* 11 *

Nahuel se pasó la mañana y la tarde pensando si ir o no a buscar a Aneley, se sentía frustrado y malhumorado, era horrible ver cómo ella iba tirando su vida a la basura en sus narices y él no podía hacer nada. No salió de su habitación más que para comer y no habló demasiado con nadie. Por momentos, sintió deseos de buscar a Kristel y contarle lo que sabía, pero luego decidió no hacerlo, porque temía que Aneley se enfadara si su hermana abría la boca, después de todo había logrado algo que al parecer no era tan sencillo: que ella hablara. Y no quería estropearlo.

Cerca de las tres de la tarde, decidió que no podía dejarla a su suerte, se vistió y salió para su casa, la chica ya lo esperaba y al verlo le regaló una sonrisa que guardaba vergüenza y culpa.

—Viniste —dijo encogiéndose de hombro y bajando la vista.

—Siempre cumplo mis promesas, ¿cómo te sientes? —inquirió sin decir más.

—Bien... ¿irás conmigo? —Quiso saber y él asintió.

Caminaron en silencio, que esta vez no era cómodo pues ella sentía demasiada vergüenza y a él le costaba disimular el enfado.

—¿Qué hacías anoche a esa hora en mi casa? —preguntó entonces.

—Te dije que venía de lo de Alana —respondió viéndola para entender que no recordaba mucho de lo sucedido.

—Lo siento...

—No... no lo sientes —respondió el chico negando—. Te gusta...

—¿De qué hablas? —preguntó ella con curiosidad.

—Te gusta ser la víctima de tu propia vida y de tus problemas, te agrada hacer tonterías como drogarte bajo la excusa de que estás triste y sola. Siempre será más fácil esconderse en esas cosas que enfrentar la vida —zanjó sabiendo que ella se enfadaría, sin embargo, la muchacha no respondió.

Llegaron a la casa del señor Joaquín y Aneley buscó la llave donde Salma solía dejarle, abrió la casa e ingresaron.

—¡Puaj! —exclamó Nahuel tapándose la nariz, Aneley sonrió y se adentró en la casa abriendo las ventanas para dejar correr el aire.

—Bueno, tenemos un par de horas, debemos limpiar y recoger este tiradero, además debo lavar la ropa. ¿Qué sabes hacer? —inquirió poniendo los brazos en jarra. Nahuel pensó que se veía bonita.

—Puedo barrer, lavar los cubiertos y... lo que me digas —afirmó.

—Bien, empieza por aquí —dijo dándole una escoba.

Nahuel sacó el celular del bolsillo y puso algo de música y ambos se pusieron a trabajar. Aneley reía ante los arranques de Nahuel que fingía que la escoba era su micrófono y canturreaba. Ella comenzó a cantar también —algo que no hacía desde no recordaba cuando—, y en algún punto, ambos se pusieron a bailar mientras recogían las cosas tiradas por el suelo.

Un buen rato después, la casa no parecía la misma a la que habían llegado hacía unas horas, todo estaba limpio y ordenado, y Aneley estaba terminando de colgar las ropas recién lavadas.

—Listo —dijo ella sonriendo y secándose las manos por el delantal que traía puesto—. Ha sido mucho más rápido de lo que imaginé, gracias por tu ayuda —sonrió.

—Puedo ayudar siempre que aceptes ayuda —respondió el chico y ella rodó los ojos.

—Nahuel, me encanta pasar el rato contigo, me haces reír, me haces olvidar un poco todo lo que me pasa, de alguna extraña manera me haces sentir en confianza, no lo arruines, ¿sí? Sé que no estás de acuerdo con algunas cosas y lo entiendo, pero es mi vida o lo que queda de ella. Sé que hice mal al comer eso anoche, pero no sabía, de verdad no lo sabía... no lo volveré a hacer, lo prometo —añadió.

—Es que te juntas con gente que...

—No son malas personas, me divierto y el mundo se me hace más ligero —suspiró.

—¿Estás enamorada de Max, Ane? —inquirió el chico y ella negó.

—¿Por qué preguntas eso? Sabes que estoy enamorada de Abel —añadió.

Nahuel quiso decirle muchas más cosas, pero no sabía qué recordaba ella de lo que le había contado la noche anterior, así es que no dijo nada. Cerraron las ventanas y de salida, Aneley tomó el sobre con dinero que Salma le había dejado y cerraron la puerta y dejando la llave en donde la habían encontrado.

Aneley sacó entonces un billete del sobre y se lo pasó a Nahuel.

—Tu parte —dijo y él negó.

—Es tuyo, no lo quiero —añadió.

—Pero me ayudaste, te corresponde —insistió ella.

—Es en serio, no lo necesito y tú sí.

—Bien, entonces déjame invitarte un café —ofreció la muchacha.

—Eso sí lo acepto —sonrió el chico.

