* 17 *
Adler se recostó en su cama y cerró los ojos suspirando. Se odió por haber hecho lo que hizo, no quería que Frieda sintiera que él quería utilizarla o algo parecido. Le gustaba, le gustaba demasiado y tenerla viviendo cerca no ayudaba para nada, la idea de imaginarla con Mauricio lo hacía enfadar y le hacía sentir unos celos que explotaban dentro de él como fuegos artificiales.
La noche con Renée no fue mala, la chica era divertida y alocada, y le había dicho desde el inicio que no tenía interés de tener una relación ni nada serio. Él había estado de acuerdo y habían quedado en salir ocasionalmente cuando ambos tuvieran ganas. No era del tipo de relación que Adler acostumbraba a tener, sin embargo le parecía una buena opción para olvidar a Ava por completo. Y la verdad es que Adler estaba confundido, entre su largo noviazgo con Ava y la horrible sensación de humillación por la que había pasado tras el engaño de esta, más el deseo y las mariposas que le despertaba Frieda, no sabía qué hacer, qué decir o qué pensar. Lo que sí sabía era que no quería una relación seria en ese momento, no después de lo que había vivido, además tampoco podía pensar en Frieda como algo más que lo que era, una chica con la que había crecido y que por lo general lo odiaba.
Sin embargo ella le daba señales confusas, señales que lo hacían volverse loco. Había algo en ella que le atraía, era su piel, su pelo, sus ojos... era toda ella. Era esa mezcla de niña y mujer que solo veía en Frieda, era ese carácter altanero y caprichoso que lo divertía, esa relación de odio y a la vez atracción que los unía. Suspiró intentando calmar a sus hormonas, a sus pensamientos, a sus deseos.
El sonido de su puerta abriéndose llamó su atención. Ahí estaba ella, cerca de las cuatro de la madrugada, parada en la puerta con el pelo desaliñado y una almohada negra con corazones blancos abrazada en su pecho. El cuarto estaba a oscuras pero la tenue luz de la luna se filtraba por la ventana.
—¿No puedes dormir? —preguntó Adler y ella negó. Cerró la puerta tras de sí y se acercó un poco más. El chico la observó sin entender qué es lo que buscaba.
—Enciende la luz de tu mesa de noche —pidió Frieda y él obedeció. Todo sucedió demasiado rápido. Él se incorporó para encender la luz y cuando se volteó a verla, ella ya no llevaba la almohada en el pecho, la había dejado sobre la cama. Y no traía nada puesto.
Su piel blanca, sus pechos erguidos y salpicados con algunas pecas, su pelo cubriendo parte de los mismos. Adler abrió los ojos sorprendido y balbuceó alguna que otra cosa sin encontrar las palabras exactas.
—Ya está, ahora ya sabes que sí los tengo. No serán como los que te gustan, o los que le gustan a los chicos, pero están aquí... y son míos...
—Son perfectos —dijo Adler acercándose a ella y mirándola a los ojos. Ella parada a los pies de su cama con el torso desnudo, él arrodillado sobre el colchón viéndola, ambos sintiendo que el calor les subía por las venas.
—¿De verdad lo crees? —inquirió la muchacha insegura y algo atemorizada.
—Por supuesto, Fri... y yo solo bromeaba... lo sabes, ¿no es así? —La muchacha se encogió de hombros—. ¿Por qué estás haciendo esto? No era necesario que...
—No lo sé... —respondió interrumpiendo y encogiéndose de hombros de nuevo. Por un instante se sintió estúpida y tomó con velocidad el almohadón de nuevo para cubrirse.
Adler se dejó caer boca arriba en la cama, todo su cuerpo gritaba que su sangre hervía por dentro y a Frieda le gustó entender lo que había provocado en el chico. A él no le importó que ella lo notara. Un rato después ella se sentó en la cama dándole la espalda. No sabía qué hacer ni qué decir, tampoco quería irse de allí. Adler se giró para verla, su espalda nívea bañada con más pecas le pareció adorable. Quería memorizar el lugar de cada una de esas pequeñas manchitas que parecían estrellas regadas en el cielo nocturno, sin darse cuenta llevó su mano hasta ella y comenzó a acariciarla, Frieda se tensó bajo su toque pero no dijo nada, le gustaba y aquello se estaba tornando excitante.
Adler se dejó llevar, se acercó más a ella sentándose detrás y acariciando desde la cintura hasta el cuello con ambas manos, de forma suave y cadenciosa al tiempo que sentía la piel de la chica estremecerse.
—¿Te gusta? —preguntó y ella solo asintió. Adler se acercó aún más y empezó a plantar pequeños besos en la espalda de la muchacha hasta llegar a sus hombros, movió el cabello que caía por todos lados situándolo hacia solo un lado y besó su cuello. Frieda sentía que la piel se le derretía, que su corazón latía tan fuerte que él podría oírlo en cualquier momento.
