* 3 *
Esa noche Aneley no durmió un sueño, se quedó allí sentada en su cama, envuelta en una manta, temblando por el frío, por el miedo, por el dolor que le causaban los recuerdos.
Por la mañana siguiente, se levantó para preparar el desayuno de su padre y su hermana, era domingo y normalmente ambos dormían un poco más. En el silencio de la cocina, encontró una nota de su padre en la cual le avisaba que había tenido que viajar y que volvería en unos días, que ella quedaba a cargo. Aneley suspiró cansada y rio con ironía, ella siempre estaba a cargo.
Su padre manejaba un camión y ocasionalmente viajaba por varios días por trabajo. Al principio, ella odiaba esos días, pero luego aprendió a tomarles el gusto. Era mejor cuando él estaba afuera, había menos problemas, menos suciedad en la casa y más comida, aunque ese no era precisamente el caso de esa vez. Su padre se había llevado prácticamente todo lo que tenían para la semana y Aneley observó con tristeza y preocupación el refrigerador y los estantes de las alacenas casi vacíos. Además, no había dejado dinero.
Sabiendo que su padre no despertaría enfadado porque ella no le había preparado el desayuno, volvió a la cama y se metió bajo las mantas, el sueño que la abandonó durante la noche, la acompañó ese día y durmió por horas enteras. Mailen la dejó hacerlo, sabía que su hermana necesitaba descansar y probablemente olvidar el recuerdo de un año atrás. Además, Aneley adoraba dormir, era su escape a la realidad, solo que no siempre le resultaba fácil conciliar el sueño.
El lunes, cuando despertó luego de haber dormido tantas horas de seguido, pensó que su cuerpo se sentía más pesado de lo normal y que a pesar de tantas horas de sueño, se sentía en realidad más cansada. Le dolía un poco la cabeza, sin embargo, luego de bañarse y prepararse para ir a clases bajó a hacer el desayuno.
El día anterior no había comido nada, por lo que moría de hambre, pero no había más que una manzana, un pan algo duro y dos fetas de queso. Tomó el pan y preparó un sándwich para Mailen y entonces devoró la manzana con parsimonia, quizá comiéndola más lentamente, se le llenara el estómago. Luego, tomó un vaso con agua.
Buscó en su cartera algo de dinero, no encontró más que unas monedas que le servirían para llegar a la universidad, por suerte Mailen iba caminando a la escuela, pero ese día sería complicado. No tenía ni siquiera para almorzar.
—Hoy iré a casa de Natalia —dijo Mailen cuando ya salían, la chica sabía que no había nada que comer en su hogar y no quería preocupar a su hermana, ya el día anterior había tenido que ingeniárselas con una vieja lata de arvejas para almorzar.
—Bien... no regreses demasiado tarde —añadió Aneley y su hermana asintió.
La chica esperó el bus en la esquina de su casa, Kristel le había avisado que ese día no tendría el auto pues su hermano mayor lo iba a utilizar, así que allí se encontró con Kris y Nahuel y fueron los tres juntos a clases. Al llegar, cuando iban a separarse para ir cada quien a su salón, Nahuel la detuvo.
—Toma esto —dijo dándole un chocolate que traía en el bolsillo—. Creo que lo necesitas más que yo —añadió.
—Gracias, no tienes que...
—¿No podrías simplemente aceptarlo? —regañó Nahuel y sin energías para discutir, Aneley solo asintió.
Nahuel la vio partir hasta su clase y luego él fue a la suya, le preocupaba esa chica y no sabía cómo ayudarla, no sabía cómo acercarse a ella.
—¡Kris! —llamó a su hermana por el camino.
—¿Ehm? —preguntó la chica que observaba algo en su cuaderno.
—Tienes que ayudar a Ane, ella no está bien, ¿no lo notas? —inquirió.
—Hago lo que puedo, Aneley no es fácil —suspiró su hermana—. No admite ayuda, no habla, no me deja entrar demasiado...
—Lo sé... pero eres todo lo que tiene —dijo Nahuel suspirando.
El profesor ingresó al salón lo que hizo que Kristel se metiera tras él despidiéndose de su hermano con un saludo de mano. Este terminó por ir a su clase.
Cuando Aneley llegó a la suya, vio una nota que había dejado el profesor avisando que no tendrían clases porque había surgido un imprevisto. Algunos chicos estaban en el salón conversando y otros copiando trabajos de otras clases, ella simplemente salió de allí y caminó hasta el patio trasero, donde se recostó en un banco y colocó la cabeza sobre la mochila cerrando los ojos, la verdad era que le dolía mucho.
