* 5 *

Cuando Aneley despertó se sintió envuelta en un aroma que le resultaba familiar, no sabía bien a qué olía, parecía a flores, a una mezcla floral que no podía identificar pero que sabía le recordaba a alguien. Su mente comenzó a vagar en la noche anterior, pizza, Nahuel... la charla en la que ella le contó todo. Se atajó la cabeza y se preguntó a sí misma por qué, por qué tuvo que haberle hablado a Nahuel de todo aquello.

El olor a flores que olía era el perfume del chico, lo identificó en ese mismo momento al encontrarse en su cama. No recordaba cuando quedó dormida, pero era muy probable que él la hubiera llevado hasta allí.

Contarle a Nahuel aquello implicaba demasiadas cosas, primero le había abierto una puerta que no deseaba abrir, ella no deseaba que nadie supiera lo que guardaba en su corazón, sus miedos, sus secretos, sus sufrimientos. La gente no tenía por qué cargar con aquello. Otra situación podía darse si el chico abría la boca y le contaba a su mejor amiga lo que sabía, ella se enfadaría porque nunca lo habló con ella. Kristel la conocía desde pequeña y había estado allí en cada uno de los momentos duros de su vida, sin embargo, era ella la que hablaba y Aneley la que escuchaba, no porque Kristel no quisiera oírla, sino porque ella no quería contarle nada, ¿qué sentido tenía abrir su mundo a la gente? ¿Qué sentido tenía contar esas cosas que ya no podía cambiar?

Todas sus personas allegadas sabían que había perdido a su novio, que ambos habían sido lo suficientemente estúpidos para ir a caminar sobre el lago congelado en la noche más fría del año anterior. Todos sabían que él no lo había logrado y que ella estuvo lo suficientemente cerca de la orilla como para regresar a tiempo. Todos sabían esa parte de la historia, pero nadie sabía por qué lo habían hecho, nadie sabía de la tonta lista ni lo que había sucedido en los últimos minutos, nadie tenía por qué saberlo y ahora... ahora Nahuel compartía su secreto, ahora le había dado a él una llave que no quería dar a nadie.

Sintió enojo, consigo misma y con Nahuel por haberle dado esa cerveza, por siempre estar preocupado por ella, por abrazarla de esa manera en que nadie la abrazaba, por demostrarle aprecio. Ella no se merecía eso, no se merecía que nadie se preocupara por ella, cuando ella no había sido capaz de salvar a quien más amaba, ella solo merecía sufrir, ser castigada, ser lastimada porque ella tenía la culpa de todo.

Se levantó de su cama muy a su pesar, siempre quería quedarse allí y no enfrentar el mundo, pero nunca podía hacerlo, las obligaciones eran primero. Debía conseguir dinero para comprar comida, y ese día había conseguido un empleo cuidando a unos niños mientras su madre y su padre iban a una cita con el consejero familiar.

Aneley se vistió decentemente y caminó hasta la dirección de la casa. La señora la recibió con una sonrisa y le dio todas las instrucciones necesarias, Aneley observó a los niños revolcándose en la arena y arrojándose juguetes e intentó recordarse a sí misma que solo serían un par de horas, lo suficiente como para poder conseguir algo de dinero para la comida de esa noche y del día siguiente.

La mujer y su esposo salieron de la casa y la dejaron con los pequeños, independientemente de lo que en un principio creyó, la pasó bien y por unos instantes se olvidó de sus problemas. Los niños eran simpáticos y la hacían reír, luego de que los sacó del patio y los metió a la casa ellos le enseñaron unos juegos de preguntas y respuestas que hicieron que pasaran un buen rato. Entonces la hora pasó muy rápido y pronto sus padres regresaron, Pablo y Joel, quedaron muy contentos con ella y se lo dijeron a su madre.

Aneley cobró el dinero y se retiró del hogar para ir al supermercado a comprar algunas provisiones.

—Son doscientos treinta y tres —dijo la cajera. Aneley juntó los billetes y las monedas.

—Solo tengo ciento ochenta, creo que calculé mal... —añadió—. Puede dejar esto —respondió sacando un bote de shampoo y algunas cosas más del carro de las compras. La cajera lo hizo de mala gana anulando la compra y la chica salió del lugar, siempre podía lavarse la cabeza con jabón, pensó para sí.

Unas cuadras más arribas oyó una voz conocida.

—¡Ane! ¡Ane! —No tenía ganas de encontrarse con Nahuel ese día, no quería hablar de nada de lo sucedido la noche anterior así que caminó más rápido. Sintió que el chico apretó la marcha también, así que se echó a correr.

Pero su cuerpo no tenía suficientes fuerzas como para andar tanto y se dejó caer en un banco de una plaza a unas cuadras. Nahuel se sentó a su lado y ambos respiraron con dificultad.

—Los números se me dan mejor que el gimnasio —dijo el chico cuando consiguió aire. Aneley rio, él siempre tenía salidas divertidas.

