* 10 *
Toda la semana que siguió, Aneley tuvo días difíciles, había conseguido empleo en tres casas donde debía cuidar niños y se pasó la semana entre el trabajo práctico para matemáticas con José y los trabajos que había conseguido, necesitaba juntar dinero para cuando su padre volviera a viajar, no quería volver a pasar hambre como la vez anterior.
—¿Te acompaño a tu trabajo? —preguntó José cuando esa tarde de viernes terminaron finalmente aquella tarea.
—No es necesario, no es lejos —respondió Aneley.
—¿Vas a ir a la fiesta esta noche? —quiso saber.
—Ajá, Max me invitó hace días y pues, la verdad es que estoy cansada, pero le dije que iría. ¿Tú vas?
—No lo sé, no creo —se encogió de hombros.
—Bueno... si vas, nos veremos —sonrió la muchacha.
Se despidieron y ella fue a la casa de la señora Jacinta, donde debía cuidar a la pequeña Jazmín por un par de horas. También le pagarían por hacer limpieza, así que esa tarde ganaría el doble.
Luego de salir de allí, fue a su casa y se encontró con Nahuel esperándola en el pórtico.
—¿Qué tal te fue? —inquirió.
—Estoy algo cansada, ¿tú? —preguntó sentándose a su lado.
—Muchos trabajos prácticos esta semana. A veces pienso que los profesores descargan sus frustraciones sobre los alumnos, ¿no lo crees? —inquirió y ella solo sonrió.
—Podría ser... ¿Crees que funcione? Digo, si eres profesor, ¿crees que funcione rematar por los pobres e inocentes alumnos? —añadió y él sonrió levantando las cejas.
—Espero nunca tenerte de profesora, ¡serías infartante! —bromeó y ambos rieron.
El silencio cómodo que solía envolverlos regresó por un momento y Aneley pensó que con su sola presencia su tarde había mejorado, Nahuel era capaz de sacarle sonrisas, bromas y momentos que hacía demasiado tiempo no se creía capaz de vivir.
—Tengo que darme un baño y prepararme para ir a la fiesta en casa de Gabriel, ¿irás? —preguntó la muchacha.
—No me han invitado, creo que no les caigo muy bien —añadió recordando la escena con Max de la cual, por suerte, Aneley no se había enterado.
—Supongo que son un poco cerrados —se encogió de hombros.
—¿Irás con Max? —preguntó Nahuel sin darse cuenta de que su voz se había teñido de amargura.
—Sí, me invitó hace una semana. Me gustaría dormir, pero ya ves, me he comprometido a ir y... —Dejó la frase en el aire.
—Cuídate, ¿sí? —pidió el muchacho con ternura—. Esas fiestas no... son siempre tan geniales —añadió.
—No te preocupes, estaré bien.
—¿Qué harás mañana? —Quiso saber el chico.
—Tengo que ir a la casa de Joaquín, el anciano que vive cerca del hospital, a lavar su ropa y limpiar su casa —comentó—. Su hija, Salma, siempre me llama cuando se acumula un poco el trabajo.
—¿Crees que pueda acompañarte? Quizá pueda ayudarte. —Sonrió el chico.
—Supongo que no sería problema, el señor Joaquín nunca está cuando voy, Salma lo saca a pasear por dos horas pues a él no le gusta que nadie toque sus cosas.
—Bien, ¿a qué hora? Vendré por ti.
—A las cuatro de la tarde.
—Nos vemos entonces —dijo Nahuel poniéndose de pie.
Aneley se despidió de él e ingresó a su casa. Su padre estaba sentado viendo un programa de televisión, no parecía borracho, pero se veía cansado.
—¿Vas a salir hoy? —inquirió y ella asintió.
—Sí, voy a una fiesta de la universidad. ¿Necesitas algo? Te dejaré la cena lista antes de salir —informó.
—Me alegra que salgas de nuevo... Deja, pediré pizza para Mailen y para mí, no te preocupes —sonrió.
