* 7 *
En la mañana, Aneley despertó temprano para preparar el desayuno. Al bajar, se encontró a su padre —rodeado de restos de comidas y latas de cerveza vacías— durmiendo en el sofá. Se enfureció al pensar que sería ella quien debía limpiar aquel tiradero y deseó que le volviera a surgir pronto un empleo a su progenitor y de esa manera volviera a viajar.
Cuando terminó de preparar el desayuno, tomó una bolsa de basura y recogió el tiradero intentando no despertar a su padre, no quería tener que oír sus tonterías tan temprano. Entonces, observó que el hombre tenía algo en la mano, se acercó con sigilo para observar de qué se trataba y pudo identificar que era una vieja fotografía del día de su boda. Se la sacó con cuidado y la observó, su madre se veía radiante en su vestido blanco y con su sonrisa inmensa, su padre también se encontraba feliz y miraba a su madre con ternura y adoración.
Aneley se sentó sobre el sofá y pasó con cuidado su dedo índice sobre el rostro de su madre. ¡Cuánto la extrañaba y la necesitaba! Se preguntó cómo sería su vida si ella estuviera en ella, es probable que hubiese sabido consolarla cuando sucedió lo de Abel, al menos, hubiera podido llorar en su hombro. Extrañaba tanto sus abrazos, su aroma a fresas, su sonrisa brillante en las mañanas, sus pasteles de vainilla y su voz canturreando alguna melodía. Observó la fotografía de su padre y la contrastó con el hombre que dormía en el sofá, era claro que no parecían la misma persona. En los últimos tiempos, Aneley se había preguntado miles de veces qué es lo que su madre había visto en él, sin embargo, él no había sido así siempre. Si lo pensaba bien, solía ser un hombre cariñoso, tanto con sus hijas como con su mujer, solía preocuparse por ellas y cuidarlas, recordaba cuando le enseñó a montar en bicicleta por primera vez, luego de regalarle por su cumpleaños la que ella había estado esperando por muchísimo tiempo. Incluso a aquella edad, Aneley sabía que era demasiado costosa para un hombre que ganaba tan poco, sin embargo, él la había conseguido. En ese momento Aneley pensó acerca de cuánto habría tenido que ahorrar para comprársela, sabiendo lo poco que ganaba.
Suspiró agobiada y observó de nuevo la foto. Recordó a su madre abrazando y besando a su padre, esperándolo contenta cada vez que llegaba de un viaje. Miró a su padre y comprendió algo que nunca había entendido, que nunca había pensado. Ella había perdido a su madre, pero él había perdido al amor de su vida...
Por primera vez en todos los años que Aneley llevaba renegando contra su padre y su forma de ser, entendió que él solo estaba sobreviviendo, de la misma manera en que ella intentaba hacerlo luego de perder a Abel. Quizá no hacía lo correcto, quizás el alcohol, las malas juntas y el olvidar que sus hijas aún lo necesitaban no era la mejor manera de enfrentar el dolor por la pérdida de su madre, pero era su manera, ¿y quién podría juzgarlo? Entonces negó con la cabeza al entender que ella hacía lo mismo, sobrevivía como podía, aunque eso la llevara a conductas que nunca hubiera elegido. Simplemente una vez más, la vida elegía por ella, y por su padre, y por todos.
Aneley se acercó al hombre y le acarició el cabello con ternura.
—¿Ceci? ¿Eres tú? —La voz gruesa de su padre llamando a su madre en sueños terminó de romper el corazón de Aneley, estaba soñando con ella.
—Papá, vamos, te llevaré a la cama —dijo con ternura, algo que hacía mucho no podía sentir por ese hombre. Sin embargo, en ese momento solo podía entenderlo, incluso podía comprender el egoísmo que lo había llevado a olvidarse de ellas.
—Ane... —dijo su padre llamándola como solía hacerlo cuando era una niña.
—Vamos...
Aneley lo acompañó hasta su habitación y lo recostó en la cama, seguro estaba cansado, recordó que su madre solía pedirles —a ella y a su hermana— que no hicieran ruidos cuando él llegaba de sus viajes, les decía que manejar el camión era agotador y que él necesitaba descansar. Lo vio girarse en esa cama grande y vacía, lo vio abrazar la almohada como si ella guardara aún el recuerdo de su madre, su aroma o la textura de su piel. Y volvió a entenderlo.
Cuando bajó, Mailen ya se encontraba allí y estaba desayunando, Aneley la acompañó sin decir palabras y luego fue a vestirse para ir a clases.
Kristel y Nahuel la esperaban afuera, ese día Fabio les había prestado su auto de nuevo así que pasaron por ella. La chica entró al auto y luego de los saludos fueron en silencio hasta la universidad. Cuando bajaron, Aneley se adentró en el edificio y Nahuel detuvo a su hermana para hablarle.
