Capítulo 11

Capítulo 11 - Ten cuidado




Ahora mismo estaba como en una nube. Todo era blandito, brillante y maravilloso. Por lo menos en mi cabeza, porque en el mundo real Miriam me estaba gritando de maneras insospechadas.


Después de besarme con su primo, se había puesto hecha una fiera. Primero le había gritado a él, y luego me llevó a rastras hacia la orilla para gritarme a mí. Aunque no le serviría de mucho, ya que lo único en lo que pensaba era que me había entrado sed.


-¡Lucía! ¿Me estás escuchando? -gritó Miriam mientras me zarandeaba.


-Mm... No, la verdad es que no -sonreí inocentemente.


Ella suspiró y me dijo que me sentara en la arena. Me tuvo que ayudar, porque cuando lo intenté casi meto todos los morros y me trago todos los trozos de conchas que había por ahí.


-Escucha -empezó-. No pretendía gritarte tanto, pero debía advertirte. Mi primo... a ver cómo explicarlo, es un poco salido.


Abrí la boca para protestar, pero Miriam me calló con un gesto.


-Sí, ya sé que tú no tienes la culpa de eso -asentí complacida-. Pero opino que deberías alejarte de él, por tu propio bien.


-Pero se va pronto, ¿no? -pregunté.


-Bueno, relativamente pronto. Se queda unas tres semanas. Ha debido de pasar algo en su colegio y tienen las vacaciones de Semana Santa ampliadas.


-Ah -respondí sin saber qué más decir.


Aún tenía sed. Miriam me examinó con la mirada.


-No vas a alejarte, ¿verdad? -preguntó al cabo de un rato.


Negué con la cabeza.


-No por ahora. Pero si veo que me puede hacer daño, no te preocupes que me iré bien lejos. Aun así, me gustaría probar y comprobar cómo es por mí misma -le expliqué.


Miriam asintió.


-Es una solución coherente -dijo-. Ten cuidado -añadió después, mirándome con preocupación.


Le sonreí de forma tranquilizadora.


-Lo tendré, no te preocupes.


Se me escapó un bostezo después de aquella frase, haciendo que Miriam sacara su móvil del bolso para mirar la hora.


-Vaya -murmuró-. Parece que nos hemos pasado un poco con la hora. Pero bueno, mis padres mañana no están, así que da igual.


Ella y yo fuimos a despedirnos de los demás, pero sólo encontramos a Violeta, Laura y un Lucas bastante enfurruñado. Decidimos que sería mejor esperar a mañana para preguntar y nos marchamos a casa de Miriam.


Cuando llegamos a su casa eran las seis menos veinte. Entramos con cuidado de no hacer mucho ruido.


-¿La cocina? -susurré-. Tengo mucha sed.


-Por el pasillo a la derecha. Subo ya a mi habitación, que estos zapatos me están matando. La tercera a la izquierda.


-Vale.


Anduve muy despacio hasta la cocina, donde no encendí la luz para no molestar. Encontré el frigorífico alumbrando con mi móvil, y cogí la leche que había. Los vasos fueron más difíciles de encontrar, pero después de abrir y cerrar tres armarios los encontré.


Estaba bebiéndome la leche delante de la encimera cuando noté que alguien me rodeaba por detrás, poniendo las manos en la encimera a cada lado de mi cuerpo. Me giré con el vaso en la boca.


Giorgio estaba a poco más de cinco centímetros de distancia. Sus ojos marrones verdosos brillaban de vez en cuando con la luz de los coches que pasaban.


Terminé la leche y me pasé la lengua por el labio superior, no porque intentara parecer sexy, sino porque se me había quedado un bigotillo blanco. Estas cosas sólo me pasan a mí. Giorgio sonrió, mostrando unos deslumbrantes dientes, pero enseguida recuperó su expresión neutra.


-Te has escapado muy pronto -observó.


-En realidad me han secuestrado -dije en mi defensa.


Giorgio suspiró.


-Mira, Lucía, no sé qué te habrá dicho Miriam, pero no voy a hacerte daño. Al menos, no intencionadamente -susurró.


Escuché eso interesadamente. Ahora la que sonrió fui yo.