—¿Estás bien? —Reconoció la voz gruesa del gordo José y asintió.
—Me duele la cabeza, nada más —respondió.
—¿Me dejas hacerte un masaje? —inquirió el chico y ella lo miró confundida. La verdad era que no le gustaba el contacto físico, le intimidaba.
—No lo sé, José... no creo que lo necesite.
—Soy bueno, lo prometo —sonrió José. La chica se incorporó y dejó que el chico se sentara a su lado, él tomó sus manos entre las suyas y fue apretando con suavidad sus dedos y nudillos mientras le explicaba que enseguida le calmaría el dolor.
—¿Dónde aprendiste esto? —preguntó ella sintiendo que el contacto comenzaba a agradarle.
—Mi madre es masajista —explicó él—. Estás muy delgada, Aneley, ¿eres anoréxica? —inquirió así sin ningún tacto.
—No... —sonrió ella—. No lo soy.
—Quería preguntarte si quieres hacer conmigo el trabajo de matemáticas. La profesora dijo que podíamos hacerlo de a dos, pero nadie quiere trabajar conmigo —explicó encogiéndose de hombros—. Tú eres la única que me llama por mi nombre —añadió algo tímido.
Aneley lo observó, era obeso y desprolijo, siempre estaba sudoroso y tenía la piel grasosa, no parecía una persona pulcra en lo más mínimo, pero tenía una mirada dulce y una sonrisa contagiosa. Todos lo llamaban gordo, o el gordo José, pero a ella no le gustaban ese tipo de apodos, así que simplemente lo llamaba José.
—Bien... —aceptó, qué más daba, ella tampoco tenía con quién hacer el trabajo.
—¿Quieres? —inquirió José sacando un sándwich de su mochila. Aneley negó—. Vamos, come, por favor —insistió el chico. Aneley negó de nuevo, pero su estómago rugió al olor de la comida—. Tienes hambre —rio el chico.
A la muchacha no le quedó otra que encogerse de hombros y aceptar el sándwich que le ofrecía el chico y comió. Pronto él sacó otro y se puso a comer, ambos se quedaron allí en silencio, mientras el estómago de Aneley agradecía la comida. Cuando la siguiente hora llegó, ella y José fueron a sus clases sin decir nada más.
En la siguiente clase, un chico llamado Max se acercó a ella, Aneley lo ignoró como pudo, pero enseguida supo que él no desistiría tan fácilmente.
—¿Tienes la clase de la semana pasada, Aneley? Es que estuve enfermo y me retrasé —dijo el chico y ella asintió pasándole el cuaderno.
—Toma...
—Son muchas lecciones —dijo el chico hojeando el cuaderno—. ¿Qué tal si en la tarde voy a tu casa y copio allí?
—No creo que sea buena idea —respondió ella mirándolo a los ojos.
—¿Por qué? Prometo que no molestaré, copiaré todo y me retiro —añadió levantando la mano como un gesto de promesa, Aneley sonrió instintivamente, Abel siempre hacía eso.
—Bien... —aceptó. Max sonrió y se alejó de nuevo acercándose a sus amigos que lo recibieron con alegría.
Cuando las clases terminaron, Kristel se unió a su amiga a la salida y le informó que se vería con un chico e irían al cine, por tanto, no podría acompañarla a casa. Ella asintió y caminó hacia la salida de la universidad.
—¡Esperame! ¡Yo te acompaño! —gritó Nahuel acercándose a ella.
Aneley no le respondió, dejó que caminara a su lado mientras ella iba pensando en el chico que vendría a su casa en la tarde. Max era un muchacho guapo y divertido, solía hablarle y siempre estaba intentando invitarla a salir, ella se había negado siempre, sin embargo, ese día, algo en él le recordó a Abel y la llevó a aceptar su visita sin siquiera pensarlo. Aneley pensó que se estaba volviendo loca.
—Ane... ¿estás bien? ¿No quieres comer algo? —inquirió Nahuel.
—Deja de preguntarme si estoy bien, Nahuel —zanjó la muchacha.
—Bien... solo... ¿Puedo preguntarte algo? —inquirió con timidez.
—Dime...
—¿Para qué fueron al lago? ¿Abel y tú?
Aneley se detuvo en seco cuando el chico mencionó aquello. Nahuel hizo lo mismo y la observó con nerviosismo, sabía que ella no hablaba del tema, pero tenía la necesidad de acercarse a ella, quería conocerla un poco más para encontrar la manera de ayudarla, Aneley era muy importante para él, aunque nadie los supiera, y estaba cansado de verla sufrir.
