* 1 *

Una gota solitaria caía cada cierto tiempo desde la ducha marcando un ritmo lento y triste. La mirada de Aneley se perdía en el agua que rodeaba su cuerpo delgado y frío, hacía como veinte minutos que el agua se había enfriado en la tina y a ella parecía darle lo mismo. Su piel empezaba a teñirse de un pálido liláceo mientras los poros se le erizaban, sus dientes comenzaron a castañetear y necesitó abrazarse a sí misma en un gesto instintivo en búsqueda de calor.

—Aneley. ¡Sal de una maldita vez! —Su padre gruñó golpeando la puerta. La chica lo ignoró zambulléndose en el agua fría.

Cerró los ojos intentando contener la respiración el mayor tiempo posible mientras escenas de aquella noche aparecían como sombras en su mente.

—Chicos, sería mejor que lo dejaran para mañana... Es peligroso el lago en invierno, y más aún a la noche, además este invierno no ha sido lo suficientemente frío y el hielo...

—Vamos, no pasará nada. Confía en mí, Nely, no te sucederá nada, yo te cuido. Conozco esta zona como la palma de mi mano.

—¿Estás seguro? —preguntó ella con temor. Algo no le daba buena espina.

—¿Cuándo te he fallado? Es seguro, créeme.

El aire comenzó a fallar y sintió que sus pulmones estaban quemando. Deseó quedarse allí y morir, pensó en que ese mismo dolor era el que probablemente habría sentido él antes de irse... o quizá no sintió nada, nunca lo sabría.

—Por el amor de Dios, Aneley. ¡Sal de una vez o derribaré la maldita puerta! —gritó de nuevo su padre, aunque ella solo escuchó algunos sonidos distorsionados bajo el agua.

Fue su instinto de supervivencia el que la hizo salir en busca del oxígeno, o quizá un ángel de la guarda que la estaba protegiendo... A lo mejor hasta el mismo Abel que intentaba librarla de ir tras él.

La verdad es que lo había intentado demasiadas veces, había intentado ahogarse en la tina o andar tan distraída por la calle que un auto se la llevara por delante, quizá tocar el tomacorrientes con las manos mojadas o incluso llegó a comprar pastillas para dormir, pero nunca se animó a consumirlas en la cantidad necesaria para detener su corazón. Lo cierto es que Aneley se sentía cobarde, cobarde para morir y cobarde para vivir.

—¿Aneley? Kristel ya te ha venido a buscar. —La melodiosa y cantarina voz de Mailen, la sacó de su trance. Ella era el motivo por el cual aguantaba, por el cual sus pulmones luchaban por el oxígeno diario, por el cual la muerte se resistía a ella aunque la deseara con esmero.

Sus huesos entumecidos tardaron en reaccionar y un dolor agudo llenó sus sentidos. La verdad es que dolía, pero se lo merecía. Todo lo malo que le sucediera, ella se lo merecía y esa era una idea que no podía quitarse de la cabeza.

Se envolvió con la toalla sin siquiera secarse y salió del baño sin vaciar la tina. Su padre ingresó casi empujándola y con el pantalón a medio abrir, gruñendo algo a su paso que la chica no entendió ni le interesó hacerlo. Mailen la miró con tristeza y negó con la cabeza.

—Vas a enfermar, hace demasiado frío para que estés enfriándote así —dijo acercándose a ella con un toallón grande que envolvió sobre el tembloroso y frágil cuerpo de su hermana mayor.

¿Cuándo fue que ella con solo quince años tuvo que madurar así? No importaba, Aneley estaba mal y solo se tenían ambas. Haría lo que fuera por rescatar a su hermana del abismo en el que había caído desde la muerte de su novio.

