* 45 *

Nahuel abrió la puerta del pequeño departamento que compartían sintiendo que las manos le sudaban de los nervios y el temor comenzaba a convertirse en preguntas que aparecían en su cabeza. ¿Y qué si a ella no le gustaba su forma de hacer el amor? ¿Su inexperiencia? ¿Y qué si no lograba contenerse antes de hacerla gozar? ¿Y si ella lo comparaba con los chicos con los que había estado? ¿Y si...?

Aneley cerró la puerta y dejó su bolso y su valija a un costado del pequeño recinto, entonces lo besó con pasión empujándolo hacia la cama. El chico quedó sentado en el pequeño colchón y Aneley le quitó la camiseta con premura, luego hizo lo mismo deshaciéndose de la suya, hasta que lo miró a los ojos y vio algo de temor en ellos. La chica sonrió al recordar su primera vez y todo lo que había pensado en ese momento, quizá para los hombres también era así, un momento lleno de temores y de preguntas.

—Oye... estaremos bien, ¿sí? —sonrió y lo besó con ternura—. Disculpa si estoy un poco... acelerada —añadió sintiendo que sus mejillas se sonrojaron, Nahuel la amó por ello.

—Me agrada lo que está sucediendo, solo tengo un poco de... nervios o... ¿miedos? —comentó—. Sé que puedo ser sincero contigo... mi cabeza no se calla.

Aneley se sentó a su lado y sonrió a la par que bajaba la cabeza.

—¿Es mi pasado lo que te afecta? Puedes decírmelo si es así —dijo con un hilo de voz.

Nahuel pensó en si era buena idea compartir sus temores, sin embargo verla allí, sentada a su lado con el torso semi desnudo y las mejillas sonrojadas hizo que tuviera ganas de decirle todo, necesitaba ser sincero con ella y aceptar lo que estaba temiendo.

—Mil veces te he dicho que no me importa tu pasado, pero no puedo evitar sentir temor de mi... rendimiento —añadió encogiéndose de hombros—. ¿Me explico? Tengo miedo de no saber qué hacer o de hacerlo mal, de terminar demasiado rápido... incluso... —Se detuvo buscando las palabras para sincerarse—. Tengo miedo de mi apariencia, es decir... no tengo músculos ni nada de eso, además... no sé si hayas visto mejores «cosas» que la mía —añadió sintiendo que moría de vergüenza.

Aneley sonrió, entendía sus temores e inseguridades.

—Nahui, escucha... vamos a atravesar por esto tarde o temprano, lo hemos estado esquivando por miedos. Ambos tenemos miedo, tú temes que yo te compare y yo temo no estar a la altura, pero nos amamos, ¿no? Y solo quiero que seas mi dueño y yo ser tu dueña —añadió con dulzura—, y no en el aspecto posesivo de la palabra, sino en el amoroso, en el que implica que te amo tanto que quiero darte todo lo que soy y lo que tengo porque eres el único que sabrá proteger mi alma y mi cuerpo. Y quiero decirte algo más —dijo observándolo, él la miró a los ojos y asintió—. Hace bastante tiempo has ganado todas las competencias que imaginas en tu cabeza —afirmó.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Nahuel para comprender mejor aquello.

—Que no hay nadie que se compare a ti para mí, Nahui —afirmó.

El muchacho entonces se acercó a ella con dulzura y acarició su rostro, luego la besó dejándose ir en aquel beso y permitiendo que su mano recorriera su torso. Con una mano intentó desprender el sostén de Aneley, pero no pudo hacerlo, así que buscó ayuda con su otra mano y luego de un buen rato lo logró, ella no dijo nada, dejó que él guiara a su manera y a su ritmo, no quería nada más que convertir ese momento en un instante mágico y memorable para ambos.

Aneley se recostó en la cama y él la siguió, los besos y las caricias continuaron con parsimonia mientras las ropas comenzaban a salir volando una a una. Ya se habían visto desnudos, pero esta era una ocasión diferente, era un momento en el que ambos tenían permiso para ir mucho más allá, a donde sus propios deseos los guiaran.