—¿Por qué no le preguntas qué le sucede? ¡Eres su mejor amiga! —insistió.
—Nahuel, no sé qué te sucede, hermanito, pero no conoces a Aneley. Si le pregunto demasiado, ella se molestará y terminaremos discutiendo. ¿Crees que no me preocupo por ella? ¡Es mi mejor amiga! ¡Es la hermana que he elegido en la vida! Sin embargo, algo de ella ha cambiado para siempre, me atrevería a decir que con Abel, una parte de ella se murió también, se apagó, se marchitó. ¿Lo entiendes?
—Pero no puedes solo aceptar eso y seguir como si nada... —insistió Nahuel.
—No sé qué más hacer, Nahuel. Las veces que he intentado hablar con ella hemos terminado discutiendo, el dolor la vuelve huraña y dice cosas que lastiman. Yo aguanto y me callo, incluso cuando muchas veces quise gritarle sus verdades a la cara, incluso cuando en miles de ocasiones quise darle un buen golpe para que despertara. Pero tampoco puedes ingresar a un sitio en el cual no te abren la puerta, ¿lo entiendes? Y ella solo me deja entrar hasta un punto, no puedo pasar de allí y así no hay mucho que pueda hacer. Prefiero estar a su lado, aunque no me hable más de lo necesario, que dejarla sola, al menos así puedo de alguna manera cuidarla, velar por ella...
»Sé que desde donde estás viendo parece que no hago mucho, pero juro que ver cada día a la sombra de la que alguna vez fue mi mejor amiga es algo demasiado doloroso. Es horrible querer tanto a alguien y sentir que tienes las manos atadas y que no puedes hacer más nada. —Kristel bajó la cabeza suspirando, nunca había hablado de aquello con nadie y menos con Nahuel a quien ella veía como un adolescente que vivía una especie de realidad paralela.
—Lo siento, no quise hacerte sentir así, solo... me preocupa y pensé que tú eres quien más cerca está de ella...
—Estoy cerca, pero lejos. ¿Sabes?, ni siquiera me ha hablado de ese día, Nahuel. Ni siquiera sé lo que piensa, cómo se siente, cuánto lo extraña. Algunas veces lloró en mi hombro, pero fueron pocas, siempre está igual, como si no sintiera nada, como si estuviera suspendida en alguna especie de anestesia...
—Entonces, ¿tú no sabes cómo sucedió? ¿Qué hacían allí? —inquirió el muchacho algo sorprendido, pensaba que su hermana y Aneley hablaban de todo.
—Solo sé que ese día ella me llamó diciendo que no iría a la fiesta de los nuevos. Me dijo que iría con Abel al lago a patinar. Le dije que era una locura, que mejor fuéramos a la fiesta. Ella me dijo que no me preocupara y que, si terminaban temprano, irían a la fiesta. Luego me llamó en la madrugada para decirme que Abel estaba muerto, estaba desolada... Nunca más lo hablamos, no directamente. Se cerró al mundo, incluso a mí. —Suspiró—. Las veces que lo intenté me dejó hablando sola, cambió de tema o se enfadó conmigo poniéndose a la defensiva.
—Oh... ya veo...
—Es más difícil de lo que crees —dijo Kristel encogiéndose de hombros y caminando hacia el edificio de la universidad, se le estaba haciendo tarde para ingresar a su clase. Nahuel la vio partir y una diminuta sonrisa se le pintó en los labios.
—O más sencillo... a lo mejor —sonrió.
De pronto, mientras el chico caminaba por los pasillos hacia su clase, en su mente comenzaron a aparecer problemas y números. Adoraba las matemáticas y la lógica por el reto que representaban para él, era de esos chicos que se sentaban frente a un ejercicio y no se levantaban hasta acabarlo, le agradaban los desafíos, las dificultades y la sensación de haberlo logrado. Como si su mente fuera un pizarrón en blanco, el nombre de Aneley —junto con el de Abel, y algunas palabras sueltas como lago, hielo, muerte—; se pintaron en la superficie acrílica imaginaria y él sonrió para sí mismo. Si las personas supieran cómo funcionaba su cerebro creerían que estaba demente.
Lo cierto es que para él todo problema tenía solución, solo que algunos eran más complejos que otros, y normalmente, cuanto más difíciles eran, más le agradaban, así que Aneley podría ser solo eso: un problema demasiado intrincado y sin aparentes soluciones para alguien como su hermana; pero definitivamente no lo sería para él. Solo bastaba encontrar la fórmula y luego aplicarla, entonces, podría saborear la victoria al encontrar la respuesta deseada.
«El problema: Aneley. La incógnita: qué es lo que no le dejaba avanzar. La solución: en el mejor de los casos, volver a hacerla sonreír». Pensó.
