* 2 *

Aneley no supo en qué instante su cuerpo se trasladó a la pista de baile, la cerveza comenzó a hacer efecto en algún momento y todos sus pensamientos coherentes comenzaron a evaporarse. Solo quería contonearse al ritmo de la pegajosa melodía de la música del momento, cerrar los ojos y sentir el cuerpo de Hugo presionándose por el suyo imaginando que era Abel el que bailaba a su lado. No eran demasiado parecidos y Hugo no olía tan bien como Abel, sin embargo, la cerveza ayudaba bastante con la mezcla de percepciones.

Sintió las manos grandes y firmes del muchacho apresando su cintura, pudo sentir uno de sus dedos bajando un poco en diagonal, acariciando el inicio de sus nalgas. No dijo nada.

De pronto el chillido de su amiga enfadada la obligó a reaccionar.

—¡Escúchame! —gritó Kristel casi en su oído.

—¿Por qué gritas? —inquirió la muchacha mirándola.

—Mira a quien me he encontrado por aquí —dijo señalando a un chico a su lado. Aneley sonrió al reconocer al hermanito menor de Kristel, estaba vestido solo con un jean y traía su escuálido y pálido torso completamente desnudo y con la palabra nerd escrita en mayúsculas en el centro. El muchacho tenía las mejillas sonrojadas y el cabello despeinado por el sudor. A Aneley le pareció una imagen chistosa y bastante atípica para Nahuel, quien normalmente iba pulcramente vestido y peinado.

—¡Hola, Nahui! —saludó sonriendo—. ¿Qué te hicieron? —inquirió mientras seguía bailando.

—Este iluso cree que formará parte del grupo por dejarse jugar así —zanjó Kristel enfadada—. Además, está algo borracho, lo llevaré a casa.

—Pareces su madre, no su hermana —se quejó Aneley que no entendía por qué Kristel actuaba así con Nahuel. Él era solo un par de años menor que ellas y aunque de chicos solían jugar juntos, luego se involucró tanto en los libros y el estudio que les empezó a resultar aburrido. Había terminado el colegio el año anterior y ese era su primer año de universidad, sin ninguna pérdida de tiempo había ingresado en primer lugar con una beca por sus increíbles calificaciones, y aunque verlo allí era realmente extraño, Aneley pensó que Kristel estaba siendo algo ridícula.

—Eso es lo mismo que yo digo —se quejó Nahuel con la voz extraña debido al alcohol.

—Déjalo que se divierta, mujer —agregó Hugo que seguía manoseando el cuerpo de Aneley.

—Tú mejor encárgate de llevarla sana y salva a su casa, ¿está claro? —ordenó Kristel y Hugo asintió sonriendo.

—A sus órdenes, capitana —respondió.

Aneley rio divertida, pero a Kristel no le hizo gracia, estiró a Nahuel del brazo y lo sacó de allí. Aneley negó con la cabeza y sonrió cuando el chico le regaló un saludo con la mano.

Cerró de nuevo los ojos intentando concentrarse en volver a Abel, o mejor dicho a Hugo. El muchacho la acercó más hacía sí y le murmuró al oído.

—¿Vamos a mi auto? —inquirió.

—Vamos... —aceptó Aneley.

Caminaron de la mano y subieron a un coche que estaba estacionado a unos metros. Hugo se sentó en el asiento del conductor haciendo para atrás el respaldo y observándola con una sonrisa que delataba todas sus intenciones.

—Eres bonita —sonrió acercando su mano a la mejilla derecha de la muchacha. Ella no supo bien cómo sentirse, sin embargo, no quiso detenerlo, no sabía bien el porqué, solo sabía que necesitaba olvidar, seguir adelante, y en ese momento en que el alcohol recorría su sangre, aquello le pareció la mejor manera de hacerlo.

Una vez más cerró los ojos dejando que las manos de Hugo recorriesen su piel sin límites ni fronteras, se dejó ir entre caricias y besos, que, aunque no le sabían a nada, tampoco le resultaban desagradables. El muchacho era un poco efusivo y acelerado, pero era gentil y le regalaba palabras dulces, aquello era mucho más de lo que había recibido en ese año entero de soledad y agonía, eso la hacía sentir menos sola. En su mente, fragmentos de escenas vividas con Abel se repetían una y otra vez como una especie de mantra, como algo similar a una medicina que calmaba el dolor. Intrínsecamente comparaba cada beso, cada caricia con lo único que había probado en su vida, con las únicas sensaciones que había experimentado. Y nada era igual, nada sabía tan bien, nada era tan intenso, pero no importaba demasiado, sabía que nada volvería a ser así. De hecho, llevaba un año viviendo en esas sombras, en esa amargura, en esos recuerdos que solo la hacían sentir cada vez más sola, más perdida, más abandonada.

