* 46 *
Aneley despertó aquella mañana con la sensación de vacío a su lado, el calor del cuerpo del hombre que hacía un par de años compartía su cama y su vida, no la estaba protegiendo como siempre.
Era domingo, y ese era el día que acostumbraban a dormir hasta tarde. Se sentó en la cama y se restregó los ojos buscando en dónde estaría Nahuel. Entonces lo vio, estaba en la cocina preparando algo, sonrió y fingió volverse a dormir.
Nahuel caminó hasta la cama con la bandeja entre las manos, en ella traía jugo, café así como le gustaba a su chica —con más leche que café—, pan tostado con dulce y mantequilla, algunas cosas dulces por si le apeteciera y una hermosa rosa blanca junto a una tarjeta que decía: «Feliz cumpleaños». También había un pequeño pastel de chocolate con una velita en medio.
—Qué los cumplas feliz, qué los cumplas feliz, en tu día dichoso, qué los cumplas feliz —cantó Nahuel al acercarse a ella, Aneley abrió los ojos con una sonrisa en el rostro—. Feliz cumpleaños a la mujer de mi vida, gracias por regalarme un año más de tu vida junto a mí —sonrió el chico y la besó en los labios.
Hacía ya dos años que estaban juntos, habían decidido no regresar a la ciudad y quedarse en Nueva Esperanza a crear juntos su propio destino. A veces, alejarse de todos para construir algo sólido sobre lo cual cimentar el futuro parecía una buena opción, sobre todo cuando ella se había pasado gran parte de su vida ayudando a los demás a organizar sus vidas. Ya volverían cuando terminaran la carrera, y volverían para casarse y vivir juntos en su ciudad natal junto a sus seres queridos y cercanos. Lo habían hablado, lo habían decidido.
Pero en ese momento, ese espacio en el que solo convivían ellos dos y luchaban la vida mano a mano, codo a codo, era el mundo que estaban forjando y el que amaban habitar.
—Gracias, Nahui, eres el mejor —sonrió ella dándole un beso en la mejilla. Luego se incorporó para comer.
Nahuel se sentó a su lado y la observó degustar las cosas que había preparado para ella. Les iba bien, seguían viviendo en aquel reducido espacio que para ellos era algo así como una mansión llena de felicidad y amor, estudiaban y trabajaban para vivir, él enseñando y ella en la parte de atención al cliente de una empresa, por lo que conseguía horarios rotativos que le ayudaban a llevar la universidad adelante. A veces estaban cansados, agobiados, sobre todo en época de exámenes y trabajos, pero el amor siempre era para ellos un bálsamo reconfortante, no estaban solos porque se tenían el uno al otro y eso era lo más bello.
Los minutos pasaron y cuando ella terminó de comer —y él picotear comida de su plato—, quedaron en silencio, Aneley se recostó en su pecho y él la abrazó.
—¿Sabes? Antes mi cumpleaños no era una fecha tan buena —comentó—. Siempre sentía que no había mucho que festejar... Ahora, cuando miro hacia atrás no puedo reconocer a esa persona que solía ser. La tristeza puede oscurecer un alma en cuestión de segundos, puede sumergirla en un pozo profundo en donde no se ve nada de luz ni esperanzas...
—Lo sé, lo sé... pero lo bueno es que ya no queda nada de esa persona, Ane. Eres pura luz, tu sonrisa irradia frescura y felicidad, eres optimista y eres tú la que me da ánimos cuando ya no puedo seguir —dijo él besándola en la frente.
—Hay algo que creo no te comenté —murmuró ella mirándolo a los ojos—, hace poco lo recordé, hay capítulos que viví con mamá que aparecen de pronto, sin ser llamados, y que cuando sucedieron no los entendí, pero que el tiempo me permitió comprenderlos.
—Cuéntame...
—Estábamos sentadas las dos, observando un atardecer desde la ventana del sanatorio. Le dije que tenía miedo de todo lo que iba a pasar cuando ella ya no estuviera, ella era mi pilar, si algo me daba risa yo quería reír con ella, si algo me hacía llorar yo quería llorar con ella. Y le dije que si no la tenía a ella, no tendría con quien compartir esos momentos, no había nadie que me entendiera o me escuchara como lo hacía ella... Y ¿sabes qué me dijo?
—¿Qué? —preguntó Nahuel besándola de nuevo con ternura.
