* 14 *
Caminaron en silencio y sin ningún apuro mientras los dos se enfocaban en maximizar en sus mentes lo que aquel pequeño toque de sus manos les hacía sentir. Una vez que llegaron a la pista, Nahuel sacó su billetera para pagar las entradas. Aneley quiso pagar la suya, pero el muchacho no se lo permitió, la encargada del lugar les mostró el sitio donde se encontraban los patines para que pudieran escoger.
—No sé patinar —dijo Nahuel y ella sonrió.
—No hay nadie en la pista, supongo que no será un problema —añadió.
Lo cierto es que a Nahuel le agradaba que no hubiera nadie, el lugar parecía abandonado y es que en cierta forma lo estaba, hacía un par de meses, un sitio mucho más moderno y grande se había instalado en un centro comercial y desde entonces, todos iban allá.
Aneley ingresó a la pista y sintió mareo, por un instante le pareció que el hielo se rompería bajo sus pies y que ella terminaría congelada en aguas invernales. Nahuel la alcanzó y la vio palidecer.
—¿Estás bien? —preguntó y ella negó saliendo del lugar. Ambos se sentaron en una de las gradas desde donde las personas podían observar a quienes estaban en la pista y permanecieron en silencio por un buen rato. Nahuel consideró comenzar a hablar para distraerla.
—¿Sabes? Mi madre tuvo muchos problemas cuando estuvo embarazada de mí —dijo entonces y la muchacha se volteó a verlo—. Estuvo mucho tiempo de reposo y el parto fue complicado, nací con muy bajo peso pues algo con el líquido amniótico no estaba funcionando bien y yo había dejado de crecer. Estuve en terapia intensiva por unos cuantos días y cuando estaban por darme el alta, me tomó una infección hospitalaria. Estuve grave, los médicos no dieron esperanzas a mis padres...
—Oh... no lo sabía —dijo Aneley poniendo toda su atención en lo que el muchacho le estaba contando.
—Salí de aquello y me llevaron a casa con indicaciones y cuidados muy especiales. Mamá se enfocó tanto en mí y tenía tanto miedo a perderme, que descuidó un poco a mis hermanos. Kristel era una beba y mi abuela, que cuando eso vivía con nosotros, se encargaba de ella. Fabio, quedaba a cargo de mi padre.
—Entiendo...
—Ellos se hicieron muy unidos, de hecho, lo siguen siendo. Fabio es como la proyección de mi padre, es todo lo que él quiso ser y no logró. Es como la luz de su mundo, su centro, su todo. Kristel, bueno... ella es la hija mujer, así que también obtiene su granito de atención, pero yo...
—No digas eso... —dijo Aneley con dulzura y tomando la mano del chico entre la suya de nuevo. Nahuel se dejó envolver por el contacto.
—Es la verdad, mi padre prácticamente se olvidó de mí, yo era como el juguete favorito de mi madre y ella me sobreprotegió demasiado. En la infancia ya sabes, era la burla de todos por ser tan «hijito de mamá» —explicó señalando las comillas con los dedos—, pero yo no creía que eso estuviera mal, para mí era normal. Fabio se burlaba de mí, me decía que era un llorón y una «niñita». —Volvió a señalar la palabra.
—Eso sí lo recuerdo —dijo Aneley y el chico asintió.
—Cuando tenía como ocho años, comencé a intentar de todo para ser igual a Fabio y que papá me quisiera como a él, quería que me llevara a los partidos, que me comprara camisetas y pelotas del equipo favorito, quería llamar su atención, así que empecé a hacer lo que mi hermano hacía. Me inscribí en el equipo de fútbol del colegio y... no me fue nada bien —suspiró.
—¿No? —preguntó Aneley y él volvió a negar.
—Soy un desastre para los deportes con pelotas —añadió con una sonrisa entre triste y divertida—, no era capaz de coordinar para atinar a chutarla. Aun así, papá valoró mi esfuerzo y pensó que podría empezar a jugar en algún equipo, fue allí cuando me inscribió en el club. Empecé muy contento, sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que no era lo mío, iba por él, pero no lo disfrutaba, cada vez me costaba más ir y buscaba cualquier excusa para dejar de hacerlo. Fue allí cuando la tía Pris comenzó a notar que no me agradaba y me preguntó por qué iba si no me obligaban. Le dije que papá me querría más y me daría más atención si yo lograra ser como Fabio.
—Nahui... —añadió la muchacha con un suspiro y un gesto que denotaba comprensión.
—La tía me dijo que debía ser y hacer lo que quería, me habló de los talentos y me dijo que debía encontrar el mío, ella insistía en que cada uno era diferente y decía que nunca me podría desarrollar completamente en algo que no me agradara ni me hiciera feliz. Me contó de lo que ella amaba hacer y me explicó que uno tiene mayores posibilidades de sobresalir en algo que sí le gusta y que si yo descubría lo que era, podría ser el mejor en eso y mis padres estarían igual de orgullosos.
—Qué linda...