—¿Estás bien? —preguntó la muchacha acercándose.
—Hoy... era nuestro aniversario, ¿lo recuerdas? —dijo mirando a su hija y ella solo asintió, lo había recordado desde la mañana—. Debíamos cumplir veinticinco años de casados —suspiró.
—Lo siento, papá —añadió Aneley y se sentó a su lado—. De veras lo siento.
—No lo estoy haciendo bien, lo sé... ella estaría muy enfadada conmigo si viera en qué me he convertido —comentó y una lágrima cayó lentamente por su mejilla derecha.
—No es fácil, yo lo sé, solo... deberías dejar de tomar, papá...
—Tomar me ayuda a olvidar, Aneley... —Ella no dijo más, solo asintió y se quedó con él por un rato. Cuando el reloj marcó las ocho de la noche, se levantó y se dirigió al baño para darse una ducha y comenzar a prepararse.
Mailen estaba en su cama leyendo un libro mientras veía a su hermana ir y venir por la habitación. Se vistió con una blusa de encaje azul, casi transparente y un pantalón blanco. Se puso un tapado encima y un zapato de taco muy alto, se maquilló un poco y luego se despidió.
—¿Vas a venir muy tarde? —preguntó Mailen.
—Probablemente —respondió la muchacha.
—Bien... cuídate, ¿sí? —pidió su hermana y ella asintió. Solo en ese día dos personas le habían pedido lo mismo.
Cuando Aneley salió de la habitación, Mailen abrazó una almohada, cerró los ojos y suspiró, una enorme bola de lágrimas le atravesó la garganta. La soledad y la desesperación la estaban tomando presa, su padre y su hermana, se estaban perdiendo a sí mismos, por diferentes caminos quizá, pero se estaban perdiendo y lo sabía.
Odiaba ver a su padre hundido en el alcohol, olía fatal, no se bañaba ni se aseaba, se dejaba estar como si solo esperara la muerte. Odiaba a sus amigotes, esos que solían venir y que hacían que ella se escondiera en su habitación hasta temiendo respirar. Nunca le había dicho nada a su hermana, pero una vez, Carlos, uno de los amigos de su padre, quiso propasarse con ella.
Desde que falleció su madre, Aneley había sido quien se había encargado de todo, era ella quien cocinaba, quien limpiaba, quien se preocupaba de si tenía o no la ropa lista, la que iba a hablar con los maestros de la escuela, la que la ayudaba cuando no entendía algo. Sin embargo, la relación entre ellas se había enfriado desde la muerte de Abel. Aneley se había cerrado, ya no hablaban como antes, ya no le preguntaba por la escuela ni por sus amigos.
La había descubierto llorando en muchísimas ocasiones, y aunque Aneley no lo sabía, ella había escondido las pastillas para dormir que una vez encontró en el cajón de su hermana mayor. Mailen vivía con el temor a que la chica se quitara la vida, vivía con el miedo a que jamás superara esa tristeza que era ahora tan parte de ella.
Sin embargo, en los últimos tiempos, luego del año del fallecimiento de Abel, Aneley dio un cambio. Había comenzado a salir, a maquillarse, a vestirse y a salir de fiesta. No lo había hecho en un año, y al principio a Mailen le pareció bueno, incluso le agradaba Max, sin embargo, había algo que no le terminaba de parecer y aunque no sabía muy bien qué era, tenía el presentimiento de que las cosas no iban a ir bien para su hermana.
Cuando Aneley llegó a la fiesta, Sebastián la recibió en la puerta y le dio un vaso de cerveza. Ella se lo tomó y sonrió con el muchacho mientras le preguntaba por su amigo, el chico le indicó donde estaba Max, quien estaba sentado en una butaca en la barra.
—Hola —saludó la muchacha y él la abrazó por la cintura.
—Te estaba esperando... —Sonrió y comenzó a besarla. La fiesta estaba llena de jóvenes que bailaban, fumaban, hablaban y reían. Max y ella no hicieron nada más que besarse durante mucho tiempo y luego este la invitó a bailar.
