* 4 *
Frieda no recordaba unas vacaciones en Alemania tan divertidas desde que tenía como nueve años. Era cierto que Adler siempre le había caído mal, pero entre los niños las cuestiones solían ser más sencillas, se pasaba del amor al odio en muy pocos minutos, y por más que la mayor parte del tiempo el chico solía disgustarle, cuando jugaban o compartían momentos de diversión se olvidaba un poco de aquello y disfrutaba, al menos hasta la próxima rencilla.
Los días de la tregua fueron bastante cómodos e incluso divertidos. Frieda dejó de sentirse amenazada y de estar todo el tiempo a la defensiva para relajarse un poco, Adler dejó de molestarla y evitó ponerle motes que a la chica no le agradaban.
Salieron en familia a recorrer sitios, a comer, a ver películas, e incluso se vieron compartiendo salidas entre los tres —Frieda, Adler y Samuel— a lugares más juveniles donde el chico los llevó y les presentó como sus primos a todos sus amigos.
—¿Vamos a bailar el viernes? —le preguntó Adler esa tarde de miércoles. La semana de tregua había terminado hacía unos días pero ambos parecían querer seguirla de forma intrínseca.
—¿A bailar? ¿A dónde? No sé, no es que me divierta demasiado con esas cosas —respondió Frieda mientras se pintaba las uñas de negro.
—Es el cumpleaños de una amiga, nada serio. Será una fiesta divertida.
—Hmmm, no sé si me darán permiso. No me dejan salir mucho a esa clase de eventos —suspiró con resignación.
—Yo hablaré con los tíos, no podrán ante mis encantos —bromeó.
—Nadie puede con el príncipe perfecto, el joven Adler, ¿no es así? —bromeó Frieda y él asintió con diversión.
—Algo así —susurró.
—Mmmm... pues no sé... Quizás, aunque no traje ropa de fiesta tampoco —dijo encogiéndose de hombros, salir no le apetecía demasiado.
—No hace falta que llamemos al hada madrina y te convierta las calabazas en carrosas, es un encuentro casual, entre amigos. —Frieda lo miró, puso los ojos en blanco y bufó, Adler levantó las manos en señal de rendición y rio.
—Bien... iré —susurró—. Si les hablas a mis papás y me dejan, claro.
—Fíjate como los convenzo —añadió Adler saliendo del cuarto y llamándolos—. ¡Tía Caro, Tío Rafa!
Frieda lo siguió divertida y expectante, y escuchó como Adler le pedía permiso a sus padres para que la dejaran ir con él, prometiéndoles que la cuidaría. Se rio ante la idea tan estúpida de que ella necesitara que alguien la cuidara, y menos que ese alguien fuera Adler. Sin embargo, sabía que a su padre le encantaría escuchar algo así y que sería la única manera en que la dejaran. Vio como Adler abrazaba a su madre y le plantaba besos en la mejilla para intentar aflojarla, ella reía.
Carolina amaba a Adler y este era en extremo cariñoso con ella, a veces, Frieda pensaba que lo hacía a propósito, para molestarla poniéndola celosa, pero otras, decidía creer que él solo era así, cariñoso y extrovertido, espontáneo y atento con aquellos que amaba. Porque de algo sí estaba segura, Adler adoraba a su madre tanto como ella a él.
Como era de esperarse el chico consiguió el permiso y luego fue a decírselo, la encontró en el pasillo espiando la conversación así que puso una cara de «te lo dije» y ella sonrió.
El viernes llegó pronto, Frieda no sabía bien qué ponerse, la ropa no era algo que a ella le importase demasiado, siempre prefería la comodidad a la moda, pero no sabía qué clase de fiesta era y qué clase de gente iría. Se decidió por un pantalón ajustado de color negro y una blusa con tonos oscuros algo transparente debajo de la cual se puso un top negro para no dejar a la vista demasiada piel, luego se arregló el pelo. No se maquilló, nunca lo hacía y no entendía por qué a sus amigas les gustaba tanto llenarse de colores el rostro. Marcia siempre se pintaba mucho y Frieda pensaba que así no solo estropeaba su piel, sino que además tapaba esa frescura o naturalidad que caracterizaba a su amiga.
