* 6 *


Cuando Aneley llegó a casa de José, fue su madre quien la recibió. Le dio un fuerte abrazo de esos que a ella no le agradaban demasiado —y menos viniendo de desconocidos—, luego la hizo pasar a la sala donde ya le esperaba con una bandeja de cosas dulces y una jarra de jugo de frutas. Aneley no sabía qué decir ante tal recibimiento, se sentía algo incómoda, o quizá cohibida, sin embargo, la sonrisa amigable de la mujer y el aspecto de aquellas cosas dulces, la hizo sentir algo mejor.

—Es la primera vez que Josesito invita a alguna chica a la casa —dijo la señora casi en un susurro y con la emoción a simple vista.

—Ahh... haremos un trabajo... —Se adelantó a explicar Aneley al percibir el tono de voz de la mujer.

—Sí, claro, pero siéntate, José ya está bajando —añadió y luego se acercó de nuevo a susurrarle algo—. Lo hice bañar y ponerse guapo...

—Oh... —Aneley solo asintió, la sensación de incomodidad crecía en su interior.

—Hola —saludó José desde las escaleras. En efecto, su madre lo había obligado a bañarse y a peinarse, por lo que su aspecto era mucho más agradable que el de costumbre. La verdad era que Aneley agradeció aquello.

—Ahora sí que te ves guapo —dijo la mujer apretando las mejillas sonrosadas de su hijo cuando llegó hasta ella.

—¡Mamá! —Se quejó el muchacho y Aneley sonrió divertida.

—Bueno, los dejaré estudiar y si necesitan algo solo llámenme —agregó antes de salir.

José se encogió de hombros y luego hizo un gesto a la muchacha para que lo siguiera hasta un escritorio grande que había un poco más a la derecha. La chica colocó sus cuadernos sobre el mismo y luego tomó asiento, José se sentó enfrente y sonrió.

—No soy muy bueno en esto —dijo mirando las hojas del cuaderno que Aneley iba revisando—. Lo siento.

—No te preocupes, nos ingeniaremos —añadió la chica.

Estuvieron un par de horas resolviendo problemas y ecuaciones hasta que José suspiró y se levantó de su silla algo agobiado.

—No puedo más —dijo caminando hasta la sala donde habían quedado las masas dulces—. ¿Comemos? —inquirió.

—Está bien, tomémonos un respiro —sonrió Aneley, la verdad era que todo aquello se veía muy apetecible.

—Cuéntame de ti —le pidió el muchacho, pero ella solo se encogió de hombros.

—No hay mucho que contar, vivo con mi padre y mi hermana menor... supongo que soy la adulta de la familia —añadió llevándose a la boca un pedazo de pastel de naranja—. ¿Tú?

—Soy hijo único, supongo que por eso mi madre es un poco sobreprotectora —afirmó con un dejo de vergüenza en la voz—. Por eso no suelo invitar a nadie...

—Por mí no te preocupes, José —respondió la muchacha con una sonrisa dulce—. La verdad es que preferiría mil veces tener una madre así que no tenerla...

—Lo siento... —dijo él sintiendo que se había equivocado con el comentario, pero Aneley solo negó con la cabeza.

—No tienes por qué —añadió la muchacha sonriendo con tristeza.

—No ha de ser sencilla tu vida... Oí que el año pasado tuviste un accidente y tu novio... —Aneley dejó de masticar y su mirada cayó al suelo de inmediato. José se dio cuenta de que su cuerpo se tensó y se odio por haber hablado de más de nuevo.

—Supongo que es una especie de maldición... pierdo a aquellos que amo... —suspiró—. Soy como Elsa, de Frozen —añadió con una sonrisa intentando salir a flote de aquel incómodo momento—. Supongo que tengo el corazón de hielo y quizá deberían encerrarme en una habitación para no lastimar a nadie...