—Sí... Ella me ayudó a decirle a mamá que ya no quería ir, y mamá me dio el coraje para decírselo a papá. ¿Sabes qué me dijo? —preguntó el muchacho y la chica negó con la cabeza—. Lo recuerdo como si fuera ayer, me costó muchísimo decirle, tenía miedo de que se enfadara y me obligara a seguir yendo. Pero sabes, no sucedió nada de eso. Me dijo: «Yo sabía que el fútbol no era lo tuyo, ya me dijo el entrenador que no tienes el talento de Fabio, qué se le va a hacer». ¿Sabes cómo me dolió el saber que mi padre ni siquiera se enfadó por lo que le dije? Es decir, era cómo si ya supiera que yo no servía, como si lo asumiera, y lo dijo en un tono como si de verdad se sintiera defraudado...
—Lo siento tanto. Nahui —dijo Aneley apretando un poco su agarre, el chico fijó la vista en sus manos unidas y acarició la piel del dorso de la mano de la muchacha con un dedo.
—El caso es que esa tarde lloré un montón, y llorar me hacía sentir peor. Me sentía un inútil, un fracasado. Mamá y la tía Pris me llevaron a tomar un helado para distraerme, también vino Kristel, pero cuando volvíamos vi a papá y a Fabio ir a la cancha vestidos con los colores del equipo. Ese día me sentí como si no tuviera cabida dentro de mi familia, no es que sea machista ni nada de eso, no me malinterpretes, pero sentí como si mi papá se encargara del niño de la casa y mamá de la niña, y ese día yo tuve la horrible sensación de sentirme... no sé cómo explicarlo porque solo tenía diez años, pero sentí como si fuera menos hombre, ¿lo entiendes? —preguntó y la muchacha asintió.
—Entiendo...
—Bueno, decidí encontrar en qué era bueno, y las notas en Matemáticas y lo mucho que me divertían los ejercicios, me hicieron comprender que eso era lo mío. Además, Fabio comenzó a tener problemas en la escuela, sacaba notas muy bajas y mamá lo regañaba mucho, papá tampoco estaba contento con eso e incluso le castigó sin partidos los fines de semana. Eso fue un aliciente para mí, yo cada vez tenía mejores notas y era el niño mimado de los profesores. Creí que siendo el contraste de mi hermano llamaría la atención de mi padre y él se sentiría orgulloso. Me maté estudiando solo para ser el mejor de la clase. El día en el que me entregaron el diploma de mejor alumno de primaria, papá no fue porque Fabio tenía un partido —añadió y dejó que una lágrima rodara por su mejilla.
—No sé qué decir, Nahui, lo siento, de verdad... —dijo la muchacha acercándose un poco más y rodeándolo con su brazo derecho, el joven recostó su cabeza en el hombro de la muchacha y sollozó en silencio.
—He vivido toda mi vida luchando con ese fantasma, intentando sobresalir, queriendo ser suficiente para él... pero nunca lo he logrado. Entonces hoy les conté que los profes de Matemática y Estadísticas me habían tomado unos exámenes para avanzar materias, exámenes para los cuales me maté estudiando por días, y no fue suficiente... Papá contó que Fabio fue admitido en la selección nacional y eso fue más importante, hizo un brindis por él... Quizá me estoy comportando de forma irracional, quizá pienses que soy un celoso inmaduro o algo así... —Aneley negó con la cabeza—. Pero es solo que, duele... y ya estoy cansado de este dolor, de sentirme menos siempre, de esta estúpida competencia. Es como si estuviera corriendo una maratón interminable y ya no quiero ni puedo más...
—¿Por eso es que te molesta tanto cuando Kristel te trata de niño? —Quiso saber Aneley.
—Sí, me molesta que me traten como si fuera un niño tonto, sé que a veces es solo de broma, pero me remueve todo eso que te acabo de contar...
—Lo siento, no lo volveré a hacer —dijo ella haciendo un gesto con los dedos como si lo prometiera, Nahuel sonrió—. Gracias por compartir todo esto conmigo, Nahuel... Lo valoro de verdad, y no sé qué decir porque que yo te diga que no debes sentirte así no ayudará en nada, lo sé por experiencia propia... —añadió y el chico asintió comprendiendo—. Sin embargo, pienso que vales demasiado, y que, si tu padre no es capaz de verlo, y aunque sé que te duele, hay otras personas que sí lo vemos... —Nahuel volteó a verla y ambos se miraron a los ojos. Aneley sintió de nuevo el calor y el cobijo que le brindaba su presencia y quiso volver a abrazarlo, quiso retribuirle, aunque fuera solo un poco todo el bien que le había hecho—. No sabes cuánto me has ayudado en este tiempo...
—Yo no he hecho nada —dijo Nahuel sintiendo que era todo lo contrario, que a pesar de que había intentado ayudarla, no había logrado mucho.
—Estar... eso es suficiente para alguien que se siente solo... —añadió.
