* 34 *


Aneley se metió a la ducha y se fregó con fuerza una y otra vez, se sentía adolorida y además se odiaba por no haber podido decir que no, por no haberlo empujado, golpeado con algo. Ahora se le ocurrían miles de formas de escapar que en ese momento simplemente no pudo pensar. ¿Acaso ella había querido aquello? ¿Ella había sido culpable de que Alan hubiera logrado su cometido?

No podía sacarse la horrible sensación de su mano pesada acariciándola con fuerza, no podía olvidar su aroma a rancio y sucio, sus ojos rojos y su aliento a alcohol besándola y lamiéndola. Le daba asco él, le daba asco ella. Sus lágrimas caían sin que pudiera detenerlas, sin que pudiera controlarse. Nahuel no se merecía una novia como ella, una puta barata, sin embargo ella lo necesitaba, y aunque quisiera, no podría decirle lo que había sucedido pues le rompería el corazón. Además, esperaba que el imbécil de Alan cumpliera su promesa. Se sentía horrible que una persona tuviera el destino de otra en sus manos, era como una hormiga a quien él podía aplastar cuando quisiera.

Recordó las veces que le había dicho que la pagaría caro, recordó los sermones de José sobre mantenerse alejada de él. Pero ella no sabía que esa era su casa o sino jamás habría aceptado ir allí. Ella no sabía que sería capaz de aquello.

Después de estar bajo la ducha casi dos horas, Aneley salió temblando de frío —de cansancio o de nervios— y se vistió con algo cómodo. Arrojó la ropa que traía a la basura, su ropa interior tenía una fina línea de sangre probablemente por la fuerza con la que fue tomada. La tiró, arrojó todo lo que le recordara la escena que había vivido. Le dolían los senos y al verlos al espejo se dio cuenta que había pequeños moretones en ellos. No se había percatado de nada de aquello porque el dolor emocional era mucho más grande, la humillación mucho más dolorosa. Pensó en Nahuel pidiéndole que ya no limpiara casas, si le hubiera hecho caso eso no hubiera sucedido. Ahora sí que se avergonzaría de ella, ¿quién querría ser el novio de una zorra cómo ella?

Salió durante la tarde, no comió nada porque tenía el estómago dado vueltas y simplemente vagó sin rumbo por la ciudad, esperando no encontrarse a nadie, esperando que el mundo se terminara de abrir como en sus sueños y la tragara por completo. Por momentos sentía dolor, por otros ratos miedo, en ocasiones se encontraba enfadada, consigo misma y con el idiota de Alan, también con la vida por ponerla en esa encrucijada. Terminó en la peluquería donde desde un inicio quiso ir, le pidió al peluquero que le cortara bien corto el cabello.

—¿Está segura? —inquirió el hombre que la notaba completamente fuera de sí.

—Lo estoy —respondió ella y él así lo hizo.

Quería verse diferente, sentirse otra persona, olvidar lo que había sucedido. Quizás Alan tenía razón, ¿qué le hacía una mancha más al tigre? Podía callarlo, podía no decírselo a nadie, ni a Kristel, ni a Nahuel, menos a José. Podía hacer como si todo aquello no hubiera sucedido.

Se observó al espejo, su cara se notaba aún más delgada con ese peinado, parecía un chico de quince años. Rio como desquiciada y asustó al peluquero que no dijo nada, aceptó el dinero por su trabajo y la acompañó hasta la puerta invitándola a que se marchara.

Aneley tomó el dinero que Alan había dejado en la mesa de noche. Había pensado en dejarlo allí, era dinero sucio y aunque fuera por su trabajo de limpieza se sentía como una prostituta. Sin embargo lo tomó, lo tomó porque pensaba que él se merecía que le sacara todo el dinero que tenía, porque en realidad eso era todo lo que poseía, dinero.

Se fue al centro comercial a comprarse ropa nueva, se compró ropa interior de encaje y un vestido de color violeta de algodón liviano para ponerse esa noche, eran los últimos días de la primavera pero el verano ya se había asentado hacía unas cuantas semanas.

Volvió a su casa y se volvió a bañar. Ya no lloraba, estaba poseída por un extraño sentimiento que no podía explicar, era como si todo el enfado y la rabia hubieran formado una especie de caparazón en la cual podía protegerse del dolor y la culpa.

Esperó que fuera la hora y caminó hasta la casa de Julia, haría como si nada hubiera sucedido. Estaba decidida.