Observó su celular y se dio cuenta que aún faltaban unos veinte minutos para la hora que convinieron en salir. Fue hasta la cocina y se preparó un sándwich antes de llamar a Marcia.
—¡Hola, Frieda! —exclamó su amiga contenta de oírla.
—¡Marcia! ¿Cómo estás? Necesitaba escucharte por eso llamo —sonrió.
—¿Pasó algo? —preguntó la muchacha algo asustada.
—No, solo te extraño. ¿Qué haces? —cuestionó mientras volvía a la habitación.
—Nada, estoy cuidando a mi hermanito, mis padres salieron, ¿tú?
—No lo vas a creer, y no vayas a burlarte, pero voy a salir con Adler —susurró para que nadie la oyera.
—¿¡Qué!? —exclamó Marcia ante la sorpresa—. ¿Es en serio? ¿Quién eres y qué has hecho con mi amiga? —añadió risueña, Frieda rodó los ojos y rio también.
—Supongo que es por lo de la tregua, que te había comentado el otro día —dijo ella.
—Sí, lo recuerdo, ¿pero no era solo por una semana? —inquirió Marcia.
—Bueno, supongo que se extendió por unos días. No sé, estamos bien así, veremos hasta cuando dura —respondió encogiéndose de hombros como si su amiga pudiera verla.
—Bueno, quizá su paso por nuestras tierras no sea una pesadilla como lo predijiste entonces —añadió Marcia—. ¡Muero por conocerlo! —exclamó.
—Sí... o no. No lo sé, no creo que nos llevemos bien por demasiado tiempo —respondió.
—¿Y a dónde irán? ¿Es como una cita? —quiso saber su amiga.
—¿Qué? ¡No! O sea, una cosa es la tregua y otra muy distinta una cita con el sapo. No, no, no... —Negó rotundamente con la cabeza y la escuchó reír del otro lado—. Me lleva a un cumpleaños de una amiga o algo así —añadió.
—¡Genial! ¡Diviértete! —añadió Marcia.
Después conversaron un poco acerca de nada en especial hasta que Frieda lo vio en el umbral de su puerta con una media sonrisa y la cabeza ladeada hacia un lado en un gesto de que ya era hora.
—Ya me voy, Marcia, te hablo luego —dijo y se despidió.
Adler vestía un jean oscuro y una camisa negra que traía remangada hasta el codo. Llevaba los primeros dos botones desabrochados, lo que hacía que su torso se viera más ancho. El primer pensamiento de Frieda al verlo fue: ¡Wow! Y luego sacudió la cabeza queriendo borrar aquel asombro de su mente.
Adler no era feo, era rubio —como su padre y la mayoría de los alemanes— y con ojos claros, alto, y aunque no era demasiado musculoso, se lo notaba fuerte. Pero Frieda no se fijaba demasiado en eso, no es que no le gustaran los chicos, pero no le agradaban los que se veían muy guapos, pensaba que esos eran siempre sinónimo de problemas o demasiado vacíos, así que había salido con un par de chicos que no se veían como modelos de revistas para adolescentes. Alexis fue su primer novio, era un chico dulce y bastante inteligente, lo había conocido cuando tenía cerca de catorce años y tomó unos cursos de ajedrez a recomendación del maestro de matemáticas que le veía mucho potencial y se lo recomendó a sus padres. Alexis y ella se pusieron de novios y estuvieron juntos por casi cinco meses, hasta que ella se cansó y terminó con la relación. Tener novio le parecía aburrido y el romance no era lo suyo. Sus amigas disfrutaban de las rosas y los chocolates, pero a ella eso —y tener a Alexis todo el día diciéndole cosas tiernas— le abrumaba.
