* 4 *
Toda esa semana, Max se apareció por la casa de Aneley en las tardes llevando algo de comer o de tomar, se sentaban a mirar una película o a jugar a las cartas. Aneley le había tomado el gusto, era como una pausa para sus pensamientos, como un respiro a su dolor. Nahuel también se había pegado a ella mucho más de la cuenta, pero a ella eso no le agradaba, su presencia le estorbaba, la hacía sentir incómoda. No era como Max, él nunca preguntaba nada, solo hablaba de sus cosas y contaba anécdotas divertidas, Nahuel hacía preguntas, insistía en que comiera y le preguntaba si se sentía bien. ¿Qué demonios le importaba a él si ella se sentía bien o no? ¿Qué podía hacer él al respecto?
—¿Puedo ir a tu casa esta noche? —inquirió Nahuel ese viernes—. Kris saldrá con el chico ese al que está frecuentando, mamá tiene una cita y Fabio visita a su novia, no quiero estar solo. Puedo llevar pizza y comemos con Mailen —ofreció.
—Nahuel, no entiendo tu obsesión conmigo últimamente. Sé que crees que necesito ayuda, que piensas que no estoy bien... y la verdad es que no, no la necesito... Nunca he necesitado la ayuda de nadie, y quiero que me dejes en paz —zanjó enfadada intentando escapar del molestoso chico.
—Yo solo quería comer pizza —añadió el chico encogiéndose de hombros. Aneley sonrió, a pesar de todo él era el único que lograba sacarle esa clase de sonrisas, inesperadas, infantiles. Aneley lo observó mirándola como un niño pequeño mira a su madre mientras espera que esta le dé una respuesta positiva a algún berrinche. Él era como un niño, siempre andaba tan bien peinado y bien vestido, pantalones de vestir, camisas a cuadro o a rayas, tiradores o sacos, y en algunas ocasiones una corbatita o un moñito divertido. Rayaba lo ridículo en su entorno, pero él era así, inocente, y en su mirada en realidad no había maldad, solo preocupación. La cuestión era que justo eso era lo que le molestaba a Aneley.
—A las nueve, te esperamos —zanjó la muchacha y la sonrisa en Nahuel se dibujó de inmediato.
Esa tarde, cerca de las cinco, Max apareció como siempre, con su sonrisa divertida y una caja de chocolates. Maylen aún no llegaba, estaba en lo de Natalia haciendo algún trabajo práctico, así que Aneley lo dejó entrar y se sentaron en la sala a ver una serie, media hora después, el chico se había acercado más de lo normal y había colocado el brazo alrededor de la espalda de la chica, como si la estuviera abrazando. Ella lo dejó porque se había acostumbrado a él, era como una manta caliente en el invierno y dentro de todo, se sentía bien.
Cuando la serie terminó, ninguno de los dos se movió de allí, Max dejó que su mano se moviera y comenzó a hacerle caricias en el brazo, en el hombro. Aneley recostó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. El clima se tornó más pesado cuando el chico se acercó a ella y acarició su rostro, ella no abrió los ojos, sabía lo que venía, Max intentaría besarla y ella lo permitiría. ¿Por qué? Se preguntaba a sí misma. Una voz interior le preguntaba qué estaba haciendo, pero la otra parte no respondía nada, solo esperaba.
Los labios de Max se pegaron a los suyos y ella lo acompañó en el beso, dejó que el chico experimentara su sabor y ella se dejó ir también, esos momentos comenzaban a convertirse en una especie de opio en los cuales ella lograba de alguna manera disociarse mientras su cuerpo se separaba de su mente, y de alguna bizarra forma sentía que tomaba el control de su vida. Su voz interior le decía que no era correcto, ella no sentía nada por Max, y en cierta forma aquello la hacía sentir sucia, sabía dónde acabarían y sabía que no pensaba impedirlo, sin embargo, era como si su propio cuerpo intentara disfrutar un poco, como si su propio cuerpo necesitara apartarse de su mente.
«Estás enferma». Se dijo a sí misma pero no se escuchó.