La guio hasta la habitación que compartían ambas y cerró la puerta. Sacó algunas ropas del rústico armario y las dejó caer sobre la cama. Aneley la observó ir y venir en silencio, cuidándola, protegiéndola. Su hermana era idéntica a su madre; morena, de pelo negro rizado y ojos oscuros. Nada parecida a ella; de piel casi transparente, cabello castaño claro, lacio y ojos miel. Siempre se había sentido como la oveja negra de la familia, o en dicho caso la blanca en un rebaño de ovejas negras.

—Kristel está en su auto esperándote para ir a no sé dónde, ¿qué van a hacer? —inquirió Mailen con autoridad.

—Eres la menor, recuérdalo, soy yo la que pregunta —respondió Aneley con frialdad.

—Solo me preocupo por ti, ¿estarás bien? —preguntó.

—Eso espero —respondió la muchacha haciendo un gesto a su hermana para que saliera de la habitación. Mailen no dijo más y se dirigió a la puerta cerrándola tras de sí—. O mejor dicho, eso es lo que espero que cambie —añadió Aneley mientras observaba la ropa desperdigada sobre su cama, un jean azul marino, una blusa negra y ropa interior.

Caminó hasta el armario y buscó algo más, esta vez quería hacer algo diferente, ser alguien que no era, vivir por una noche una realidad alternativa, una ficción planeada. Kristel le había prometido diversión para olvidar, y eso es lo que haría. Tomó una minifalda negra de lycra y una escotada blusa roja, eligió una ropa interior algo más atrevida y se vistió. La bocina del auto negro del hermano mayor de Kristel le hizo saber que su amiga estaba apurada, así que no había tiempo para mucho más. Se echó un poco de base en el rostro y guardó el resto de lo que utilizaría para maquillarse en el bolso negro junto con un billete y unos aretes, eligió un saco de lana negra para cubrirse del frío de afuera y salió de su habitación. Bajó entonces por las escaleras casi corriendo, con una extraña energía que de pronto la había tomado presa sin saber de dónde provenía. Mailen la miró asombrada.

—¿A dónde vas? —preguntó su padre saliendo del baño.

—A vivir mi vida —respondió la muchacha antes de dar un portazo de salida.

—¡No derrumbes la casa! —gritó su padre, pero ella ya no lo escuchó. El hombre caminó hasta la cocina para sacar una lata de cerveza antes de tirarse frente al televisor a observar algún partido. Mailén fue hasta la ventana para ver a su hermana prácticamente brincar dentro del auto de su mejor amiga y salir disparadas del garaje, y Kristel observó a Aneley levantando las cejas con sorpresa.

—¡Estás radiante! —chilló emocionada—. Ese es el espíritu, hoy nos divertiremos. ¡Mira, hasta conseguí carro! —insistió. Aneley no estaba muy segura, pero lo cierto es que necesitaba unas vacaciones. Unas vacaciones del dolor, de los pensamientos rondando su cabeza, de las responsabilidades, de la tristeza, de ella misma y de la vida a la que había sido condenada.

—A divertirnos —murmuró mientras Kristel arrancaba intentando convencerse a sí misma que podría olvidar su tortura tan solo unos instantes.

Cuando llegaron a la fiesta, por un momento sintió que aquello no era una buena idea, no salía desde hacía un año, ni siquiera sabría cómo actuar en uno de esos sitios a los que siempre solía ir con Abel, no era lo mismo ir sola.

—Vamos, verás que nos divertimos —dijo Kristel al notar su duda. La tomó de la mano y estiró de ella con suavidad para que la siguiera.

Aquella fiesta era organizada por los alumnos de último año para dar la bienvenida a los de primero. Le llamaban novatada o fiesta de bautismo. Los más grandes estaban ataviados con una especie de túnicas de color violeta oscuro y tenían las caras pintadas, mientras que a los chicos de primero los obligaban a desabrigarse y les pintaban el cuerpo, el torso o los brazos con iniciales o símbolos extraños. Aquello a Aneley solo le pareció ridículo e inmaduro, pero se alegró de estar en segundo año y de no haber asistido a esa patética reunión el año anterior, aunque por un instante le pareció que si ella y Abel hubieran asistido no habrían hecho aquel estúpido viaje.

