* 29 *

Aquella mañana de sábado, Aneley despertó sudada y alterada, había tenido una extraña pesadilla de la que no recordaba mucho, solo que había sido horrible. Estaba con Nahuel en algún sitio que no conocía y de pronto el suelo se abría y lo tragaba, él desaparecía en su cara sin que ella pudiera hacer nada. Suspiró y se llevó las manos a la cabeza, aquello era solo su miedo, su temor de amarlo y perderlo, de pasar por lo mismo.

Una foto de Abel reposaba sobre su mesa de noche. La observó, era una que se había tomado en la universidad, luego de un partido de basket, se veía sonriente y guapo. Aneley no pudo evitar comparar, él y Nahuel eran demasiado distintos, no había nada en él que le recordara a su ex novio, y eso le agradaba porque significaba que le estaba gustando por ser él, no por recordarle a nadie.

Suspiró y besó el portarretrato, luego lo guardó en el cajón. No sentía que estaba traicionando a Abel, no sentía culpas por estar con Nahuel y muy dentro de ella sabía que lo que estaba comenzando a sentir sería grande y fuerte, así como lo de Abel, o quizá más.

Abrazó su almohada en forma de emoji y suspiró, tenía miedo a perderlo, a que se cansara y se alejara, a que en su viaje conociera a alguien más, con menos problemas que ella.

Alguien golpeó la puerta sacándola de sus pensamientos.

—¿Ane? ¿Estás despierta? —inquirió Maylen.

—Pasa... —respondió la muchacha.

Maylen pasó y se sentó en la cama al lado de su hermana.

—Quería saber si me dejas salir hoy, papá no está por eso te lo pregunto a ti —dijo la más pequeña de las hermanas, Aneley la miró con curiosidad, ella no solía salir.

—¿A dónde irás y con quién? —preguntó.

—A una fiesta de cumpleaños, conocí a un chico... Se llama Martín y me invitó al cumpleaños de su primo —explicó.

—¿Un chico? ¿Y qué chico es? ¿Es de tu escuela? —Quiso saber Aneley.

—Sí, está en último año, creo que es buen chico, Ane, me trata muy bien —sonrió la muchacha y Aneley supo que estaba enamorada.

—Bien, solo promete que te portarás bien y no harás tonterías —dijo sin sentirse capaz de prohibirle nada, pero sintiéndose preocupada por su adolescencia y su juventud.

—Lo prometo —sonrió.

—Yo iré a una fiesta de disfraces, Maylen, pero estaré a tu disposición si me necesitas, ¿está bien? —inquirió.

—Sí, gracias —asintió la muchacha antes de salir.

Esa tarde, Aneley fue a la casa de Salma, hacía mucho tiempo que no la llamaban para limpiar el hogar del anciano Joaquín, por lo que había pensado que había fallecido. Cuando llegó al lugar se dio cuenta de que no se había equivocado, Salma había empaquetado ya todas las pertenencias del viejo y necesitaba que ella limpiara la habitación para el próximo inquilino.

—Gracias por venir, Aneley —dijo la mujer—. Es una pena que ya no pueda seguir dándote trabajo aquí, pero te tendré en cuenta para cualquier empleo.

—No se preocupe, gracias por haber confiado en mí por tanto tiempo y mis pésame por lo de su padre —respondió Aneley.

—El pobre la pasó muy mal durante las últimas semanas.

—¿Va a vender este departamento? —preguntó la muchacha mientras iniciaba la limpieza.

—No, en verdad este departamento era de mis padres. Lo habían comprado pensando en su vejez, aquí querían morir juntos. El caso es que hace un buen tiempo mi padre lo tuvo que hipotecar, fue cuando mi madre enfermó —comentó Salma mientras acumulaba caja sobre caja, Aneley la escuchaba con atención, se notaba que estaba triste y ella sabía muy bien lo horrible que se sentía la muerte de un ser querido.

—Lo entiendo...

—Un primo mío se había ofrecido a comprar el departamento en aquella época, y papá se lo vendió. Es decir, mi primo lo que hizo fue pagar la deuda de mi padre —comentó—. No pudimos decir nada porque mamá estaba mal y papá necesitaba el dinero, pero le pedimos a Guillermo, mi primo, que por lo menos los dejara vivir aquí hasta que ambos fallecieran, todo esto les había costado tanto, Ane.

—Me imagino... —Aneley sabía el valor de las cosas materiales y también entendía lo que significaba perder.

—El caso es que Guillermo aceptó, papá y mamá vivieron aquí, mamá falleció primero y ahora se fue papá, así que este sitio pertenece a Guillermo —explicó.

—Lo entiendo... Lo siento... —dijo sin saber qué más agregar.