-No he querido escuchar a Miriam ni seguir su consejo. Te creo -le dije, provocando que se le iluminara el semblante-. Pero te voy a decir lo mismo que a tu prima, a la mínima que me hagas daño, me voy.


-Lo entiendo.


-Alegra un poco la cara, hombre, que no es para tanto -le dije mientras estiraba su boca con mis manos para formar una sonrisa.


Él rió por lo bajo y me cogió las manos, separándolas de su cara.


-Gracias -murmuró antes de besarme.


* * *


Me desperté con un rayo de sol dándome en toda la cara. Gruñí y me di la vuelta para seguir durmiendo, pero me caí de la cama. Empecé a maldecir todos los objetos que tenía a la vista, y conseguí despertar a Miriam. En cuanto me vio, se echó a reír a carcajadas.


-Pero mira que eres gafe -habló entre risas.


-Ya ves -bufé yo-. ¿Qué hora es?


Miriam miró distraídamente su reloj de mesa.


-La una y media. Deberíamos levantarnos.


-Deberíamos -dije enrollándome en la sábana.


Miriam rió y anunció que se iba a duchar, que podía seguir durmiendo mientras ella se duchaba. Así que yo cogí mi sábana-saco y me tiré a la cama otra vez. Cerré los ojos pensando en la noche anterior (¿o debería decir madrugada?) y no pude evitar sonreír.


-Espero que sonrías por el mismo motivo que yo -dijo alguien desde la puerta, sobresaltándome.


Giorgio estaba apoyado en el marco de la puerta, ya vestido y muchísimo más despierto que yo. Él también sonreía. Di gracias a haberme desmaquillado antes de dormir, porque si no sería un mapache.


-Si tu motivo es Taylor Lautner, entonces sí -le piqué.


Él entrecerró los ojos, pero seguía sonriendo.


-A mí no me engañas, soy difícil de olvidar -dijo orgulloso.


El orgullo vendría de origen familiar, me supuse.


-Yo también -alcé las cejas.


-Sí que lo eres, sí -dijo mientras se alejaba.


Al rato llegó Miriam ya cambiada. Yo también me duché, pero no el pelo. Después, sobre las dos y media bajamos a comer. Preparamos una ensalada mientras hablábamos de cosas triviales, y metimos dos pizzas al horno.


Estaba yo aliñando la ensalada mientras Miriam ponía la mesa cuando entró Minho a la cocina, seguido de Giorgio. Iban charlando, sin darse cuenta de que estábamos allí, así que reanudé mi tarea de espaldas a ellos.


-Y cuéntame, Giorgio -iba diciendo el imbécil-. ¿A que fresca te tiraste ayer?


Me tensé y dejé de remover la ensalada. El silenció se apoderó de la sala cuando Miriam dejó de meter ruido con los cubiertos al escuchar a su hermano.



-No me tiré a nadie -respondió Giorgio enfadado-. Y no estuve con ninguna fresca.


Me relajé un poco al escuchar a Giorgio. Miriam estaba ya a mi lado y me observaba con una expresión indescifrable.


-No hagas caso a mi hermano. El que suele ir con frescas es él -susurró, provocando que me riera y atrajera la atención de los chicos.


Minho posó su mirada en mí y yo no aparté la vista, desafiándole. Que se atreva ahora a llamarme fresca, directa o indirectamente.


-Ah. Ah. Ya veo -dijo al cabo de unos segundos. Se giró hacia Giorgio-. ¿Así que tú... -le señaló a él, y luego me señaló a mí- ... y ella?


-No es de tu incumbencia -espeté llevando la ensalada a la mesa.


-¿Comemos? -sugirió Miriam para aliviar la tensión.


-Sí, por favor. Me muero de hambre -respondió Giorgio.


La comida no fue tan mal, porque Minho dejó de fastidiar y se comportó bastante bien para ser un primate. Podía llegar a ser hasta agradable y todo. Además, la comida estaba rica, y eso mejora el estado de ánimo de cualquiera.


Después de comer, Miriam y yo subimos a hacer algo de tarea, mientras Minho y Giorgio se quedaban en el salón a jugar a la Play. Después de una hora haciendo derivadas, miraba con anhelo la playa desde la ventana del cuarto de Miriam. Ella vio mi expresión y asintió.


-Vamos a ver si los vagos de nuestros amigos pueden moverse hoy.




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