Caminaron hasta la cafetería que quedaba en la esquina de la casa de Nahuel y luego de pedir, se sentaron en uno de los sitios. Desde allí vieron a Kristel bajar de un auto y despedirse muy cariñosamente del conductor del vehículo.

—¿Ya están de novios? —preguntó Nahuel y Aneley asintió.

—Hace unos días —añadió—. Parece un buen chico.

—Eso espero, o se las verá conmigo. —Aneley trató de contener la risa, el chico con el que salía Kristel era deportista y le doblaba las medidas tanto en alto como ancho a Nahuel—. No te burles, mala —añadió descubriéndola.

—Eres un dulce, Nahuel —afirmó la muchacha.

—Siempre lo dices, y no sé si me agrada —respondió encogiéndose de hombros.

—¿Por? —preguntó Aneley divertida.

—Porque suena infantil, suena como... chiquito. Las chicas siempre se quedan con los chicos malos, no con los chicos dulces —afirmó.

—Bueno, eso no siempre es así. ¿Te gusta alguien? —quiso saber la muchacha.

—No...

—Eres un buen chico, estoy segura de que la muchacha que esté contigo será muy afortunada —afirmó Aneley con una sonrisa dulce.

Terminaron el café y salieron del local, entonces le pidió a Nahuel que la acompañara al supermercado a comprar algunas cosas que faltaban en la casa y él asintió. Estaban paseando por los pasillos buscando leche y verduras, cuando Aneley escuchó una risa que le resultó familiar. Caminó un par de pasos para observar el pasillo de al lado y vio a Max abrazando a una chica de pelo negro y piel morena, la chica sonreía mientras el muchacho le apretaba las nalgas con ambas manos. Nahuel la siguió y observó la escena

—¿Estás bien? —preguntó entonces al ver a Aneley paralizada.

—Sí... supongo...

—¿No te afecta que esté con otra? ¿Quieres que le diga algo? Tú solo dímelo —añadió, Aneley solo negó.

—No somos nada, no tengo derecho a exigir nada —afirmó.

Dejó a los chicos en ese sitio y caminó de nuevo al pasillo de al lado, juntó de manera acelerada lo que necesitaba y se dirigió a la caja, Nahuel la siguió sintiendo el enfado fluir en su interior.

—¡Ane! —le gritó cuando la vio salir a toda velocidad.

—¿Qué? —preguntó ella fingiendo naturalidad.

—Cuéntame cómo te sientes, dímelo —pidió acercándose a ella y tomando sus bolsas.

—Yo puedo cargarlas —se quejó la chica, pero él la ignoró.

—Por favor, confía en mí, dime cómo te sientes —insistió mientras caminaban.

—¿Para qué? ¿De qué sirve que lo diga? —quiso saber—. Ya se me pasará.

—Hace bien sacar lo que uno trae, no necesitas más carga, Ane —insistió el chico.

—No siento nada, no estoy celosa ni me molesta, no siento nada por Max, así que no me importa. Sin embargo... —Hizo silencio.

—Te sientes usada —añadió el chico y Aneley lo miró deteniéndose.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó.

—Porque es obvio, sientes que ha jugado contigo, que te ha usado...

—Es probable, pero yo lo he permitido así que no tengo de qué quejarme —añadió suspirando.

—¿Y eso no te hace sentir mal? —inquirió el chico.

—Nahuel, ¿quieres que me sienta mal? Pues no, no me siento mal, no me importa... Quizá me sienta usada en cierta forma, pero yo también lo he usado a él, así es que no tengo mucho qué decir... Dejemos esto, no quiero hablarlo —afirmó.

—De nuevo te escondes en tu cueva...

—No soporto cuando te pones en ese plan, ¿por qué no me dejas en paz? Ya te dije, la paso bien contigo, pero odio cuando te pones tan pesado. No quiero que entres en mi cueva, ¿lo entiendes? ¡Quédate ahí donde estás, así estamos bien! —indicó y luego se fue más rápido, Nahuel no la siguió.

Aneley llegó a su casa y luego de guardar las cosas y preparar la cena se dio un baño y llamó a Kristel para salir, pero ella le dijo que no podía, así que decidió ir sola. Se vistió con un vestido verde al cuerpo y corto, se puso un saco encima, se maquillo y salió en busca de algo de diversión, no quería pensar, no quería quedarse en su cama a sentirse mal ni a recordar.

Llegó a una discoteca y se acercó a la barra donde pidió un vaso de cerveza, esperó allí hasta que un chico rubio se le acercó y le invitó otro, ella lo aceptó. Fueron a bailar y aunque no pasó a mayores, dejó que el chico la besara y acariciara en medio de la pista. Cerca del amanecer, decidió que era hora de regresar, él quiso que lo acompañara, pero ella se negó, caminó hasta su casa y así vestida, se arrojó a su cama. Necesitaba dormir.

Parece que Nahuel tiene mucha paciencia... ¿o se le acabará?

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