* 28 *
La adrenalina de lo prohibido sumada a la pasión que los estaba envolviendo de manera intensa y abrumadora mientras se besaban y se acariciaban con los cuerpos aún algo húmedos, se volvió apabullante. El deseo que bullía bajo sus pieles desde hacía mucho tiempo empezó a erupcionar derramándose a borbotones como lava caliente atravesando sus venas y arrastrando sus almas.
Adler la levantó entre sus brazos y Frieda enrolló sus piernas alrededor de su cintura, el chico la guio hasta la habitación depositándola con cuidado sobre la cama aun desarreglada que habían dejado más temprano, entonces el mundo se detuvo en el mismo instante en que ambos comprendieron lo que estaba por suceder.
Frieda sintió una pizca de inseguridad, no por lo que estaba a punto de hacer, sino porque sentía que no había sido sincera con él al ocultarle que era virgen y que no había sucedido nada con Mauricio, como Adler creía. Sin embargo cuando vio sus ojos empañados de pasión, su cuerpo tenso, su piel húmeda, el pelo pegándose a su frente y a su rostro, la única certeza que tuvo fue que ese era el momento, que ella estaba lista y que era con él con quien quería y quería estar.
Adler la observó mirarlo, no sabía qué cosas pasaban por su cabeza en ese instante pero a pesar de que se veía excitada, a pesar de saber que ella misma le había planteado esa escapada de fin de semana para que pudieran avanzar, la notaba algo ansiosa. Frieda era una chica abierta y sin complejos, era así en todos los aspectos de su vida y él esperaba que también fuera de esa forma en el ámbito más íntimo, de hecho así se había mostrado desde el inicio. Sin embargo algo en su mirada le decía que ella no tenía demasiada experiencia. Y no es que él la tuviera, solo había estado con Ava y —aunque no se lo había dicho a Frieda—, aquella vez en la biblioteca, había sido su segunda vez, y al igual que la primera, no había sido muy placentera.
Un miedo cruzó por su mente, ¿y si Mauricio era mejor que él? Era obvio que tenía mucha más experiencia y quizá sabía llevarla mucho más lejos de lo que él podría.
—¿Estás segura? —se animó a preguntar. Ya no había vuelta atrás, ambos estaban allí expectantes y deseosos, la relación había sido explosiva y pasional desde el inicio y llevaban demasiado tiempo sin llegar a más. Ambos lo deseaban, Frieda solo asintió.
Adler decidió que sería suave, lo más tierno posible, dulce en extremo. Eso era lo que esa chica de mirada algo asustada que lo observaba con los ojos chispeantes de deseo y las manos aferradas a las sábanas, le inspiraba en ese momento.
Y se tomó su tiempo, todo el tiempo que ese sábado de tarde les regaló, un día sin horas, sin apuros, sin responsabilidades. Adler besó cada centímetro de su piel y de su ser mientras sus manos acariciaban cada rincón de su cuerpo. Frieda pronto olvidó sus temores al tiempo que el deseo y la extrema necesidad crecía de forma abrumadora haciéndola olvidarse de todo. Pronto dejó también en libertad a sus manos y a su boca, que se aventuraron a buscar senderos, caminos, rincones, en el cuerpo del chico que la estaba volviendo loca.
El tiempo dejó de importar porque, tanto el reloj como el mundo, habían dejado de girar mientras ambos se descubrían y se prodigaban placer. Finalmente y cuando la extrema necesidad los abrazó a ambos por completo haciéndoles olvidar de todo, bastó solo una mirada para que Adler supiera que Frieda lo esperaba. Tomó los recaudos necesarios y posteriormente se adentró en ella. Frieda aspiró tomando algo de aire para soportar el tan esperado dolor del cual había leído y escuchado en todos los sitios de internet y videos de YouTube en los que había buscado información. No quería que nada en su actuar delatara que aquella estaba siendo su primera vez. Adler se abrió camino de forma suave, con cuidado, tan lenta y parsimoniosamente que fue permitiéndole al cuerpo de su compañera acostumbrarse a su intromisión. Algo le decía al chico que esa era la mejor forma en ese momento, que eso era lo que ella deseaba. Frieda fue soltando el aire de a poco mientras se olvidaba de todo y se relajaba, la sensación de tenerlo tan cerca era tan increíble que el pequeño estirón que sintió de forma aguda por un instante, fue pasando a segundo plano. Su cuerpo lo recibía como si lo hubiera extrañado, como si fuera una parte de ella que había extraviado antes.
