* 26 *

Aneley esperaba ansiosa afuera de la sala trescientos dos del tercer piso, Nahuel llevaba dos horas dando el examen para la beca junto con otros tres chicos y dos chicas. No eran muchos los que se habían presentado, sin embargo había solo dos lugares, uno para un chico y otro para una chica.

Alguien que pasó a su lado le entregó un papel, era una invitación para una fiesta de disfraces por Halloween, Aneley pensó que era estúpido, esa no era una celebración típica de esa zona del planeta y le molestaba cuando se quería copiar la cultura de otros lugares que nada tenían que ver con ellos. Arrugó el papel pero no lo tiró, no le gustaba dejar basura en el suelo, ya buscaría un papelero.

Nahuel salió de la sala y ella corrió a abrazarlo. El chico sonrió, ya se estaba acostumbrando a los abrazos de Aneley, que llegaban en cualquier momento.

—¿Qué tal te fue? —preguntó la muchacha.

—Supongo que no lo sabré hasta dentro de dos días —dijo el chico.

—¿Se darán los resultados en dos días? —inquirió.

—Sí... porque en noviembre hay que comenzar a hacer los papeles para el viaje y toda esa cuestión —añadió él.

—¡Qué nervios! —dijo la muchacha—. ¿Te imaginas lo genial que será conocer las playas de Nueva Esperanza?

—Me voy a estudiar, Ane —respondió el chico divertido.

—Sí, pero esa es una ciudad hermosa, llena de turistas, parejas que van de luna de miel, hoteles all inclusive, playas, sitios para nadar con delfines —empezó a citar mientras daba vueltas por los pasillos. Nahuel rio, le gustaba la nueva faceta de Aneley, esa que sonreía, que soñaba, que era divertida.

—Sí, pero no sé si tendré mucho tiempo para eso. Además no estaré en la zona de los hoteles, estaré en la zona de las universidades —añadió.

—Siempre puedes ir a conocer, sacarte fotos y mandármelas —dijo la muchacha—. ¡Por favor! —pidió como si fuera una niña—. Mamá me había prometido que iríamos juntas cuando cumpliera los quince —añadió—, pero no pudimos hacerlo —suspiro.

—Te mandaré fotos, te lo prometo —dijo el chico al oír aquello. Aneley saltó entusiasmada como una niña y el papel que había arrugado se le cayó en el suelo—. Se te cayó, algo, ¿qué es? —preguntó Nahuel.

—Una tonta invitación para una fiesta de Halloween —dijo la chica y él se la pidió.

—¿Vamos? —inquirió.

—¿Estás loco? Es aburrido —dijo ella—. Además, ¿quién aquí celebra Halloween? No estamos en los Estados Unidos, esto es ridículo —zanjó.

—Igual, vamos, nos podremos disfrazar, puede ser divertido. ¿De qué quieres disfrazarte? —inquirió Nahuel riendo.

—¡De Hermione Granger! —exclamó Aneley—. Siempre quise hacerlo.

—Pues, ¿ves? Ahora tienes la oportunidad.

—Eso es cierto, podríamos decirle a Kristel y a los chicos que también se disfracen de algunos personajes de Harry Potter y nos vamos todos así —añadió entusiasmada.

—Interesante —respondió él mientras caminaban hasta la salida de la universidad.

—¡Tú puedes ser Harry! —dijo ella y él sonrió, la observó pensando en qué rápido había cambiado de idea sobre no querer ir, también pensó que le gustaba, su nueva faceta solo le gustaba más.

—No quiero ser Harry —exclamó el chico.

—¿Por? ¿Quién no quiere ser Harry? —replicó ella mirándolo con curiosidad.

—Quiero ser Ron —dijo él—. ¿Crees que podamos conseguir una peluca pelirroja? —inquirió.

—¿Por qué quieres ser Ron? —preguntó Aneley con curiosidad—. Era el más tonto —dijo como si aquello fuera demasiado obvio. Y ¿quién será Harry si tú no lo eres?

—Podría ser Elián, y mi hermana podría ser Ginny —exclamó y ella asintió.

—Deberíamos conseguir dos pelucas entonces —añadió—. Sigo sin entender por qué quieres ser Ron —negó.

—Tú a veces eres un poco lenta, ¿no crees? —inquirió él riendo y ella volteó a mirarlo con enfado.

—¿Qué dijiste?

—Ron se queda con Hermione —añadió entonces y caminó adelantándose a ella que al principio lo observó sorprendida y luego sonrió. Aneley corrió para alcanzarlo y le dio un beso en la mejilla.

