* 35 *
Aneley caminó y caminó por las calles de la ciudad en medio de la noche, no le importaba si le salía un ladrón para robarle o le aparecían Max y sus amigos, no le importaba si la secuestraban o la tomaban entre siete hombres para violarla, le importaba poco si un grupo de zombis se le aparecía y la despellejaban viva o si unos extraterrestres la llevaban para investigar humanos. ¿Qué podía ser más importante que perder de nuevo a quien amaba?
Y dolía, dolía porque esta vez no lo había llevado la muerte, que aunque dolorosa era inevitable e inamovible. Esto era distinto, había sido su culpa y lo había perdido por amor, lo había dejado ir porque lo amaba. Y hasta ese día, Aneley no había pensado que podría haber un dolor más grande en el mundo que despedir a alguien que había muerto, no había entendido que dolía más despedir a alguien que estaba vivo, dejarlo ir como si hubiera muerto, alejar a alguien que uno amaba, dejarlo ir porque el mismo amor le decía que sin ella estaría mejor.
Nahuel era un niño, odiaba que se lo dijeran, pero así era. Tenía el corazón y el alma de un niño, era noble, dulce, tierno, era inocente y frágil. Y a la vez era un hombre, el hombre más valiente que ella había conocido jamás, el que se había animado a enfrentarse a sus fantasmas para rescatarla, como en un cuento de hadas.
Pero los cuentos de hadas no existían en la vida de Aneley y los finales nunca eran buenos, ella estaba maldita, y pasara lo que pasara, terminaría perdiendo a los que amaba.
Necesitaba dejar ir a Nahuel, romperle el corazón y que la odiara, porque esa era la única manera que tenía de alejarlo. Lo triste era que alejándolo a él alejaba a todos, Kristel jamás la entendería, les había advertido que mataría a quien rompiera el corazón del otro y después de todo era su hermano. Y estaba bien, estaba bien que Kristel se quedara a su lado hasta que él lograra juntar los pedazos de su alma, y Aneley sabía que lo haría, ella confiaba en que alguien bueno llegaría a su vida, se lo merecía.
Esa noche ella comprendió que lo amaba más que a su propia vida, y que por eso mismo necesitaba dejarlo ir, ella no era buena para él, no tenía nada para ofrecerle. Siempre lo había sabido, pero se había dejado llevar por las emociones, por las utopías y las ilusiones de Nahuel. Había creído que lo lograría, sin embargo la basura siempre flota, y ella misma se había convertido en eso, ella misma había causado lo que luego la haría sufrir.
Nada pasó esa noche, le hubiera gustado que algún asesino en serie sediento de sangre acabara con su vida, que un payaso saliera de la alcantarilla y se la llevara, que un vampiro le mordiera el cuello y la matara, pero no. Nada sucedió. Parecía que la vida se encaprichaba con ella y la torturaba una y otra vez, como si a un pez se lo sacaran del agua solo para verlo morir lentamente.
Cuando llegó a su casa cargó una maleta con ropa. No demasiada, solo la suficiente, debía salir de la ciudad, debía irse hasta que Nahuel viajara, no podría enfrentarse a él ni a Kristel, tampoco a José y mucho menos a Alan y a sus amigos. Había sido una ilusa al pensar que todo seguiría igual. Estaba manchada y no era como decían, no era solo una mancha más, había mentido, había engañado, había traicionado a quien le había entregado su alma en bandeja, a quien la había rescatado, eso no era una mancha, era un terrible agujero negro en el que ella se había perdido.
Pensó en su tía Martha, hacía algunos días había llamado avisando que iría a pasar el verano en su casa de playa en Puerto Guinea, las había invitado a ella y a Maylen, pero Aneley había pensado que iría en enero, cuando Nahuel ya no estuviera. Sin embargo, adelantaría el viaje y esperaba que su tía no tuviera problemas. Escribió una nota y la dejó en la cama. Le decía a Maylen y a su padre que iría a lo de su tía porque necesitaba respirar aire fresco, les pedía que no la buscaran y si alguien preguntaba, que dijeran que no sabían dónde estaba. Sabía que a ellos les parecería extraño, pero también sabía que su padre respetaría su decisión. Además era poco probable que Nahuel o Kristel la buscaran.
Nahuel por su parte no salió de la habitación. Se quedó allí durante esa noche y el día siguiente llorando como un niño pequeño. El primer amor era fantástico pero el primer corazón roto era demasiado doloroso, aun así, no habría cambiado por nada cada segundo que vivió a su lado.
