CAPÍTULO 1:
Estoy sentadita esperando el llamado de mi vuelo...¿por qué? Pues, digamos que con diecisiete años mis padres creyeron que era el momento de que sea más independiente, ¿a qué se refieren con eso? A mandarme en el primer avión a un internado en Londres, a eso se refieren. Odio la idea, pero no tengo de otra, es para...mi futuro. Uy, sí.
Me encuentro encerrada con tal vez miles de personas que corren, van y vienen con maletas reventonas de ropa, recuerdos y supongo que droga también.
Ver los aviones frente a mí elevarse como aves obesas no me trae confianza, y el niño que come un chocolate sin dejar de observarme tampoco es agradable, ¿qué le pasa?
Lo fulmino con la mirada, a lo cual responde con una huida poco disimulada hacia su madre, que clava sus ojos en mí sólo para que la vea y así yo me sienta culpable, ¿sabe qué señora?, no lo haré, así que ahórrese la molestia. Desvío la vista al suelo...un cuadriculado monótonamente blanco que muestra a través del pulido los bultos sinuosos de la gente, como un estanque de cerámica. Incluso hasta siento el murmullo, varios de ellos, una colmena imparable repleta de máquinas, detectores, asientos, policías...
<< Último llamado al vuelo A-4, por favor pase a abordar, gracias.>>
A-4...A-4... ¡Maldición! Tomo mi equipaje igual que una auténtica desdichada y corro, llevándome como premio las miradas curiosas de algunos cercanos.
Atravieso casi la mitad del lugar mientras lucho por arrebatar los mechones marrones de mi cabello. Están por cerrar la puerta cuando le grito a la mujer.
—Llegas tarde, jovencita —. Veo su zapatilla de charol moverse al ritmo de su impaciente pie.
—Lo siento...estaba esperando a mi padres —. Hago que mis ojos brillen para poner más drama, ¿la verdad? Los despedí en casa. Otra cuestión que involucra adentrarse en la "madurez" es ir sola en taxi, con los nervios en la garganta y miedo de que el conductor resulte ser un secuestrador.
Pero bueno, a veces es necesario implementar tácticas no muy agradables, como el factor pena, que nunca falla. Y lo sé por la mirada maternal que me envía la señora...sí, ya estoy dentro del avión.
—Oh, no te preocupes cariño, si estás nerviosa puedes hablar con mis compañeras, te tratarán como a una reina —guiña un ojo—. ¡Ahora entra! —Me da un empujón en la espalda y voy por el corredor, golpeo la compuerta con fuerza y logro afortunadamente que me abran, ¡menos mal!
Una azafata sonriente aparece del otro lado.
—Disculpe.
—Justo a tiempo, siéntese por favor.
Me deja el camino libre y busco rápidamente mi lugar, lo que menos quiero es que esta cosa despegue conmigo de pie, no señor.
Finalmente lo encuentro, contra el pasillo. Un hombre lee el periódico en el asiento continuo al mío con suma atención. Bien, no tiene pinta de terrorista. Ese es otro problemita, ya he visto suficiente "Catástrofes aéreas" como para no preocuparme.
Intento colocar mi maleta arriba pero no alcanzo, incluso poniéndome de puntillas.
—¿Quieres que te ayude? —Alguien me habla desde atrás.
—Descuida, yo puedo —. Sigo luchando por meterla es en ese maldito espacio.
—Vamos, déjame hacerlo —. Observo un rostro por le rabilo del ojo y un brazo en el costado, pero no, es mi equipaje, yo lo empujo.
Pego un saltito, pierdo el equilibrio y para no caer retrocedo un paso, mi pie siente algo duro.
—¡Ayy! —Se queja en mi oído, el colmo.
—¡No me grites! —Giro mi cabeza para recriminarle y ante mis ojos aparece un muchacho pelinegro algo más alto que yo.
—¡¿Que no te grite?! ¡Mira por dónde pisas, bruta! —Sube el tono de voz y entonces aparece una azafata y un hombre a poner orden. Allí me entero de que las miradas de casi todos están puestas en nosotros por nuestro numerito.
—¿Qué pasa aquí? —El señor se cruza de brazos y la mujer trae gesto serio también.
Antes de que se le ocurra abrir la boca, yo lo hago primero:
—Pasa que este tipo me llamó bruta.
Consigo que ambos lo acusen y le sonrío triunfante mientras no lo perciben.