Al llegar vio a Nahuel y supo que no sería nada sencillo, aquella coraza que había construido sufrió un desperfecto apenas él le sonrió. Sin embargo, ella se colgó por su cuello como si él fuera su salvavidas en medio de un naufragio.

—¿Estás bien? —inquirió—. ¿Qué le pasó a tu cabello?

—¿No te gusta? —preguntó la muchacha. Nahuel sonrió, no es que le gustara demasiado, pero no se lo iba a objetar, de todas formas se veía bonita.

—Claro que me gusta, solo... tengo que acostumbrarme —añadió—. ¿Quieres comer algo?

—Por favor —pidió la muchacha.

Él la llevó hasta donde se estaba sirviendo la comida y la observó comer como si no lo hubiera hecho en días, Aneley estaba extraña y algo le decía que eso no era bueno. Kristel y Elián se acercaron y al verla ambos se miraron confundidos, luego miraron a Nahuel que solo se encogió de hombros.

—¿Ane? ¿Tu cabello? —inquirió Kristel algo asustada.

—Ya ves, ya no está. Así es la vida, primero estás y luego ya no estás. Un día estás bien y el otro estás mal —añadió, todos se miraron.

—Amor, creo que estás un poco alterada, ¿quieres que vayamos a caminar? —inquirió Nahuel y ella aceptó.

Sin decir palabras, Nahuel la sacó de la fiesta y caminó con ella por las silenciosas calles, se preguntó si sería buena idea llevarla ya al lugar que había preparado, no para que sucediera nada, sino para hablar, parecía que su chica necesitaba conversar.

Aneley caminó a su lado sin sentir nada, absolutamente nada. Y eso se sintió bien porque quería decir que era capaz de poner bajo aquella coraza toda clase de emociones, ya lo había hecho una vez, había congelado su corazón por completo. Podía volver a hacerlo.

Nahuel ingresó a un lugar que parecía un hotel, Aneley lo siguió sin saber por qué lo hacía, escuchó que le decía al recepcionista que tenía una habitación a su nombre y el chico le dio la llave. Ingresaron entonces al cuarto y Nahuel sonrió.

—¿Y esto? —preguntó ella observando todo a su alrededor.

—Lo había reservado para nosotros, para pasar la noche y quizás el día de mañana, pero si quieres hablar podemos hacerlo, es un lugar tranquilo y estamos solos —dijo el muchacho.

—¿Lo reservaste para nosotros, Nahuel? —inquirió la muchacha con un tono que él no pudo reconocer, asintió sintiéndose confundido.

Aneley caminó de un lado al otro como si se tratase de un animal enjaulado, respiraba con dificultad y pensaba. Nahuel había planeado aquello para que sucediera algo esa noche, ella no se sentía dispuesta a entregarse luego de lo vivido más temprano, pero él era un buen chico y la quería, a lo mejor podría borrar sus recuerdos con sus besos.

Aneley se desnudó en un segundo, dejando a Nahuel con los ojos abiertos con asombro.

—¿Ane? ¿Estás bien? —volvió a preguntarle.

—¿No es esto lo que quieres? ¿Mi cuerpo? —preguntó la muchacha sentándose en la cama.

—Sabes que no es así, no de esta manera. Me haces sentir como si solo eso me importara —respondió Nahuel con tristeza—. Quería que fuera fantástico, que fuera perfecto —añadió.

—Lo será, ven aquí —dijo la muchacha haciéndole señas, Nahuel se acercó inseguro, algo no era normal en su comportamiento—. Bueno, acércate y empecemos de una vez —añadió.

—No... te noto extraña, Ane... Y siento que... esto no está fluyendo como lo imaginé —dijo él sentándose a su lado.

—Las cosas nunca suceden como la imaginamos, Nahui. ¿Qué? ¿No te gusto? —inquirió ella y él negó.

—Claro que me gustas, eres preciosa... —afirmó.

—Entonces trae tu mano —dijo la muchacha tomando la mano del chico y colocándola sobre uno de sus pechos, él la retiró.

—Así no, Ane... no es la manera. Si te sientes mal podemos hablar, nos recostamos aquí y hablamos toda la noche, no tiene que pasar nada —dijo él alejándose.

—¿Me rechazas? ¿Por qué me rechazas? —preguntó la muchacha comenzando a llorar, sentía que él resquebrajaba toda la coraza que había construido.

—No te rechazo, solo... ¿Por qué lloras? ¿Estás bien? ¿Qué sucede? —inquirió consternado.

