* 44 *
El juicio llevó cuatro días y el lugar estuvo lleno de guardias que impedían que la prensa se filtrara. Los padres de la víctima necesitaban cubrir su identidad porque si no la cuestión se les iría de las manos, eran gente adinerada y pública, y Aneley entendía perfectamente lo frágil que era la reputación de las mujeres en la sociedad.
Cuando le tocó declarar, sintió que las piernas se le aflojaban y el corazón se le quería salir del pecho. Bajo la atenta mirada de Alan y sus abogados, tuvo que relatar cómo sucedió aquello, recordó el día con lujo de detalles, dijo que él parecía estar drogado o alcoholizado y que la forzó a tener relaciones a cambio de chantaje. El abogado defensor de Alan quiso acusarla de haber estado con sus amigos antes que con él, dejando a entender que ella era una chica fácil. Aneley se tuvo que morder el labio y respirar profundo antes de responder.
—Estuve con dos de sus amigos, pero fue por decisión propia, eso no le da derecho a él a forzarme a tener relaciones —comentó la muchacha intentando mantener la calma, aunque le costaba demasiado admitir aquello ante todos esos desconocidos.
—Pero usted misma dijo haber aceptado —insistió el abogado.
—Porque él me amenazó con dejar desempleado a mi padre, abusar de mi hermana y acabar con la beca que tenía mi novio —añadió Aneley con decisión.
—¿Y no está grande ya para aceptar chantajes de ese estilo? ¿No pensó que podía denunciarlo en vez de aceptar tener relaciones si no lo deseaba? ¿Por qué esperó para hacer su denuncia? —preguntó el abogado y Alan bajó la mirada con pesar.
—Yo no soy una persona pudiente, no tengo padres políticos ni adinerados. Mi madre falleció hace unos años y mi padre es camionero, yo estaba trabajando de limpiadora en la casa del señor Alan —añadió con una fuerza que no supo de donde obtuvo—. ¿Cree usted que alguien escucharía mi historia? Iban a juzgarme como lo hace usted, por haber estado con sus amigos. Era la palabra de él contra la mía, y él tenía todas las de ganar porque sus padres son gente poderosa y adinerada. Es triste, pero la justicia es solo para los ricos. Si esto no hubiera sucedido, yo jamás hubiera declarado y habría vivido en el silencio y la culpa por haber permitido que eso sucediera, habría vivido creyendo que yo era la culpable por haber aceptado, porque eso es lo que él me hizo creer, que yo había aceptado. Pero no es aceptación si hubo coacción, yo no quise acostarme con él, lo hice porque tenía miedo de que él cumpliera su palabra y destrozara a todos los que son importantes para mí.
»Alan venía acosándome desde hacía meses en la universidad, él decía que yo tenía que estar con él porque estuve con sus amigos, cómo si yo fuera un objeto que ellos se pasaban de unos a otros, una pelota durante un partido de basket. Y yo tengo mi parte de culpa, sí, por haber permitido que el miedo me embargara y no haberlos puesto en su lugar desde el inicio, impidiendo que siguieran cosificándome. Pero eso también es culpa de la sociedad en que vivimos, una sociedad en donde las mujeres estamos tan acostumbradas a la cosificación de nuestro género, que lo normalizamos y creemos que está bien, lo aceptamos. Pero ya no, él abusó de mí desde el momento en que empezó a acosarme por los rincones de la universidad pretendiendo que yo debía estar con él solo porque él así lo deseaba —zanjó con decisión.
El abogado no hizo más preguntas y el juicio continuó como estaba previsto.
Alan fue declarado culpable de abuso sexual y tenencia de estupefacientes, el juez decidió que fuera a prisión, a pesar de que sus padres intentaron por todos los medios conseguir la prisión domiciliaria.