El mundo pareció detenerse mientras ella se sentía fuera de lugar, como si observara de afuera a todos esos jóvenes divirtiéndose sin poder ser parte de aquello. Algunos tomaban algo en la barra, otros bailaban, los mayores ideaban pruebas ridículas que los novatos cumplían a rajatabla. Todo parecía tan ajeno a ella, como si no perteneciera, como si ella fuera una especie distinta de humanos que no era capaz de entender lo que esa especie estaba viviendo en ese instante. Pero ya estaba acostumbrada a sentirse así, hacía ya más de cinco años que le había tocado mirar la vida desde otro ángulo, había dejado de ser una niña mimada para convertirse en una mujer responsable, y no por decisión propia, sino porque la vida había elegido por ella.

Y es que eso siempre sucedía, la vida siempre elegía por ella y esas decisiones nunca eran lo que ella hubiera elegido. ¿Quién desea perder a su madre a los quince años y a su novio a los diecinueve? Y mientras ella aprendía a cocinar, a limpiar su casa o a cuidar de su hermanita, sus amigas se divertían en las fiestas o festejaban sus quince, y mientras ella enterraba a su novio, sus amigos participaban de esa ridícula fiesta para novatos. ¿Por qué siempre perdía lo que amaba? ¿Acaso se trataba de alguna especie de maldición como esas con las que inician los cuentos de hadas?

—¿En qué piensas, bonita? —La voz gruesa de un chico llamó su atención sacándole de sus pensamientos.

—En que quizá cuando yo nací, alguien me echó una maldición para que perdiera a todos mis seres queridos —respondió con sinceridad y sarcasmo, más que nada para echarse al chico de encima.

—¿Eh? —preguntó algo confundido—. Invítame de lo que estás tomando, por favor —bromeó el muchacho.

—Mejor invítame tú —dijo Aneley riendo ante la expresión sorprendida de aquel chico. Tenía el pelo casi tan negro como el de Abel, pero sus ojos eran más oscuros y más pequeños, sus labios eran más finos y sus orejas eran grandes y saltonas, sin embargo, no se veía mal. Tenía en el brazo derecho un tatuaje de un águila o algún ave parecida. Aneley se quedó viéndolo.

—¿Te gusta? Es un Ave Fénix —explicó—. Siempre renace de sus cenizas.

—Ya lo veo... —respondió asintiendo. El muchacho pidió unas cervezas en la barra y le pasó una jarra, ella sonrió en agradecimiento y el muchacho levantó la suya como si fuera a hacer un brindis.

—Por el Ave Fénix —dijo y ella rodó los ojos cansinamente, el chico le parecía hueco y ridículo.

—Por tus cenizas —respondió con ironía, el muchacho rio y esa risa le recordó a Abel por un segundo.

—Me agradas, me llamo Hugo —se presentó.

—Yo soy Alicia —respondió Aneley mintiendo. Kristel, que hasta ese momento se encontraba a su lado observando la escena en silencio, frunció el ceño confundida, pero la chica le echó una mirada de reojo que fue suficiente para que su amiga entendiera que no debía decir nada más.

—Ali, voy a buscar algo de comer y vuelvo —dijo entonces la muchacha guiñándole un ojo en complicidad—. ¿Quieres algo, Ali? —inquirió divertida y señalando el apelativo con exageración.

—Alas de Ave Fénix, si encuentras por ahí —dijo Aneley divertida, Hugo la miró sin entender, pero entonces la vio sonreír y comprendió que era un chiste. La chica le pareció rara y misteriosa, pero esa era justamente la clase de muchachas que le llamaban la atención, así que no esperó más para sentarse a su lado.

Bueno... vamos iniciando...

Actualizaré a mi ritmo, mínimo dos veces por semana y si avanzo mucho, actualizaré más seguido. 

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