Iba concentrado y sonriente meditando aquello, cuando escuchó el nombre de la chica en un grupo de jóvenes que parloteaban en las escaleras.
—¿Te acostaste con ella? —preguntó uno que se llamaba Sebastián.
—Fue más sencillo de lo que creí —rio Max y entonces los puños de Nahuel se cerraron de forma instintiva.
—¿Cómo así? —inquirió Alex—. Yo pensé que con el novio muerto y toda esa depresión que trae encima no sería tan sencillo.
—Pues a mí no me costó nada, una semana de sonrisitas, películas y un par de chocolates y ella me abrió las piernas.
—¿Y cómo fue? —inquirió Sebastián divertido.
—Bien, nada de otro mundo, pero bien —añadió el muchacho orgulloso.
Nahuel sintió que un fuego le quemaba la sangre y se acercó al grupo sin pensarlo. Los muchachos lo observaron con sorpresa cuando se coló entre ellos. Todo sucedió demasiado rápido y ninguno lo vio venir, Nahuel dio un golpe seco y torpe en el estómago de Max —quien le ganaba casi metro y medio de estatura—, y sintió que su puño comenzaba a arder.
—¿Qué demonios? —preguntó Max observando al chico raro de primer semestre intentando pegarle.
—¿Te hizo cosquillas? —inquirió Sebastián y todos rieron.
En ese momento el timbre que anunciaba el inicio de las clases sonó y en cuestión de minutos, el patio quedó vacío. Solo los tres muchachos seguían allí, observando a un Nahuel consternado, confundido y por sobre todo enfadado.
—¿Qué te sucede, amiguito? —preguntó Max con condescendencia.
—Te escuché hablando de Aneley, idiota —zanjó Nahuel enfadado y los otros tres rieron.
—¿Y? ¿Te dieron celos? —preguntó Alex entre risas.
—Quiero que alejes tus asquerosas manos de ella o sino...
—¿O sino qué? —interrumpió Alex ante su silencio, lo cierto era que Nahuel no sabía qué decir.
—¿Me pegarás con tu calculadora? ¿O con tu libro de Baldor? —rio Max y Nahuel sintió que se enfadaba aún más. Sin pensarlo intentó un nuevo golpe, esta vez le dio al centro de la nariz, lo que hizo que el chico reaccionara.
—¡Ey, pequeño! No te pases —advirtió levantando el índice derecho y llevándose la mano izquierda a la nariz—. Deja de meterte donde no te llaman y nadie se meterá contigo, ¿está bien? —preguntó.
—¡Déjala tranquila! —insistió Nahuel.
—Está tranquila, sobre todo cuando terminamos y ella queda toda satisfecha —bromeó y sus amigos rieron.
Nahuel quiso decir algo más pero no pudo, los muchachos siguieron riendo y caminaron hacia sus clases.
—Cuando te canses de ella, ¿me la dejas? —preguntó Sebastián.
—Claro, hermano —respondió Max dando un golpe en el hombro a su compañero.
Nahuel observó sus puños destrozados y se odió por ser tan ridículo y tan inútil. Esa sensación que siempre lo había acompañado, volvía desde su interior haciéndolo sentir menos, pequeño, insignificante.
Fue al baño a lavarse las manos y a mojarse el rostro, estaba demasiado enfadado para ingresar a clases y demasiado nervioso para concentrarse. Pocas cosas lograban sacarlo del estado de constante optimismo y alegría en el que él mismo había decidido esconderse, y odiaba la impotencia que sentía cuando algunas situaciones le explotaban aquella burbuja en donde se sentía feliz.
Trató de atajar las lágrimas que querían escapar de su garganta, llorar era para los débiles, solía decirle su padre, y lo cierto era que él siempre había sido uno. Se observó al espejo y negó sintiéndose un verdadero idiota. ¿Qué pensarían Fabio y su padre? ¿Qué se le había cruzado por la cabeza para ir a golpear a un tipo tan grande y fuerte como Max? Y lo peor era que probablemente ellos harían correr la voz y el ridículo que acababa de pasar lo convertirían en la burla de toda la universidad. ¡Qué buena manera de iniciar la universidad intentando cambiar el estatus de nerd que lo había acompañado toda la vida!
Más tarde, durante el primer receso, vio a Aneley con Max en la cantina. Quiso acercarse y gritarle a la chica que el muchacho solo la estaba utilizando, sin embargo, no lograría nada más que volver a quedar en ridículo. Debía pensar con claridad y buscar la manera de hablarle para que entendiera, después de todo ella le había dicho que no tenía nada con él, también era probable que Max estuviera mintiendo con respecto a que habían tenido sexo. Así que decidió esperar e intentar hablar con ella más tarde.
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