* 27 *
De pronto todo su mundo volvió a teñirse de gris, los recuerdos de su pasado cayeron sobre ella como si se tratara de una bolsa de arena pesada. Sintió que el pecho le apretaba mientras recordaba a Max y a Sebastián tocándola, besándola. Sintió asco, de los recuerdos y de su propio cuerpo, parecía que era recién en ese momento que comprendía lo mal que había estado, lo lejos que había llegado.
Quiso llamar a Nahuel, ir a buscarlo y llorar en sus brazos, pedirle que le dijera que ella no era una puta, que él aún la querría así. Él había dicho que la quería, pero no estaba segura si aquel cariño era capaz de perdonar todo ese pasado tan horrible. Entonces llamó a Kristel.
—¿Ane? —saludó la muchacha.
—Kris... —dijo ella sollozando.
—¿Qué sucede? ¿Estás bien? Nahuel me contó lo que pasó. Está enojado —explicó la muchacha.
—Lo sé, y yo también con él —dijo Aneley entre lágrimas—. No es justo que me haya dicho que no confío en él —explicó.
—¿Estás llorando porque mi hermano está enfadado contigo? Ya se le va a pasar, Ane —dijo Kristel confundida.
—No, estoy llorando porque me siento mal, Kris. Esos estúpidos tienen razón, me he comportado como una puta —sollozó.
—No seas tonta, Ane. Deja de martirizarte, lo hecho, hecho está y tú más que nadie sabes que no lo eres, y ni si lo fueras, eso tampoco les da derecho a perseguirte de esa manera. Son ellos los que están equivocados, no tú —dijo su amiga con voz tranquila—. Ya no pienses en eso, ¿sí? Mejor piensa en amigarte con Nahuel, porque entre el enfado contigo y la ansiedad de los resultados del examen, está insoportable —añadió y Aneley sonrió.
—No... déjalo allí, no lo adularé. No me gusta que dude de mí, jamás pensaría que es un inútil y me duele que crea algo así —exclamó.
—Rayos, olvidé que uno es más terco que el otro, está bien, cada cual a sus esquinas y que gane el mejor —dijo Kristel haciendo sonreír a Aneley.
Los siguientes días ninguno de los dos se dirigió la palabra. A pesar de que iban y venían juntos con Kristel en medio, ninguno hablaba y ponían a la muchacha en situaciones incómodas. Aquella mañana, justo antes de que se dijeran los resultados de la beca, los tres iban de camino a la universidad.
—Dile a Nahuel que le deseo suerte —dijo Aneley a su amiga.
—Ane te desea suerte —repitió Kristel con voz cansina. La verdad era que esos dos la tenían agotada y se preguntaba si había sido buena idea creer que podrían funcionar como pareja.
—Dile gracias —respondió Nahuel.
—¡Ya basta! ¿Qué edad tienen? ¿Ocho? —inquirió nerviosa—. Me tienen harta, ¿por qué no se hablan de una vez y se dejan de estupideces? —preguntó—. Ninguno de los dos tiene razón, tú la has hecho sentir mal porque ella jamás pensaría de ti que eres un inútil —dijo señalando a Nahuel—. Y tú lo has lastimado por haber carecido de sentido común, ¿qué no entiendes, Ane? Hubieras dejado que esos estúpidos le rompieran la cara así se sentía bien machote —añadió, Aneley rio y Nahuel bajó del auto apenas llegaron. Estaba enfadado y no pretendía seguir allí. Los resultados se darían en un par de horas y eso también lo tenía alterado.
Kristel y Aneley caminaron juntas hasta la clase.
—¿Crees que ganó? —preguntó Aneley.
—Seguro, es un cerebrito —respondió Kristel—. Pero no sé si él en realidad quería ganar.
—¿Por? —inquirió la muchacha y Kristel hizo girar los ojos como si fuera obvio.
—Porque no quiere dejarte, tonta. Son unos cuantos meses —añadió.
Kristel ingresó a su aula despidiéndose y Aneley siguió a la suya, tenía razón, ella no había pensado en eso. Es decir, había pensado en que lo iba a extrañar, pero no había llegado más lejos. Durante ese tiempo él podría conocer otras chicas, podría salir a divertirse, ir de fiesta, estar con alguien.