—¿Por qué me preguntas eso? —inquirió la muchacha algo consternada.
—Solo... quería saber... —respondió él metiendo las manos en el bolsillo sin saber qué hacer con ellas.
—No es algo que te interese y no tengo intenciones de hablar contigo, deja de andar merodeando en mi vida como un fantasma y concéntrate en tu vida, en tus estudios... en lo que quieras —zanjó enfadada y siguió caminando. Nahuel suspiró y decidió seguirla.
—Ane... yo no quise ofenderte —dijo alcanzándola y tomándola del brazo con suavidad, recién allí pudo percatarse de lo delgada que estaba bajo esa capa de ropas abrigadas que se ponía.
—¡Suéltame! —gritó la muchacha con exageración.
—¿Le está haciendo daño? —preguntó una mujer que pasaba en ese momento.
—No, no le hago daño —se defendió Nahuel algo consternado por la situación. Aneley había reaccionado de manera exagerada y lo miraba con enfado.
—No... —respondió entonces en vista que la mujer no se iba y esperaba respuesta de ella.
—Debes saber que puedes protegerte, hija —añadió la señora mirando mal a Nahuel.
—¡No hice nada! —se quejó el chico, pero la mujer dio media vuelta y se fue.
—No quiero hablar, no quiero hablar —dijo Aneley golpeando el pecho de Nahuel con el dedo índice—. No quiero hablar... —insistió sintiendo que se rompía la voz, el alma, la vida.
Nahuel identificó su debilidad de inmediato y la envolvió en sus brazos, Aneley se largó a llorar, hacía demasiado tiempo que nadie la abrazaba, hacía demasiado tiempo que necesitaba dejarse ir. Entonces las lágrimas brotaron de su rostro como si fueran cataratas saladas y no supo cómo detenerlas.
—Llora... puedes llorar aquí, no hay problema —dijo Nahuel envolviéndola en sus brazos, era tan pequeña que parecía solo una niña asustada. La fue llevando hacia un sitio donde había menos personas pues las que pasaban empezaban a voltearse a observar la bizarra escena.
Aneley lloró y lloró mientras Nahuel solo le acariciaba la espalda y le secaba las lágrimas. Luego, cuando finalmente se calmó, la acompañó a su casa sin decir nada.
—Ane, puedes contar conmigo —dijo y ella solo asintió. Llorar había hecho que le doliera más la cabeza, pero el peso con el que había amanecido parecía haberse aligerado y de alguna manera se sentía liviana.
—Gracias... y perdón —añadió con timidez. Nahuel solo asintió y dejó que ingresara para él marcharse a su hogar.
Aneley ingresó a su casa y se alegró de que no hubiera nadie, se dio un baño y se cambió de ropa, bajó y buscó algo para comer, pero la comida no aparecía milagrosamente. Se sentó en la sala y puso una película, quizás así lograba distraerse y no pensar en que el estómago comenzaba a dolerle. Se preguntó cómo podría conseguir un trabajo para poder comprarse las cosas que necesitaba, pero la universidad no le dejaba demasiado tiempo y, además, no sabía hacer nada.
El timbre llamó su atención, fue a abrir y se encontró a Max parado en frente. La verdad era que lo iba a mandar a volar si no fuera por la bolsa de comida china que traía en la mano, el hambre podía hacerle hacer cosas impensadas. Dejó que ingresara y le pasó el cuaderno, él no copió nada, solo le sacó fotos a las páginas que le faltaban y luego le ofreció ver una película mientras comían. A Aneley eso le pareció una buena idea, comenzaba a sentirse bien en compañía de personas que no estuvieran involucrada con ella ni con su historia, comenzaba a sentir que esos momentos le refrescaban el alma, eran como una especie de anestesia para el dolor.
Eligieron una comedia y aunque no lo imaginó, rieron bastante. Max fue dulce y se portó como todo un caballero, ella se lo agradeció. Habían pasado un buen rato, un buen paréntesis en su dolorosa realidad. Cuando se hizo de noche el chico se despidió, Aneley lo acompañó hasta la puerta y él le preguntó si podía volver al día siguiente, ella aceptó y él antes de irse, le dio un beso muy cerca de los labios.
Entre hoy o mañana estaré respondiendo las preguntas que me dejaron en Ni tan bella ni tan bestia y aclarando algunas cositas. Gracias a los que están por aquí, los quiero.
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