—«Un acto de amor de verdad descongela el corazón» —repitió José con voz chistosa repitiendo la frase de la historia que Aneley había citado e intentando imitar a los dibujos animados, la chica rio divertida, se sentía en calma con él, era dulce y de alguna extraña manera la hacía sentir segura, era como si tuviera la certeza que a su lado nada malo podía sucederle.

—Me caes bien —sonrió la muchacha.

—¿Debería preocuparme? —inquirió el joven y ella sonrió, la verdad era que se sentía bien a su lado y el hecho de poder bromear sobre sus temores le hacía bien.

—Espero que no —contestó y José suspiró fingiendo alivio—. Prueba esas de chocolate —dijo señalándole unas masas—, son buenísimas.

Aneley asintió y se las llevó a la boca, el caso es que pasaron como una hora comiendo y conversando, riendo relajados. Era la primera vez en muchísimo tiempo que Aneley se sentía una chica normal, alguien de su edad con derecho a divertirse y simplemente a vivir.

Cuando se hizo de noche, José se ofreció a llevarla a su casa. Su madre insistió que no la dejara ir sola y le preparó una bolsa con la comida que había sobrado para que llevara a su familia. Aneley no se pudo negarse ante la insistencia de la señora y dejó también que José la acompañara a casa. El chico la llevó en la camioneta de su madre y la dejó frente a su puerta.

—Intentaré conseguir las respuestas de los que no hemos podido solucionar —dijo Aneley sonriendo—. He pasado una buena tarde, gracias por eso.

—Cuando quieras, Aneley, yo también he pasado una buena tarde —sonrió el muchacho.

Aneley ingresó a su casa para encontrarse a su padre en la sala, estaba viendo algún partido mientras se tomaba algunas cervezas. Dos hombres más estaban a su lado, uno fumaba y el otro comía unas papas fritas de una bolsa que tenía en la mano.

—Hola, Aneley. ¿De dónde vienes? —inquirió su padre, ella rodó los ojos y lo ignoró pasando delante de él y sus amigos—. ¡No seas maleducada, niña! —gritó su padre, pero a ella no le importó.

—Creo que le hace falta una buena zurra —añadió uno de los amigos que a Aneley le pareció asqueroso.

—Ya sabes, adolescentes de hoy... Además, las pobres no tienen a la madre... todo lo tengo que hacer yo —dijo su padre y Aneley se mordió las mejillas por dentro para no ir a gritarle sus verdades.

—Te haría falta una mujer, amigo —añadió uno dándole una pequeña palmada en el hombro para alentarlo.

Aneley no lo soportó más y subió a su cuarto. Mailen estaba sentada en su cama leyendo y la observó ingresar.

—¿Qué pasó? —inquirió al verla.

—¿A qué hora llegó? —preguntó la muchacha.

—Como a las seis... y enseguida llegaron los amigotes. Me encerré aquí, ya sabes que no me agradan... —dijo y Aneley asintió.

Se metió a la ducha mientras pensaba en lo difícil que era la vida con ese hombre al lado y se preguntaba cómo hacía su madre para soportarlo, aunque lo cierto era que no lo recordaba ser así cuando su madre vivía.

El agua caliente y la música que puso en su celular lograron relajarla. Tomó el frasco con el shampoo que le había dado Nahuel y se lo puso por el pelo, el aroma era delicioso y ella simplemente cerró los ojos para llenar sus sentidos del mismo. Dejó que el momento pasara y el enojo menguara, a esas alturas sabía manejarlo a la perfección, normalmente la indignación o el enfado llegaban a ella con la fuerza y la intensidad de las primeras olas de un tsunami, pero ella no podía hacer nada al respecto, ¿qué sentido tendría gritar o decirle a su padre las cosas a la cara? ¿qué sentido tendría encarar las situaciones que le molestaban? Ninguno, porque finalmente siempre sucedería lo que debía suceder estuviera o no ella de acuerdo.

