* 18 *


Cuando Aneley despertó eran cerca de las once del medio día, se había quedado dormida demasiado tarde y sentía el cuerpo cansado, como si hubiera corrido una maratón. El sonido de su celular la alertó.

—¡Hija! ¿Estás bien? —La voz de su padre denotaba susto y confusión.

—Estoy bien, papá. Estoy internada pero solo por observación —explicó la muchacha incorporándose en su cama. Le dolía la espalda y tenía la boca seca.

—¿Por qué no me avisaste ayer? Kristel vino por aquí y dejó una nota en la puerta, yo salí temprano por un trabajo y acabo de leerla. Por Dios, ¿qué sucedió? ¿Dónde estás?

—Estoy en la clínica del centro, no te preocupes, es probable que en la tarde me den el alta. No es necesario que vengas, necesito que vayas por Maylen, ella llega a las dos de la tarde, papá. Anda a buscarla, por favor —pidió la muchacha—. Y no le digas nada, no quiero que se asuste.

—Quiero ir a verte, iré antes de pasar por ella. ¿De verdad estás bien? —preguntó su padre.

—Sí, ¿te sientes mejor tú? —Quiso saber la muchacha.

—Tus cuidados hicieron que me sintiera mejor, hija. Iré a verte en un rato —añadió antes de cortar.

Aneley sonrió al saber que su padre se preocupaba por ella, se sentía bien saber que era así. Una enfermera de baja estatura y cabello canoso y enrulado se acercó a ella con una sonrisa en los labios.

—Te trajimos el desayuno temprano pero estabas profundamente dormida —dijo señalando la mesa de al lado de la cama donde la chica vio un café frío y unas tostadas, además una nota que supuso era de Kristel.

—Gracias... —dijo la muchacha asintiendo.

—Te tomaré la presión y la temperatura, ¿cómo te sientes? —inquirió la enfermera mientras procedía a preparar sus elementos de trabajo.

—Cansada, a pesar de haber dormido tanto —respondió Aneley. La enfermera le tomó la presión y la temperatura y mientras esperaba que el termómetro marcara, acarició con dulzura la cabeza de la chica. Aneley suspiró sintiendo un dejo maternal en aquel gesto.

—¿Tu mamá? ¿Vino a verte? —preguntó la mujer.

—Mi mamá falleció —respondió Aneley y observó la contracción en el rostro de la mujer—. No se preocupe, fue hace mucho.

—Lo siento... —dijo la enfermera—. Quiero que comas esto, en un rato más te traerán el almuerzo, pero debes alimentarte, en tu estado es mejor que te cuides para que no te vuelva a suceder algo así —añadió.

Aneley asintió mientras la frase «en tu estado» se repetía una y otra vez en su cabeza. Por un segundo había olvidado todo aquello. Observó la ventana, el sol se colaba por ella iluminando la estancia, pensó en su padre y en cómo le daría la noticia, ¿cuál sería su reacción? Quizá le gritara y le tratara de la peor manera, o quizá no. No sabía, sin embargo, sentía cierto temor ya que no tenía idea de cómo le explicaría que ni siquiera sabía quién era el padre.

Pensó en Max y en Sebastián, trató de atar cabos y hacer sumas y restas con las fechas para intentar definir quién podría ser el padre, pero terminó dándose por vencida, no recordaba nada, además, qué importaba, ninguno se haría cargo, eso era seguro.

Las horas se le pasaron rápido, intentó comer todo lo que le sirvieron pensando en que la enfermera tenía razón. Además, no podía darse el lujo de volver a internarse, necesitaba trabajar, estudiar, cuidar su casa y a su familia.

La puerta se abrió y su padre ingresó algo apresurado, caminó hasta ella y la abrazó dejando que las lágrimas brotaran sin control.

—Tranquilo, no pasa nada, te dije que estoy bien —dijo la muchacha dejándose abrazar. No sabía hacía cuanto tiempo su padre no tenía un gesto de cariño así con ella y se sentía bien saber que se preocupaba.

—Lo siento, lo siento mucho —dijo sollozando. Aneley le secó las lágrimas con ternura y lo tomó de las manos.

—Estoy bien, papá, de verdad —repitió sonriendo.

—Hija... estaremos bien, lo prometo... Las cosas van a cambiar —dijo mirándola a los ojos.

—¿Qué dices? —preguntó la muchacha.

—Anoche... anoche tuve un sueño —dijo su padre y ella levantó las cejas sorprendida, su padre continuó—. Tu mamá y yo salíamos, íbamos a esa pizzería que a ella tanto le agradaba, ¿la recuerdas? —preguntó sonriendo con melancolía.

—La pizza nostra —sonrió ella recordando aquel lugar al que hacía tiempo no iban.

—Exacto, era una noche normal, una salida en pareja. Hablábamos de cualquier cosa, me comentaba del trabajo y yo le hablaba del mío. Estaba radiante, como siempre —recordó.