—Puedes ser Ron si deseas —dijo y él solo asintió divertido.

Cuando salieron de allí, se toparon con Max y su pandilla, estaban sentados fumando algo en las escaleras de uno de los pabellones.

—Miren quienes vienen aquí —dijo Max levantándose.

—¿Cómo estás, Nahuel? ¿Ya se te hizo? ¿Ya te dio esta puta lo que tanto anhelas? —inquirió y sus amigos comenzaron a reír.

—¡Déjanos en paz! —dijo Nahuel sintiendo su sangre hervir, la sonrisa y la algarabía de Aneley se borraron en cuestión de segundos.

—Es muy buena chupando —dijo Sebastián y volvieron a reír.

—Idiotas —zanjó la muchacha.

—No era lo que decías cuando me tenías entre tus piernas —dijo Max acercándose a ella—. «Dame más, hasta el fondo» —habló con vos aguda como si la estuviera remedando.

—¿Qué tal si te apuras, Nahuel? Estoy esperando mi turno y me estoy cansando —zanjó Alan y volvieron a reír.

Nahuel no soportó más y se acercó a los chicos como si les fuera a encarar de una vez por todas.

—¡Ay! ¡Qué miedo! —dijo Max al verlo. Aneley entendiendo que aquello terminaría mal, lo estiró del brazo.

—¡Vamos! ¡Vamos! —añadió, pero el chico no se movió—. No vale la pena, Nahui, en serio —insistió la muchacha.

—Pobrecita, tiene miedo que matemos a su mascota —rio Alan y entonces Nahuel le dio un golpe que el chico no esperaba recibir. El puño de Nahuel fue a parar al centro de la nariz de Alan y entonces la sangre comenzó a chorrear. El chico gritó del dolor.

—¡Vamos! —gritó Aneley y estiró a Nahuel que corrió tras ella.

Los nudillos le ardían y estaban llenos de sangre, corrieron lo más rápido que pudieron temiendo que los muchachos los siguieran, y al llegar a la casa de José —que quedaba solo a una cuadra de la universidad—, Aneley tocó el timbre con la esperanza que le abrieran y pudieran ingresar para quedarse allí hasta asegurarse de que no los perseguían. José abrió la puerta y asustado por la expresión de sus amigos los dejó pasar.

Ambos le explicaron lo sucedido y este se preocupó, no era buena idea que Alan se enfadara y él lo sabía. Les dio lo necesario para que curaran la herida y luego les sirvió un vaso con agua.

—Esos chicos deberían estar presos —dijo la madre de José que había venido a ayudar.

—Son hijos de personas influyentes —añadió José y se encogió de hombros.

—Son unos pandilleros —se quejó la señora.

Un rato después y cuando todo se calmó, Aneley y Nahuel salieron para regresar a sus casas. La muchacha sintió que algo no estaba bien y miró al chico.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—No me dejaste darles su merecido, tú no confías en mí, crees que soy tan inútil que no podría hacerles nada —escupió Nahuel con dolor y frustración.

—¿Qué demonios dices, Nahuel? ¡Eran tres contra uno! No había forma que ganaras —dijo molesta por su actitud.

—Lo cierto es que tú piensas que soy un inútil y que no soy capaz de defenderte, eres igual que todos los demás —añadió con dolor y luego se alejó. Aneley dejó que se fuera, estaba enfadado y había logrado que ella se enfadara también. ¿Cómo demonios pretendía ganarle a esos tres grandulones él solo? Además ellos estaban acostumbrados a eso, a los golpes y peleas, Nahuel no.

—¡Eres un tonto! —gritó enfadada.

Siguió caminando con rapidez para ver si así se sentía más tranquila, Nahuel la había sacado de sus casillas y estaba enfadada. ¿Cómo podía pensar que ella creería que él era un inútil? Simplemente se trataba de sentido común.

—¡Ey, puta! —La voz de Alan gritando desde la ventanilla de un vehículo en movimiento la asustó y apresuró la marcha—. ¡Tú y tu mascota me las pagarán muy caro! —gritó.

Aneley no giró a verlo, pero echó a correr, aquello comenzaba a asustarla, esos chicos eran más que simples muchachos problemáticos o revoltosos. Quizá la preocupación de José era con fundamento.

Al llegar a su casa ingresó sintiendo que se le aflojaban los pies y que le sudaban las manos. Maylen estaba viendo una película en la sala, pero a ella no le apeteció quedarse. Fue hasta su habitación y se tiró en la cama. Estaba atemorizada y enfadada, estaba molesta con Nahuel y a la vez no podía seguir soportando a esos chicos.

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