestro dolor, y a sanarnos. Con su ayuda superé el dolor más grande de mi vida para luego conocer a tu madre, me enamoré de ella al verla, al oírla, al perderme en su mirada. Berta siempre ha sido una mujer jovial, inocente, positiva, tranquila, llena de ideologías radicales y que a mí siempre me parecieron divertidas —sonrió—, en sus brazos encontré la paz que buscaba, encontré un hogar, me sentí amado a pesar de pensar que no lo merecía y volví a amar. Entonces viniste tú, la oportunidad que la vida me dio de resarcir mis errores, de volver a ser padre, de entregar todo aquello que tenía para dar y que las circunstancias me habían arrebatado de golpe. Te amé desde que supe de tu llegada, te amé cada segundo de tu existencia y te amaré por toda la eternidad, Adler... así como he amado a Frieda desde siempre y para siempre. Ahora que ya eres todo un hombre, me toca volver con ella, hijo, y darle lo que la vida no nos ha permitido experimentar... No te pongas triste, tienes que saber que estaré bien...

Adler no respondió, ambos estaban llorando y no había palabras que fueran capaces de explicar la intensidad de ese momento. La puerta se abrió y Berta ingresó de nuevo.

—Carolina viene en camino —afirmó, Niko sonrió y la llamó para que se sentara a su lado.

—¿Me dejas solo con tu madre un rato, Ad? —preguntó y este asintió levantándose de la silla donde estaba sentado y abrazando a su padre. Luego salió de allí sintiendo el alma en pedazos.

***

Carolina estaba durmiendo cuando su teléfono timbró, observó el reloj de la mesa de luz y eran cerca de las cuatro de la madrugada. ¿Quién podría llamar a esa hora? Se levantó veloz y observó el celular, era Berta.

—¿Berta? —saludó y entonces escuchó sollozos—. ¿Berta? ¿Qué sucede?

—Niko... está muriendo, Caro... y quiere que vengas cuanto antes, necesita despedirse de ti —susurró.

—¿Qué? ¿Cómo que muriendo? —Carolina sintió que un nudo inmenso la dejaba sin aire y Rafael despertó ante los sonidos.

Berta le explicó a grandes rasgos lo que estaba sucediendo y ella no supo qué decir. Estaba anonadada, confundida, asustada.

—Ya vamos, tomaremos el primer avión hacia allá, Berta... Dile... dile que me espere —pidió en un sollozo desesperado. Cortó la comunicación y entre lágrimas le contó a Rafael lo que acababa de enterarse.

Luego de lograr calmarse un poco, decidió avisar a sus hijos, Samuel iría con ellos y Frieda podría elegir. No podía obligarla, pero deseaba que los acompañara, después de todo Nikolaus y Berta eran familia, incluso a pesar de haber estado separados los últimos años.

—¿Qué? —Frieda no entendía nada, su madre la había despertado a mitad de la noche para decirle que iban a Alemania porque Nikolaus estaba por morir—. ¿Niko? ¿El tío Niko?

—Sí, ¿quién más? Frieda, no hay tiempo, ¿vienes o no? —preguntó su madre. Frieda se incorporó confundida, no quería ver a Adler, sabía que cuando sus miradas se cruzaran todos los sentimientos que había estado intentando enterrar día tras día saldrían a flote, pero era su tío, un hombre que la adoraba y a quien ella quería muchísimo, y además, Adler estaría destrozado, y ella no podía imaginarlo así.

—Voy —dijo levantándose y suspirando.

—Prepara tus cosas, como para quedarnos un buen tiempo. No tardes, solo lo indispensable —dijo su madre sacando una maleta del armario y dejándosela.

Frieda guardó una a una sus pertenencias mientras pensaba en como estaría Adler en ese momento. Iba a sacar un abrigo de la parte de arriba de su armario cuando una caja de cartón cayó sobre su cabeza, se agachó a recogerla. No veía esa caja desde su infancia, allí guardaba sus tesoros de niña. La abrió al recordar que ahí había algo que quería guardar, buscó entre papeles de carta perfumados que ya habían perdido su aroma, flores secas, piedras, algunos collares de caracolas y lo encontró. Era un pequeño círculo de plástico de color rojo, resto de la tapa plástica de una botella de refresco, había una inscripción con pincel indeleble y letra muy pequeña. Tenía una A y una F en letra torpe de niño pequeño, sonrió ante aquello y lo guardó en su cartera, en un bolsillo de su billetera.

Carolina los llamó a todos aproximadamente una hora después, bajaron y sin desayunar subieron al vehículo. Unos minutos después estaban en el aeropuerto comprando los primeros boletos con destino a Alemania, la tristeza que tenían todos en el alma era inmensa, cada uno en su silencio recordaba los momentos vividos en familia, las palabras, los abrazos, los consejos de Niko... Carolina lloraba recostando su cabeza en el hombro de su marido, Frieda sentía además el horrible peso de la culpa, sus familias estaban separadas hacía un buen tiempo a causa de ella y Adler, probablemente ahora lo lamentarían.

Bueno... lo sé, he llorado también con esto... Amo a Niko, es un personaje tan importante en la vida de Carolina Altamirano... Y por cierto, para quienes no lo han hecho aún deben leer la trilogía de los padres de Frieda. Lo que me queda de ti, Lo que aprendí de ti y Lo que tengo para ti... que nació antes que esta historia... 

Y pues... nada, entre ayer y hoy he recibido más de 500 mensajes, les agradezco por sus bellas palabras, por su cariño y por amar tanto esta historia. Me tienen como en una montaña rusa llena de emociones al leerlas.

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