* 27 *

Ya era casi medianoche cuando llegaron a la casa de campo, ambos decidieron que era buena idea ir de noche para aprovechar mejor el sábado. Estaban agotados por el día que habían tenido así que apenas llegaron se pusieron algo cómodo y se acostaron a dormir. Adler la abrazó como siempre y Frieda se acurrucó en sus brazos.

—Creo que... no te digo a menudo las cosas que siento, Ad... yo... simplemente no soy una de esas chicas cariñosas, empalagosas, que andan por el mundo dibujando corazones —murmuró mientras el chico acariciaba su espalda con cariño—, pero... realmente eres especial para mí y... pienso que es hora que le digamos a nuestros padres lo que está sucediendo entre nosotros.

—¿Y qué sería eso que está sucediendo entre nosotros? —preguntó Adler intentando ocultar la alegría que esas palabras le causaban, la verdad era que él no quería forzarla a tomar decisiones ni a expresar nada que en realidad no sintiera, pero ya no podía ni quería seguir negando lo que a él le sucedía.

—Pues... es obvio que... tú... yo... bueno... nosotros... que... —Adler rio ante lo mucho que le costaba a Frieda admitir sus sentimientos.

—Fri... ¿Por qué te cuesta tanto? —inquirió el muchacho mirándola con cariño.

—Te voy a ser bien sincera... la verdad es que tengo mucho miedo de enamorarme y terminar sufriendo. Tengo miedo de no ser suficiente para la persona que esté conmigo, no sé ser cariñosa, ni dulce... ni nada de esas cosas que, bueno... a los chicos les gusta... —suspiró.

—Princesa, no tienes que ser nada de eso conmigo... te conozco de toda la vida, Fri, y sé cómo eres. Deja de presionarte y de preocuparte por lo que no eres, la verdad que me sorprende esa inseguridad tuya... siempre te mostraste diferente y orgullosa de serlo. De todas formas lo que importa, Frieda... es que te sientas libre conmigo, que seas quien quieres ser y que sepas que todo lo que me muestras de ti me gusta, esto que tenemos me agrada y tú eres más que importante para mí... —dijo besándola con ternura.

—No sé qué decirte, Adler... solo que... te quiero —dijo la chica en un susurro casi imperceptible escondiendo la cara en el cuello del chico. Adler sonrió y con su dedo índice levantó con ternura su barbilla para que lo viera, ella se mordió el labio nerviosa.

—Yo también te quiero, Frieda... mucho más de lo que te imaginas. Nunca sentí esto por nadie y no quiero perderte por nada del mundo. Quiero hacer bien las cosas contigo y decirle a los tíos lo que siento por ti, quiero ser tu novio y que tú me regales el honor de ser mi novia —dijo sin dejar de verla, Frieda sintió a las mariposas que ya habitaban su estómago desde hacía un buen tiempo, revolotear nerviosas en su interior, sonrió acercándose al chico para besarlo, rozó sus labios con el suyo y luego dejó que sus narices chocaran en una caricia suave.

—Está bien, Adler... tú ganas... Sí, quiero ser tu novia —aceptó y luego sonrió de forma genuina. Adler enarcó las cejas mirándola de forma retadora.

—¿Yo gano? ¿No serás tú la que ganas? Mira que no cualquiera se gana un novio como yo, Frieda —añadió bromeando.

—Ni una novia como yo, Adler... Deberías agradecer a la vida que la princesa se ha fijado en el sapo —dijo la chica riendo.

—¿Qué no decías que no eras una princesa? —inquirió el muchacho con una sonrisa triunfante. Frieda se incorporó mirándolo fijamente y luego de un rato en el cual solo se miraron respondió.

—No quiero ser una princesa, pero puedo aceptar ser la tuya.