Sus ojos se abren incrédulos y la boca forma una O bien redonda.
—¿Es en serio?, ¡pero si yo traté de ayudarla!
La señora sacude la cabeza pesadamente y nos manda cada quien a su asiento, por la cara que ponen se nota que no piensan aguantarnos mucho más, así que obedezco como perro ovejero y abrocho mi cinturón.
Pienso ver una película cuando me percato de una pequeña molestia, como algo quemando un lado de mi cabeza, me volteo y...ah...el chico está concentradísimo mirándome mal.
Durante los siguientes minutos nos lanzamos torpedos imaginarios para hacernos explotar los sesos. Sus ojos verde vómito están hechos rendija, pero creo que yo voy ganando, porque cuento con mucha experiencia gracias a mi hermana de nueve años absolutamente insoportable.
Hubiese acabado con él si no fuera porque el maldito aparato empezó a elevarse, dejando mi estómago por los suelos. Más aún con sus sacudidas... ¡Por Dios, esta cosa está rota! Pego mi espalda al asiento y me giro a la ventana, rompiendo el contacto visual sólo para asegurarme de que no hay un Gremlin rompiendo la turbina...o peor aún, un terrorista con un destornillador.
—Uh... ¿tienes miedo? —Utiliza el tono burlón de esos bravucones de escuela.
Trago el nudo en mi garganta para dar lugar a mi ego de señorita independiente y lo encaro:
—Por supuesto que no, ¿tú sí? —A pesar de que sé que estoy algo pálida, se lo adjudico a la luz del avión y alzo una ceja retadora.
Resopla como si lo que hubiera dicho fuera gracioso.
—Pobrecita, primera vez, ¿cierto? —Se cruza de brazos.
Su comentario la verdad me descoloca, ¿qué le hace pensar que es mi primera vez?... Vamos Pen, si tu permanente temblor de piernas y el hecho de que estás por arrancar los posa brazos no son una pista, entonces anda a saber.
—Tal vez sí...tal vez no.
No cruzamos palabra después de eso.
Luego de media hora logro calmarme un poquito, sólo un poquito. Estoy por darle play a "¿Y dónde está el piloto?" para ambientarme, pero en eso escucho una voz chillona por los parlantes:
<< Queridos pasajeros, esperamos que estén complacidos con nuestro servicio, y recuerden...¡nos auspicia Agua Vitalis, la vida en una botella! >>
Dicho eso, un muchacho comienza a cruzar el pasillo usando una gorra con el logo de la empresa, y una mochila de la cual saca diversos envases de colores. Pasa por mi asiento:
—¿Quieres una muestra gratis? —La verdad no, es un norma natural no probar nada misterioso, al menos debo esperar la reacción que tiene en otros, no sea cosa que pueda morir o algo.
—No gracias —.Sonrío de amablemente.
—¿Estás segura? —Ay, claro, como es gratis tengo que desesperarme y tomar noventa mil botellas, ¿no?
Afirmo en silencio y prueba suerte con el señor del periódico, que sí quiso:
—¿Qué sabores tiene joven?
Los enumera uno por uno:
—Agua sin sabor, manzana, durazno, naranja, piña, pera y ciruela.
¡Puaj! ¿Ciruela?, ¿agua de ciruela?, ¿en qué pensaban?
—Deme uno de ciruela.
Mis ojos se abren por sí solos al oír eso.
El chico gruñón también confió en la publicidad y tiene una botella de manzana, cuyo color es igualito al pipí. Al verme observándolo con asco frunce el ceño y para de beber.
—¿Qué?
Desvío los ojos y tuerzo la boca.
—Eso parece orina.
Lo veo sonreír por el rabilo del ojo, y no me gusta nada:
—¿Quieres? —La acerca para que la coja.
—No —. La aparto.
—Yo creo que sí —. La aproxima un poco más.
—¡Que no! —La empujo hacia él demasiado rápido, haciendo que gran parte de su contenido (por no decir todo) cayera sobre sus pantalones.
Desabrocha como un loco su cinturón y se pone de pie para verse mejor.
—Eh...ahora sí parece pipí —. Me cubro la boca para ocultar la risa y lo señalo tímidamente con el dedo.
—¡¿Estás loca?! ¿Cuál es tu problema? —Sube el tono a medida que ve la mancha extenderse por toda la tela.
—¡Oye cálmate, no me metas en líos!