Un apretón en su pecho le hizo dudar de si era en realidad buena idea haber forzado esa situación. Fue ella la que insistió con aquello, pero si ganaba, ella podría perderlo.
¿Perderlo? Se preguntó. «Ni siquiera es tuyo». Se respondió a sí misma. Suspiró deseando poder decirle las cosas que sentía, pero no podía hacerlo sin prometerle algo más, una relación, un paso que ella no estaba preparada para dar. Suspiró deteniéndose frente al panel aún en blanco que en unas horas contendría los dos nombres de los ganadores.
Él no iba a esperarla para siempre, pero ella no sabía cuándo estaría lista, cuando perdería el miedo. Y es que todo le daba miedo, volver a empezar una relación, llegar a quererlo tanto que finalmente también lo pudiera perder, no estaba preparada para sufrir aquello otra vez, y arriesgarse a amar significaba también, arriesgarse a perder... o a ganar, pero el caso era que ella nunca ganaba.
Ingresó a su aula sintiéndose algo confundida, se sentó en un sitio y para su mala suerte, en la mitad de la clase, el profesor cambió de lugares a los que estaban molestando, llevando a su compañera Daysi —que estaba sentada a su lado y que ni hablaba— a otro sitio para sentar a Alan a su lado.
Aneley giró los ojos, eso era lo único que le faltaba. Por los siguientes treinta minutos que faltaban para que terminara la clase, intentó deshacerse de él, apartar su mano que a cada rato se acercaba a la suya, o darle un empujón a su pierna cada vez que la arrimaba a la suya. Ese tipo era un odioso.
—¿Y tu mascotita? —preguntó Alan y ella lo ignoró—. ¿No vas a darme lo que te pedí, bonita? Si me das lo que quiero, todo estará bien y luego ya no te molestaré —zanjó.
—Me das asco —dijo Aneley y se levantó, con la idea de pedir permiso para salir al baño, ya que no aguantaba más a ese pesado.
En ese momento el timbre de salida sonó y Aneley aprovechó para arrojar sus útiles a su mochila y salir en busca del panel con los nombres.
Cuando llegó al sitio vio los dos pedazos de papel con los nombres en letras grandes.
Nahuel había ganado y una tal Teresa también.
Sonrió sintiéndose feliz y triste al mismo tiempo. Entonces sintió la necesidad de buscarlo, ya no quería estar enfadada con él, quería que esos dos meses que le quedaban juntos, fueran increíbles.
Lo buscó en la cantina y no lo vio, lo buscó en la bilioteca y tampoco estaba, ni en el gimnasio ni en el jardín. El timbre de la siguiente hora sonó y ella decidió seguir buscándolo mientras todos iban a sus aulas. Entonces lo vio, estaba en el patio, cerca de las fuentes de agua, se estaba poniendo de pie para poder volver al aula, así que ella emocionada por compartir la noticia, corrió hasta él.
—¡Quedaste! ¡Acabo de ver la lista! —gritó cuando se acercaba al chico, Nahuel se volteó al oírla y le regaló una sonrisa mientras esperaba que llegara.
—Bueno, ha sido una sorpresa, no me lo esperaba —dijo encogiéndose de hombros y viéndola respirar agitada.
—¿Cómo que no? No seas modesto, era obvio que la ganabas —respondió ella dando pequeños brinquitos de emoción, la verdad era que deseaba abrazarlo.
—Bueno... si tú lo dices. —Se encogió de hombros de nuevo.
—Estoy orgullosa de ti, Nahuel. —añadió la muchacha con una sonrisa tímida.
Nahuel no respondió, no estaba acostumbrado a aquellas palabras y no sabía cómo sentirse.
—Gracias —susurró sintiendo que su corazón vibraba, se sentía lindo saber que ella lo valoraba.
—Eres inteligente y trabajas duro, te mereces todo lo bueno que te sucede —añadió ella y él la miró a los ojos.
—¿Eso te incluye a ti? —preguntó.
—¿Eh? —respondió ella sin comprender muy bien la pregunta.