Aquello colmó de felicidad el corazón de Adler que la abrazó entusiasmado, ella sonrió en el abrazo y encerró los brazos por el cuello del chico acercándolo a su boca. Se besaron por unos minutos hasta que quedaron de nuevo acostados uno al lado del otro, abrazados. Frieda se sentía feliz, libre por haber por fin soltado las ideas que la amarraban, los miedos, las inseguridades, estaba segura de que si había alguien en quien podía confiar en el mundo era en él, en Adler, en su novio. El chico por su parte sentía que habían avanzado bastante, no solo le dijo que lo quería, y aceptó ser su novia, además por primera vez en toda su vida, aceptó que quería ser su princesa.

Los minutos pasaron mientras ambos solo absorbían esa especie de bruma colmada de amor que los rodeaba, era como si estuvieran en medio de una fresca noche estrellada, era como si las estrellas brillasen ansiosas a su alrededor mientras la brisa fresca bañaba sus almas. Se sentían poderosos e invencibles, ambos estaban experimentando una especie de amor sublime, mágico, etéreo, poderoso, capaz de llenar todos los vacíos y agujeros, de tapar los miedos y las inseguridades, de hacer volar las sombras y llenar sus mundos de luz. Ambos estaban enamorados y eso los hacía volar alto y lejos, sobre el resto del mundo, sobre el presente, sobre el pasado y hacia el futuro.

Minutos después, Adler sintió que la chica se iba quedando dormida así que comenzó a hacerle pequeñas caricias en la espalda para que se relajara, él no tardó en seguirla y esa noche, uno en brazos del otro, sintieron que el mundo entero les pertenecía y que nada ni nadie podría separarlos.

Por la mañana siguiente, Adler despertó temprano. El día estaba cálido y por un momento se le antojó ir a algún sitio donde pudieran tomar un baño, alguna laguna o sitio cercano. Sonrió recordando que desde niños le habían pedido a los padres de Frieda que construyeran una piscina en esa casa, sin embargo nunca lo hicieron, nadie sabía bien el porqué. Frieda despertó y vio a Adler mirando al techo y sonriendo solo, ella sonrió al verlo tan alegre esa mañana, la verdad era que ella también se sentía feliz.

—Buenos días, princesa —dijo el chico besándola en la frente.

—Buenos días... ¿Qué pensabas? —inquirió la muchacha.

—Recordaba la de veces que le pedimos a tus padres que construyeran una piscina... hace calor hoy y estaría buenísimo ir a tirarnos en una.

—¿Te das cuenta que estamos en invierno? —preguntó Frieda sonriente mientras se sentaba en la cama y se tallaba los ojos.

—Dile eso al clima, está cálido aquí adentro y afuera estará peor —afirmó Adler. La verdad era que ese pueblo no solía ser demasiado frío.

—Tengo una idea —dijo Frieda mirando a Adler mientras levantaba y bajaba las cejas en un gesto divertido.

—¿Debo tener miedo? —inquirió el muchacho.

—Solo si eres un cobarde —respondió Frieda levantándose—. Vamos, arriba —ordenó la muchacha haciéndole un gesto al chico para que la siguiera. Adler no hizo más preguntas, cada uno se aseó y se cambió la ropa por algo fresco y luego de comer un par de manzanas, pan y jugo que habían comprado antes de llegar, salieron de la casa.

—¿A dónde es que vamos? —preguntó Adler divertido.

—A tomar un baño en la piscina —respondió Frieda mientras caminaba hacia la salida de la mansión.

—Te interesaría decirme, ¿cuál piscina? —inquirió el chico siguiéndola.

—La de los Robles, siempre está cargada y bien cuidada pero ellos solo vienen en el verano, así que podremos disfrutarla tranquilos —explicó Frieda mientras caminaba hacia la casona del vecino.

—¿Estás sugiriendo que vamos a ingresar a la casa del vecino sin permiso y vamos a bañarnos en su piscina? ¿Estás loca? ¿Y si nos descubren? ¿Y con qué traje de baño? —preguntó el chico acelerando el paso pues Frieda ya le ganaba un metro.