Dejó que Hugo le quitara la blusa roja y siguiera con lo suyo, y se sintió incómoda cuando su mano comenzó a colarse entre sus piernas, aun así, no dijo ni hizo nada, solo dejó que sucediera, como siempre hacía. Hacía un tiempo que había decidido que dejar que la vida pasara era todo lo que podía hacer ya que esta parecía haber trazado planes para ella y ella no podía hacer nada al respecto, más que aceptarlos. Hugo se ubicó de una extraña manera, haciéndola sentar sobre él. Aneley tan liviana y delgada solo se dejó manejar como una triste muñeca de trapo. El chico se protegió antes de entrar en ella sin reparos, sin preguntas, sin siquiera percatarse de que estuviera lista. Ella dejó escapar un chillido de dolor casi imperceptible, hacía demasiado tiempo que no estaba con nadie, tampoco estaba lista para recibirlo. El muchacho se contorneó como pudo en aquel pequeño vehículo y unos instantes después ella supo que todo había acabado. Se levantó sentándose de nuevo sobre el asiento del conductor y fijando la vista en el frente mientras Hugo se relajaba al lado sin decir nada.

Por unos instantes perdió la mirada en la oscuridad del frente, la noche estaba oscura y fría, nadie caminaba por las calles y el vidrio del vehículo estaba empañado por los vapores de sus cuerpos cálidos. Por el retrovisor observó las luces de la casa donde se llevaba a cabo la fiesta, algunas personas iban saliendo ya, nadie se percató de lo que acababa de suceder. Así como en su vida misma, nadie se percataba de lo que sucedía o no en ella, a veces se sentía solo un fantasma, una sombra, un recuerdo, a veces se sentía muerta en vida.

Observó el rostro de Hugo con los ojos cerrados y sintió un suspiro mientras su mano derecha se despojaba del plástico usado y se cerraba la cremallera. Ella se arregló la ropa como pudo y salió del auto cerrando la portezuela.

—¡Ey! ¿A dónde vas? —gritó Hugo reaccionando y bajando del vehículo mientras se arreglaba el pantalón.

—A casa —respondió ella.

—Tu amiga quería que te llevara —dijo el muchacho.

—No hace falta, no es lejos, sé el camino.

—Hace frío, Alicia, déjame llevarte —pidió el chico y ella se detuvo al recordar que le había dado un nombre falso. Sonrió negando para sí.

—No es necesario, estoy bien así. Sólo ve a dormir —dijo la muchacha saludándolo con la mano.

—¿No me darás un número o algo? —inquirió el chico.

—No es necesario, de todas formas, no volverás a llamar —respondió ella encogiéndose de hombros.

Hugo no insistió, hacía frío y estaba cansado, además la chica era extraña. Se metió al vehículo y la vio partir. Delgada casi hasta los huesos y cubriéndose con los brazos para protegerse del frío.

Aneley caminó sintiendo el frío envolviéndola. No importaba cuánto viento hubiera afuera o que el aire helado congelara su respiración, pensó que ni el invierno del polo norte sería tan intenso como el invierno en su interior. Caminó lento, sin apuro, sin miedos, como si quisiera retardar lo máximo posible la llegada a su hogar. Pasó frente a la casa de Kristel, a solo un par de cuadras de la suya y observó las luces apagadas. Probablemente ya estaban descansando, hacía más de cuarenta minutos que habían salido, o quizá más.

Siguió caminando y sintió una gota cálida derramarse por su mejilla, era una lágrima, y quemaba como lava. Se la secó con el dorso de la muñeca mientras se preguntaba cómo es que era tan caliente. De pronto, unos pasos se escucharon atrás, alguien la venía siguiendo, pero eso en vez de miedo le dio esperanzas, quizás era un asaltante, quizás era un asesino de esos que descuartizan mujeres, podía ser un violador, pero qué más daba si luego la mataba y le ayudaba con lo que tanto había deseado: morir.

—¡Shh! ¡Ey! —escuchó un susurro.

—Si vas a matarme hazlo ya, hazme el favor —dijo ella sin voltearse.

—¿Quieres morir, Ane? —preguntó una voz conocida. Aneley se giró.

—¿Qué demonios haces afuera a esta hora, Nahuel? Si te ve Kris se enfadará —respondió.

