* 13 *
Ese viernes, Nahuel regresó contento a su casa, había estado todos esos días estudiando mucho y plenamente concentrado en la universidad, nadie sabía por qué, pero era común para su familia verlo devorando libros llenos de números o resolviendo ejercicios largos y complejos.
Ese día, no tendrían clases por la tarde, así que él y su hermana llegaron a la casa para almorzar. Cuando todos estuvieron sentados en la mesa, Nahuel aprovechó para darles la noticia.
—Familia, quería contarles una noticia. He estado trabajando arduamente estas semanas porque el profesor de Estadísticas y el de Matemática Avanzada, me ofrecieron la oportunidad de avanzar algunas materias. Me dijeron que me tomarían los exámenes correspondientes y que si los pasaba podría saltarme un curso. Me pareció una idea genial porque eso me permite tomar más materias. El caso es que esta semana rendí ambas materias y las he pasado con las mejores calificaciones, incluso, el profesor de Matemáticas me preguntó si no quería trabajar con él preparando a los chicos que pretenden dar el examen de ingreso a la universidad. ¡Me pagará por las horas que trabaje! —exclamó emocionado.
—¡Eso es genial! —respondió Kristel aplaudiendo a su hermano, su madre se levantó a darle un abrazo y su padre y Fabio asintieron y sonrieron.
—Ya que estamos con buenas noticias —agregó su padre—, quería comunicarles que Fabio ha sido admitido en la selección nacional de fútbol —dijo sonriente y mirando orgulloso a su hijo mayor que solo asintió.
—¡Dios! ¡No me habías dicho nada! —exclamó su madre llevándose una mano al pecho en un gesto de emoción.
—¡Genial! —añadió Kristel aplaudiendo.
—Bueno, no queríamos decir nada hasta tener la certeza, pero hoy he recibido la confirmación —agregó Fabio.
—¡Estoy orgulloso de ti, hijo! —zanjó su padre levantando su vaso—. Brindemos. ¡Por Fabio! —añadió.
Todos levantaron sus vasos y brindaron, menos Nahuel. Se sintió dolido y humillado. Se levantó de la mesa y salió sin decir nada. Necesitaba escapar de allí lo antes posible.
—¿Qué pasó? —preguntó su padre sin entender, su madre negó mirándolo con reproche y Kristel se levantó para seguirlo.
Cuando salió a la calle ya no lo encontró, no tenía idea de adónde había ido, pero esperaba que llegara pronto, sabía lo que Nahuel sentía e incluso lo podía entender, ella no sufría tanto esa competencia entre hermanos porque era la única hija mujer, pero entre él y Fabio siempre había sido así, y parecía que Nahuel nunca llenaba las expectativas de su padre.
***
Aneley aprovechó la tarde libre para ir a trabajar a la casa del señor Joaquín, Salma la había llamado para que hiciera la limpieza y también para que ordenara un poco su pequeño jardín. El invierno estaba a nada de acabar y aunque aún se sentía el frío, ya era mucho menos intenso y además los rayos del sol parecían querer hacer un hueco más grande entre las nubes. Pronto llegaría la primavera y con ella la ciudad sería un poco menos gris.
Aneley limpió la casa mientras recordaba que la última vez Nahuel había hecho que el trabajo fuera mucho menos pesado. Lo cierto era que lo extrañaba, pero no iría a buscarlo pues suponía que él estaba enfadado o que simplemente se había cansado de ella, lo que era normal, estaba acostumbrada a perder a la gente que le importaba.
Llevaba días dándole vueltas a la conversación que había tenido con Kristel, no sabía si era porque el invierno finalmente se estaba yendo y la primavera siempre traía esperanzas o porque en realidad sentía que no podía seguir cayendo más bajo, que decidió que quizá su amiga tenía razón, que quizá debía dejarse ayudar, intentar salir de ese pozo que la ahogaba.
No era sencillo, el tiempo era un tirano injusto, por un lado, ya había pasado más de un año desde que había perdido a Abel, tiempo suficiente para ir hasta el infierno y volver, quizás era tiempo de regresar. Sin embargo, ese año no había sido para ella más que un montón de días oscuros, monótonos y tristes amontonados unos sobre el otro. La tristeza se había impregnado tanto en su alma, que no parecía querer dejarla tan fácilmente.
Su padre estaba cada vez peor, el alcohol lo estaba consumiendo y llevaba varias semanas sin hacer viajes, Aneley comenzaba a suponer que su vicio lo había llevado incluso a perder trabajos.
Su vida seguía siendo complicada, de hecho, lo era cada vez más. Los exámenes, los trabajos prácticos y tener que conseguir empleos sueltos para cubrir los gastos de su casa estaban comenzando a pesarle, no dormía lo suficiente y se sentía siempre agotada. Si a eso le sumaba las fiestas y las desveladas, había días que no sabía cómo sobrevivía.
José se había vuelto una especie de ángel guardián para ella. Solía comprarle comida en la universidad o le hacía masajes en el cuello o en las manos, y ella se lo agradecía con el corazón. El chico era noble, y aunque no tuviera con él conversaciones rebuscadas como las que solía tener con Nahuel, se sentía segura a su lado, sabía que con él podía simplemente ser.
Lo cierto es que Aneley comenzaba a extrañar a la muchacha que un día fue, esa que solía salir algunas veces a la luz mientras hablaba con Nahuel o con José. Era como si la vieja Aneley hubiera quedado enterrada bajo un montón de escombros y de pronto se pusiera a golpear, a querer hacerse un espacio para volver a ver un rayo de luz.