—Nadie nos va a descubrir, miedoso. Es pleno invierno, nadie en esta época viene a las casas de verano, por algo son «de verano». Además los limpiadores solo trabajan de lunes a viernes —insistió la chica mirándolo retadora, Adler se detuvo dubitativo no le gustaba hacer esa clase de cosas—. ¿Adler? ¿Tienes miedo? No hagas que me arrepienta de haberte elegido como novio, por favor —bufó haciendo que un mechón de pelo que se le caía por la cara volara por los aires, Adler rio al verla tan jovial, atrevida y espontánea.

—En este momento solo puedo recordar las miles de veces en que tú nos metiste en problemas a ambos, Frieda, por tanto... no creo que esto sea una buena idea —musitó.

—¿Yo? ¿Cuándo nos metí en problemas? —preguntó la chica colocando los brazos en jarra. Adler la miró con sorpresa, ¿cómo podía preguntar aquello?

—A ver... cuando me obligaste a entrar al gallinero de la señora Marta en busca de la gallina de los huevos de oro —dijo Adler levantando el dedo índice como para ir contando—, me prometiste que nos haríamos millonarios. Las gallinas me atacaron, corrí, me echaron y me raspé la rodilla. Me hiciste jurar que no le diría nada a mis padres porque si no te castigarían y los tíos te acababan de levantar un castigo. Después está la vez en la que me dijiste que fuera a la casa de tu vecina a buscar la pelota que se nos había caído a Samuel y a mí, me prometiste que no estaría nadie en la casa pero no hablaste de los perros —continuó levantando el dedo del medio para sumar dos—. Después recuerdo que me dijiste que juntemos ramitas y frutos secos de pino para hacer una fogata en el patio de tu casa y casi incendiamos todo, aún recuerdo cuanto me dolió la paliza que recibí por aquello. Y...

—¡Ya! —dijo Frieda deteniéndolo—. No sabía que eras tan rencoroso —añadió.

—No soy rencoroso, Fri... pero la experiencia me dice que tus ideas nunca terminan bien y ya no soy un niño como para seguirte hasta el fin del mundo. —La chica lo miró entornando las cejas y luego una expresión de tristeza invadió su rostro.

—Pensé que me querías, se supone que si me quieres y somos novios me debes seguir hasta el fin del mundo, hasta la muerte si es necesario —habló con voz melancólica y exagerando los gestos de tristeza en el rostro, Adler se echó a reír.

—¡Tú no tienes escrúpulos! —dijo negando asombrado.

—Bueno... ya estamos aquí, solo debemos saltar la cerca, que por cierto es muy baja... y... la piscina es nuestra —añadió.

—No lo haré, no me convencerás —se rehusó el chico negando vehemente. Frieda no dijo nada, se subió a la cerca y la saltó sin dificultad pasando al otro lado, caminó un paso más ya acercándose a la piscina que desde allí podía verse. Se sacó la blusa quedando solo en sostén y luego el short que llevaba quedando solo en ropa interior. Adler sintió que el calor era más intenso y desesperante pero ya no venía de afuera, sino de adentro mismo de sus venas, de su sangre que se convertía en lava ardiente.

La chica saltó al agua y desapareció por unos minutos mientras el muchacho sentía que la boca se le secaba y que su corazón se agitaba más y más. De pronto Frieda sacó una mano desde abajo del agua y en ella ondeaba su sostén como si fuera una bandera. Adler no necesitó más que eso, en segundos saltó la verja y corriendo fue quitándose las prendas para arrojarse al agua.

Frieda lo miraba tranquila mientras esperaba que emergiera a la superficie, una vez que lo vio sonrió triunfante.

—¿Se te pasó el miedo, sapito? —habló retadora y el chico se acercó a ella abrazándola y juntando sus pieles húmedas y calientes para contrarrestar el frío del agua.

—No se vale jugar así, tú juegas sucio, me utilizas, me manipulas —susurró ya besándola con fiereza.

—¿Yo? No hice nada, solo me metí al agua —respondió la chica entre besos con tono inocente.

—Frieda, eres mi perdición... —añadió Adler besándola en el cuello—. Me vuelves loco, muy loco —admitió.

—Ya estabas loco antes de estar conmigo, no me culpes por ello —bromeó la chica.