Pasaba de un sentimiento a otro, tenía miedo y se sentía triste, quería llamarla y decirle que la necesitaba, que no podría vivir sin ella, sin embargo recordaba sus palabras diciéndole que se había acostado con Alan y que lo había disfrutado y se sentía humillado, disminuido.
Sus fantasmas despertaban uno tras otro: «Eres un inútil». «¿De verdad creíste que una chica como ella podría fijarse en ti?». «Eres un bueno para nada, poco hombre». «Si hubieras sido como Fabio habrías sabido cómo manejar la situación, habrías logrado enamorarla». «Por supuesto que prefirió a Alan, es más alto, más guapo, lleno de músculos, es varonil... no como tú. Nadie quiere a un niño dulce y tierno».
Las frases se repetían en su cabeza una y otra vez mientras agrandaban la herida que Aneley había creado con sus palabras y su partida. «No te amo, pensé que podía hacerlo pero no». Nahuel respiraba con dificultad entre sus sollozos, como si se tratara de un enfermo terminal a punto de exhalar su último suspiro. Estaba desesperado y por momentos encontraba consuelo en sus propios pensamientos, los mismos que minutos antes lo habían traicionado: «No pudo haber mentido tanto tiempo, nadie miente de esa manera, algo debió haber sucedido».
«¡No ha sucedido nada, idiota! Lo único que ha sucedido es que tú eres un proyecto de hombre que no ha logrado saciar sus necesidades ni emocionales ni físicas. Eres un inútil».
Así pasó la noche hasta que se quedó dormido por el cansancio y las lágrimas, y cuando amaneció, había tomado una decisión. Adelantaría su viaje, no soportaría tener que pasar las fiestas allí recordando cada plan, cada idea que hasta el día anterior habían compartido. Nada de aquello tenía explicación, nada tenía lógica. Ninguna calculadora sería capaz de responderle por qué Aneley estaba actuando así, si acaso mentía o había mentido antes. Lo mejor era irse, empezar de nuevo y tratar de olvidar.
Sabía que ese viaje lo ayudaría a madurar, pero nunca pensó que la vida lo obligaría a hacerlo de esa manera. Amar era hermoso, pero el dolor que le estaba provocando ese amor era demasiado intenso, tan fuerte como el mismo amor que sentía, dos caras de una misma moneda, pensó.
Cuando a la mañana siguiente Kristel no encontró ni a su hermano ni a su mejor amiga, se imaginó algo completamente diferente a lo que en verdad estaba sucediendo, se sintió feliz por ellos y los imaginó juntos en algún rincón de la ciudad, sin embargo, por la tarde, cuando ninguno de los dos aparecía, comenzó a preocuparse.
Fue a casa de Aneley para ver si sabían algo y se encontró con Maylen que le dijo que se había ido, pero que no podía decir a dónde. Lo primero que Kristel pensó fue que se fugó con su hermano, estaban tan locos y tan enamorados que a lo mejor se les ocurrió ir a pasar juntos sus últimos días antes del viaje de Nahuel, intentó llamar a ambos pero ninguno respondía y los mensajes no les llegaban.
Cuando cerca de las diez de la noche, Nahuel apareció con la misma ropa del día anterior pero con la cara más triste que le había visto jamás, Kristel intuyó que sus suposiciones no habían sido correctas. Algo malo había pasado, algo muy malo, lo suficientemente malo como para hacer que su amiga se fuera del pueblo y que su hermano —que solía ser el chico más optimista del planeta incluso cuando las cosas no iban bien— estuviera con cara de que se le murió alguien, es más, él mismo parecía el muerto.
Estaban cenando cuando él llegó, pero él no tenía hambre. Sus padres pensaron que había sido un mal día, cosas de chicos, alguna pelea con la novia quizá. Kristel sabía que era mucho más que eso, por eso tomó un plato, sirvió algo de comida y se lo llevó al cuarto, esperando que le hablase.
Él no lo hizo, no habló, solo lloró en el hombro de su hermana. Ella no recordaba haberlo visto llorar así desde que a los cuatro años se le había roto su juguete favorito. Nahuel estaba destruido y Aneley se había marchado.
Esperó todo lo necesario y luego le preguntó, y él entre lágrimas se lo contó. Y por primera vez en su vida, Kristel sintió que odiaba a la chica que amaba, a su hermana del alma, a la que había compartido toda su vida a su lado.
—No lo puedo creer, Nahui, ella no es así —intentó justificarla aunque las lágrimas caían por su rostro.