Esa tarde cuando terminó su limpieza y ya regresaba a su casa, se encontró a Kristel sentada en el pórtico de su casa. Estaba con el semblante preocupado y hacía alguna llamada en su celular.
—¿Estás bien? —inquirió al verla y la muchacha negó.
—No sé dónde está Nahuel y estoy preocupada —comentó.
—¿Por qué? ¿Pasó algo?
—Hubo un episodio en el almuerzo y se fue tirando la puerta. Ha pasado mucho rato y no responde el celular... Él no suele hacer eso, solo me preocupa —añadió.
—¿Qué sucedió? ¿Qué episodio?
Kristel le narró a su amiga lo que había sucedido en el almuerzo y la manera en que había reaccionado Nahuel, también le comentó que tanto ella como su madre estaban preocupadas.
—Yo sé dónde podría estar, iré a buscarlo —dijo Aneley luego de pensarlo un poco.
—Iré contigo —intervino Kristel pero ella negó.
—No, iré yo sola... te mandaré un mensaje si lo encuentro, ¿está bien? —preguntó y su amiga frunció el ceño algo asombrada.
—¿Por qué no puedo ir? —inquirió.
—Solo... confía en mí —dijo Aneley incorporándose para ir al sitio donde creía poder encontrar a Nahuel. Kristel no dijo nada solo asintió confundida y la vio marchar.
Cuando Aneley llegó al parque, vio a Nahuel sentado en uno de los columpios en los que un tiempo atrás se habían hamacado en plena noche, tenía una ramita en la mano y hacía garabatos en la arena. En el columpio de al lado, un niño de unos ocho años se movía hacia adelante y hacia atrás. La chica se acercó en silencio y cuando se detuvo en frente, el muchacho vio sus tenis de color gris desgastados por el uso y la reconoció enseguida, entonces subió la vista.
—¿Qué haces aquí? —inquirió de mala gana.
—Tu mamá y Kristel están preocupadas por ti y por la manera en que saliste de tu casa hoy —explicó.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Kris me preguntó si sabía algo de ti, le dije que te buscaría —sonrió. Entonces, el niño dio un salto y bajó del columpio y para ir corriendo hasta uno de los toboganes, Aneley se sentó en el sitio que dejó y observó las inscripciones en la arena. Eran números dentro de líneas, cosas que solo Nahuel entendía—. ¿Estás estudiando o algo?
—No, solo estaba divirtiéndome un poco... Es Sudoku —explicó.
—Nunca lo entendí... —zanjó la muchacha mientras tomaba impulso para hamacarse un poco. Nahuel comenzó a explicarle cómo funcionaba el tema mientras con la punta del palito que traía en la mano iba señalando los números.
—¿Entonces ahí va un siete? —preguntó Aneley apuntando con su dedo índice.
—¡Eres buena! —dijo el muchacho y la miró a los ojos, Aneley sonrió con timidez.
—¿Qué sucedió en tu casa, Nahui? —Quiso saber entonces, él bajó de nuevo la vista.
—Lo mismo de siempre...
—¿Me lo quieres contar? —inquirió ella y alzó la mirada al cielo mientras se mordía los labios y buscaba las palabras.
—Solo si me llevas a tu lugar favorito —zanjó decidido.
Aneley lo pensó, ir a ese sitio no parecía buena idea. Las pistas de patinaje no le resultaban divertidas desde que le traían malos recuerdos. Nahuel vio la chispa de duda en sus ojos y sonrió, sabía que enfrentarse a su dolor le haría bien y esa era una buena excusa.
—Está bien... —aceptó ella finalmente.
Nahuel se levantó y le pasó la mano, ella dudó en tomarla, pero lo hizo y cuando sus pieles entraron en contacto, sintió como si el calor de su toque se le subiera por el brazo y le inundara todo el cuerpo. Fue una sensación agradable y completamente acogedora.
Nahuel la estiró hacia él y ella se dejó ir, la verdad es que de pronto se sentía bien, se sentía a gusto y no quería dejar ir aquello.
—¿Puedes abrazarme? —preguntó el chico y ella asintió. Los abrazos eran muestras de afecto que hace un buen tiempo ni recibía, ni daba. Sintiéndose algo extraña, envolvió sus brazos el cuello del chico y dejó que él la rodeara con los suyos. Al inicio se sintió tieso, algo forzado, pero unos segundos después, Aneley se recostó en su pecho y sintió como si ese calor que hace rato le trasmitía el toque de sus manos unidas, ahora se extendiera por todo el cuerpo. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que su abrazo traspasaba su cuerpo y llegaba a su alma. Las ganas de llorar se le atoraron en la garganta y entonces apretujó entre sus puños, la remera de Nahuel. No recordaba cuánto tiempo hacía que no se sentía tan a salvo.
Él por su parte, se perdió en su delicado aroma, abrazó su cuerpo delgado y abatido y movió su mano derecha dibujando líneas imaginarias en la espalda de la chica. Sintió el momento exacto en el que el cuerpo tenso de Aneley se relajó entre sus brazos y sonrió, aquello se sentía bien, ya no le importaba lo que su padre le había hecho sentir, solo quería estar allí para siempre.
El pequeño niño volvió a la hamaca y al verlos así comenzó a reír. El sonido de su risa los hizo separarse, pero sus manos se mantuvieron unidas porque ninguno de los dos quería soltarse.
—Vamos —dijo Aneley y él asintió.
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