Aneley buscó a Kristel con la mirada, la verdad era que no sabía si iría a la fiesta pues ella le dijo que no estaba segura y que le avisaría, pero no había recibido mensaje alguno. Se dejó llevar por la música y el calor del momento.
Luego de un par de horas, Max le dijo que fueran a buscar un lugar más tranquilo. Aneley sonrió y asintió, siguiendo al chico que la llevó escaleras abajo hasta donde parecía haber una especie de habitación donde se guardaban algunas herramientas o algo así.
—Es el taller del padre de Gabriel —explicó y la chica asintió.
Max la subió sobre una mesa de madera y se colocó enfrente de ella, metiéndose entre sus piernas y empujándola más hacia sí mientras encerraba su pequeña cintura entre sus manos.
—¿Me dejarías filmarte algún día? —inquirió mientras la besaba y bajaba sus besos al cuello.
—No lo creo —respondió Aneley dejándose ir por las caricias.
Max no dijo nada más, le sacó la blusa y le desabrochó el sostén mientras empezaba a besarle todo el torso, Aneley abrazó la espalda amplia del chico recordando cómo se sentía abrazar a Abel, perderse en sus brazos y en su aroma.
Ambos estaban sudados y con un poco de alcohol en la sangre, Aneley desprendió el pantalón del muchacho sintiendo la euforia y el deseo envolverla. Era la primera vez en mucho tiempo que era ella quien quería seguir. El chico sonrió ante aquel gesto e hizo lo mismo, sacándole a ella el pantalón junto con la ropa interior. Entonces se preparó sacando un preservativo del bolsillo de su jean e ingresó en ella lo más rápido que pudo. Esa vez no fue muy dulce ni demasiado cuidadoso, pero a ella le agradó la forma impulsiva y algo brusca en que la tomó.
Lo repitieron varias veces más en la misma noche, y cuando ambos estuvieron rendidos, se vistieron y regresaron a la fiesta. Max dijo que iría por algo para comer y que volvería pronto, ella lo esperó sentada en una banca cerca de la entrada.
Por un momento Aneley sintió la culpa brotando y expandiéndose por sus venas, ¿qué había hecho?, o, mejor dicho, ¿por qué lo había hecho? Max volvió con una magdalena de chocolate y un vaso de agua y se los pasó.
Aneley no tardó en probarla, y cuando iba por la mitad, Max le advirtió que el pastelito tenía marihuana.
—¿Qué? —preguntó la muchacha incrédula.
—No te hará nada, ya verás que luego te sientes mejor —respondió el chico.
Aneley no lo volvió a comer, no quería involucrarse con drogas y esas cosas. Se tomó toda el agua y esperó a que aquello no le hiciera daño. Media hora después, comenzó a sentirse algo mareada.
—Será mejor que me lleves a casa —dijo y el muchacho asintió.
—¿Quieres salir mañana? —inquirió y ella negó.
—Debo trabajar y estoy muy cansada, mañana dormiré temprano...
—Bien...
Durante el camino de regreso, Max no habló demasiado y Aneley sintió que su cuerpo se iba relajando paulatinamente. De pronto ya no sentía cansancio ni culpa por lo que había sucedido, solo quería acostarse y descansar. Max vio de reojo que la chica sonreía y acarició su rodilla derecha.
—Te sentirás bien relajada y olvidarás todo aquello que te atormenta, ya verás que a veces es bueno —sonrió. Aneley rio y asintió, aquello era como una anestesia muy eficiente.
Cuando llegó a su casa, tuvo la percepción de que el suelo se movía, así que se aferró al auto.
—Me voy a caer, el suelo se mueve —indicó.
—No, no se mueve nada, no caerás —rio Max y la abrazó para acompañarla hasta la puerta. La chica enrolló sus brazos a los hombros de Max y lo besó—. ¿Pasaste bien? —preguntó él mientras metía su mano bajo la blusa de Aneley para acariciarle un seno.