—No quiero verte hoy —respondió ella luego de dejar de reír.

—Cierra los ojos entonces —añadió el chico, Aneley lo miró con el ceño fruncido—. Vamos, ¡cierra los ojos! —insistió y ella accedió. No sabía por qué lo hacía, pero le pareció divertido, así que los cerró.

Nahuel sacó una bolsa que tenía en la mochila y se la puso en la mano.

—No los abras hasta que cuentes hasta diez —añadió. Entonces se fue.

Cuando mentalmente la cuenta terminó, Aneley abrió los ojos para encontrar en su mano una bolsa del supermercado con el shampoo que no había podido pagar y unas cuantas cosas más. Había un chocolate y un refresco, una goma de mascar y un llaverito que tenía el dibujo de Elsa, la de Frozen. Aneley sonrió, quiso enfadarse con él por estar tan al pendiente, quiso seguirlo y gritarle que la dejara en paz, pero no pudo, el calor que se esparció en su interior la hizo sentir a gusto. Hacía tanto que nadie se preocupaba así por ella.

Se quedó allí sentada observando la bolsa por un largo rato. Kristel solía sacarle de apuros, le prestaba ropa o le había comprado un par de cosas que necesitaba para la universidad, pero ella se lo había pedido. Sin embargo, nunca nadie se había anticipado a lo que ella necesitaba. Su madre había fallecido hacía tiempo y desde ese entonces ella había tenido que ser el pilar, de su hermana, de su padre, de todos... debía ser fuerte y manejar la casa porque su padre era un hombre irresponsable y egoísta, y si fuera por él ya hubieran muerto de hambre.

Solía ganarse unos pesos lavando ropa ajena, cuidando niños o trabajando algunas horas en el almacén de la esquina los fines de semana. No era mucho, pero era lo que conseguía cuando tocaba fondo y necesitaba dinero. La universidad le llevaba todo el tiempo y aunque muchas veces había planeado dejarla, no podía hacerlo, no debía hacerlo, porque estaba allí gracias a su madre y sentía que se lo debía.

No entendía por qué Nahuel lo hacía, por qué se preocupaba así por ella, y aunque en muchas ocasiones le molestaba, pues no creía que era merecedora de tantas atenciones, en ocasiones como esas solo lo disfrutaba.

Llegó a su casa y sacó el shampoo de la bolsa, se metió al baño y se lavó la cabeza. Hacía días que se había acabado y no podía hacerlo, así que aquello se sentía placentero. Se dejó envolver por el aroma a lavanda, y por un mínimo instante, recordó el perfume de Nahuel... era similar, era de lavanda o de alguna flor que olía parecido.

Cuando salió de allí se encontró a Maylen llegando de algún sitio. A veces se preguntaba si su hermana no andaría en malos pasos, pero la verdad era que no tenía fuerzas para preocuparse también por eso.

—Max está abajo —dijo la muchacha guiñándole un ojo—. Te está esperando.

—¿Max? —inquirió Aneley algo confundida. En realidad, pensaba que el chico no volvería.

Bajó y cuando lo vio, supo que él no iba a irse, traía un ramo de rosas blancas en la mano y en la otra un montón de chocolates. Odiaba esos gestos, ella no era la típica chica de las flores y los chocolates, Abel lo sabía. Sonrió y se acercó a él.

—Te extrañé —dijo el muchacho y le entregó las cosas.

—Gracias —respondió ella y llevó las flores para ponerlas en agua.

—¿Tu no? —inquirió Max siguiéndola.

—¿No qué? —respondió distraída.

—¿No me extrañaste?

—Ah... eso... Sí, también —mintió.

Se quedaron viendo una película juntos, ella dejó que la abrazara y le diera uno que otro beso, sin embargo, no pasaron de allí porque Maylen estaba en casa. Max se retiró temprano pues iba a un partido y ella se sintió contenta, no tenía ganas de estar con él ese día.

—¿Es tu novio? —preguntó Maylen con entusiasmo en la cena de esa noche. Estaba feliz de que su hermana rehiciera su vida.

—No... no lo creo —respondió insegura. Ella no quería un novio, pero le gustaba pasar el rato con Max. Le había invitado a una fiesta y pensaba ir, divertirse no estaba mal, ¿cierto?

—Me agrada, parece bueno —dijo la muchacha encogiéndose de hombros. Aneley no respondió.

Luego de cenar llamó a José, este le había dejado un mensaje para preguntarle si al día siguiente podían juntarse luego de clases a iniciar el trabajo y ella aceptó. Él quiso ir a su casa, pero a ella le pareció mejor ir ella a la suya, José lo aceptó. Luego le avisó a Max que al día siguiente no se verían ya que se encontraría con José, Max bromeó acerca de que se cuidara del gordo y que no terminara en su estómago, pero aquel chiste no le hizo gracia a Aneley. 

Qué linda la aceptación que le están dando a esta historia... ¡Gracias!

En multimedia, Nahuel (Logan Lerman) 

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