Y por su culpa llega a nosotros una azafata muy sonriente:
—¿Qué sucede aquí? —Los ojos se le fueron directo al punto mojado— Oh...tranquilo, no eres el primero al que le pasa eso durante un vuelo —. Le toma el hombro para animarle, y cuando por fin entiende a qué se refería ella no sólo se sonroja, sino que aumenta su enojo.
—No, no, está equivocada, ¡ella me tiró el jugo encima!
No pienso quedarme de brazos cruzados mientras me echa toda la culpa:
—¡Él estaba pesado con la botella! Además, es su problema si tiene los dedos de manteca.
—Oigan...
—¿Dedos de manteca?, ¿ya viste de qué está hecho tu cerebro?
¡Ja! Con que esas tenemos:
—Lo que pasa es que se derritió al ver una cara tan fea —. Sonrío de costado al levantarme.
—Escuchen...
—Oh sí...verte al espejo debe ser difícil.
La mujer nos interrumpe poniendo el grito en el cielo:
—¡A VER!, que cada uno regrese a su asiento —antes de que podamos protestar continúa— y donde se les ocurra volver a molestar, haremos algo poco decoroso —. Y por su gesto, seguro que le creo.
Bajamos la cabeza como los niños que se ensuciaron en el barro, y cada quien se coloca calladito en su lugar. Yo, aguantando la mirada de reproche del señor, y él, por lo que veo, la de una señora con una computadora.
En cuanto la azafata se va, inclina su cuerpo hacia mí con ambas cejas tan hundidas, que podrían llegarle a la punta de la nariz.
—No sé quién eres, pero puedo asegurarte que me caes de lo peor. Ni siquiera entiendo cómo alguien podría soportarte.
Lo imito con cierto tono burlón...¡mira qué horrible! :
—Me alegra saber que es recíproco...y la verdad tampoco lo entiendo. Aunque fueras el último chico en la tierra, o el último ser humano; no podría estar ni en una ciudad, ni en un cuarto, ni en una isla contigo —. Hablo entre dientes, pero bien claro para que le quede grabado.
Se acerca más, me ve detenidamente con sus asquerosos ojos color caca de oruga y sonríe.
—Pues bien, asunto arreglado entonces, tú me odias, yo te odio, fin de la discusión.
Se echa en su silla y me deja con la boca abierta... ¿así nada más?
Despierto alterada. Siento mi estómago contraerse por el movimiento del avión, el corazón acelerado, el pánico silencioso, palpable, estático. La inclinación brusca que tiene todo lo que veo, incluyéndome. Una voz no familiar se hace oír por los parlantes y me pone los pelos de punta:
<<Pasajeros, les rogamos que se ajusten los cinturones, sufrimos de leves turbulencias. >>
Algunas de las personas se alteraran, al igual que yo.
—Esto no es una turbulencia...estamos cayendo —. El señor a mi lado mustia pálido y se me para el pulso, largo el aire que tengo en un sofoco seco. Lo primero que pienso es en gritar, aunque sólo empeoraría las cosas. Entonces planeo pararme, pero no soy capaz de moverme. Así que lo veo a los ojos únicamente para cerciorarme de lo inminente. Sus pupilas algo desenfocadas, el sudor... Mierda...
—Y-yo... —lágrimas comienzan a desprenderse— ¿Vamos a morir?
El hombre aprieta mi mano fuertemente a pesar de que tiembla.
—Reza pequeña, reza.
Quiero despertar, porque esto es un sueño, ¡una maldita pesadilla!, giro lentamente la cabeza y veo al chico, él también parece entender las cosas por cómo me mira, la sensación de muerte invadiéndonos a todos. Observo en mi periferia a cada hombre, mujer y niño caer en la cuenta, primero con sofocos...luego con gritos desesperados y llantos fuertísimos.
Estamos desplomándonos, el mar nos tragará si no explota antes, moriremos....moriremos todos. El señor no suelta mi mano en ningún momento. Veo por última vez al muchacho pelinegro, susurra algo que no logro entender y cierro los ojos con fuerza...lista para el impacto.
Siento explosiones de cristal, agua, gran cantidad de agua arrastrando mi cuerpo como una bolsa, oscuridad, no sé dónde estoy y mis pulmones arden. Algunas cosas blandas y duras chocan conmigo, y luego un puntazo en mi cabeza hace que me sumerja aún más en la noche.
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