—Tú me sucedes —dijo entonces y ella se mordió el labio ansiosa, sus ganas de abrazarlo aumentaron mientras una vibración incómoda pero placentera brotaba en su abdomen.
—Yo... ¿Puedo abrazarte? —Se animó al fin y Nahuel rio cortando el momento tenso que se había creado.
—¿De veras crees que debes pedir permiso?
—Pensé que estabas enfadado —dijo ella encogiéndose de hombros.
—Y tú también lo estabas, ¿no? —preguntó.
—Sí, pero ya no —respondió ella y entonces se colgó por él de forma instantánea y el chico la envolvió con sus brazos. Se dejaron llevar en silencio por esas emociones que siempre los envolvían cuando estaban cerca.
Sus cuerpos estaban unidos en varias zonas, pero como si de un imán se tratara, la mejilla derecha de Nahuel se pegó a la de Aneley y el contacto se hizo intenso y caliente. Sin que ninguno de los dos se percatara, sus rostros comenzaron a moverse frotando sus pieles la una contra la otra, al principio eran movimientos pequeños, casi imperceptibles, pero fueron creciendo, y con cada movimiento sus pieles iban trazando un camino, un camino a un sitio que deseaban llegar.
Cerraron los ojos y se dejaron ir concentrados en aquella caricia que los iba guiando, ambos sabían donde desembocaría, ambos lo deseaban. Centímetro a centímetro sus labios se fueron acercando desperdigando pequeños besitos mientras trazaban esa línea imaginaria hasta que ya no era mejilla contra mejilla sino boca contra boca.
La piel suave de los labios de Aneley reposó sobre los de Nahuel y entonces ella posó allí un tierno beso. Eso fue suficiente para que el chico se animara a más. Tomó con delicadeza el rostro de la muchacha entre sus manos y devoró su boca en un beso hambriento. Aneley abrió los labios sin oponer resistencia y se dejó ir en una mezcla de sensaciones que le hacían temblar las piernas y el alma.
De pronto, una lágrima gorda se resbaló por su mejilla y se coló entre el par de labios que se saboreaban gustosos, entonces la sal convirtió el río en mar y Nahuel reaccionó alejándose con lentitud. Aneley no abrió los ojos, se quedó allí sintiendo el frío del espacio que había dejado el chico.
—¿Por qué lloras? —inquirió él con temor de haberle causado algún daño. Aneley no contestó, más lágrimas brotaron de sus ojos cerrados y se derramaron por su rostro. Nahuel las rescató con sus besos—. Dime, ¿por qué lloras? Háblame, por favor —murmuró muy cerca de su piel donde su aliento cálido mezclado con la humedad la hicieron estremecer.
—Yo... —Aneley abrió los ojos y lo observó, se veía consternado, temeroso, como si le hubiera hecho algún daño. Ella no sabía en realidad por qué lloraba, si de felicidad o de tristeza, si de miedo o de esperanza.
—Háblame... por favor —pidió de nuevo.
—Yo... te quiero —dijo entonces la muchacha y el corazón asustado de Nahuel comenzó a latir a toda velocidad.
—Yo también te quiero, Ane... mucho... demasiado —murmuró el chico mirándola con dulzura—. Pero ¿y las lágrimas?
—Solo... no estoy lista aún —respondió la muchacha bajando la vista con vergüenza. Nahuel la abrazó en silencio, la palabra «aún» era una promesa implícita que le llenaba el alma de una esperanza que no había tenido jamás.
—No importa, no hay presiones para nada... No llores —añadió apretando un poco más sus brazos en el cuerpo de la muchacha.
—Me gustaría poder ser todo lo que necesitas, me gustaría poder darte todo lo que mereces —dijo ella con la voz hecha un susurro.
—Y yo solo necesito que seas feliz, Ane...
Se quedaron allí abrazados como si quisieran hacer que el tiempo durara eternamente, como si ninguno de los dos quisiera alejarse de aquel sitio en donde se sentían seguros y a salvo.
Este es el beso que hace unas semanas soñé :) Espero les haya gustado, sobre todo a las que lo esperaban con ansias.
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