Lograba cambiar el rumbo de sus pensamientos concentrándose en otra cosa hasta que la emoción del enfado, o el dolor, o la indignación, el miedo, o lo que fuera que la hiciera presa en ese instante desapareciera, y eso siempre sucedía, aunque a veces tardaba menos y otras más, finalmente todo menguaba y los sentimientos y sensaciones desaparecían, o bien se amontonaban unos sobre otro en algún recóndito lugar de su interior al cual no quería acceder.

Luego de bañarse sacó de su mochila la bolsa con dulces y se la pasó a Mailen.

—¿De dónde sacaste esto? —inquirió la muchacha.

—La madre de mi compañero José lo hizo y me dijo que trajera lo que sobró —explicó ella mientras se metía a la cama.

—¿Están buenos? —preguntó Mailen y Aneley asintió.

—Cómelos, todos los que quieras —sonrió y la chica no esperó más.

Aneley sacó el libro de matemática de la mochila para darle un vistazo a los ejercicios que no pudieron resolver.

—¿Vas a seguir estudiando? —inquirió Mailen con la boca llena de dulces.

—No, solo no entiendo estos ejercicios y pues, estoy volviéndolos a revisar —respondió.

—Háblale a Nahuel, seguro los entiende —dijo la pequeña.

—¿Tú crees? Son difíciles...

—Sabe todo sobre números. —Se encogió de hombros.

Aneley sacó con su celular unas fotos de los ejercicios y se los mandó a Nahuel junto con un mensaje.

«¿Podrías ayudarme con esto?» —inquirió adjuntando las fotos.

«¿Ya me quieres ver?» —preguntó el chico adjuntando el emoticono del monito que se tapa la cara.

«No te estoy viendo... pero sí, perdón y gracias por lo que me has dado».

«Perdón y gracias... tus frases de cabecera. ¡Te podrían contratar en una guardería en cualquier momento!, ya ves que a los niños siempre les enseñan esas cosas». —Adjuntó una carita que se reía. Aneley sonrió.

«Supongo que eso es bueno».

El chico vio el mensaje, pero no lo respondió, se tomó unos minutos para resolver los ejercicios en su cuaderno y luego les sacó unas fotos para enviárselas a la muchacha.

«Muy básico, Aneley. ¿Esto es lo que se da en segundo año?». —Inquirió agregando un emoticono con cara de sorpresa.

«Oh, perdón, señor sabiondo». —Respondió la chica adjuntando la carita que pone los ojos para arriba.

«Hasta te parece ese emoticono».

«Te veo, estás haciendo ese gesto». —Insistió en un mensaje casi seguido al anterior.

«Tonto» —respondió la muchacha sonriendo para sí.

«¿Así se le trata a alguien que te acaba de hacer la tarea?». —Preguntó el muchacho divertido.

«Estuvimos horas intentando resolver eso, gracias, Nahuel».

«¿Horas? ¿Estuvimos? No me digas que estudias con Max». —Comentó con curiosidad.

«No, estuve con José, era un trabajo en parejas». —Explicó.

«¿El gordo José?»

«No le digas así, no me gusta... Sí, con José... a secas. Me voy a dormir, Nahui, estoy agotada. Te veo mañana». —Añadió despidiéndose.

«Si es que quieres verme ya... Un beso, descansa». —Agregó el chico y luego de un momento envió otro mensaje.

«¿Comiste hoy, Aneley? Me preocupas...». —Preguntó.

Aneley observó ese mensaje y lo leyó una y otra vez, seguía sin entender por qué Nahuel se preocupaba por ella, y aunque la mayor parte del tiempo le molestaba, en esa ocasión sintió diferente, le agradaba que alguien lo hiciera, el mundo se sentía un poco más acogedor y menos frío.

«Comí... gracias por preocuparte...».

«Que descanses, Ane».

«También tú».

¿Qué tal vamos? 

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