* 33 *

Nahuel preparó todo para que esa noche fuera perfecta. Estaba emocionado y quería regalarle a Aneley un momento único a solas. Irían a la fiesta en casa de Julia y luego, cuando todos estuvieran concentrados en lo suyo, él la llevaría a un sitio que había conseguido para compartir con ella. Lo había alquilado desde internet y había usado sus ahorros para ello, primero pensó en llevarla a un motel, pero luego cambió de idea, quizás eso no era lo suficientemente bueno para ella, le hubiera gustado pagar un hotel, pero no tenía el suficiente dinero, así que una posada, al estilo bed and breakfast le pareció lo ideal. Era una especial, situada en un sitio muy concurrido por turistas en el centro de la ciudad, era pintoresco y atractivo, por lo que alquiló una habitación matrimonial por toda esa noche y el día siguiente, por si a ella le apeteciera pasar todo el domingo juntos.

Aneley despertó temprano, en un principio le habían pedido que fuera a hacer la limpieza a la tarde, pero luego le preguntaron si podría ser a primera hora de la mañana y a ella eso le pareció mejor, le daba tiempo para hacer otras cosas en la tarde antes de la fiesta. Se propuso llegar para las ocho al departamento de Salma, o bueno, al que antes era el departamento de Salma. Cuanto más temprano llegase más rápido terminaría y tenía ganas de ir a la peluquería, cortarse las puntas del cabello y arreglarse un poco para la noche.

Cuando llegó, encontró la llave en el mismo lugar donde siempre se la dejaban cuando limpiaba la casa del señor Joaquín, pero al ingresar, todo era distinto.

Los viejos y raídos muebles fueron cambiados por lujosos sillones de cuero, la antigua tele fue reemplazada por una nueva pantalla plana que a Aneley le pareció tan grande como un cine. En la esquina, al lado de un piano de cola que antes no estaba allí, había un árbol de Navidad ya todo adornado. Aneley se preguntó qué era lo que tendría que limpiar en ese lugar, todo parecía reluciente.

Aun así fue por las cosas de limpieza y comenzó su labor. Colocó música en su celular y empezó a barrer y recoger algunas ropas de hombre que encontró tiradas, las juntó en un sitio para luego llevarlas al cuarto. A pesar de que el departamento estaba completamente amoblado, era impersonal, no había fotografías ni nada que detallara algo de quien fuera que habitara allí. Ella pensó que quizás el señor Guillermo lo alquilaba a alguien o podía ser que él mismo estuviera viviendo allí.

Luego de barrer y trapear toda la sala, se dispuso a limpiar los baños, había uno social y uno en la habitación. Al ingresar al cuarto no pudo evitar recordar el aroma a remedios y orín que solía envolver ese sitio, ahora había una cama de dos plazas, un armario oscuro y una mesa de noche. Algunas ropas colgaban de un perchero y entonces le pareció que una de las camperas le resultaba familiar, aunque no sabía de dónde.

Ya no quedaba mucho por hacer y eran recién las nueve y media de la mañana. Aneley estaba feliz porque había terminado mucho más rápido de lo que había planeado. Se dispuso a guardar todos los artículos de limpieza en su lugar y luego revisó que todo estuviera en orden. Uno de los globos del árbol se había caído, así que se agachó para levantarlo, fue en ese momento en el que la puerta se abrió y alguien ingresó a la casa. Ella se volteó a observar y entonces lo vio.

—Parece que Santa Claus se adelantó con mi regalo —dijo el muchacho con una sonrisa que a Aneley le congeló el alma, parecía un lobo dispuesto a acorralar a su presa y aún ni siquiera había ingresado, sus ojos estaban rojos y su camisa toda desprendida.

—Alan... ¿Qué haces aquí? —inquirió.

—La pregunta sería ¿qué haces tú aquí? Esta es mi casa —explicó el chico cerrando la puerta tras de sí.

—Yo... Salma me llamó para limpiar, pero ya me tengo que ir... ya he terminado —dijo la muchacha colocando torpemente el globo en el árbol y dirigiéndose a la puerta.