—Nahuel, ven aquí y hagámoslo de una vez, por favor —pidió, él la observó indeciso—. ¿Con cuántas mujeres has estado, Nahui? Dime, ¿con cuántas chicas te has acostado? —preguntó. Esperaba que le dijera con diez, o no, mejor con veinte, así se sentiría menos sucia, menos zorra.

—Ane... ¿Eso qué importa? No importa ni tu pasado ni el mío, ya lo habíamos hablado. Solo somos tú y yo —dijo el chico con ternura, Aneley se veía nerviosa, alterada.

—Ven aquí —pidió la muchacha y el chico se acercó. La abrazó con ternura y ella se dejó ir en ese abrazo que le sabía a calma, a hogar. Él acarició su espalda desnuda y le besó en la frente.

—Sea lo que sea que te está sucediendo, verás que pasará —prometió.

—He estado con muchos hombres, Nahuel, y no ha sido por amor ni por nada de eso. He dejado que me usen porque soy una puta, debes aceptarlo, debes aceptar que eso es lo que soy —sollozó.

—No digas eso, no lo eres, no me importa con cuántos hombres has estado, olvida eso, Ane, olvídalo ya —pidió, estaba preocupándose cada vez más por la extraña forma de actuar de su chica.

—¿Con cuántas has estado tú? Dímelo, ¿con una?, ¿con cinco? Por favor dime que fueron muchas —sollozó.

—Ane... No entiendo qué te sucede. Mira, si te traje aquí fue porque pensé que querías que estuviéramos juntos. Si no estás lista no me importa, te esperaré el tiempo que necesites, lo prometo —dijo mirándola a los ojos, ella lloraba.

—¿Cómo puedes decirme que me esperarás si sabes que he estado con cualquiera? —inquirió.

—Porque te amo y no me importa con quien has estado, solo quiero que cuando estés conmigo seas feliz, completamente feliz —dijo él y le regaló una sonrisa tierna que terminó de romper el corazón de la muchacha.

—Responde, ¿con cuántas has hecho el amor?

—No he estado con ninguna chica, Ane. Tú serás la primera —dijo y ella abrió los ojos sorprendida.

—Me estás mintiendo, ¿no es así? —quiso saber y él negó.

Entonces ella se levantó como si hubiera visto un monstruo o un fantasma, se vistió con premura y entre sollozos. Nahuel se acercó para abrazarla pero ella lo empujó.

—Aléjate de mí, Nahuel. Aléjate —dijo y él no entendió.

—¿Qué sucede, Ane? Dios, me estás volviendo loco, no te entiendo —exclamó ya un poco alterado por su actuar.

—Yo no quiero estar contigo, tienes que buscarte alguien que te merezca, alguien que sí te merezca, yo no. ¡Yo no puedo estar contigo! —exclamó llorando.

—Creo que has tomado algo que te ha hecho mal, o no sé... simplemente pienso que debes descansar, te llevaré a tu casa y hablaremos mañana, ¿está bien? —preguntó el chico y ella negó.

—No, olvídate de mí, no te amo, te he estado engañando todo este tiempo, pensé que podía amarte pero no, no puedo. No puedo olvidar a Abel, ni a los chicos con quienes estuve. Olvídate de mí, de verdad, es lo mejor que puedes hacer por ti —zanjó a punto de abrir la puerta para marcharse.

—Ane... ¡Espera! ¡Deja de decir tonterías! —gritó el chico, ella dio media vuelta para verlo. Necesitaba romperle el corazón, necesitaba alejarlo. Ella se estaba hundiendo en la arena movediza y no podía arrastrarlo con ella.

—Escucha, me dijiste que estarías a mi lado hasta que yo quisiera, pues ya no quiero. Deseo. Necesito que te alejes de mí. He estado con Alan hoy, me he acostado con él, te he engañado, Nahuel.

El chico abrió los ojos con sorpresa y negó con la cabeza, las lágrimas comenzaron a picarle en los ojos.

—¿Qué dices? No mientas —exclamó.

—Nomiento, pregúntale, nos hemos acostado y lo he disfrutado, Nahuel. No soy para ti y tú no eres para mí, anda, ve a Nueva Esperanza y has tu vida, olvídate demí. Lo siento... siento haberte hecho esto, lo siento —dijo y salió de lahabitación. Nahuel no la pudo seguir, el dolor en su pecho era tan grande queno podía respirar, no podía moverse, no podía reaccionar. 

Voy a ir subiendo a menudo para ir pasando este mal rato.

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