—Muy bien —añadió y emitió un ligero gemido de placer.
—¿Quieres más? —preguntó el chico—. Puedo pasar si deseas...
—Mi hermana duerme conmigo en la misma habitación —respondió ella riendo—. Además, estoy agotada...
Max le dio un beso en los labios y se apartó saludándola con la mano. Aneley lo vio partir y luego caminó hasta el frente de la casa y se dejó caer en el pasto. Sentía que el piso bajo ella se movía y que eso hacía que las estrellas danzaran en el aire.
—¿Qué demonios haces aquí? —La voz de Nahuel la hizo sobresaltar de susto.
—¡Me asustaste! —gritó la muchacha.
—¿Aneley? ¿Estás bien? —preguntó el chico acercándose.
—Muy bien, muy bien, el dolor se fue... soy feliz —respondió divertida.
—¿Qué cosa consumiste, Ane? —inquirió él sentándose al lado de la muchacha y sintiéndose algo alarmado.
—Marihuana en una tortita, ¿lo crees? —dijo y comenzó a reír—. Ahora no me duele nada, ni el cuerpo ni el alma —añadió.
—Ane... ¿por qué lo hiciste? —Quiso saber el chico.
—Me la dieron, no sabía que estaba cargada —informó—. ¿Tú qué haces aquí? ¿Me estabas espiando? ¡Eres raro! ¿Por qué me espías?
—No te estaba espiando, tonta. Acabo de venir de casa de Alana y te vi tendida en el suelo...
—¿Alana? Esa chica es bonita, ¿es tu novia? —inquirió Aneley.
—No, es solo una amiga —explicó él—. Sigo sin entender qué haces aquí.
—Solo quería que el suelo dejara de moverse y que las estrellas cayeran encima de mí... ¿Crees que podrían matarme si lo hacen? —preguntó.
—¿Por qué mejor no vas a dormir, Ane?
—Cierto... tengo mucho frío aquí —añadió intentando levantarse. Nahuel la ayudó y entonces la vio a los ojos, ella sonrió, pero al chico aquella sonrisa no le agradó. Entonces ella lo abrazó—. Eres muy muy dulce, ¿lo sabes? En estos días he estado pensando que hablar contigo es como... como esos amigos gays de las películas, ¿eres gay?
—No soy gay, Aneley... Por Dios, no estás nada bien —añadió atajándola justo cuando iba a caer.
—Es el suelo el que no se queda quieto, no es mi culpa. —Se defendió—. ¿En serio no eres gay? Nunca te he visto con una novia —dijo riendo.
—Eso no quiere decir que sea gay, tonta —respondió él un tanto molesto.
—Qué pena, me hubiera gustado un amigo gay —zanjó divertida—. Los hombres solo buscan sexo y eso cansa, ¿sabes? Abel no era así, por eso me gustaba...
—No todos somos así, Aneley —respondió el chico—. El problema es que tú te juntas con los que son así —añadió.
—Sí, eso es cierto, pero es saludable... juntarse con esa clase de chicos es saludable —dijo la muchacha riendo.
—Seguro que sí... sobre todo teniendo en cuenta la de enfermedades venéreas que puedes contraer —respondió él mientras la ayudaba a dar algunos pasos.
—Bueno, pero al menos no pueden llegar a tu corazón. Lo estropean antes, te acuestas con ellos y ya no te quieren ver o si lo hacen, es solo por sexo... hasta que se cansen, luego se van. Solo llegan a tu cuerpo y ya. ¿Lo entiendes? No hay tiempo para enamorarse y esas cosas...
—¿No quieres enamorarte? —inquirió el chico mirándola.
—Yo estoy enamorada de Abel, Nahuel, pero él me dejó... me dejó sola —dijo y suspiró con tristeza—. Él era mi alma gemela y se ha ido...
—¿No que no creías en las almas gemelas? —preguntó el muchacho y ella rio.