Se quedaron allí, casi inmóviles, casi estáticos, mientras ambos absorbían el mundo de sensaciones que los envolvían y dejaban crecer el deseo que bullía en ondas alocadas desde el sitio donde se encontraban unidos. Adler esperaba paciente a que la chica diera el siguiente paso, no tenía mucha experiencia y la poca que tenía no había sido así antes, pero ahora no le importaba él ni su propio gozo, sino el de la mujer que tenía adherida a su ser, y algo del cuerpo de ella le decía que esa era la forma de hacerlo, algo en la chica le decía que a pesar de todo, no tenía tanta experiencia como solía fanfarronear. Frieda comenzó a respirar con calma mientras se animaba a dejarse llevar, la dulzura con la que Adler la trataba, como si fuera una delicada rosa cuyos pétalos no quería romper, solo la volvía más vulnerable, predispuesta, receptiva.
El calor que emanaban sus cuerpos fue tomándola presa y sin más sintió la necesidad de seguir, sus caderas lentamente comenzaron a bailar en círculos ayudándola a acomodar la mezcla de dolor y placer mientras iba despertando al cuerpo del muchacho que empezó a responder al movimiento. Pronto ya todo fue música, ritmo, melodía y baile, pronto ya todo fue pasión, ardor, deseo, éxtasis.
Adler no pudo esperar demasiado, aquello estaba siendo muy fuerte y aunque puso todo de su parte intentando que su mente controlara a su cuerpo, no le funcionó. Salió con cuidado sintiéndose frustrado, sabía que ella aún no había llegado a la cima. Frieda sonrió al comprender lo que acababa de suceder, había leído sobre eso también y le generó una extrema ternura ver a Adler avergonzado.
—Lo... lo siento —se disculpó el chico mientras se deshacía del plástico.
—No tienes por qué —dijo ella observándolo.
—Yo... bueno... tú... me vuelves muy loco —admitió.
—Todavía no hemos terminado, así que no te disculpes —sonrió Frieda divertida.
Las caricias y los besos volvieron a fluir y esta vez la ansiedad, los miedos y los prejuicios fueron diluyéndose en las aguas de la pasión y el deseo. Adler se dedicó a prodigarle toda clase de atenciones antes de volver a intentarlo. Esta vez fue mucho más fácil, ella estaba más predispuesta y llegó más rápido y él pudo dejar las ansias a un lado y atajarse un poco más. Sus cuerpos iban conociéndose, de forma rápida y precisa, como si siempre hubieran sido parte del otro, como si se pertenecieran, como si se hubieran encontrado luego de haber estado separados por mucho tiempo.
Saciados y extasiados, un buen rato después, Frieda se recostó en el pecho de Adler y lo llenó de pequeños besos mientras con su dedo índice trazaba figuras geométricas sobre su abdomen. El chico acariciaba la cabeza de su novia mientras ambos estaban sumidos en el silencio y la calma que los envolvía dejándoles experimentar una mágica sensación de pertenencia y eternidad.
—¿Estás bien? —preguntó Adler y la chica dibujo lentamente una S y una í en el abdomen de su novio—. ¿Eso es un sí? —inquirió divertido.
—Sí —volvió a dibujar. Adler levantó algo la cabeza para leer lo que la chica escribía en su piel.
—¿Te ha gustado? —preguntó y Frieda asintió volviendo a escribir en su abdomen. Adler rio—. Veo que te he dejado sin palabras, princesa —bromeó.
—C I E R T O —Frieda escribió cada una de esas letras cerciorándose de que Adler las entendiera y repitiera cada una a medida las escribía.
—Cierto —dijo Adler y Frieda sonrió.
—Fri... tu eres perfecta y esto ha sido mágico —admitió el chico—. ¿Me creerías si te dijera que no quiero estar con nadie que no seas tú el resto de mi vida? —inquirió observándola, Frieda rodó los ojos divertida.
—No —escribió en su abdomen.
—¡Ey! ¡Es la verdad! —dijo el chico fingiendo estar ofendido. Ella sonrió sintiéndose halagada—. Ya háblame de una vez, siento que hablo solo —pidió y la chica lo observó mostrándole el dedo índice con un gesto para que atendiera lo que estaba por hacer. Adler frunció el ceño pero siguió el trayecto de su dedo.
—T E A M O —escribió letra por letra y cerciorándose de que Adler entendiera cada una. Ya por la A él supo lo que escribiría y sintió que el corazón empezaba a latirle con fuerza. Frieda sonrió.
—¿Me amas? —preguntó el chico para asegurarse.
—Sí —dijo finalmente la muchacha.
—Yo también, Frieda, te amo... no lo dudes nunca —admitió el muchacho y entonces ella se acercó para besarlo.
¡Feliz Navidad!
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