—No tan rápido, debo agradecerle a la tía Salma por este regalito —sonrió entre dientes—. ¿Por qué no te quedas y desayunamos algo? O mejor, ¿por qué no te quedas y nos divertimos un poco?

—Alan, yo ya me tengo que ir, de verdad —insistió la muchacha pero él la tomó de la muñeca con fuerza. Sus ojos llenos de venas rojas se fijaron en ella y la miraron de arriba abajo.

—Me hubiera gustado que te pusieras un uniforme de mucama, hubiera sido mucho más sexy, recuérdame comprarte uno para la próxima —añadió.

—Déjame ir, Alan... No tengo tiempo para esto —pidió Aneley intentando soltarse.

—¿No tienes tiempo para mí? ¿Por qué? Has estado con todos, Aneley, menos conmigo. ¿Es algo personal? —preguntó el muchacho y ella negó.

—No, no tengo nada en contra de ti, de verdad, solo... necesito irme, mi padre...

—¡Me importa poco tu padre! —gritó el muchacho empujándola, la acorraló por la pared y él se colocó encima, se acercó mucho a ella. Aneley volteó el rostro sintiendo que el miedo se apoderaba de su cuerpo mientras él la olfateaba como si fuera un animal a punto de devorar a su presa.

—Por favor... —rogó.

—Muy bien, por fin nos estamos entendiendo. Por favor, eso me gusta. Me gusta que me ruegues... En unos instantes lo estarás haciendo de nuevo, ya verás.

—Estás drogado, Alan, déjame. Te arrepentirás si me haces algo —dijo intentando utilizar todas sus energías para mantenerse fuerte.

—Tú te arrepentirás de haberte negado a mí, tú y ese ridículo con el que ahora sales —añadió.

—¡Déjame! —gritó Aneley forcejeando, intentando que alguien la oyera, pero nada sucedió, el muchacho era mucho más fuerte que ella y la sostenía por las muñecas mientras reía como un horrible personaje de una película de terror. Aneley sintió un sudor frío en su espalda, no tenía idea de cómo escaparía de allí.

—Te dejaré luego de que hagas todo lo que te pida —prometió—. Lo primero que harás es sacarte la ropa, entonces, caminarás hasta mi habitación donde me esperarás en la cama, lista para mí.

—No... No lo haré, Alan —zanjó Aneley con decisión.

—Mira... te la pondré fácil, Ane —rio Alan mientras se sacaba la camisa. Aneley sintió el hedor de su piel y le dio arcadas, pero se contuvo. Observó la puerta y pensó en escapar justo ahora que él la había soltado, pero el chico leyendo sus pensamientos le mostró que tenía la llave en la mano.

—Alan, déjame salir, no diré nada si me dejas ir ahora —pidió.

—No dirás nada porque no dirás nada —rio el muchacho—. Voy a decirte algo, Aneley. Vamos a hacer las cosas bien fáciles para ambos, si tú me das lo que quiero, yo no te molestaré más, lo prometo —dijo haciendo un gesto con la mano derecha—, te dejaré en paz y haré que mis amigos te dejen en paz.

—No voy a acostarme contigo, Alan, entiéndelo.

—¡No! ¡Tú entiéndelo, zorra! —gritó tomando un puñado de su cabello en su mano derecha, la muchacha gimió de dolor—. Si no lo haces, tu padre perderá su empleo, yo buscaré a tu hermana para que me de lo que tú no me has querido dar, porque mira que se ve muy buena la chiquita, creo que tuve el placer de conocerla en una fiesta hace muy poco —bromeó riendo a carcajadas—. Ahhh, ¿y sabes qué más haré? Le diré al rector que cancele la beca del chico genio con el que sales. ¿Qué sentirá él si se le arruina sus sueños? —dijo poniendo un gesto de tristeza en el rostro.

—¡No puedes hacer eso! —dijo Aneley desesperada.