—No... no creo en ellas porque la mía se ha ido para siempre —respondió, pero su rostro no mostraba tristeza alguna por el efecto de la droga.
Nahuel se sentó en la grada del pórtico de la casa y la sentó a su lado. No sabía qué decirle ni si valía la pena entablar una conversación profunda con ella en ese estado.
—Entonces sí te acuestas con Max, ¿no es así? —quiso saber.
—¿Qué hay de malo? Es solo sexo, y para ser sincera, él es muy bueno —añadió. Nahuel no habló, aquello fue como un balde de agua helada cayendo sobre él, emociones parecidas al enojo, el dolor, la tristeza, incluso lástima, llenaron su sangre, se sentía impotente ante aquella confesión.
—¿Te sientes bien luego de entregar tu cuerpo así, Ane? —preguntó él.
—Me siento bien durante el proceso... es como anestesia, mi piel y mi cuerpo toman el control y apagan mi mente. Dejo de pensar en todo lo que duele —susurró—. A veces, cierro los ojos e imagino que es Abel —dijo y comenzó a reír desenfrenadamente.
—Será mejor que te lleve a tu habitación —dijo Nahuel con la tristeza calándole profundamente, sabía que ella se estaba destruyendo a sí misma y eso no le agradaba.
—No me digas que eres de esos machitos que piensan que la mujer no puede disfrutar del sexo —añadió, pero Nahuel no contestó, la levantó con cuidado y la llevó adentro de la casa. Aneley rio mientras él la cargaba a la habitación—. No tienes brazos fuertes ni músculos, ¿cómo puedes cargarme con ese cuerpito de niño? —bromeó. Nahuel se mordió los labios para no decirle nada, no tenía sentido.
Abrió la puerta de la habitación y la depositó en su cama, iba a apartarse, pero ella le envolvió los brazos por el cuello.
—Eres un niñito lindo, Nahui, y te agradezco mucho por cuidarme siempre —agregó.
—¿Qué sucede? —preguntó Mailen adormilada.
—Está drogada —respondió Nahuel algo enfadado y se apartó de ella, la escuchó sonreír.
—¿Qué? —susurró Mailen levantándose de la cama.
—No sé mucho, solo la encontré en el césped afuera, estaba divagando... Déjala descansar, se le pasará en la mañana —añadió.
Mailen asintió algo asustada, sus peores pesadillas estaban haciéndose realidad. Nahuel se acercó a Aneley y la besó en la frente.
—Descansa —dijo y ella solo asintió.
Cuando despertó, unas cuantas horas después, sintió que no recordaba gran parte de lo que había sucedido, pero sabía que Max le había dado una tortita con marihuana y que luego de aquello había experimentado muchas cosas intensas y diferentes. Sin embargo, había dormido bien, estaba descansada y eso era bueno.
Tomó un baño y bajó a desayunar. Su padre no estaba, pero Mailen la miró enfurecida.
—¿En serio, Aneley? ¿Drogas? —preguntó la muchacha con los ojos llorosos e hinchados, Aneley supo que había estado llorando.
—No exageres, no fue para tanto, además, no sabía que el pastelito tenía marihuana —explicó y buscó algo para comer, estaba famélica. Mailen enfadada se levantó de la silla en donde estaba sentada y le comentó cómo había llegado y que Nahuel la había traído hasta la cama.
Aneley no entendió qué hacía Nahuel a esas horas en su casa, pero supo que probablemente esa tarde fuera a darle un sermón de conducta y buen comportamiento. Solo esperaba que no le haya dicho nada a Kristel, porque entonces debería tragarse dos sermones. Se atajó la cabeza imaginando lo que le esperaba y comenzó a comer. Mailen salió de allí dejándola sola, estaba demasiado enfadada y triste como para hablar con ella, llamó a su mejor amiga para ir a su casa y pasar el día con ella y su familia, al menos así podía sentirse un poco más normal.
Hola :) Espero estén disfrutando esta historia
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