Las manos temblorosas de Nahuel recorrieron con ternura y pasión cada recoveco del cuerpo de Aneley, borrando a su paso cualquier huella del pasado que ella no quisiera recordar, dejando una superficie minada de brillantes estrellas que erizaban su piel. Ella disfrutó cada una de sus caricias, hechas a pura ternura y completa devoción, saboreó cada uno de sus besos probando sus rincones más secretos, sellando con cuidado cada promesa hecha, sanando cada herida.

Nahuel olvidó sus miedos para entregarse a esa chica que le daba su corazón, su alma y su cuerpo, y se lo retribuyó con todo el amor que podía para hacerla sentir única, especial, adorada, venerada. Cada centímetro de su piel era un mundo que él deseaba conquistar para siempre, firmar allí con su nombre, admirar como nadie nunca lo había hecho.

—¿Te he dicho que eres la mujer más bonita del mundo? —susurró entre besos.

—Tú eres el chico más guapo que he conocido jamás —añadió ella enredando sus dedos entre los cabellos del muchacho cuya cabeza yacía recostada entre sus pechos. Nahuel fue bajando con lentitud mientras la iba llevando a sitios inexplorados, haciéndola enloquecer de deseo y necesidad.

Y él también necesitaba más, ella lo acariciaba y lo besaba con pasión y desespero, era como si quisiera devorarlo por completo, acabar con cualquier resquicio de cordura que quedara en él. Estuvieron así por mucho, muchísimo tiempo, de hecho dejaron que el tiempo pasara sin que les importara para nada, el mundo se había detenido para ellos en cada beso, en cada caricia, en cada gesto que se prodigaban.

—¿Tienes protección? —inquirió la muchacha de pronto, sintiendo que su necesidad aumentaba tan intensamente que no podría aguantar mucho tiempo más.

Nahuel asintió aun degustándola, entonces supo que era el momento, ambos estaban ansiosos, deseosos y acalorados. La observó y se levantó de la cama para buscar en uno de sus cajones aquella cajita que había comprado el día antes a la llegada de su chica, por si se diera el momento, para no ser tomado desprevenido. Aneley sonrió y se sintió halagada al saber que él había pensado en ella de esa manera.

Lo vio intentar abrirlo de forma torpe, sus manos le sudaban ante la idea de lo que ya estaba por suceder y no lograba terminar de abrir el sobrecito. Sin decir palabra, ella se sentó en la cama y tomó el preservativo en sus manos, lo abrió sin problema y luego lo miró a los ojos, para cerciorarse de que estaban listos, para con solo una mirada descubrir que ambos morían de deseo. Y se lo colocó, con cuidado, con amor y con mucha pasión. Nahuel se encendió incluso más al verla hacer aquello, sentada allí ante él que permanecía de pie.

Entonces ella se recostó y lo invitó a acercarse, y él lo hizo. Preguntándose si podría aguantar lo suficiente, si acaso podría embocar en el sitio a la primera o sería algo complicado de hacer. Ella sonrió al volver a encontrar una chispa de temor en sus ojos, entonces lo abrazó y le habló al oído.

—Será genial, ya lo verás. —Lo animó.

—Por favor no finjas, si no puedo aguantar, si todo sucede demasiado rápido, prometo que voy a mejorar —añadió y ella negó.

—Estoy muriendo de ganas, Nahuel, no creo que tarde demasiado, solo hazlo —pidió y aquello le dio coraje.

Se acercó a ella y con un poco de ayuda de parte de la muchacha, ingresó. Con calma, con suavidad, tratando de controlar la explosión que estaba haciendo estallar cada célula de su cuerpo. Aneley se aferró a su espalda baja, empujándolo con necesidad hacia sí, y él contuvo un suspiro, seguro de que había llegado al paraíso.