Tuvieron relaciones en el sofá, ella ni siquiera se detuvo a pensar que Mailen podía llegar en cualquier momento, y menos mal que no lo hizo, no hubiera sido una escena muy agradable. Max no fue como Hugo, él si se preocupó por hacerla sentir bien y esperó a que ella disfrutara, pero en algún punto ella entendió que no lo lograría y decidió fingir para que el chico se apartara de una vez. Max la abrazó y quiso quedarse con ella, pero fue ella quien lo instó a que se marchara.
El chico insistió en quedarse, ella dijo que estaba ocupada y que su hermana llegaría en cualquier momento. Max se despidió prometiendo que vendría al día siguiente de nuevo. Aneley dudó que eso fuera a suceder.
Subió a su cuarto y se metió a la ducha, se fregó el cuerpo con una esponja hasta casi hacerse daño, entonces se vistió y salió de allí para ir de nuevo abajo. Escuchó algunos sonidos y dedujo que Mailen había llegado y que hablaba con alguien. Nahuel, lo había olvidado. Maldijo un poco para sí, la verdad era que no tenía ganas de lidiar con su infantil optimismo y su sonrisa de niño bueno.
—¡Aneley! —gritó entusiasmado cuando la vio bajando las escaleras, ella rodó los ojos—. ¿Estás así de feliz de verme? —inquirió el chico con ironía. Aneley sonrió al ver que traía puesto un delantal y un gorro de chef.
—¿Y esa ropa? —preguntó divertida.
—Voy a cocinar —respondió orgulloso.
—Vas a hacer pizzas, Nahuel —dijo volviendo a rodar los ojos y pasando a su lado. Mailen sonreía divertida mientras sacaba los ingredientes que Nahuel había traído en una bolsa.
—Mi ayudante, Mailen, y yo, prepararemos las mejores pizzas, tú solo tienes que sentarte y aprender —dijo tomándola del brazo y guiándola hasta una de las sillas.
—Ponte cómoda —añadió Mailen.
Nahuel se puso a un lado atrás de la mesa y empezó a pedirle a Mailen que le pasara los ingredientes, ella se los fue pasando y el chico, con gran habilidad, comenzó a mezclar uno con otro hasta formar la masa que luego comenzó a estirar y amasar. Aneley sonreía al ver las escenas tan divertidas que montaban, mientras Nahuel se llenaba de harina su impecable y típica ropa, hablaba como si perteneciera a un programa de cocina de la televisión, Mailen le seguía la corriente y la muchacha pensó que hacían muy buena pareja y que quizás ella era el motivo por el cual el chico la rondaba tanto, y si era así, pensaba ayudarle. Mailen se merecía un buen chico, uno como Nahuel, responsable, estudioso, respetuoso, simpático y sobre todo noble y de buen corazón. Su hermana merecía ser feliz.
Un buen rato después, finalmente metieron las pizzas al horno y Mailen dijo que iría a cambiarse de ropa dejándolos solos en la cocina.
—¿Has visto que sé hacer más cosas? No solo leer y sumar, como cree Kristel —sonrió.
—Kristel sabe que también puedes multiplicar y dividir más rápido que cualquier calculadora —añadió.
—Eso fue un golpe bajo —sonrió acercándose a ella—. ¿Sabes qué traje? —inquirió el chico y Aneley negó, entonces Nahuel sacó una bolsa que había guardado en el refrigerador y abriéndola sacó de ella un par de cervezas, abrió una y se la pasó a Aneley.
—¿Así que el niñito bueno toma cervezas? —preguntó la joven.
—El niñito bueno no siempre es bueno —sonrió él guiñándole un ojo—. Espero que no le cuentes a la tonta de mi hermana que cree que tengo catorce años.
—¿Te regañará? —sonrió Aneley divertida imaginando a Kristel enfadada.
—Probablemente, pero prefiero evitarme el mal rato —sonrió.
Mailen regresó justo cuando sacaron las pizzas del horno, se sentaron a comerlas mientras reían por cualquier cosa y conversaban sobre algunas personas que conocían en común. Mailen se escusó porque dijo estar cansada, Aneley lamentó eso pues pensaba que Nahuel y ella podrían hablar un poco más esa noche, sin embargo y para su sorpresa, el chico no dijo nada. Se levantó y sacó otra cerveza pasándosela a Aneley y se puso a lavar los utensilios.
—Eres un combo completo —bromeó Aneley.
—¿Has visto? Soy genial —sonrió el muchacho.