—Gracias. Al menos sé que he sido una buena hija hasta el final, me queda ese consuelo —añadió la mujer y Aneley asintió—. Las cosas materiales no importan.

Salma comenzó a cargar las cajas en el auto y Aneley la vio derramar una que otra lágrima ante los recuerdos que habitaban en ellas. La muchacha percibió la tristeza y no dijo más. Cuando Salma se fue, ella quedó en terminar de limpiar y dejar la llave en el sitio donde siempre la buscaba, la mujer le dio el pago y se despidió con un abrazo.

En aquella casa vacía, Aneley pensó de nuevo en lo efímera que era la vida, un día estabas y al otro no. Se preguntó si Joaquín estaría ya con su mujer, sonrió al imaginar que sería así. Recordó las palabras de Salma diciendo que por suerte había sido una buena hija y las asoció con las de su madre, se sentó en el suelo y la recordó.

—Ane, ¿por qué estás enojada? —le había preguntado aquella noche en el hospital.

—No me parece justo que te tengas que morir —respondió la muchacha de catorce años que en ese entonces era.

—¿Quién determina lo que es justo y lo que no, Ane? Las cosas suceden, nada más —dijo su madre.

—Pero tú no mereces esto, eres joven y mereces una vida feliz —sollozó.

—Todos merecemos una vida feliz, Ane, y yo la tuve. Tu padre me ha hecho la mujer más feliz del mundo, soy madre de dos hermosas niñas que me han dado el mejor título que pude obtener alguna vez, el de mamá. No importa cuánto tiempo haya vivido, Ane, lo importante es que he vivido y he sido feliz cada segundo de mi vida —respondió.

—Pero, te extrañaré —susurró acercándose a su madre y abrazándola para llorar en sus brazos sin saber en aquel momento cuánto extrañaría poder hacer aquello en el futuro.

—Lo sé, y yo también a ti —respondió la mujer—. Pero debes prometerme que buscarás tu felicidad, quiero que vivas tu vida al máximo, Ane. Quiero que rías, que llores, que cantes y bailes. La vida te traerá muchos problemas, pero no porque tú te los merezcas sino porque así crecemos, así aprendemos, así nos hacemos fuertes. Enfréntalos, no huyas, y sobre todo, no dejes de sonreír, hija.

—No puedo sonreír si sé que morirás —añadió la muchacha.

—Hay tiempo para todo, Ane, llora cuando debas llorar pero levántate y vuelve a sonreír, hija. No dejes nunca que el invierno congele tu corazón para siempre, porque cuando te des cuenta, la vida te habrá pasado por un costado y ya no podrás alcanzarla. Cuando sientas ganas de reír, ríe, cuando sientas ganas de gritar, hazlo, cuando quieras amar, ama. Solo vive, Ane, y disfruta de la vida.

Aneley se descubrió sollozando ante aquel recuerdo que había olvidado y había llegado a ella de manera tan extraña. ¿Por qué no había recordado eso antes? Suspiró, el enfado, la frustración, la pérdida y el miedo le habían congelado tanto el corazón que ella olvidó aquel consejo quizá porque no se había creído capaz de cumplirlo.

Sin embargo todo había cambiado, y ella quería amar, quería reír, quería gritar y bailar. Y eso es lo que haría. La vida era demasiado corta.

Salió de la casa de Salma y fue a buscar a Nahuel, el chico estaba en su casa viendo una película en su habitación. Aún era temprano para la fiesta de disfraces, pero Kristel había salido con su novio para ultimar detalles.

Como nadie abrió la puerta, Aneley ingresó por atrás, como solía hacerlo normalmente. Subió al cuarto de Nahuel y golpeó.

—¿Se puede? —preguntó y el chico dio un brinco al reconocer su voz.

—Pasa... —dijo observando el desastre que había en su habitación, le avergonzaba que Aneley viera todo aquello tirado, pero no tenía ganas de levantarse a arreglarlo, la película estaba demasiado interesante.

Aneley ingresó y se recostó de inmediato a su lado en la cama, lo abrazó y comenzó a besarle la mejilla, el cuello, los brazos.

—¿Hola? —dijo el muchacho divertido.

—Hola, te extrañé —respondió la chica sonriendo.

—Yo también —respondió besándola también.

—¿Qué ves? —inquirió la muchacha.

—Una comedia, pero ya está por terminar. ¿Quieres que la apague?

—No, termínala tranquilo —respondió ella y volvió a besarlo, dejó que su mano vagara por el abdomen del chico colándola bajo su camiseta y Nahuel perdió toda concentración en la imagen emitida por el televisor, su piel se erizó y su cuerpo comenzó a reaccionar. De manera veloz tomó una almohada y se la puso sobre las caderas, Aneley sonrió.