—Esto es una verdadera locura —dijo Adler una vez que se separaron y sintiendo cómo el silencio del ambiente se adueñaba de ambos y solo se oía el sonido del agua que acababan de despertar al arrojarse a ella.

—Adler, las locuras son lo que le dan sal a la vida, debes dejar de ser tan perfecto —murmuró la chica acariciando su pecho—. Es todo esto lo que algún día vas a recordar, no los momentos aburridos de la vida.

—Espero no recordar mis días en prisión por seguirte en estas cosas —añadió.

—Eres un exagerado —dijo ella mientras se zambullía y nadaba un poco.

Casi media hora pasó hasta que un ruido los alertó. No tuvieron demasiado tiempo para reaccionar pero el motor de un auto que se acercaba a la casona los dejó aturdidos. Alguien se había bajado ya para abrir el portón e ingresar, se acercaron como pudieron a la orilla y se zambulleron esperando aguantar el tiempo necesario para que la persona que ingresaba no los viera. La entrada principal a la casa estaba del otro lado, así que si tenían suerte, la persona no pasaría por cerca de la piscina y ellos podrían escapar apenas ingresara a la casa.

Por fortuna, eso fue lo que sucedió. La mujer que entraba hablaba por teléfono concentrada y no los vio ni notó nada extraño, unos segundos después cuando Frieda sacó cuidadosamente la cabeza, la chica ya estaba ingresando a la casa. Esperaron unos minutos y salieron lo más silenciosamente posible, tomaron sus ropas sin tiempo para ponérsela y así, semi desnudos y mojados caminaron sigilosos hacia el costado de la casona donde podrían saltar una muralla que no era demasiado elevada y que lindaba con la casa de otro vecino, que estaba en medio entre la casona y la mansión de Frieda. Una vez allí podrían salir corriendo e ingresar a la casa sin ser descubiertos. Adler estaba nervioso y seguía a la chica que conocía mejor las alternativas.

Saltaron de la muralla cayendo a la casa del vecino, corrieron hacia la puerta del frente que no era más que una verja muy baja y la saltaron también corriendo para ingresar a la casa y cerrar tras ellos. Recién allí se sintieron a salvo mientras respiraban agitados.

—¡Loca! ¡Estás loca! —añadió Adler en medio de su respiración agitada.

—Ay, no es para tanto, fue divertido... Tú y yo corriendo desnudos por el campo —dijo Frieda que ya se encaminaba al interior del hogar y finalmente se ponía su blusa.

—Sí, casi tan romántico como tú y yo juntos en la comisaría por haber ingresado a dos hogares sin permiso... ¡A dos! —exclamó Adler siguiéndola.

—Basta, Ad. Deja de ser tan dramático —dijo la chica riendo. El muchacho corrió hasta ella y la tomó por la espalda de sorpresa, la verdad es que ella lo hacía sentir vivo.

—Me encanta como te ves —dijo mientras besaba su cuello y colocaba sin tapujos sus manos en los senos de su novia que se veían sin problema tras la blusa mojada y pegada a su piel que había logrado ponerse mientras corrían—. Creo que olvidaste el sostén en el vecino —añadió riendo.

—Oh... era uno de mis favoritos —dijo Frieda percatándose de que el chico tenía razón—. ¿Puedes ir a buscarlo? —inquirió mientras se volteaba para besarlo.

—Olvídalo, te compraré otro —respondió el muchacho abrazándola y apartando el cabello mojado de la chica que se le pegaba a la cara.

—Pero quiero ese —dijo Frieda sonriendo descarada, sabía que lo estaba molestando.

—Olvídalo, ya has hecho que cometa muchas locuras en un solo día —dijo Adler sonriendo.

—¿Ya? ¡Qué pena! Tenía algunas ideas más —agregó la muchacha mientras se impulsaba para que el chico la cargara.

—Bueno... creo que puedo escuchar esas ideas —dijo besándola con pasión y llevándola al interior de la casa entre besos y caricias arrebatadas.

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