—Qué lindo, papá —dijo la muchacha preguntándose si alguna vez soñaría con Abel.

—Entonces todo cambió, una tormenta fuerte cayó sobre nosotros sin tregua. Estábamos afuera, nos comenzamos a mojar. Todo se destrozó en cuestión de segundos y yo quise correr, quise que ingresáramos al salón, pero ella no me hizo caso. Su rostro se puso colorado, sus cejas tomaron esa extraña forma que tomaban cuando se enfadaba. —Rio ante el recuerdo, Aneley esperó a que continuara—. Entonces comenzó a gritarme, no fueron muchas las veces que tu madre se descontroló de esa manera, habrán sido dos veces en las que discutimos muy fuerte y ella se enfadó así. Me asusté y le pregunté qué le sucedía, se notaba enojada y yo no sabía por qué.

—Oh... ¿y te habló? —preguntó Aneley con curiosidad.

—Me dijo: «No estás haciendo nada bien».

—Oh...

—Fue todo lo que dijo, luego la tormenta se detuvo y como si fuera magia, el sol salió brillante. Alrededor de nosotros un montón de flores comenzaron a brotar de todos lados, y ella comenzó a sonreír. Se levantó y caminó entre las flores al tiempo que la pizzería se desvanecía. Estábamos en un campo de colores. Tu mamá rio y me dio un beso en la mejilla y luego me dijo: «Cuida a mis niñas, te las encargué a ti».

—Papá... —sollozó Aneley apretando las manos de su padre mientras contemplaba las lágrimas derramándose por su mejilla.

—Entonces se fue. Yo desperté sobresaltado, me di un baño y salí de la casa. Caminé sin rumbo, sin saber bien a dónde iba, tenía una reunión a las nueve por un futuro trabajo, pero eran casi las siete. Pensé que estabas en tu habitación y que aún dormías. Durante el camino, la voz de tu madre repitiéndome esas dos frases me taladraron el cerebro. No lo estoy haciendo bien, ustedes eran todo para ella y yo las dejé solas —sollozó y se derrumbó sobre el frágil cuerpo de Aneley.

—Papá, papi... —llamó la muchacha—. Estaremos bien —sonrió.

—Voy a ir a Alcohólicos Anónimos, hija. Vamos a salir adelante, te lo prometo. Seguimos siendo una familia, ¿verdad? —inquirió ansioso y la muchacha sonrió. Las lágrimas también se derramaban por sus mejillas.

Un médico joven ingresó a la sala y se detuvo al sentir la tensión en el ambiente.

—Perdón, ¿se puede? —preguntó.

—Sí —respondió el padre de Aneley levantándose y secándose las lágrimas con premura.

—Soy el Doctor Álvarez, médico de guardia. La Dra. Torres fue quien la ingresó ayer —dijo mirando a Aneley—. ¿Cómo se siente? —inquirió.

—Bien... —respondió Aneley en un susurro inseguro.

—Le daremos el alta esta tarde, pero necesitamos recetarle algunas vitaminas y hierro —explicó el doctor mirando la carpeta en donde posiblemente se encontraba su ficha y sus datos.

—Los análisis, ¿salieron bien? —preguntó Aneley con curiosidad.

—¿No se lo dijo la Dra Torres? —inquirió el médico algo confundido.

—No... —respondió Aneley—. Bueno, sí, pero... no me dijo si estaba todo bien —mintió porque temió que el médico dijera algo del embarazo frente a su padre. Necesitaba prepararlo un poco para darle la noticia.

—Bueno, técnicamente está todo bien —dijo el doctor con una sonrisa—, pero estás anémica —añadió—, y es por eso que debemos darte esas vitaminas y el hierro. También necesitas alimentarte mejor y descansar, para que esto no se vuelva a repetir —concluyó.

Aneley solo asintió sin querer ahondar más en el tema. Esperaría que su padre se fuera para poder hacerle más preguntas al galeno.

—Me retiro, regresaré luego del almuerzo para preparar su alta —añadió el hombre y con un saludo formal salió de la sala.

—Papá, creo que se te hace tarde para ir por Maylen, llévala a casa y espérenme allí, ¿sí? —pidió.

—Está bien —asintió el hombre—. ¿No necesitarás nada? —inquirió.

—No, Kristel vendrá enseguida y se quedará conmigo hasta que salga. Luego, ella me llevará a casa —insistió—. Tú solo ve por Maylen.

—Está bien, cariño —dijo su padre besándola en la frente.

Ella sonrió, se sentía bien tenerlo de vuelta y esperaba que el cambio fuera duradero. Sin embargo, su padre sintió un vacío al dejarla allí. Ella ya no lo necesitaba, el tiempo no regresaba y él ya no podría recuperar las horas, los días, los años perdidos en los que se ahogó en el alcohol para apagar sus penas y no vio a sus pequeñas crecer. Aneley ya no tenía quince años, era una mujer hecha y derecha, y ya no necesitaba de él. 

Me encanta leer sus suposiciones jejeje :)

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