Su segundo novio se llamaba Renato y era un compañero de la escuela. No era ni lindo ni feo, ni alto ni bajo, ni popular ni invisible, simplemente un chico normal que llamó su atención por su gran amor por la música, era alguien con quien podía conversar de cualquier tema y que no se preocupaba por caer bien ni por lo que los demás pensaran. A Frieda le gustaba su espontaneidad. Sin embargo, no funcionó porque Renato decidió que ya no la quería y terminó con ella, dos días después ya estaba de novio con Julieta, una chica dos años mayor que ellos. Ese fue un golpe para Frieda, y fue en ese entonces cuando derramó sus primeras lágrimas por amor, o quizás por enfado. También fue allí cuando decidió no volver a enamorarse hasta ser mayor y más madura, pues llegó a la conclusión de que los chicos de su edad eran tontos y hormonales.
—Estás bonita —dijo Adler mientras caminaba hacia el auto. Su padre le había prestado el coche y los cuatro habían salido a despedirlos al pórtico de la casa.
—¡No tomes, Adler! ¡Mira que te llevas a mi niña contigo! —exclamó Rafael y Frieda sonrió. Su padre era muy protector, y aunque a veces le molestaba, también le agradaba.
—No tomaré, tío. Tranquilo —replicó Adler—. Tu princesa está a salvo conmigo —bromeó y se metió al auto. Frieda le dio un golpe en la rodilla—. ¡Auch!
—Compórtate, no arruines la noche —le pidió.
—Me gustaría saber por qué odias tanto a las princesas. ¿Qué te hicieron? ¿Te aparecieron en alguna pesadilla cuando eras niña y te comieron el corazón o algo así? ¡No es normal! —bromeó.
—No las odio, las respeto, solo no soy una de ellas y no me gusta que me comparen. Es decir, no todas las niñas queremos ser princesas. No me molestan ellas, me molesta la gente que simplemente porque eres niña, dulce o bonita te dicen así. Siento como si me encasillaran en una forma de ser que no me gusta. Ellas siempre dependen de alguien que las salve para ser felices y yo no necesito eso, mi madre me enseñó desde pequeña que yo puedo ser feliz sin ayuda de nadie, solo creyendo en mí misma —añadió.
—¿Y quién te dijo que tú eres dulce y bonita? Ni siquiera estoy seguro de que seas una niña. ¡Vamos, ni siquiera tienes pechos! —rio Adler señalando su torso y Frieda sintió que la magia acababa. ¿Qué necesidad tenía de molestarla constantemente por cualquier cosa?
—¿Qué tal si me bajo y vas solo? —añadió fingiendo que abriría la portezuela del auto.
—¡No! ¡Es broma! ¡Perdón! —se excusó tomándola del brazo para impedir que lo hiciera.
—No sigas poniéndote pesado, ¿ok? —amenazó Frieda y Adler solo asintió.
El resto del camino escucharon música y conversaron sobre la ciudad y la vida nocturna. Cuando llegaron, Frieda se mostró ansiosa, no le agradaba sentirse fuera de lugar y allí no conocía a nadie.
—Nunca pensé decir esto, pero, no me dejes sola porque no conozco a nadie —pidió.
—Repítelo, por favor —dijo Adler observándola con diversión—. ¿Que no te deje sola dijiste? —Ella rodó los ojos.
—No, es en serio. No soy muy buena para socializar con gente nueva —añadió y suspiró para intentar calmarse.
—Dejémoslo en que no eres buena para socializar —añadió Adler, Frieda lo miró amenazante, no era momento de bromas.
—¿Por qué te pones tan insoportable? ¡Ya me estoy arrepintiendo de haber venido!
—No te dejaré sola, tú tranquila —añadió Adler regalándole una sonrisa y haciendo un gesto para que ingresaran al lugar. Frieda tomó aire de nuevo y lo siguió.
KS1
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top