—Si haces eso no puedo concentrarme —dijo el chico y ella sonrió deteniéndose.

—Es que el viejo Joaquín falleció —respondió la muchacha.

—Okey, eso es más bizarro. ¿Qué tiene que ver? —añadió Nahuel.

—Nada, solo estuve pensando en lo efímero de la vida y en lo mucho que a veces nos detenemos en las cosas malas o en los problemas y dejamos pasar todo lo bello. Siento que he perdido mucho tiempo —suspiró.

—Cada quien tiene su ritmo y su tiempo, Ane. Tú solo tuviste el tuyo —respondió.

—Siempre sabes cómo consolarme —dijo ella besándolo en el cuello y acercándose aún más.

—Ane... me vas a volver loco —respondió el chico rindiéndose ante aquellos besos y abrazándola. Aneley sonrió y él dejó que su mano se aventurara bajo la camiseta de la muchacha, tocando piel que nunca antes había palpado y sintiendo su cuerpo estremecerse en sus brazos.

—Me gustas también cuando te vuelves loco —respondió la muchacha.

—Hmmm, tú me gustas de todas las formas posibles —añadió.

—Nahuel, no quiero perderte, ¿sabes? Y a veces siento que temo tanto que suceda, que no me dejo llevar del todo porque ese miedo me limita. En mi interior sé que si me dejo ir llegaré demasiado lejos, me enamoraré tanto que...

—¿Que qué? —preguntó él ante su repentino silencio.

—¿Recuerdas que una vez te dije que perdía a todos los que amaba? No quiero perderte, Nahuel...

—Escucha, no vas a perderme, Ane, pase lo que pase siempre serás la dueña de mis pensamientos y de mi corazón —afirmó el muchacho, pero eso no fue suficiente para ella.

—Te amo —admitió entonces haciendo que el corazón de Nahuel comenzara a latir de forma acelerada—. Desde hace tiempo que lo sé, solo no quería admitirlo, porque hacerlo me vuelve vulnerable.

—Puedes ser vulnerable conmigo, amor. Yo también te amo —respondió el chico.

—Lo sé, y no me importa serlo contigo, me conoces así. Me importa hacerme vulnerable al destino y que este se vuelva a ensañar conmigo —susurró escondiéndose en su pecho—. Si te pasara algo yo... No podría...

—No me pasará nada, Ane —respondió el muchacho y entonces ambos comenzaron a besarse.

Aquel beso tímido que actuaba como sello de compromiso de la promesa de amor que acababan de hacerse, fue convirtiéndose en fuego y lava corriendo por sus venas. Hacía mucho tiempo que Aneley no deseaba tanto a alguien, y a Nahuel, la intensidad del momento le superaba por completo. Ella siguió aferrándose a su pecho, acariciando su piel, su torso, sus brazos, y él dejó bajar sus manos por la espalda y el abdomen de la muchacha deseando atravesar fronteras que no sabía si le estarían permitidas pasar.

Sentía que sus manos le temblaban por las ganas de acariciarla más, de ir más lejos, y por el miedo a que ella se sintiera mal o que no le gustara, a que se enfadara. Pero ella solo sentía amor, se estaba entregando a ese sentimiento y estaba olvidando el miedo, estaba apartando a sus demonios para dejarlo ingresar por completo a su vida.

—Gracias por traer la primavera de vuelta —susurró la muchacha muy cerca del oído de Nahuel.

El muchacho se apartó casi de golpe sintiendo que no podría aguantarse más. Aneley lo observó confundida y él se odió por aquella reacción.

—¿Sucede algo? —inquirió Aneley.

—No... solo, estoy algo... acalorado y no quiero que tú... No quiero hacerte daño ni que pienses que solo deseo... —Nahuel no encontraba las palabras, pero aquello le pareció muy dulce a Aneley.

—Ven aquí —dijo llamándolo y él se acercó, la muchacha lo abrazó y alejó el almohadón que el chico había puesto en medio de ambos.

—Yo... tú me estás enloqueciendo —dijo con algo de vergüenza.

—Y tú a mí, Nahui. No pienso nada malo ni me harás ningún daño. Gracias por preocuparte por mí incluso en un momento como este —añadió—. Gracias por cuidarme tanto.

—No me agradezcas más nada, Ane. Te amo, es todo.

—Entonces bésame y olvida tus miedos como yo estoy olvidando los míos —pidió la chica y eso fue suficiente para él. Se acercó para besarla y con su cuerpo la fue recostando lentamente en la cama, él se colocó encima y ella le hizo un hueco entre sus piernas, ambos estaban completamente vestidos pero eso no impidió que sus cuerpos se rozaran, se sintieran, se imaginaran, se encendieran.

Me gustó mucho este capítulo.

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