Mientras Adler se pegaba a la espalda de Frieda y dejaba besos en su cuello, sus manos pasaron de la espalda al frente y acariciaron su abdomen. La chica dejó caer el almohadón que la cubría al suelo y eso fue el permiso que Adler buscaba para experimentar un viaje hacia el norte. Sus manos apresaron aquel par de montículos con delicadeza y Frieda cerró los ojos dejando caer la cabeza hacia atrás.
—Me encantas, Fri... me vuelves loco —dijo el chico en un susurro muy cerca de su oído, la muchacha sonrió experimentando la sensación de sentirse deseada y poderosa. Degustando la forma en que sus terminaciones nerviosas se despertaban y reaccionaban al toque de Adler.
El chico se quedó allí, acariciando, apretando, jugueteando con ese par de montículos que lo volvían loco. Ambos sintieron que sus pieles se compenetraban de una forma única, como si pudieran regular su temperatura mutuamente, como si un halo transparente de pasión los envolviera. Adler besó y mordisqueó el cuello de Frieda mientras ella apenas podía dejar de contorsionarse de placer bajo sus manos y su boca. Fueron muchos minutos, hasta que el chico fue deteniendo las caricias pues sentía que si no paraba en ese momento ya no podría hacerlo luego. Dio un beso más en el cuello y luego se alejó levantándose de la cama. Frieda se quedó inmóvil, sentada allí sin mirarlo, sintiendo el frío del vacío que había dejado la ausencia de su cuerpo en su espalda.
Unos minutos después el muchacho se apareció frente a ella con una camiseta negra en la mano. Se la pasó con una sonrisa dulce.
—Póntela, debemos detener esto... —susurró. Ella levantó la vista confundida y frunció el ceño.
—¿No te gusto? —inquirió y él sonrió de lado.
—Me encantas, ya te lo he dicho... pero no debemos continuar... Por favor, póntela... es mi camiseta favorita, te la puedes quedar —añadió y Frieda sonrió. Levantó los brazos para que él se la pusiera y Adler suspiró.
Se veía hermosa allí, semidesnuda, con los ojos llenos de pasión y las mejillas rosadas. Con algo de ingenuidad en su mirada, en sus facciones, con su cuerpo tibio y sonrojado por sus caricias. Él le puso la camiseta con cuidado mientras Frieda sentía la textura suave y fría de la tela contrastar con su piel hirviendo, mientras olía el perfume de Adler que aquella prenda exhalaba. Adler acarició sus pechos una vez más por encima de la tela y luego acarició sus cabellos intentando ordenarlos.
—¿Estás bien? —le preguntó y la chica asintió. Él se sentó a su lado y la tomó de la mano con dulzura, se llevó su mano a la boca y le plantó un beso en ella.
—Fue... intenso —admitió Frieda y él sonrió.
—Tú eres intensa —dijo Adler viéndola.
—Tú también lo eres —añadió la chica sintiéndose vulnerable y desnuda ante la penetrante mirada de Adler.
—Me gustas —admitió el chico y ella sonrió.
—Creo que tú también me gustas —asintió.
—Siempre sí te gustan los sapos asquerosos —bromeó el muchacho.
—En la oscuridad de la noche todo puede suceder —dijo ella encogiéndose de hombros.
—¿Eso es una invitación a tu cama princesita? —inquirió el muchacho y la chica se encogió de hombros.
—Veamos a donde nos lleva esto —agregó.
—¿Quieres decir que lo repetiremos? —inquirió Adler.
—¿No quieres repetirlo? —cuestionó Frieda sintiéndose insegura por un instante.
—Cuando guste, majestad —añadió Adler divertido y Frieda rodó los ojos.
—Mejor me voy a dormir, ya va a amanecer y si nos descubren... —dijo levantándose y acercándose lentamente a la puerta.
Se volteó a mirarlo una vez más y él le regaló una sonrisa de lado algo sexy mientras la miraba partir. Ella le arrojó el almohadón que traía y él lo sujetó en sus brazos y lo llevó a su rostro para olfatearlo. Ella sonrió y negó con la cabeza divertida para luego salir del cuarto a hurtadillas y meterse en el suyo. Sin cambiarse se metió bajo las sabanas y se cubrió el rostro para que todo el aroma de la camiseta de Adler la embriagara y así durmiera perdida en ese perfume.
Arrancamos la maratón de 3 capítulos en agradecimiento a que en tan poco tiempo hemos llegado a los 100K de lecturas y casi casi 10K de votos... Amo todo lo que me escriben y sepan que leo todos los comentarios, además me divierto mucho con los memes y fotos que suben al grupo. ¡Disfruten!
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