—Me dijo que Dios no nos abandona nunca, que no nos deja ni siquiera cuando todo parece muy oscuro, ella era muy creyente, y me dijo que él enviaba ángeles disfrazados de personas que nos ayudaban a atravesar esos momentos que solos no pondríamos. Yo le pregunté a qué se refería, la verdad no la entendía para nada, ella me dijo que siempre que algo no anduviera bien, abriera bien los ojos, que llegaría una persona, amigo, familiar, conocido, desconocido, que me daría una pista, que prendería una luz en medio de mis tinieblas, que haría que lo pesado fuera más liviano. Me dijo que a veces esa persona se quedaba en tu vida y a veces solo estaba de paso, pero que debía aprender a reconocer y aferrarme a esa luz para salir a flote, porque cuando todo está oscuro no vemos las cosas con objetividad, y a veces alguien que nos quiere bien sí lo hace.
—Qué bonito... Y eso es cierto... Creo, si lo pienso, en cada dificultad que he atravesado siempre ha habido alguien que me ha dado la mano... Es bonito ver el mundo desde ese lado, porque cuando estamos tristes normalmente nos sentimos solos, aunque alguien esté a nuestro lado intentando levantarnos el ánimo... —sonrió él.
—Sí, sobre todo cuando pierdes a alguien que amas y parece que el mundo se te viene abajo y que no podrás subsistir. Hay otras personas que te aman y que intentan levantarte, sin embargo no puedes verlo, porque el vacío es tan grande que no te parece que se pueda volver a llenar.
—Lo entiendo...
—Tú has sido uno de esos ángeles para mí, estoy segura, Nahui, junto a Kristel y a José. Llegaste a mi vida cuando todo estaba oscuro, cuando no había esperanzas, cuando estaba en un pozo profundo. Con tu paciencia, con tu amor y con tus palabras tan justas y perfectas, creaste un puente hacia la salida, una escalera hacia la luz, me ayudaste a salir a flote porque no me juzgaste y pusiste frente a mí un espejo para que yo pudiera reencontrarme y volver a sonreír. Tú eres mi ángel —sonrió ella abrazándolo. Nahuel sintió que su pecho crecía ante aquella sensación tan cálida que las palabras de la muchacha encendían en él.
—Lo hice porque te amo y siempre te he amado, Aneley, volvería a hacerlo las veces que fueran necesarias, no te dejaré caer, y si de todas maneras lo haces, yo estaré allí para ayudarte a levantar.
—Y yo para ti, Nahui. No niego que tengo miedo al «para siempre», porque en mi vida todo ha caducado, y tengo miedo de que esto también acabe. Y es un temor horrible, como un fantasma que sobrevuela a veces mis pensamientos anticipándome el dolor de la pérdida. Pero sé que tú estás tan dentro de mí, que aunque el futuro de alguna manera nos separe, nada podrá sacarte de aquí —dijo señalando su corazón—, así que eso significa para siempre, después de todo.
—Para siempre —susurró él tocando también su pecho—. Hay cosas y personas que quedarán en tus recuerdos y en tu cariño aunque se vayan, y tú estás aquí para siempre —señaló.
—Pero a veces siento que tú has hecho más por mí que yo por ti y me gustaría poder demostrarte que cuando las cosas se pongan difíciles, también estaré a tu lado y no te soltaré de la mano —añadió ella tomándolo de la mano.
—Yo lo sé, y aunque creas que no has hecho mucho por mí, no es así, a veces las demás personas no saben el impacto que tienen en la vida de uno, cómo una sonrisa, una palabra, un gesto puede cambiar un día triste por uno alegre, puede secar una lágrima y dibujar una sonrisa. Tú me has devuelto la confianza en mí mismo, a tu lado me siento capaz, me siento valorado, amado, siento que puedo ser quien quiera ser, me siento libre.
Ella sonrió y lo besó sentándose de un rápido movimiento en el regazo del chico, él le contestó el gesto rodeándola por la cintura y profundizando el beso mientras el calor subía por sus cuerpos.
Más tarde ese mismo día, salieron a comer, luego conversaron por video llamada con el papá de Aneley y con Maylen, también con Kristel, Elián y José, que se juntaron todos para hacer una sola llamada entre todos y poder demostrarles que incluso, a la distancia, la recordaban y le deseaban un feliz cumpleaños.