Nahuel solo asintió y dejó que su mano se moviera hasta el rostro de la chica. Tomó entre sus dedos un mechón de su cabello y lo colocó con delicadeza detrás de su oreja derecha. Aneley sintió que toda su piel se estremeció y cerró los ojos por el placer que esa mínima acción le causaba. El chico sonrió, ella era dulce y tan frágil, pero a la vez tan fuerte.
—Ya está acabando el invierno... —murmuró el muchacho y ella asintió abriendo lentamente los ojos.
—Lo sé... y espero que de verdad se acabe, también aquí —dijo señalando su corazón—. Sé que no he estado actuando de manera correcta, he hablado con Kristel... quizás es el momento de buscar ayuda, quizás estoy cansada del frío...
—La primavera es buen momento para florecer y para derretir el hielo —respondió el muchacho y ella asintió, entonces como si fuera algo natural, ella se acercó a él y dejó que él la abrazara. Nahuel instintivamente lo hizo y permanecieron allí un buen tiempo.
—Te enseñaré a patinar —sonrió la muchacha dando un golpecito en la rodilla de su amigo.
—Si me rompo algo será tu culpa —añadió él.
Aneley tomó una bocanada de aire e ingresó a la pista de nuevo, él se tambaleó un poco y la siguió. Ella le pasó la mano y le brindó algo de equilibrio, ambos comenzaron a reír mientras el muchacho resbalaba una y otra vez y Aneley intentaba evitar que cayera. Un buen rato después logró al menos mantenerse en pie y dar unos pasos.
—Okey, ahora muéstrame cómo se hace —dijo el muchacho y ella sonrió. Hasta ese entonces no se habían soltado de las manos, pero Nahuel la estaba incitando a patinar, quería verla. Ella sintió miedo, observó la pista con temor, pero no revivió su dolor, no había un lago congelado que se abriría bajo sus pies, solo era una pista donde siempre le había gustado patinar, donde solía sentir que volaba, donde su madre y ella habían pasado largas horas de diversión en su infancia.
Aneley se soltó de su mano y tomó impulso, Nahuel la observó alejarse y le dio la sensación de que a medida que avanzaba crecía un poco más, era como si volara, como si en cualquier momento pudiera levantar los brazos y elevarse. Era sublime.
Luego de un rato, la chica volvió a él.
—Parece tan sencillo cuando tú lo haces —sonrió—. Nunca lo lograré.
—Solo debes perder el miedo, dejarte ir... —dijo ella recordando las palabras de su madre cuando le enseñó a patinar ya tantos años atrás. Luego le pasó la mano a su amigo.
Estuvieron un buen rato entre risas y caídas, entre abrazos buscados y ocasionales, entre intentos exitosos e intentos fallidos, hasta que ambos se sintieron agotados y el tiempo por el que habían pagado acabó.
Se sacaron los patines dejándolos donde lo encontraron y salieron a la calle. El viento no era ya tan helado y una sensación de esperanza se apoderó de ambos. Caminaron de la mano por las calles hasta llegar a casa de Aneley.
—Prométeme que vas a ir a tu casa —dijo la muchacha y el chico asintió.
—Lo prometo —respondió con una dulce sonrisa.
—Bien... Ahh... y... —Aneley parecía incómoda—. No vuelvas a desaparecer por tantos días, me has hecho mucha falta —añadió mientras se movía en su sitio sintiéndose nerviosa.
—¡Lo prometo! —respondió Nahuel con más énfasis.
—Bueno, te veo mañana entonces... Y, estoy orgullosa de tus logros —dijo sonriendo.
—Gracias... —dijo él encogiéndose de hombros, nadie nunca le había dicho eso—. ¿Sabes lo bella que eres, Ane? —añadió de manera algo precipitada, sin haber pensado en lo que iba a decir, simplemente repitiendo lo que sus pensamientos le dictaban. Aneley levantó las cejas algo sorprendida y el chico se sonrojó al comprender lo que acababa de decir.
—Gracias... —respondió y se encogió de hombros.
Nahuel se alejó un poco como para irse ya y entonces Aneley lo llamó de nuevo.
—Nahui... —dijo sin saber por qué lo hacía.
—¿Sí?
La chica no respondió, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. Nahuel sintió que aquel beso lo mareaba, que el calor de su contacto se extendía por su rostro coloreando sus mejillas. Su corazón comenzó a tamborilear como si hubiera perdido la cordura y lo hacía tan fuerte que él pensó que incluso ella podría oírlo. Aneley solo sonrió con algo de vergüenza y corrió hasta su casa cerrando la puerta. Se recostó por la misma y suspiró, cerró los ojos y sonrió. Sintió como si su alma chorreara, era el deshielo, era todo es el frío que se estaba derritiendo al fin y aunque ella aún no podía entenderlo, simplemente se sentía mejor.
Había sido un buen día.
Este cap lo subo para dedicárselo a mi @cmstrongville por su cumpleaños. Esta historia surgió en mi casa, con ella, hablando y divagando sobre nuestras vidas. Te amo, con toda el alma.
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