—¿También duermes con sacos y corbatas? —inquirió la chica divertida, Nahuel negó pero no respondió nada.
—¿Quieres que vayamos a la sala un rato? Todavía es temprano, podemos hablar —sonrió y ella aceptó.
Caminaron hasta allí y se sentaron en el sofá, Aneley subió las piernas y recostó la espalda, Nahuel se acercó para que ella colocara sus pies sobre su regazo y acarició sus tobillos en una especie de masaje. Aquello hizo sentir extraña a la muchacha, sin embargo, no fue desagradable.
—Tú y Max... ¿tienen algo? —inquirió entonces el chico.
—¿Por? ¿Me has estado espiando? —preguntó viéndolo.
—No pero no puedo evitar verlo pasar cuando viene y cuando regresa... —Se encogió de hombros.
—Me gusta pasar el rato con él —respondió Aneley—. Es... divertido —añadió.
—Hmmm... ya veo —susurró Nahuel y Aneley sonrió, ya iba a sacar su lado sobreprotector preocupado.
—¿Por qué te preocupas tanto por mí, Nahui? —preguntó la muchacha—. Estoy bien, estoy bien —respondió cerrando los ojos, Aneley no era muy buena tomando y Nahuel lo estaba empezando a descubrir.
—Porque no me gusta verte triste —respondió con sinceridad—. Solías tener la sonrisa más hermosa que haya visto en la vida, solo que ya no la muestras nunca —añadió.
—Ya no tengo muchos motivos para sonreír —respondió ella en un susurro.
—Estás viva —dijo él observándola desde donde estaba. Era bonita incluso con esas ojeras y aquellas facciones que denotaban el profundo cansancio de su cuerpo.
—Eso no es motivo para ponerme feliz, Nahuel. Las personas que más amé en la vida no lo están. ¿Sabes? Comienzo a creer que no debo amar a nadie demasiado —dijo abriendo los ojos y viendo al chico—, intento mantenerme alejada de Mailen porque tengo miedo que nuestra relación de hermanas se haga más profunda, ya sabes, nos convirtamos en esas hermanas que se cuentan todo, que no pueden vivir la una sin la otra y luego... la pierda también a ella... —añadió y volvió a cerrar los ojos, Nahuel negó con tristeza—. Por eso no le cuento muchas cosas a Kristel, tampoco quiero perderla.
—No tiene sentido lo que estás diciendo, Ane...
—Claro que lo tiene, quizá sufrí alguna especie de maldición de niña... Como en los cuentos de hadas, ¿has visto que siempre aparece alguna hechicera que echa alguna maldición? Por ejemplo, a la bella durmiente. A veces me identifico con Elsa, de Frozen, soy como la reina del hielo —bromeó riendo—. Así como ella se aislaba para no lastimar a quienes amaba, yo debo mantener mi corazón alejado, siempre congelado, siempre en invierno, ¿sabes? Para no perder a quienes amo una vez más —sonrió.
—No me da risa —añadió Nahuel compungido.
—Lo más irónico es que mi madre me puso Aneley, ¿sabes qué significa?
—No...
—¡Felicidad! ¿Lo entiendes? Aneley significa algo que no recuerdo haber sentido desde que me regalaron una bicicleta cuando tenía ocho años —añadió—. ¿Crees que si me ponía un nombre triste hubiera sido al revés?
—¿Te divierte autocompadecerte, Ane? —inquirió Nahuel y la chica lo observó.
—Reírse de los defectos propios puede hacer la vida un poco más llevadera.
—Tu vida sería más llevadera si decidieras vivirla —anunció él.
—¿Quién eres ahora? ¿El gurú de la autosuperación? —respondió con ironía—. No eres más que un chiquillo tonto que se viste como un doctor y juega a ser perfecto.
Nahuel se levantó molesto y dio unos pasos por la sala.
—¿Por qué me tratas así? ¿Por qué me menosprecias cada vez que intento ayudarte? ¿Así te sientes más fuerte? —preguntó enfadado.
—¿Por qué intentas ayudarme? ¡Yo no te he pedido ayuda! —gritó ella poniéndose de pie también.
Nahuel la observó con enfado, pero ese sentimiento fue desapareciendo a medida que el rostro de Aneley se fue llenando de tristeza.