Aquella noche Aneley dio gracias a Dios por cumplir un año más de vida y por todo lo vivido, porque a veces los problemas parecen inagotables y desgarradores, pero cuando pasan y cuando el dolor mengua, quedan los aprendizajes, las bases para ser una mejor persona, y ella estaba orgullosa de la mujer en la que se había convertido: una persona feliz, madura, capaz de amar y ser amada, una mujer hecha de virtudes, pero también de defectos, que la hacían humana, que la hacían perfecta. Porque qué era la perfección sino una mezcla sublime de todo lo que a alguien hace único incluso con aquellas cosas que por separado no parecen tan bonitas. Dio gracias por los ángeles que se cruzaron en su camino, Abel, Kristel, José, Nahuel... que nunca la dejaron sola, incluso cuando sintió estarlo.
Esa noche en su cama, recostada de lado y observando a Nahuel dormir, dio las gracias también por la oportunidad de vivir aquel amor tan intenso que surgió entre ellos, y que aunque comenzó cuando su corazón aún estaba congelado y se intensificó cuando su alma recuperó el calor de la vida, no se dio en invierno, ni en primavera, ni tampoco en verano, sino cuando el tiempo, las estaciones y el mundo, giraron lo suficiente para que las heridas sanaran y dejaran paso las nuevas oportunidades, a las nuevas esperanzas.
Por favor lean esto:
Bueno, gracias por estar aquí y por haberme acompañado en este nuevo viaje. Quiero compartir algo con ustedes. Tenía escrito hasta el cap 45 y no sabía cómo terminaría esta historia, no quería hacerlo con casamientos y niños, sino de una forma distinta, como mostrando el día a día, la normalidad de una vida luego de haber superado tantos obstáculos, pero estaba perdida y no sabía por dónde abordarlo. Aún falta el epílogo.
Entonces me pasó algo, algo que me golpeó por dentro y tambaleó muchos de mis cimientos. Soy una persona intensa, amo con intensidad, me enfado con intensidad, no me callo cuando algo me duele o me molesta, lloro mucho, río fuerte... exagero todo y vivo... Y este fue un fin de semana intenso, muy intenso.
Por primera vez en mucho mucho tiempo me sentí realmente sola, perdida como si estuviera rodeada de personas en una gran ciudad, pero no supiera a dónde ir, a quién hablar, en quién confiar. Entonces, apareció un ángel, alguien con quien venía hablando desde hacía un tiempo, pero no de forma muy intensa, jajaja sino más recatada. Porque soy así, he sufrido mucho y me cuesta mucho confiar en las personas. Este ángel estuvo para mí en todo momento, y de su luz salieron las palabras más acertadas, esas palabras que te secan el alma cuando está llorando, esas que te dan calor cuando el frío viene de adentro. Y hoy, que me siento algo mejor, y me puse a pensar cómo terminar esto, no pude dejar de pensar en ella y en la forma en que me dio una mano cuando colapsé, sin intereses más que un cariño puro, un entendimiento humano, un corazón enternecido. Lo relacioné con Nahuel, porque él siempre ha sido eso para Ane, y decidí escribirlo desde ese lado, para agradecer a esta persona lo que ha hecho por mí.
Porque como dice en el texto, a veces no somos conscientes de lo mucho que podemos generar en alguien más, para bien o para mal, convertir una sonrisa en lágrima o mejor aún, una lágrima en sonrisa, cambiar el estado de ánimo de alguien que ha perdido la luz. El mundo sería mejor si fuéramos más empáticos y fuésemos capaces de hacer sentir bien a alguien que está perdiendo alguna batalla. Y mi mundo es mejor desde que este ángel me prestó su luz y me regaló su amistad.
Sé que ella dice que no puede creer haberse convertido en mi amiga, pero soy yo la que está agradecida con la vida, con Dios y con ella por tenerla a mi lado y ser parte de mi mundo dejándome yo ser parte del suyo. Y no la pienso dejar ir, y espero ella a mí tampoco.
Así que para ti, que sabes quién eres y que seguro estarás llorando cuando leas esto porque aún no puedes procesarlo y porque eres tan intensa como yo, quiero que sepas que te agradezco porque sin ti, a lo mejor esta historia no tendría fin.
Te amo, Lucecita.
Y nos vemos en el epílogo, vayan preparando sus preguntas que contestaré luego del epílogo :) Los quiero, hasta la luna y de regreso.
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