—Claro que puedo, tonta. Mi padre es presidente del partido por el cual el rector busca ser diputado, si yo le digo por ejemplo que Nahuel es quien me ha roto la nariz y que necesito que el rector cancele su beca, mi padre lo hará y el rector accederá porque sabe que si no lo hace sus oportunidades de ganar estarán acabadas. Lo de Maylen es fácil, es una niña de quince años, una presa fácil para un chico como yo... y ¿lo de tu padre?, sencillo, simplemente le diré a mi padre que hable con la empresa para la cual trabaja y le diga que es un alcohólico, ¿no lo crees? ¿Quién contrataría a un chofer alcohólico?

—¡Él no es alcohólico! —lloriqueó la muchacha.

—Todos sabemos que va cada lunes a las reuniones de AA —se burló—. Además, podría decirle que tú has robado algo de mi casa cuando has venido a limpiar, no sé... una cosa valiosa que a él le interese, como uno de esos jarrones horribles que ha colocado allá —dijo señalando un mueble—. Te irás a la cárcel —rio.

—No puedes hacer todo eso, Alan, por favor —sollozó.

—Sí puedo y lo haré si no te acuestas conmigo ahora, Aneley —dijo acercándose a ella de nuevo—. Vamos, te prometo que seré bueno y la pasarás bien —añadió empezando a tocarla. Aneley comenzó a llorar.

—No quiero, por favor... no —sollozó con pena.

—Vamos, ¿qué te hace uno más? Cómo diría mi abuela, ¿qué le hace una mancha más al tigre? Mira, seré muy bueno, no le diré a nadie que esto ha sucedido. Será nuestro sucio secretito y podrás seguir con tu novio inútil —rio, Aneley negó.

—No me hagas esto, Alan, por favor... —insistió.

—Te haré feliz, te mostraré lo que es un hombre de verdad, llorarás por más, ya lo verás, vamos —pidió.

—No... no quiero —sollozó la muchacha.

—Bueno, no voy a rogarte todo el día. ¿Quieres que te pague? Puedo triplicarte lo que has ganado en la limpieza de hoy. Solo lo diré una sola vez más, si tu respuesta es no, te dejaré ir, pero ya sabes todo lo que te espera —añadió mientras apretaba con fuerza la entrepierna de Aneley con una mano, ella solo lloriqueó—. Entonces, ¿vamos? —inquirió haciendo un gesto hacia la habitación.

Aneley lo pensó, no tenía opciones, no podía dejar que ese imbécil arruinara la vida de sus seres queridos. Él era capaz de aquello, lo sabía porque José se lo había advertido muchas veces.

—V-vamos... —respondió con un hilo de voz.

—No escuché —dijo Alan con una sonrisa irónica. Estaba completamente excitado y se fregaba por ella haciendo que la muchacha cerrara los ojos con fuerza para intentar no vomitar.

—Vamos —respondió entre sollozos.

—Pero vas a dejar de llorar, Aneley, no me gustan las putas tristes —añadió. Entonces le secó las lágrimas con ternura fingida para luego empujarla hacia la habitación—. Anda, has lo que te digo. Desvístete aquí y camina hasta el cuarto.

Aquella mañana, Aneley cerró los ojos e intentó pensar que estaba en otro sitio mientras aquel chico sudoroso, drogado y con olor a alcohol se colaba entre sus piernas con tanta fuerza que le hacía daño.

Apenas terminó, Alan se quedó dormido. Ella se apresuró para levantarse y vestirse, tomó la llave que el chico había dejado en el bolsillo de su pantalón y salió de allí sintiendo que todo su mundo se había desestabilizado de nuevo, la arena movediza comenzaba a chuparla, pronto desaparecería y esta vez no habría nadie para ayudarla a salir.

Bueno... qué les puedo decir, esto ha sido duro de escribir, pero si lo hice es por algo. 

Los quiero, prometo final feliz :) ya saben

¿Ya vieron la portada de Tu música en mi silencio? ¿Les gustó?

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