El movimiento fue naciendo de manera natural, cadencioso y armónico, mientras ambos se acostumbraban al cuerpo del otro y lo disfrutaban. El calor fue subiendo de intensidad y sus pieles comenzaron a sudar. Ella fue quien lo guió a aumentar la velocidad y él sabiéndose a punto de caer al abismo, se mordió el labio para intentar aguantar un poco más. Pero entonces ella se dejó ir en medio de gemidos que pronunciaban su nombre y él al observarla al límite de la pasión, se lanzó al vacío sin pensarlo más.

Sus cuerpos yacían uno sobre el otro, sudorosos y flácidos, relajados y perdidos en la bruma de la pasión que acababan de experimentar, sus corazones aún latían a toda velocidad, intentando gritar al otro todo el amor que sentían.

—Entonces... ¿no has fingido? —inquirió y ella sonrió.

—No he fingido, Nahuel, ha sido genial si es lo que te preocupa. Has estado perfecto. Nunca nadie me había tratado con tanta dulzura, nunca nadie se había preocupado por hacerme disfrutar de esta manera —susurró.

—¿Nunca? ¿Nadie? —inquirió el chico. Aneley lo observó e hizo que la mirara.

—Nunca. Nadie —añadió—. Y voy a decirte algo más, para que ya no temas nunca más, para borrar todos esos fantasmas que te atormentan, y quiero que me escuches muy bien —dijo y él dejándose caer a su lado, la liberó de su peso para observarla.

—Dime...

—Eres el amor de mi vida, Nahuel, nunca he amado de la manera en la que te amo a ti —añadió con certeza—. Sí he amado antes, y he sufrido mucho con la pérdida de ese amor, tú más que nadie lo sabe. Pero esa era una Aneley distinta a quien soy hoy, era una chica joven, llena de ilusiones y que acababa de perder a su madre, era una chica que necesitaba experimentar el amor por primera vez y que tuvo la suerte de encontrarse con un chico que la quiso, y que caminó de su mano ese camino. Pero la Aneley que te ama a ti es una mujer, Nahuel, una mujer que ha transitado muchos caminos, que ha sufrido y que ha sabido levantarse porque ha conocido a un hombre, que aunque joven de edad es una persona sabia y fuerte, y ese hombre ha sido el que me ha ayudado a convertirme en la mujer que soy. Y este amor que siento es profundo, intenso y mucho más grande que todo lo que he experimentado antes —sonrió. Nahuel la abrazó y ella colocó su cabeza en el pecho desnudo del muchacho—. Y quiero amarte así, por siempre y para siempre, y hacerte feliz, mi amor.

—¿Me estás proponiendo matrimonio? —preguntó él con una sonrisa besándola en la frente.

—No, pero es algo que definitivamente quiero que suceda en el futuro —añadió ella sonriendo.

—¿Te arrodillarás y sacarás un anillo? —inquirió él y ella negó.

—No, creo que dejaré que tú lo hagas, no te emociones tanto —respondió riendo.

—Esto ha sido perfecto, Ane —susurró él comenzando a besarla de nuevo.

—Lo sé, también ha sido perfecto para mí —añadió pensando en aquello que decía, Nahuel era perfecto para ella, la ternura y la pasión mezcladas en una forma única que podía enloquecerla en cuestión de minutos.

—¿Crees que podremos repetirlo? —inquirió el chico dejando que su mano comenzara a recorrer de nuevo el cuerpo de la muchacha.

—Todas las veces que desees —sonrió ella estremeciéndose de inmediato.

En esa siguiente oportunidad, y en las que le procedieron a esa, ya no hubo miedos en la cabeza de Nahuel, ni recuerdos en los pensamientos de Aneley, eran solo ellos dos, escribiendo una nueva historia a besos y caricias, en la piel del otro.

Bueno, me costó bastante escribirlo porque investigué mucho sobre cómo es la primera vez de los chicos y los miedos por los que pasan, porque de eso nunca nadie habla :) Espero les haya gustado.


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