—No quiero que nadie me ayude, Nahuel. Quiero que me dejen apagarme, quiero morir, ¿lo entiendes? ¿Has sentido alguna vez que tu vida no tiene sentido? ¿Sabes lo que es vivir y que cada día sea igual al anterior y que todos los días duelan? ¿Sabes lo que es querer no volver a despertar? —dijo sollozando.
—No... —respondió el chico acercándose con lentitud.
—Pues yo lo vivo todos los días. Cada día es una tortura interminable, un recordatorio de la soledad, de la culpa, del dolor de no haber sido yo la que murió en esas aguas, de no haber hecho nada... Odio despertar cada día, odio respirar, odio esta vida.
Nahuel se acercó un poco más y la abrazó, Aneley se dejó ir en el calor de sus brazos y volvió a llorar, una vez más ahogó sus penas en lágrimas mientras él solo la contenía. Entonces Nahuel la acompañó hasta el sofá en donde se sentaron uno al lado del otro.
—Queríamos hacer algo diferente, queríamos hacer algo especial, algo divertido... algo que pudiéramos contarles a nuestros nietos, una travesura. Éramos dos tontos enamorados, no medimos el peligro. Hacía frío y pensamos que el hielo estaría lo suficientemente duro. Nos lo advirtieron, nos dijeron que era peligroso que no era seguro, pero pensamos que exageraban. Era una especie de reto, habíamos hecho una tonta lista de cosas peligrosas que podíamos hacer juntos, si lo lográbamos estaríamos destinados a estar juntos para siempre...
—Lo siento, Ane... Lo siento mucho —dijo Nahuel abrazándola más fuerte.
—Sentí el sonido del hielo quebrarse y le grité que volviéramos a la orilla, él no se percató de ello y me insistió que siguiéramos más. Le dije que no, le rogué que regresáramos, estaba frío, y oscuro y... él se alejó unos pasos llamándome y diciéndome que todo estaba bien. No lo seguí, fui cobarde, lo miré desde mi sitio. Él sonreía y se burlaba de mí... y yo vi el preciso momento en que el hielo se abrió bajo sus pies.
Aneley hizo silencio mientras sus lágrimas se derramaban a borbotones, nunca había hablado de aquello con nadie, ni siquiera con Kristel.
—Todo sucedió muy rápido... él desapareció bajo el hielo y yo quise llegar a él, pero no lo hice, ¿lo entiendes? No corrí tras él porque tenía miedo que el hielo se abriera y yo cayera... Él se hundió frente a mí, lo vi manotear, lo vi irse... Me quedé en shock, Nahuel... Estaba paralizada y tardé mucho en ir a buscar ayuda...
—No podías ir con él, Aneley, no te sientas culpable —interrumpió el chico.
—¡Debí morir con él allí! ¡Debí arrojarme al agua! —gritó entre sollozos, pero el chico solo la abrazó hasta que sus espasmos fueron bajando de intensidad—. Su cuerpo fue hallado horas después, ya lo sabes... hipotermia, asfixia... una muerte dolorosamente lenta... Unos minutos en los cuales seguro me odió por no haberlo auxiliado...
—No digas eso, Ane... él te amaba, yo lo sé. Ustedes eran el uno para el otro —añadió—. Pero los accidentes suceden, no podemos evitarlos...
—Debí decirle que era una locura... ¿Qué demonios estábamos pensando? —inquirió más para sí en un triste sollozo.
—Eran jóvenes y solo querían vivir la vida...
—A qué precio... él perdió la suya y yo... maté la mía... —suspiró. Nahuel solo la abrazó y dejó que continuara llorando hasta que su cuerpo no pudo más. El alcohol en su sangre, el cansancio por el llanto y las caricias continuas de Nahuel en su espalda y cabeza, hicieron que cayera dormida como una niña pequeña. Él la cargó en sus brazos, era liviana y frágil, la llevó hasta su cuarto y la metió bajo las mantas.
Mailen ya dormía y trató de no hacer ruidos. Se sentó a su lado y acarició su cabello castaño y suave, la observó dormir, y se sintió bien porque sabía que en sus sueños no sufría. Esa noche Nahuel se prometió protegerla hasta que el invierno en su corazón se acabara y finalmente iniciara la primavera.
Gracias por la bella acogida que le están dando a la historia. En multimedias, Lily Collins es Aneley.
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