Aquella tarde, cuando Aneley vio partir a las personas que participaron del juicio y vio salir a la adolescente que era la víctima que había originado todo aquello, sintió que también había aprendido mucho de ella, a no callar, a denunciar, a defenderse. Entonces, salió decidida de la habitación esperando poder retornar a Nueva Esperanza con urgencia para tirarse a los brazos de Nahuel y decirle que finalmente ya nada la ataba, que era suya en todos los aspectos, y cuando dio unos pasos, observó a los policías llevar a Alan esposado. Este le sostuvo la mirada, pero esta vez Aneley no encontró odio ni deseos de venganza, sino arrepentimiento y dolor.
—Lo siento —dijo quedándose frente a ella. Los policías intentaron moverlo pero Aneley les dijo que estaba bien y se detuvieron—. Sé que no me crees, pero cuando desperté al día siguiente solo pude sentir la basura de persona en la que me convertí, tú no te merecías eso... yo no debí... no era dueño de mí. Estaba siempre drogado y cometí demasiados errores que ahora pagaré... He hundido a todos los que me aman en este pozo y a gente que no se lo merecía, como tú...
»Me gustaste desde el día que iniciamos las clases, te solía ver siempre triste y cuando eso, aún no estaba yo tan metido en toda esta mierda. Deseaba poder sacarte un poco de esa tristeza, hacerte sonreír, pero era imposible llegar a ti. Cuando te metiste con mis amigos me enfadé mucho, yo quería cuidarte y sabía lo mal que ellos te harían. Sentí enfado y celos y no los supe manejar, y cuando eso ya estaba muy metido en las drogas... Me sentía un inútil por no poder conseguir tu atención y enfadado contigo por no haberme visto, luego las drogas hicieron el resto...
—No es fácil salir del pozo, Alan, pero si realmente lo deseas, un día podrás hacerlo —dijo la muchacha al percibir el arrepentimiento del chico. Él asintió y entonces volvió a caminar siempre guiado por los oficiales. Aneley sintió pena por aquella historia que acababa de enterarse y lo vio ir cabizbajo, como si llevara un bolso pesado en la espalda. Nunca lo hubiera supuesto, y un nuevo aprendizaje llegó a ella en forma de una frase vulgarmente repetida: «caras vemos, corazones no sabemos». Deseó que un día Alan encontrara la paz y supo también, que lo había perdonado.
Esa misma noche, partió a su hogar, porque su hogar no era otro sino el lugar donde estuviese Nahuel. Cuando llegó por la mañana, lo encontró de pie esperándola con una flor en la mano, al verla su sonrisa brilló en su rostro y ella corrió a abrazarlo.
—Te extrañé mucho —dijo la muchacha besándolo en el cuello y la mejilla, él la rodeó con sus brazos y respondió al gesto cariñoso.
—Yo también, mi amor, ¿estás bien? ¿Qué tal salió todo? ¿Alan ya está en prisión? —inquirió y Aneley sonrió.
—Sí, todo ha terminado al fin —añadió refiriéndose a mucho más que solo el tema de Alan.
—Lo sé... —respondió él, pero ella le interrumpió sosteniendo su rostro entre sus manos para que la viera a los ojos.
—No me refiero solo a eso, Nahui, sino a todo, a todo lo que me alejaba de ti —añadió y él no lo entendió con claridad, entonces ella lo besó, un beso largo y profundo cargado de emociones, amor y pasión. Luego lo abrazó y le susurró al oído—. Quiero que me dejes hacerte el amor, Nahuel, quiero entregarme a ti con todo lo que soy y lo que tengo. —El chico sintió que la sangre se le calentaba en milésimas de segundos y le temblaron las piernas al tiempo que se le agitó el corazón.
—Ane... —dijo sin saber qué más decir.
—Llévame a casa, Nahui —pidió la muchacha y él sonrió mientras asentía sin poder gesticular palabra alguna.
Se vienen los dos últimos capítulos y el epílogo. Estamos llegando al final de esta historia que he amado muchísimo escribir.
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