—¿Por qué Kristel y tú me tratan como si fuera un niño? —preguntó el muchacho cruzándose de brazos. Aneley sonrió, la verdad era que todo en el cuerpo de Nahuel parecía infantil, era delgado y no mucho más alto que ella, que tampoco era alta, su cabello rubio claro ya estaba bien peinado y en orden como siempre, ahora tenía una camiseta negra de mangas largas metida en su pantalón de jean y una chaqueta roja de algodón encima.

—¿Estás mejor? Creo que tomaste un poco esta noche —dijo Aneley acercándose a él.

—Sí, un café bien negro y un baño helado pueden hacer maravillas. Continuando con lo de antes, tú y mi hermana me menosprecian —zanjó.

—No es eso, ella solo te cuida —respondió la muchacha abrazando sus propios brazos para darse calor.

—¿Por qué estás tan desabrigada? ¿Por qué andas caminando sola por la noche? —preguntó Nahuel sacándose la chaqueta y poniéndosela a Aneley. Ella sintió el calor de la tela cubriéndole y sonrió. Hacía mucho que nadie hacía algo así por ella, que nadie tenía un solo gesto de cariño hacia su persona, uno de esos que hacen sentir que alguien más se preocupaba por ella.

—No sé dónde dejé la campera... y estoy yendo a casa —respondió más que nada por cortesía y porque Nahuel se le hacía dulce. Era como esos niños inteligentes de las películas.

—Quédate con la mía, ¿dónde está el chico que te acompañaba? ¿No que debía traerte a casa? —inquirió buscando alrededor.

—Preferí venir sola, no se lo digas a Kristel, ya sabes... con su paranoia enloquecerá y me llamará la atención —rio.

—Bien, me alegra saber que mi hermana no es sobreprotectora solo conmigo —dijo el muchacho caminando a su lado—. Te acompañaré.

—No es necesario, Nahui, mejor ve a dormir —añadió la muchacha caminando como para volver a su casa.

—No puedo dormir luego de tanto café —respondió el chico encogiéndose de brazos. Aneley no discutió y caminaron en un silencio cómodo hasta que él volvió a hablar—. ¿Hace mucho que no salías? ¿Quién era el chico?

—Hace un año —respondió ella—. Exactamente un año... —añadió—. Y él, no era nadie...

—Pero... me pareció que te conocía, por la forma en que te estaba abrazando —respondió él.

—Hmmm... pues lo conocí allí nada más...

—¿Estás bien, Ane? —inquirió Nahuel y ella asintió.

—Todo lo bien que puedo estar —respondió con una sonrisa triste, tratando de no ahondar más.

—Me preocupas, llevo mucho tiempo escuchando a Kristel decir que no te recuperas de lo de Abel... Todos estamos preocupados, mamá, Kristel, Fabio, yo... incluso papá. Sabes que tienes una familia en mi hogar —dijo y ella asintió. Por un momento sus lágrimas quisieron salir de nuevo, pero las contuvo obligándolas a formar un nudo espeso en su garganta y quedarse allí.

—Estoy bien, no te preocupes —dijo y él asintió. Llegaron a la casa y él la observó detenerse; tenía el maquillaje algo corrido y el pelo desordenado, la ropa la traía algo desprolija y se veía por sobre todo muy triste.

—Sabes... aunque no hablemos demasiado, puedes contar conmigo, Ane... Sé que así como Kristel, crees que soy un niño tonto, y a lo mejor lo soy, pero puedo ser bueno escuchando —dijo sonriente. A Aneley le pareció muy tierno, como esos cachorritos que mueven la colita al amo esperando que este juegue con él.

—Gracias —respondió acercándose para darle un beso en la mejilla. Iba a sacarse la campera para devolvérsela, pero él le dijo que se la quedara. Aneley no discutió e ingresó a su hogar.

Por el camino a su cuarto solo pudo pensar en que un año atrás, a esa misma hora, estaban recibiendo la noticia de que el cuerpo de Abel había sido encontrado sin vida en el lago. Las lágrimas amenazaron con salir así que se metió al baño, una ducha tibia podía esconder el sonido de sus sollozos además de limpiar los rasgos de Hugo en su cuerpo. Mailen la había oído llegar, pero fingió dormir, sabía que su hermana no la estaría pasando bien y por más que quisiera ayudarla, Aneley no hablaba con nadie, nunca. 

Este cap les traigo de regalo porque en menos de dos horas ya tenemos 1300k... ¡Son lo más!

Aclaración para las que me están preguntando: Esta historia es solo mía, no es una historia Aralina... (esa la estamos escribiendo pero aún no la subimos). Caro solo me regaló el prólogo. 

Besos y gracias por estar aquí.

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