—Lo sé, pero... eso no me sirve, Kris... No me sirve justificarla y tratar de encontrar respuestas a lo que hizo. Así solo me haré daño. Quizás estoy siendo egoísta, pero he dado todo por ella, he hecho todo por ella, me he pasado la vida enamorado de ella. Le entregué todo lo que soy y lo que tengo, no puedo lidiar con esto. Ahora no sé quién soy porque ella se ha llevado lo mejor de mí —susurró—. Me ha dejado odio, rencor, dolor, frustración y traición, y no me gusta ser esto, no me gusta sentirme así.
—¿Qué harás? Tenemos que buscarla y pedirle una explicación —exclamó Kristel enfadada.
—No... Yo no quiero explicaciones, el amor no se explica, Kris, se siente, se recibe o se da. Ella no quiere hacerlo, ni recibirlo ni darlo... debo aceptar que no me ama, es así, y ya...
—No, esto no es matemáticas, Nahuel, no hay dos más dos en el amor ni en la vida. Aquí debe estar sucediendo algo más. En este momento solo quiero golpearla por hacerte tanto daño, pero una parte de mí, la parte que la conoce de verdad, sabe que esto no es común. Hacía mucho que ella no era tan feliz como a tu lado, tú trajiste de regreso a la Aneley que conocí desde niña. Ella es eso, no esto —zanjó con frustración y rabia.
—No lo sabemos. ¿Te acuerdas cuando Sancor, el perro que teníamos mordió a mamá? —preguntó el muchacho y Kristel lo miró como si lo que decía no tuviera sentido, quizás estaba enloqueciendo—. Él era manso, pero estaba lastimado, le dolía tanto que no se dio cuenta que mamá quería ayudarlo. Le mordió y lastimó a quien más amaba. El dolor puede hacer que uno se convierta en algo que no es. Quizá su dolor fue tan grande que la Aneley que conociste en realidad ya no existe —susurró.
—¡No! ¡Me niego a creer eso! —dijo Kristel mirando a su hermano—. Por un tiempo sí lo creí, pensé que ella se había apagado para siempre y que parte de su alma había muerto con Abel y con su madre, pero luego la vi enamorada de ti, la vi reír, soñar, saltar, cantar... Ella estaba allí, la Aneley de siempre estaba allí y había vencido al dolor, Nahui... Algo debió haber sucedido —insistió.
—No quiero averiguarlo porque ya no tengo fuerzas, Kris. Todas las fuerzas las invertí en ella en los últimos meses y me he quedado sin más... Necesito irme, necesito concentrarme en los números que son los únicos que nunca me fallan, necesito...
—Esconderte —zanjó Kristel y él asintió.
—Sí, esconderme quizás. Y está bien, ¿sabes? A veces esconderse está bien —contestó. Kristel lo abrazó, entendía lo que sentía.
—¿Qué vas a hacer? Ella se fue —dijo y él asintió, no le importaba a dónde había ido, era mejor no saberlo.
—Me voy a ir a Nueva Esperanza en dos días. Ya hablé con la familia en donde me quedaré allá, están felices de que vaya antes, pasaré las fiestas con ellos. No quiero pensar, ni recordar... solo... olvidar.
—Los fantasmas te seguirán a donde vayas, lo sabes, ¿no? —inquirió Kristel y él asintió.
—Quizás ella tenía razón, ella no era para mí y yo forcé esta situación. No debí hacerlo...
—Deja de pensar así, no me gusta tu lado Nahuel negativo... Mira, yo averiguaré qué está sucediendo aquí, tú mientras tómate tu tiempo —dijo ella abrazándolo.
—No quiero saber nada, lo que sea que averigües, no me lo cuentes...
Kristel no respondió, ella conocía a Nahuel y sabía que tenía una bondad inmensa, pero así también cuando alguien lo lastimaba demasiado, cuando lastimaban el centro de su corazón, esa persona simplemente moría para él. Lo había hecho así con su padre y con Fabio, era como si no le afectaran, como si no le importaran, era como si Nahuel viviera en una fórmula matemática, era como si simplificara a aquellos que lo habían dañado demasiado. Ella no sabía cómo lo hacía, no sabía cómo podía abstraerse de aquello, podía ser la persona más dulce del planeta pero también el más frío, podía pasar al lado de su padre y tratarlo con respeto pero con una frialdad que congelaba el alma. Y temía que Aneley fuera la siguiente en su corta lista de personas no gratas, aunque también sabía que no sería fácil, la amaba demasiado como para odiarla tan rápido, aunque quizá el camino del amor al odio y viceversa, era más corto de lo que parecía.
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